Enciclopedia de las curiosidades: El libro de los hechos insólitos (33 page)

BOOK: Enciclopedia de las curiosidades: El libro de los hechos insólitos
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E
l sultán selyúcida Key Coubat I ha pasado a la historia por fabricar 300 tiendas de campaña para su ejército con los testículos y escrotos de 30.000 enemigos capturados en batalla.

E
l faraón Menopto, que reinó en Egipto en el siglo III a. de C., tras vencer a sus enemigos los sirios, mandó cortar unos 13.000 penes, trofeo que exhibió para demostrar su gran victoria.

L
a emperatriz romana Teodora (500?-548), esposa de Justiniano I, aunque probablemente nació en Chipre, pasó su juventud en Constantinopla con su madre, una prostituta que vivía amancebada con el guardián de una casa de fieras, llamado Acacio. Tras la temprana muerte de éste, Teodora ayudó al mantenimiento de su familia con diversos trabajos, destacando como actriz y bailarina, aunque más por los escándalos eróticos que protagonizaba que por su calidad artística. Tras pasar algún tiempo en el norte de África con uno de sus amantes (Eubolo o Hacébolo), volvió a Constantinopla y conoció y cautivó al por entonces senador Justiniano, quien enseguida se propuso desposarla. Sin embargo, la ley romana prohibía el matrimonio de los senadores con actrices o cortesanas. Movido por su amor, Justiniano consiguió que su padre adoptivo, Justino, el emperador gobernante, derogase dicha ley. No obstante, todavía hubo de enfrentarse a la opinión de Eufemia, la emperatriz, que se opuso firmemente a su matrimonio con una cortesana plebeya. Justiniano obvió este nuevo inconveniente haciendo nombrar a Teodora patricia. Y así, por fin, el matrimonio pudo celebrarse, con lo que cuando poco después Justiniano fue elevado al trono imperial, su esposa, otrora cortesana, se convirtió en emperatriz. Según las crónicas, esta mujer, de gran belleza, poseía mucha inteligencia y gran fuerza de voluntad, aunque también soportó una justa fama de mujer cruel, depravada y ambiciosa. En su calidad de emperatriz, impulsó una gran relajación moral en todo el imperio, mientras que se constituyó en adalid y defensora de las esposas infieles. Enemiga convencida de las severas leyes romanas contra el desnudo total, se cuenta que solía mostrarse en público vestida exclusivamente con una cinta y que, en muchas fiestas campestres, abría sus
puertas de Venus
a más de diez jóvenes en una sola tarde, cuando no se preocupaba de satisfacer a unos treinta esclavos cada noche. Finalmente, cambió radicalmente su comportamiento, abrazando el cristianismo y convirtiéndose en un dechado de moralidad y en una defensora a ultranza de los valores morales cristianos.

L
a palabra
sadismo
proviene del apellido del Marqués de Sade [Donatien Alphonse François, (1740-1814)], que en realidad era conde y no marqués, y cuya vida y obra reflejan con total exactitud todo aquello que representa este tipo de comportamiento sexual desviado, hecho que le acarreó no pocos castigos y penalidades. Educado por su tío, el abate de Sade, que le dio una formación humanística muy completa, inició la carrera militar que hubo de abandonar pronto por su escandalosa vida. En 1763 se casó con Renée Pelagie, a la que abandonó por su hermana. En 177? un tribunal de Marsella le condenó en rebeldía a la pena capital por sodomía y envenenamiento. Detenido en 1778 por disoluto, a instancias de su propia madre biológica (que era monja) fue encarcelado en la famosa Bastilla, donde escribió sus más pornográficas e inmorales obras. Liberado en 1790, participó en la Revolución, pero en 1793 fue de nuevo encarcelado por los jacobinos. En 1801, Napoleón ordenó su ingreso en el asilo de dementes de Charenton, donde acabó su vida.

E
l zar Pedro I
El Grande
(1672-1725), al conocer la infidelidad de su amante, lady Hamilton, la hizo decapitar, pero, aún enamorado de ella, conservó su cabeza en un frasco de alcohol, que mantuvo en su dormitorio durante años como recordatorio y aviso para el resto de sus muchas amantes. Poco después, descubrió que su segunda esposa, Catalina (que le sucedería en el trono como Catalina I), le era infiel con su caballero de cámara, William Mons. Inmediatamente ordenó que éste fuera decapitado y su cabeza introducida en otro frasco de cristal, colocándolo en el dormitorio de la zarina.

L
a condesa húngara Erzsébet Báthory (1560-1614), que ha pasado a la historia con el sobrenombre de
La condesa sangrienta
por haber asesinado a lo largo de su vida a 610 doncellas, desangraba a sus víctimas y se bañaba en su sangre, porque según ella este era un método infalible para conservar su belleza y juventud para siempre. Por tan horrendo crimen, la condesa fue condenada en 1610 a cumplir una condena de cadena perpetua, prácticamente emparedada en sus aposentos, mientras que sus encubridores (plebeyos) eran quemados vivos.

