Authors: Kerstin Gier
—¿Nos has espiado?
De pronto me entró miedo. ¿Cuántas cosas habría oído Charlotte? ¿Sabría ya lo que llevaba «ahí» era el cronógrafo? Cronógrafo que, por cierto, desde hacía unos minutos parecía pesar como mínimo el doble de lo habitual. Para mayor seguridad, lo sujeté con las dos manos, lo que hizo que la linterna de Nick se me callera al suelo y armara un ruido de mil demonios. Aunque a esas alturas ya no estaba tan segura de querer que la tía Glenda siguiera dormida.
—¿Sabías que Gideon y yo aprendimos juntos el arte del Krav Maga?
Charlotte dio un paso y automáticamente yo di uno hacia atrás.
—No. ¿Y tú sabías que en este momento tienes exactamente la misma mirada que el roedor loco de
La Edad de Hielo?
—Tal vez tengamos suerte y el Krav Maga sea solo una guarrada inofensiva —dijo Xemerius—. ¡Como el Kamasutra! —Rió entre dientes—. Lo siento, pero en las situaciones extremas siempre se me ocurren los mejores chistes.
—El Krav Maga es una técnica de combate cuerpo a cuerpo israelí muy eficaz —me informo Charlotte—. Con una patada en el plexo podría dejarte fuera de combate o partirte la rodilla de un solo golpe.
—¡Y yo podría gritar pidiendo ayuda!
Hasta ese momento nuestra conversación se había desarrollado en susurros, como si fuéramos dos serpientes charlando, pero ¿qué pasaría si llamaba a escena a los restantes habitantes de la casa? Seguramente entonces Charlotte no me partiría la rodilla, pero todos querrían saber qué había envuelto en el albornoz.
Charlotte debió de adivinar lo que pensaba, porque rió burlonamente mientras se acercaba contoneándose y dijo:
—¡Vamos, grita! ¡Grita, por favor!
—Yo lo haría —dijo Xemerius.
Pero al final no tuve que hacerlo, porque en ese momento, como si hubiera surgido de la nada, apareció mister Bernhard detrás de Charlotte.
—¿Puedo serles útil a las damas? —preguntó.
Charlotte giró bruscamente sobre sus talones como un gato asustados. Durante una fracción de segundo pensé que iba a darle una patada en el plexo solar a mister Bernhard, pero, aunque la punta de su pie se contrajo convulsivamente, por suerte no lo hizo.
—A mí también me entra hambre a veces por la noche, y ya que estoy aquí, no tendría inconveniente en prepararles un piscolabis urgentemente.
Charlotte volvió hacia su habitación con deliberada lentitud.
—No voy a perderte de vista —dijo, y me apuntó al pecho con el índice con aire acusador. La pose era tan teatral que parecía que se estuviera preparando para declamar, pero de hecho se limitó a decir—: Y a usted tampoco, mister Bernhard.
—Tendremos que tomar precauciones —susurré después de que cerrara la puerta de su habitación y el pasillo quedara otra vez a oscuras—. Es una experta en Taj Mahal.
—Tampoco está mal el chiste —comentó Xemerius en tono aprobador.
—¡Y sospecha algo! —dije apretando el paquete-albornoz contra mi pecho—. Si es que no lo sabe ya. Seguro que se chivará a los Vigilantes, y si se enteran de que nosotros…
—Seguro que hay lugares y horas más apropiados para discutir esto —me interrumpió mister Bernhard en un tono insólitamente seco. Y después de recoger la linterna de Nick del suelo, la encendió y la deslizo hacia arriba, por la puerta de la habitación de Charlotte, hasta llegar a la lumbrera semicircular. Estaba entreabierta.
Asentí con la cabeza para indicarle que había comprendido: Charlotte podía oír todo lo que decíamos.
—Sí, tiene razón. Buenas noches mister Bernhard.
—Que duerma bien, miss Gwendolyn.
