—Eso no significa que esté bien.
«Lo sé. Te han hecho daño, y te sientes traicionada. Pero… ¿ese chico era tuyo de verdad, para empezar? Durante todo el tiempo que te he observado, tú lo has mantenido a distancia. Estabas más contenta cuando estabas separada de él».
—Pero Penny debería habérmelo dicho.
«¿Y le has dado la oportunidad de que te lo confesara? No te he visto ir a buscarla ni una sola vez. Y cuando ella se acercó a ti, tú no le prestaste atención porque tenías otras cosas en la cabeza».
Mary Ann dio un puñetazo en el colchón.
—¡Eres exasperante! Hablas igual que mi padre y yo…
«No soy tu padre», gruñó él, y le colocó las patas en los hombros para empujarla hacia atrás. Aquellos ojos verdes la miraron con fijeza.
—¿Y cómo puedo saberlo? —le preguntó Mary Ann—. No estás dispuesto a mostrarme tu forma humana. Podrías ser cualquiera.
Hubo una pausa.
«No puedo hacerlo. Si me mostrara ahora, estaría desnudo».
—Oh.
El lobo, desnudo en su forma humana. Ella nunca había querido ver a Tucker desnudo, pero al lobo… ¿Sería alto y musculoso? ¿Delgado? ¿Guapo?
¿Y qué importaba? ¿Qué iba a hacer ella con un chico desnudo en su cama? ¿Un chico desnudo que la fascinaba? Un chico que la había ayudado a calmar el sufrimiento por lo que había pasado, pensó Mary Ann; ya sólo sentía un vago latido en el pecho.
«Es momento de cambiar de tema, o tal vez él satisfaga tu curiosidad».
—¿Y por qué no me has hablado así en toda la semana?
«Cuanto más te hablo, más deseo seguir haciéndolo. Y ya pienso lo suficiente en ti como para empeorarlo».
—Ah —dijo ella, con un estremecimiento de emoción. El lobo pensaba en ella. Sí, pero, ¿qué pensaba?
—Mary Ann —dijo su padre de repente. La puerta delantera se cerró con un clic que resonó por toda la casa—. Ya estoy en casa.
A ella se le escapó una exclamación de sorpresa. ¿Qué estaba haciendo en casa tan temprano?
—¿Mary Ann?
—Eh… Hola, papá —dijo con la voz entrecortada.
A su padre no le gustaban los animales en absoluto, así que si veía al lobo, seguramente llamaría a la perrera.
—Escóndete —le susurró mientras se zafaba de él.
Se levantó con nerviosismo y salió de la habitación hasta la barandilla de la escalera, desde donde miró hacia abajo. Su padre estaba revisando el correo en la entrada.
—¿Por qué no estás en el trabajo?
—Mi último paciente del día llamó y canceló su cita. He pensado que podríamos salir a cenar fuera.
—¡No! No. Yo… eh… estoy estudiando.
«Por favor, que se retire a su despacho. Oh, por favor, por favor».
Él alzó la vista y frunció el ceño.
—Estudias demasiado, cariño, y no quiero que recuerdes tus años de adolescencia pensando en que deberías haberte divertido más. Ya hemos hablado de esto. Arréglate y vamos al centro —dijo, y dejó los sobres en la consola. Después se dirigió hacia las escaleras—. Yo me daré una ducha y me cambiaré. Estaremos cenando dentro de una hora. Después podríamos ir al cine.
De todos los días que podía pasar con ella, había elegido aquél. Mary Ann no podía librarse de ello sin herir los sentimientos de su padre.
—Muy bien, de acuerdo. Será divertido —dijo.
Él frunció más el ceño e hizo una pausa con la mano apoyada en la barandilla.
—¿Estás bien? Pareces nerviosa.
—Estoy perfectamente —respondió Mary Ann—. Voy a arreglarme.
Sin una palabra más, volvió a su habitación y cerró la puerta. Se apoyó en ella y respiró profundamente.
—Tienes que…
El lobo no estaba por ninguna parte.
—¿Lobo?
No hubo respuesta.
Ella atravesó la habitación hasta la ventana, que estaba abierta. La brisa mecía suavemente las cortinas. Mary Ann se asomó y vio al lobo sentado en el césped del jardín, mirándola.
Él asintió brevemente al verla. Después se dio la vuelta y se dirigió hacia el bosque.
Aden se sentó ante el escritorio y miró los deberes que tenía que hacer: una redacción sobre el motivo por el que las obras de teatro de William Shakespeare todavía eran relevantes en el mundo actual. Se preguntó por qué había luchado tanto por poder asistir al instituto. No había pasado ni un minuto con Mary Ann, no había dado ningún paso para averiguar cómo podía liberar a las almas de su mente y conseguirles cuerpos propios y estaba más que confundido sobre Shannon y el lobo. No sabía si eran el mismo ser, o dos criaturas diferentes.