S
egún el testimonio del cronista romano Suetonio, no siempre fiable, pero sí curioso, el emperador Tiberio (42 a. de C.37) tenía una desmesurada afición al vino, lo que le hizo despreocuparse ostensiblemente de sus obligaciones imperiales. Se cuenta que llegó a tal punto su consumo diario de alcohol que era conocido por los soldados de su guardia como
Biberius Caldius Mero
(en vez de su nombre real Tiberius Claudius Nerón).

E
n cierta ocasión una cortesana griega llamada Lamia tasó sus servicios profesionales en el equivalente a unos 40 millones de pesetas actuales al ser requerida por el rey de Macedonia, Demetrio I
Poliorcetes
(337-283 a. de C.), quien, conforme con el precio, gravó con un impuesto especial el jabón para poder conseguir dicha suma.

E
n un censo efectuado en la ciudad de Roma en 1490 por encargo del Papa Inocencio VIII, se contabilizaron 6.800 cortesanas, prostitutas y concubinas al servicio del disoluto clero romano. Un siglo después, se censaron en Venecia 11.600 cortesanas (un número doce veces superior al de esposas legales existentes en esa ciudad italiana). Según los relatos históricos, la ciudad continuó así durante mucho tiempo. La Venecia del siglo XVIII era también una sociedad depravada y de costumbres muy relajadas. Abundaban el juego y las apuestas más variadas a las que todos, jóvenes o viejos, laicos o seglares, se entregaban. Por ejemplo, una noche de 1762, el abad Grioni apostó toda su ropa a la ruleta, la perdió y no tuvo más remedio que regresar a su monasterio totalmente desnudo. En aquel contexto, monjas con vestidos escotados y adornadas con perlas y otras joyas competían entre sí por el
honor
de servir como amantes a cualquier nuncio papal. Igualmente se consideraba una deshonra para la mujer casada con un patricio no tener un
cicisbeo
, es decir, una combinación muy al gusto de la época entre amante y gentilhombre de servicio.

E
n el corto periodo de seis años, el valido de Carlos IV, Manuel Godoy (1767-1851), por intercesión de la reina consorte María Luisa de Parma (1751-1819), con quien protagonizó una larga y apasionada relación amorosa, obtuvo los siguientes empleos, honores, títulos y prebendas: secretario de la reina; gentilhombre de cámara; regidor perpetuo de Madrid, Santiago, Cádiz, Málaga y Écija; consejero de estado; superintendente general de Correos y Caminos; primer Secretario de Estado y del Despacho; inspector y sargento mayor del Real Cuerpo de Guardias de Corps; capitán general de los Reales Ejércitos; Almirante de España e Indias (con tratamiento de Alteza); caballero comendador de la Orden de Santiago; caballero de la gran cruz de la Orden de Cristo y de la religión de San Juan; caballero de la gran cruz de la Orden de Carlos III; caballero de la Orden del Toisón de Oro; Grande de España de primera clase; señor del Soto de Roma y del estado de Albalá; duque de Alcudia, de Sueca y de Evoremonte, y príncipe de la Paz y de Basano.

H
acia 1878, la Patagonia sufrió una ola de terror causada por un gran número de matones, pistoleros y sujetos similares a los que los hacendados pagaban una libra esterlina por cabeza de indio. Los colones enviaban después sus cráneos al Museo de Antropología de Londres, que les abonaba hasta ocho libras por cada uno.

S
egún sus biógrafos, la cojera que padeció desde la infancia el poeta inglés Lord Byron (1788-1824), causada por un encogimiento del tendón de Aquiles, alteró su personalidad, siendo una de las causas de su carácter excéntrico e hipersensible. Por esta malformación Byron nunca pudo perdonar a su madre, a la que culpaba por haber llevado corsé durante el embarazo. Byron descubrió la sexualidad a la temprana edad de 9 años en brazos de su niñera, May Gray, de 17. A partir de ahí inició una larga carrera de desenfreno en varias vertientes, pues Byron era bisexual, pederasta y buen degustador del adulterio (sus grandes amantes fueron todas casadas). Entre sus amores juveniles el propio Byron recordó siempre a sus primas Mary Duff y Margaret Parker y, sobre todas, a Mary-Ann Chaworth, de quien se enamoró a los 15 años. Mientras tanto, en el colegio reunía a su alrededor toda una corte de admiradores (los condes Delawarr y Clare, el monaguillo John Edleston…). Al finalizar sus estudios, inició un largo viaje por Portugal, España, Malta. Albania y Grecia, en cuyo transcurso sus principales romances ocurrieron en Grecia (tres muchachas menores de 15 años, Teresa, Mariana y Katinka, y algunos muchachos, como Niccolo y Eustache). De vuelta a su país, fue a vivir con él su hermana, Auguste Leigh, casada y con tres hijos, quien, tras convivir unos meses, marchó embarazada. Poco después, Byron pareció estabilizarse al contraer matrimonio con Anne Isabelle Milbanke (1792-1860), una reputada matemática. Pero el matrimonio apenas duró un año. A punto de dar a luz su mujer, le gritaba que ojalá muriera en el parto y que el niño naciera muerto, prometiendo maldecirla si el niño sobrevivía. Cuando al fin su esposa dio a luz una hija, Auguste Ada Lovelace (que posteriormente se haría también famosa como colaboradora del gran matemático Charles Babbage), Byron afirmó: «¡Un instrumento más de tortura que me viene de vos!».

