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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián
Tags: #Divulgación
Una vez asentada firmemente, contando ya con miembros de fuerte personalidad e incluso de notable influencia social, la Golden Dawn se propuso enseñar la magia como parte del conocimiento esotérico, algo que ya había comenzado a hacer de forma general en 1891, el año del fallecimiento de Goodman. La ascensión de McGregor Mathers al cargo de máxima responsabilidad en la orden y sus conocimientos de magia hicieron que la Golden Dawn se convirtiese en un centro de operaciones mágicas, con complejos rituales que hacían que los neófitos tuviesen que pasar cinco grados de iniciación antes de acceder a una orden dentro de la orden, a la que se denominaba coloquialmente la orden interior, pero cuya verdadera denominación era Ordo Rosae Rubeae et Aureae Crucis o RR et AC, la orden de la Rosa Rubí y la Cruz de Oro.
Aunque la verdadera tradición hermética y mágica europea fue absorbida a lo largo de los siglos XVII y XVIII por el éxito en Occidente de la ciencia experimental, tal y como la conocemos hoy en día, las sociedades secretas y ocultistas del XIX elaboraron misteriosos rituales mágicos y un lenguaje cargado de misterio que, apoyado por el uso masivo de símbolos alquímicos, impresionaba mucho a la gente no experta o poco informada. A pesar de esta palabrería, durante estas primeras décadas de existencia, el éxito de la Golden Dawn hizo que muchas personalidades de las más diversas procedencias se interesaran por sus trabajos y sus objetivos. Los más conocidos fueron el escritor irlandés William Butler Yeats (1865-1939) y el legendario mago negro Aleister Crowley (1875-1947). La entrada de estos dos hombres de fuerte personalidad, así como la de otros muchos cuyo interés real por los objetivos iniciales de la orden eran más que discutibles, provocaron problemas internos y querellas cada vez más graves. Comenzó a hablarse de la existencia de una tercera orden interna formada por los auténticos guardianes del secreto y los verdaderos expertos en la ciencia secreta, cuyo nombre nadie conocía y a los que ninguna persona podía acercarse. Por supuesto, no era cierto, pero esas y otras teorías parecidas impulsaron la creencia popular de que la Golden Dawn escondía en su seno una especie de sinarquía, formada por hombres poderosos que eran los que de verdad decidían el futuro, pues controlaban las tendencias filosóficas, políticas, económicas y artísticas de su tiempo.
La Golden Dawn sigue existiendo hoy en día, si bien sus prácticas y sistema de funcionamiento han cambiado mucho. Afortunadamente, en 1937, uno de los miembros, Israel Regardie (1907-1985), publicó todos los rituales secretos de la orden, lo que ha permitido a investigadores y estudiosos del ocultismo contar con los métodos de funcionamiento interno y trabajo de una de las más legendarias sociedades secretas de los siglos XIX y XX, evitando que se perdiesen y acabasen en el olvido.
Aunque diferentes especialistas en la materia han considerado a la masonería como una secta más de las miles seudorreligiosas o seudopolíticas que existen, muchos masones defienden el postulado que les alza como miembros de una sociedad protectora del librepensamiento humano. Conviene aclarar que las denominaciones masón y francmasón significan lo mismo, siendo la segunda una combinación del francés y del inglés que da como resultado la traducción «albañil», como veremos más adelante. Durante siglos, esta corriente racionalista ha inspirado temor en los gobiernos o en la propia Iglesia católica, y no son pocos los países que han prohibido la práctica de sus creencias y costumbres. Lo cierto es que la francmasonería de nuestro tiempo ya no es tan determinante como lo fue en origen, y desde 1968 el propio Vaticano acepta a los masones de credo católico. En cuanto a sus orígenes históricos, son más bien confusos y, según las fuentes que se consulten, nos encontraremos con tal o cual hipótesis acerca de su génesis fundacional. Unos dirán que su raíz se hunde en la niebla del pasado, creyendo que fue Egipto el lugar donde se dieron a conocer por primera vez, mientras que los más numerosos, en cambio, aseguran que los primigenios masones surgen en la construcción del templo de Jerusalén, siendo su primer gran maestre Hiram Abif, el arquitecto de la impresionante edificación hebrea. Empero, el término
free-mason
viene a significar ’albañil que pule la piedra’, lo que nos pone en contacto con un gremio medieval especializado que transmitía sus conocimientos a los aprendices de forma hermética, preservando de ese modo el oficio ante competencia desleal o advenedizos. Sus trabajos, por tanto, estaban muy solicitados por parte de los grandes constructores del pasado, los cuales levantaron los mejores templos religiosos, así como fortalezas, palacios y edificios públicos que aún hoy sobreviven al inexorable paso del tiempo. Si bien no sería hasta el siglo XVIII cuando la francmasonería abandonó lo que se conoce como
masonería operativa
, para adentrarse en la modernidad o
masonería especulativa
, recogiendo las esencias antiguas y medievales e incluyéndolas en una nueva era de progreso y fraternidad para la humanidad.