Mama no necesitó ninguna grúa para levantarme de la cama por la mañana. Su táctica fue más pérfida. Utilizo el repelente Papá Noel de plástico que le habían regalado a Caroline en las últimas Navidades, un muñeco que, cuando se le daba cuerda graznaba sin parar con su repulsiva voz plasticosa: «Hohoho, merry Christmas everyone».
Al principio todavía trate de amortiguar el ruido tapándome con la manta, pero después de dieciséis «Hohoho» me rendí y la aparté; lo que por otra parte lamenté inmediatamente, ya que entonces me vino a la memoria que día era. El día del baile.
Si no sucedía un milagro y encontraba una forma de saltar antes de la tarde al año 1993 para ver a mi abuelo, tendría que presentarme ante el conde sin sus informaciones.
Me mordí la lengua. La noche anterior debería haber vuelto a viajar otra vez en el tiempo. Aunque, por otro lado, entonces seguramente Charlotte habría descubierto mis maniobras, de modo que, a fin de cuentas, había tomado la decisión correcta.
Me levanté tambaleándome de la cama y me dirigí al lavabo. Solo había dormido tres horas, porque, después de la irrupción de Charlotte decidí ir sobre seguro y, bajo la dirección de Xemerius, me metí en el armario empotrado, presioné la pared posterior y en el trastero le rajé el vientre al cocodrilo para esconder el cronógrafo dentro.
Después de eso estaba tan rendida que me quedé frita, lo que al menos tenía la ventaja de que me había ahorrado las pesadillas. Al contrario que la tía Maddy, que mientras yo bajaba bamboleándome al primer piso para desayunar —retraso, porque había estado buscando durante una eternidad el maquillaje de mamá para disimular un poco mis ojeras—, me atrapó en el pasillo y me arrastro a su habitación.
—¿Algo va mal? —pregunté, y enseguida me di cuenta de que habría podido ahorrarme la pregunta, porque si la tía Maddy estaba levantada a las siete y media es que algo iba muy mal.
Mi tía llevaba el pelo completamente alborotado y uno de los dos rulos que debían mantener sus rubios cabellos apartados de la frente se había soltado y ahora le colgaban sobre la oreja.
—Ay, niña, ya puedes decirlo, ya. —La tía Maddy se dejó caer sobre la cama deshecha y se quedó mirando, con la frente dramáticamente arrugada, el motivo floreando del empapelado color lavanda—. ¡He tenido una visión!
Otra vez no, por favor.
—Déjame que lo adivine: alguien ha pisoteado con su bota el corazón de Rubí y lo hacen añicos —propuse—. O mejor, un cuervo se ha estampado en pleno vuelo contra un escaparate lleno de… ¿relojes?
La tía Maddy sacudió la cabeza, lo que hizo que los ricitos volaran y el segundo rulo se colocara también en una peligrosa posición oblicua.
—¡Gwendolyn, no deberías bromear con eso! Tal vez no siempre sepa lo que significan las visiones, pero siempre han demostrado ser ciertas. —Me cogió de la mano y me atrajo hacia ella—. Y esta vez era tan clara… te he visto con un vestido azul, con una falda amplia que se balanceaba, y por todas partes había velas encendidas y música de violines.
No pude evitar que se me pusiera la carne de gallina. Por si no me angustiaba bastante la idea de tener que asistir al baile, ahora además la tía Maddy tenía una visión. Y yo no había hablado del baile ni del color de mi vestido.
La tía Maddy estaba satisfecha de haber captado por fin mi atención.
—Al principio todo parecía muy placido, todos bailaban, tú también, pero entonces vi que la sala de baile no tenía techo. Sobre ti, en el cielo, se aglomeraban unas terribles nubes negras de las que surgió un enorme pájaro que se dispuso a lanzarse sobre ti —continuó—. Y cuando quisiste huir, corriste directamente hacia… ¡oh, fue horrible! Sangre por todas partes, todo estaba rojo de sangre, incluso el cielo se tiño de rojo, y las gotas de lluvia también eran solo sangre…
—Hum… ¿tía Maddy?