Pronto llevó a vivir con ellos a su hermana Auguste, formándose un extraño
menagè a trois
, que divertía sus noches en escandalosas diversiones. Una de las más recatadas era la de hacer que las dos mujeres compitiesen entre sí en un
original
concurso de besos, con él de jurado y parte a la vez, y que invariablemente acaba con la
victoria
de su hermana. Pero ese explosivo cóctel acabó con la marcha de Auguste y la expulsión de Anna Isabelle a casa de sus padres. A partir de entonces los comentarios sobre las relaciones incestuosas y adúlteras con su hermana, de las que había nacido una niña, Medora, se hicieron incontenibles. A causa de este escándalo, Byron tuvo que abandonar Inglaterra para siempre. Como última prueba de su excentricidad, se marchó de una forma nada discreta, como no podía ser menos de acuerdo a su carácter provocador. Partió en su lujoso carruaje, que contenía una cama, una biblioteca y facilidades completas para cocinar y comer. Marchó exiliado primero a Suiza, donde vivió con su amante, Clara, y con el también poeta Percy Bysshe Shelley y su mujer, Mary (la famosa creadora del arquetipo literario del monstruo de Frankenstein). Pero se las arregló para compartir su lecho, además, con una larga serie de mujeres (Mariana Segati, Margarita Cogni y la joven condesa Guiccioli, todas ellas casadas) y de hombres (entre ellos, Loukas Chalandristanos, un joven griego de apenas 15 años).

C
asada a los 16 años con su primo Francisco de Asís, conocido popularmente, por razones obvias, con el mote de
Doña Paquita
, la reina española Isabel II (1830-1904) se entregó durante toda su vida a una serie de romances e idilios, más o menos conocidos, con distintos personajes palaciegos y con algunos menos escogidos. Uno de sus más conocidos amantes fue el general Francisco Serrano (1810-1885) —conocido como
El General Bonito
—, del que se enamoró aún antes de su boda y al que colmó de favores hasta convertirlo, sin duda, en el hombre más poderoso de la España de la época, poniendo el gobierno en su poder. Incluso un rumor falso llegó a asegurar que el general Serrano era el padre del que luego sería Alfonso XII.

E
n el año 193 de nuestra era, la guardia pretoriana romana, formada por unos 12.000 jóvenes guardias personales de los césares, se rebeló contra el emperador Pertinax (126-193), asesinándole 87 días después de haberle elevado al trono. Ante el vacío de poder y optando diversos candidatos a su sucesión, se decidió poner a pública subasta el trono ese mismo año. Hubo dos postores principales: el suegro del emperador asesinado y Didio Juliano (133-193), el senador más rico de Roma. Tras una encarnizada puja, Juliano ganó con una oferta de 300 millones de sestercios, siendo elegido consecuentemente emperador. Sin embargo, su impopularidad, unida al hecho de que no llegara a satisfacer totalmente el importe de su compra, hizo que su imperio sólo durase 66 días. Un general romano que se hallaba en la ciudad iliria de Panonia, enterado de tan infamante subasta, volvió a Roma con sus legiones e hizo decapitar al emperador, proclamando a Septimio Severo (146-211), padre de Caracalla y el único africano que ocupó en toda su historia el trono romano.

Pioneros

E
l médico francés de la corte de Luis XIV J. B. Denis fue el primero en realizar en 1667 una transfusión de sangre al inyectar cerca de un cuarto de litro de sangre de cordero en las venas de un muchacho agonizante, que recuperó al poco tiempo su salud.

U
n castrador de cerdos de la ciudad suiza de Turgovia, Nufer Alespachin, fue el primer hombre del que se conozca su apellido que realizara una operación de cesárea moderna. En 1500, en efecto, se la realizó a su esposa Elizabeth, siguiendo similar método que el que venía utilizando con las cerdas que criaba.

E
l 3 de diciembre de 1967, el doctor sudafricano Christian Neethling Barnard (1922) realizó el primer trasplante de corazón de cierto éxito de la historia. Un hombre de 55 años llamado Louis Wanshkansky, que padecía una enfermedad coronaria mortal a corto plazo, recibió el corazón de una mujer, Denise Ann Darvall, de 25 años, fallecida horas antes en un accidente de automóvil. Wanshkansky sobrevivió 18 días.

E
l 2 de diciembre de 1982, un equipo encabezado por el doctor William De Vries implantó un corazón artificial al dentista jubilado Barney Clark, de 62 años. El aparato, llamado
Jarvik 7
(en honor de su inventor, Robert Jarvik), hecho de poliuretano, dacron y velcro, reemplazó los ventrículos del enfermo, que sobrevivió hasta el 23 de marzo de 1983, es decir, 112 días.

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