La masonería propiamente dicha surgió en 1717 por obra de los pastores protestantes ingleses, James Anderson y J. T. Desaguliers. Desde entonces, esa congregación de iniciados recogió las influencias de las corrientes intelectuales del enciclopedismo del siglo XVIII y del racionalismo y el liberalismo del siglo XIX. Su innovadora ideología se propagó muy rápidamente por Europa: en 1721, se constituyó la primera logia en Francia; en 1717, en Rusia, establecida por Pedro I; en 1723, en España; en 1734, en Países Bajos; en 1738, llegó con fuerza a las colonias inglesas de Norteamérica, siendo Boston la primera ciudad que albergó masones en el Nuevo Mundo. La creada en Francia estableció como rito el «escocés antiguo y aceptado», frente al de York de las logias inglesas. Y, en 1738, al fundarse la Gran Logia de Francia, la francesa quedó desvinculada de la inglesa, encontrándose desde entonces en abierta oposición. De esta división nacieron las tres ramas principales de la masonería actual: rito inglés, rito escocés y rito simbólico francés.
Sus protocolos constitucionales declaran que la masonería es una institución esencialmente caritativa, filantrópica, filosófica y progresista, que tiene como meta la indagación de la verdad, el estudio de la moral, el combate de la superstición y la práctica de la caridad. Asimismo, mantienen que uno de sus propósitos vitales es trabajar solamente para el mejoramiento material y social de la humanidad. Los masones afirman reconocer y defender la existencia de Dios y la prevalencia del espíritu sobre la materia, por lo que ningún ateo o materialista puede ser masón. En consecuencia, no se oponen a la religión y mucho menos a la Iglesia católica, es más, recomiendan que cada uno practique su confesión religiosa, ya que no existe ninguna incompatibilidad entre la masonería y las creencias sobrenaturales. La masonería proclama la tolerancia y el respeto a las convicciones políticas e ideológicas de los otros, la autonomía de la persona humana, el amor a la familia, la fidelidad a la patria y la obediencia a la ley. Además, consideran a todos los hombres hermanos, libres e iguales, cualquiera que sea su raza, nacionalidad o religión. Para mayor constatación de estas normas, en cualquier reunión de masones está prohibido hablar o discutir sobre política o religión. En cambio, se apuesta decididamente por que todos sus integrantes sean virtuosos, ejemplares, de buenas costumbres, libres de vicios, sin errores ni prejuicios, observantes de la ley, patriotas, cumplidores del deber, apóstoles del bien, generosos, devotos, pacíficos, abogados de los oprimidos, hermanos de todos y hasta, según sus textos, protectores de las viudas.
Hoy en día no existe ningún temor ante la masonería, sus más de seis millones de integrantes quedan repartidos principalmente entre Estados Unidos, con casi cinco millones, e Inglaterra, con casi medio millón. En el caso de España, reprimidos hasta la saciedad desde el siglo XIX —por su participación directa en los diversos pronunciamientos políticos y militares, la gestación de las dos Repúblicas y algunos asuntos conflictivos para los regímenes dictatoriales—, tan sólo se pueden censar unos tres mil miembros distribuidos en algunas logias. La francmasonería —y sus lemas de libertad, igualdad y fraternidad— sigue siendo fiel al espíritu que la engendró con el ánimo de mejorar nuestra civilización.
En 1623, colocaron sobre los muros de París unos carteles con un texto bastante intrigante:
Nosotros, diputados del Colegio principal de la Rosacruz, visitamos visible e invisiblemente esta Villa por la gracia del Muy Alto, hacia Quien se vuelve el corazón de los Justos. Mostramos y enseñamos a hablar sin libros ni marcas, a hablar toda clase de lenguas de los países en los que deseamos permanecer para liberar a los hombres, nuestros semejantes, del error de la muerte.
Si alguien quiere vernos solamente por curiosidad, jamás comunicará con nosotros, pero si la voluntad le lleva a inscribirse realmente en el registro de nuestra Confraternidad, nosotros, que juzgamos los pensamientos, le haremos ver la verdad de nuestras promesas; no revelaremos el lugar donde nos alojamos en esta ciudad, porque los pensamientos, junto a la voluntad real del lector, serán capaces de hacernos conocer por él y de que él nos conozca a nosotros.
Su lectura provocó excitación por toda Europa y más cuando se dieron a conocer tres manifiestos anónimos en Alemania que hablan por vez primera de una sociedad secreta a la que llaman Rosacruz. Fueron los siguientes:
Fama Fraternitatis
, aparecido en 1614, un curioso opúsculo de quince páginas donde se exponían las ideas fundamentales, aludiendo a un misterioso libro, el
Liber Mundi
, para algunos escrito por Dios;
Confessio Fraternitatis
, también anónimo y publicado en Cassel en 1615; y, por último,
Las Bodas Químicas de Christian Rosenkreutz
, un libro aparecido en el año 1616, y escrito por el erudito luterano Johan Valentín Andrae.