Desde la tarde en la que Aden había mordido al lobo en la pierna, Shannon lo había estado evitando. Lo miraba con desagrado y le había gruñido, pese a que hubieran hecho una tregua en el instituto el primer día de clase, prueba de que podía ser el hombre lobo enfadado. Sin embargo, Shannon no cojeaba, y eso era prueba de que no debía de ser el hombre lobo.
Aden estaba confuso y triste. Sus profesores no estaban precisamente encariñados con él, no había hecho ningún amigo nuevo y la única amiga que tenía lo estaba eludiendo. No tenían tiempo de hablar en el colegio, y en cuanto sonaba el timbre del final de las clases, Mary Ann salía corriendo hacia el bosque.
Aden sabía por qué. Ella le tenía miedo. Tenía miedo de lo que era y de lo que podía hacer. ¿Cómo no iba a tenerlo? Él era un bicho raro.
No debería haber confiado en ella.
Tal vez el hecho de seguir a Mary Ann aquel día en el cementerio hubiera sido un error. Elijah se lo había advertido.
«Deberías ignorarla», le dijo Caleb, al percibir sus pensamientos. «Trátala con desdén. Eso es lo que realmente capta la atención de una chica».
«No lo escuches», intervino Eve. «En otra vida era un lujurioso, lo sé. Las chicas respetan a los chicos que las tratan bien».
—¿Todavía sigues pensando que la conoces?
«Estoy segura. Tengo algunas ideas sobre cuándo podemos haberla visto, pero todavía no estoy preparada para hablar de ellas».
Aden captó el significado oculto de sus palabras y gimió. Eve estaba planeando llevarlo a un momento anterior, viajar a una versión más joven de sí mismo, para poder visitar el pasado con los conocimientos actuales. El único motivo por el que no lo había hecho era que todavía no sabía el día específico.
—Eve —dijo, pero se interrumpió.
Eve era obstinada, y tal vez se lo llevara aquella misma noche si la irritaba.
Hacía años que no lo obligaba a viajar en el tiempo, y todos se lo agradecían. Lo que tendría que hacer Aden sería resolver el misterio de Eve por ella, antes de que ella recurriera al uso de su don.
—Apagad las luces —dijo Dan de repente.
Se oyeron gruñidos y protestas por los pasillos, seguidos de pasos. Con un suspiro, Aden se puso en pie y apagó la luz de la mesilla. En su habitación se hizo la oscuridad. No se quitó los zapatos, sino que se tumbó en la cama directamente. Estaba muy cansado y muy inquieto, como siempre. En parte, esperaba que Dan se asomara a su habitación a comprobar que estaba bien, así que esperó varias horas tapado hasta la barbilla para ocultar el hecho de que estaba vestido. Las horas pasaron lentamente hasta que sintió que sus compañeros se dormían de aburrimiento.
Finalmente, cuando supo que los demás estaban durmiendo, salió de su habitación por la ventana. Las noches estaban empezando a ser más frías a medida que se acercaba el otoño. Sophia y los demás perros dormían dentro de la casa, con Dan y Meg, así que Aden no tenía que preocuparse de que despertaran a ladridos a todo el rancho.
Como había hecho durante todas las noches de la pasada semana, caminó por el bosque hacia el claro al que le había conducido Victoria. La falta de sueño le estaba convirtiendo en una persona malhumorada, pero prefería tener la oportunidad de verla que la promesa del sueño. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no había vuelto a su lado?
Pese al hecho de que ella bebiera sangre, y de que un día fuera a beber la suya, y pese al hecho de que pudiera convertir a los humanos en esclavos de sangre, él quería verla de nuevo. Necesitaba verla.
Poco a poco percibió un murmullo, y se dio cuenta de que no procedía de su cabeza. Cuanto más se acercaba al claro, más nítido se oía. Aden sintió emoción. ¿La había encontrado por fin?
Se colocó detrás de un tocón grande y escuchó. Uno de los que hablaban era un hombre, y otro, una mujer. Sin embargo, no podía distinguir las palabras. Pronto se dio cuenta de que la voz femenina no era de Victoria. Era demasiado aguda.
Se llevó una decepción. Se hubiera marchado sin averiguar quiénes eran y qué estaban haciendo de no saber que había una vampira por la zona. Tal vez ellos fueran cazadores de vampiros y estuvieran planeando cómo matarla.
Aden no sabía si aquella gente existía de verdad, pero no iba a arriesgarse. Se acercó un poco más a ellos intentando descifrar sus palabras, silenciosamente, hasta que aplastó una ramita con el pie. Se quedó inmóvil, sin atreverse a respirar. Las voces se acallaron.
¿Qué podía hacer? No podía marcharse hasta que lo hicieran ellos, por si acaso aparecía Victoria. Y no podía…
Alguien se abalanzó a él por la espalda e hizo que cayera de bruces sobre un lecho de hojarasca. El impacto lo dejó anonadado, pero pudo rodar hasta que tuvo a su atacante debajo del cuerpo. Le dio un puñetazo en el estómago.