—Sí, lo sé, cariño —dijo retorciéndose las manos—, es terriblemente cruel y espero no signifique lo que pasara a primera vista…
—Creo que te has saltado algo —la interrumpí de nuevo—. ¿Hacia dónde corría yo… quiero decir hacia dónde corría la Gwendolyn de tu sueño?
—¡No era un sueño! Era una visión. —Los ojos de la tía Maddy se abrieron aún más, si es que eso era posible—. Hacia una espada. Corriste directamente hacia ella.
—¿Una espada? ¿Y de dónde salía?
—Estaba… sencillamente suspendida en el aire, creo recordar… —añadió la tía Maddy gesticulando nerviosa con la mano—. Pero lo importante no es eso —continuó ligeramente irritada—, ¡sino toda la sangre!
—Hummm… —Me senté junto a ella en el borde de la cama—. ¿Y qué se supone que debo de hacer ahora, en concreto, con estas informaciones?
La tía Maddy volvió la cabeza, cogió de la mesita de noche la lata de caramelos de limón y se metió uno en la boca.
—Ay, cariño, no lo sé. Solo pensé que tal vez te ayudaría… como advertencia…
—Muy bien. Trataré de no correr hacia una espada suspendida en el aire, te lo prometo. —Le di un beso y volví a ponerme en pie—. Y tú deberías dormir un poco más, aún falta mucho para tu hora de levantarte.
—Sí supongo que debería de hacerlo. —La tía Maddy se tendió sobre la cama y se tapó con la manta—. Pero no te tomes esto a la ligera —añadió—. Por favor, ve con cuidado.
—Lo haré. —En la puerta volví a girarme hacia ella—. Y… —Me aclaré la garganta—, ¿por casualidad no aparecía un león en tu visión? ¿O un diamante? ¿O… el sol, tal vez?
—No —dijo tía Maddy, que ya había cerrado los ojos.
—Lo imaginaba —murmuré, y cerré la puerta con suavidad al salir.
Cuando llegué a la mesa, enseguida me di cuenta de que Charlotte no estaba.
—La pobre está enferma —dijo la tía Glenda—. Tiene un poco de fiebre y fuertes dolores de cabeza; supongo que es esa gripe que está causando estragos. ¿Podrás disculpar a tu prima en la escuela, Gwendolyn?
Asentí furiosa. ¡Gripe! ¡Seguro! Lo que Charlotte quería era quedarse en casa para poder registrar mi habitación con calma.
Por lo visto, Xemerius, que se había instalado en el frutero sobre la mesa del desayuno, pensó lo mismo.
—Ya dije que no era tonta esa chica.
Y también mister Bernhard, mientras mantenía en equilibrio un plato con huevos revueltos en la palma de la mano, me dirigió una mirada elocuente.
—La pobre ha tenido que soportar demasiadas emociones estas últimas semanas —añadió la tía Glenda haciendo caso omiso del resoplido descortés de Nick—. No es extraño que su cuerpo pida un descanso.
—No digas tonterías, Glenda —la reprendió lady Arista, y bebió un sorbito de té—. Nosotros los Montrose aguantamos bastante más que eso. Por lo que a mí respecta —Lady Arista irguió su seca espalda— no he estado enferma ni un solo día en toda mi vida.
—La verdad es que yo también me siento bastante… mal —dije.
Sobre todo cuando pensaba que la puerta de mi cuarto ni siquiera podía cerrarse desde fuera. Como casi todas las puertas de la casa, disponía de un sistema de cierre pasado de moda que solo se podía utilizar desde el interior de la habitación.
Enseguida mi madre se levantó de un salto y me puso la mano en la frente.
La tía Glenda puso los ojos en blanco.
—¡Ya estamos otra vez con esas! Gwendolyn sencillamente no soporta no ser el centro de atención.