Entre 1614 y 1620, se publicaron alrededor de cuatrocientos panfletos, manuscritos y libros que hablaban de los manifiestos, unos para elogiarlos y otros para denigrarlos. De cualquier manera, su aparición constituyó un importante acontecimiento histórico y esotérico. Un grupo que decía poseer el conocimiento universal no podía dejar indiferente a nadie. Formar parte de sus filas significaba, si era verdad lo que decían esos manifiestos, conocer la lengua en la que se expresaba Adán antes de salir del Paraíso Terrenal y poseer el dominio de la ciencia de los números cabalísticos con la que podrían descifrar los secretos de las Escrituras. De un modo general, los rosacruces defienden la fraternidad entre todos los hombres y que éstos puedan desarrollar sus potencialidades para hacerse mejores, más sabios y felices.
Vamos, que se hablaba de un grupo depositario de los secretos de la ciencia, las artes, la filosofía, la alta magia y la religión. A sus miembros se les atribuía facultades asombrosas y sobrehumanas. Gracias a una hábil propaganda, se les creyó dueños de la piedra filosofal y del elixir de la vida. Tenían capacidad para fabricar piedras preciosas, lámparas que no se apagaban y músicas artificiales. Estarían en posesión, entre otros, del secreto del movimiento continuo y de la interpretación total de los misterios de la naturaleza. Y, por si les parece poco, tenían otras dos facultades para sacar nota: hacerse invisibles y ser inmortales.
La filosofía o pensamiento rosacruz se convirtió en un estilo de vida que recorrió Europa en los siglos XVII y XVIII. Los escépticos decían que la Orden Rosacruz fue creada bajo inspiración protestante para ser un contrapunto a la Compañía de Jesús.
Como todo grupo secreto, sus orígenes son más que difusos y hasta se puede hablar de dos o tres orígenes diferentes. El más fabuloso se remonta a los tiempos de un tal Christian Rosenkreutz, supuesto depositario de los importantes arcanos de Oriente que no debían perderse, de ahí la necesidad de perpetuar esos conocimientos a través de un linaje. Se habla de Rosenkreutz, nacido en 1378 y muerto en 1484, cuya sepultura no fue descubierta hasta ciento veinte años después de su muerte, tal como él mismo había anunciado. Según los manifiestos citados, Rosenkreutz falleció a los ciento ocho años, y su tumba fue encontrada en 1604 en el fondo de una gruta donde había vivido hasta los últimos días de su vida. Sobre la lápida que guardaba sus restos mortales podía leerse la siguiente inscripción: «Abrirán mi tumba cuando transcurran ciento veinte años». Dentro del recinto había una cripta hexagonal con un altar en el centro y debajo de él, apartando una pesada losa de granito, la gruta donde se encontró el cuerpo de Rosenkreutz, «entero y sin consumir», es decir, incorrupto. También existía en dicha cripta un armario de espejos que poseían diversas virtudes y un pergamino titulado
Libro T
, descrito como el mayor tesoro después de la Biblia. Junto al ataúd fueron hallados, en forma de manuscritos, todos los conocimientos secretos que el fundador de la orden había acumulado a lo largo de su vida y que legaba a la Humanidad. Dejaba normas para la creación de una sociedad ocultista con la cual reformar el mundo y llevar a los hombres por el camino de la sabiduría.
Hay quien hace remontar el origen de esta orden a la época de Akhenaton, afirmando que cada ciento veinte años reaparecen sus miembros para dar impulso al mundo, si bien para otros autores estos periodos de actividad son de ciento ocho años, seguidos de un periodo de recogimiento de igual duración. Sería una de las más misteriosas y enigmáticas leyes cíclicas de la organización, cuyo origen se pierde en las tradiciones: los ciento ocho años de acción externa de la orden y sus ciento ocho años siguientes de oculta y silente actividad, una cifra que supone el retorno a la unidad, según el cálculo teosòfico. Cada periodo de renacimiento es como una nueva orden que nace sin conexión alguna con los ciclos precedentes. Durante los ciento ocho años de inactividad, los miembros de las ramas y de la jerarquía no cesan en sus quehaceres individuales. Inician a personas de su familia y se preparan durante los años inmediatos al nuevo nacimiento de la orden, poniéndose en contacto con ramas activas de otros países y anunciando al mismo tiempo el comienzo de un nuevo ciclo en el suyo. Esto se debe a que en la mayoría de los países europeos no había coincidencia de fechas en cuanto a los periodos. Así, vemos que mientras en Alemania la Orden Rosacruz estaba dormitando, en Francia y Holanda estaba muy activa. Por el contrario, la orden se mostraba inerte en Francia cuando renacía en Alemania y culminaba su actividad en Inglaterra.