Oyó un gruñido de dolor y se puso en pie, intentando sacar las dagas. Sin embargo, al mirar hacia abajo se dio cuenta de quién lo había derribado.
—¿Ozzie?
—¿Stone? —preguntó Ozzie, y escupió un puñado de tierra—. ¿Ahora resulta que me sigues? ¿Por qué? ¿Es que quieres que me echen del rancho? Pues buena suerte, porque no te lo voy a poner fácil.
Sin previo aviso, le dio una patada entre las piernas a Aden.
Sintió un dolor tan intenso, que se dobló hacia delante. Su piel era como de fuego y de hielo a la vez. Quería vomitar. Dios santo.
Mientras jadeaba, sudaba y combatía las náuseas, sintió también una rabia enorme. Un golpe bajo. Cuando pudiera respirar de nuevo, Ozzie se iba a enterar.
—Vamos a ver cómo puedes hablar de mí sin dientes.
Ozzie le dio un puñetazo en un ojo, y después en los labios. A Aden comenzó a darle vueltas la cabeza, pero su rabia aumentó tanto que le dio alas. Con un rugido, se lanzó hacia delante y agarró al otro chico por la cintura, y ambos cayeron al suelo con un «crac». Ozzie se golpeó la cabeza con una piedra grande y se quedó aturdido.
Aden se puso de rodillas y le dio un puñetazo en la mejilla.
—Esto, por mi primera camisa —dijo, mientras le propinaba otro golpe en un ojo—. Esto por las demás —añadió, y le golpeó en la barbilla. Hubo una salpicadura de sangre, pero Aden, que estaba ciego de rabia, no se preocupó. Sólo quería infligir tanto dolor como fuera posible—. ¡Y esto por mis pelotas!
Ozzie, rugiendo, consiguió liberarse las piernas del cuerpo de Aden y le dio un fuerte empujón en el pecho. Aden salió impulsado hacia atrás y se chocó contra el tronco de un árbol. Después cayó al suelo.
«¿Qué está pasando?», preguntó Eve.
Aden la ignoró, se puso en pie y cargó hacia delante, y golpeó a Ozzie en la garganta con la cabeza. Mientras Ozzie estaba agachado, carraspeando y gorgoteando, Aden le dio una patada en el estómago sin pensarlo dos veces. Ozzie cayó de rodillas, y del bolsillo se le salió una bolsa de plástico. El chico permaneció con la cabeza agachada, cubriéndose la cara con una mano para protegérsela.
—¡Levántate! ¡Pelea conmigo! ¿No era eso lo que querías? —le gritó Aden, sin poder controlarse—. ¡Vamos!
Iba a darle otro puñetazo en la cara, pero oyó una voz femenina.
—Yo no lo haría si fuera tú.
Aquellas palabras fueron seguidas del clic de un arma. Lentamente, Aden se dio la vuelta y vio a una chica que lo apuntaba con una pistola.
Podría ganarla, aunque estuviera sudando y jadeando. Ya no sentía dolor, debido a la adrenalina que recorría su cuerpo. Sin embargo, no le apetecía pegar a una chica.
«Porque está mal», dijo Eve, como si le hubiera leído el pensamiento.
«No va a tener que hacerle daño», dijo Elijah. «Esto se va a arreglar».
«¿Cómo se va a arreglar si hay una chica con una pistola en la mano?», gritó Caleb.
«Corre, Aden», le ordenó Julian. «Echa a correr».
Aden dio un paso atrás.
«¡No te muevas!», rugió Elijah. Aden se quedó quieto.
«Corre», le dijo Julian de nuevo, y Aden dio otro paso.
«Alto».
—¡Callaos! —gritó, tapándose los oídos.
—¡Cállate tú! Y muévete, o te juro que te pego un tiro. ¿Y quién demonios eres? —le gritó la chica. Era guapa, pese al arma. Era rubia y tenía el pelo corto. Tenía un corte en el labio inferior, como si ella también hubiera estado metida en una pelea.
—Tranquila, Casey —dijo Ozzie, sorprendentemente calmado, mientras se ponía en pie. Arrastraba un poco las palabras al hablar, y ya se le estaba hinchando la mandíbula—. Es del rancho.
Ella no bajó el arma.
—¿Y siempre te pegas con los chicos con los que vives?
—Sí —dijo Ozzie. Se agachó y tomó la bolsa de plástico que se le había caído al suelo—. No es policía, y no se va a chivar. Sabe que lo apuñalaría mientras duerme si lo intentara.
Aden sabía que aquello era una bolsa de drogas. Así que Ozzie y la chica iban allí a drogarse.
—Para ser alguien que acaba de perder una pelea, parece que te sientes muy seguro de lo que puedes hacerme.