—Se nota frío. —Mamá me agarró la punta de la nariz con los dedos como si tuviera cinco años—. Y aquí seco y caliente, como debe ser. —Me acarició el cabello—. Este fin de semana puedo dedicarme a mimarte si quieres. Podríamos desayunar en la cama…
—Uau, sí. Y nos lees historias de Peter, Flopsy, Mopsy y Cotton Tail, como antes —dijo Caroline, con el crédito de ganchillo sentado en su regazo—. Y luego alimentaremos a Gweny con trocitos de manzana y le pondremos compresas frías.
Lady Arista colocó una rodaja de pepino sobre su tostada, en la que ya se apilaban en un orden perfecto queso, jamón, huevo revuelto y tomate.
—Gwendolyn, no tienes aspecto de estar enferma, más bien diría rebosas vitalidad.
¡Increíble! ¡Apenas puedes mantener los ojos abiertos del cansancio y parece que te haya mordido un vampiro, y van y te dicen que rebosas vitalidad!
—Hoy estaré todo el día en casa —dijo mister Bernhard—. Podría llevarle a Charlotte un poco de sopa de pollo caliente.
Aunque se lo decía a la tía Glenda, estaba muy claro que aquello iba dirigido a mí.
—Ya me ocuparé yo de mi hija. Usted debería ir al taller Walden Jones para recoger mis encargos y el vestido para la fiesta de Charlotte.
—Eso está en Islington —dijo mister Bernhard, dirigiéndome una mirada de preocupación—. Estaré un buen rato fuera.
—Sí, así es.
La tía Glenda frunció el ceño extrañada.
—Cuando vuelva, podría pararse a comprar unas flores —dijo lady Arista—. Unos cuantos arreglos primaverales para el vestíbulo, la mesa del comedor y la habitación de música. Nada chillón como esos vulgares tulipanes papagayo de hace poco, sino más bien tonos blancos y delicados amarillos y lilas.
Mamá repartió besos de despedida a todos antes de irse a trabajar.
—Si encuentra nomeolvides, podría traerme una macetita, mister Bernhard. O muguete, si ya hay.
—Muy bien —dijo mister Bernhard.
—Sí, ya puestos, traiga también unos lirios, así los pondrán poner en mi tumba cuando haya muerto porque me han enviado a la escuela estando enferma —dije malhumorada, pero mamá ya había salido por la puerta.
—Vamos, no te preocupes —trato de animarme Xemerius—. Su la arpía pelirroja se queda en casa, Charlotte tampoco se podrá pasear tan fácilmente por tu habitación. Y aunque lo hiciera, aún tendría que ocurrírsele la idea de empujar la pared posterior de tu armario y escurrirse hasta el trastero. E incluso entonces nunca conseguiría reunir el valor suficiente para destripar el cocodrilo. ¿Qué? Supongo que ahora te alegras de que esta noche te haya convencido de rajar a ese bicho…
Asentí con la cabeza, aunque me estremecí por dentro al recordar aquel rincón oscuro y siniestro lleno de telarañas, y naturalmente seguía estando preocupada. Si Charlotte realmente había intuido, o sabía incluso, qué debía buscar, no se rendiría tan deprisa. Y, además, yo llegaría a casa más tarde de lo habitual si no conseguía aplazar la vista al baile. Demasiado tarde, tal vez. ¿Qué pasaría si los Vigilantes se enteraban de que el cronógrafo robado se encontraba en nuestra casa? Un cronógrafo al que solo le faltaba la sangre de Gideon para cerrar el círculo. Al pensarlo, se me puso la carne de gallina. Probablemente se quedarían alucinados cuando se dieran cuenta de que se encontraba tan cerca de cumplir la misión de su vida. ¿Y quién era yo para mantener en secreto algo con lo que posiblemente se podía fabricar un remedio contra todas las enfermedades de la humanidad?
—Y siempre existe la posibilidad de que la pobre chica esté enferma de verdad —dijo Xemerius.