Authors: Nick Hornby
Con Jess nunca sabes si está siendo sagaz o tiene suerte. Cuando abres la boca tan rápido y con tanta frecuencia como ella lo hace, por fuerza tienes que atinar alguna vez. Pero, quién sabe por qué, tenía razón: lo de Kathy jamás me habría sucedido sin la música. Se suponía que era un poco la persona que me levantaría el ánimo, la primera desde la ruptura del grupo (mi primera como músico ya no practicante, porque ya estaba en un grupo cuando perdí la virginidad, y he estado en un grupo desde entonces). Así que, cuando se fue, empecé a preocuparme por cómo iba a funcionar esto en el futuro, y a preguntarme si dentro de cuarenta años estaría en alguna residencia de putos viejos, contándole a alguna pequeña ancianita sin dientes que el mánager de REM había querido representar a mi grupo en una época. ¿Cuándo llegaría a ser una persona, alguien quizá con un trabajo, y con una personalidad respecto de la cual la gente pudiera obrar en consecuencia? No tiene ningún jodido sentido dejar algo si no tienes otro algo que lo reemplace. Pongamos que hubiera seguido charlando con Kathy de los libros que estábamos leyendo, y que no hubiéramos mencionado la música. ¿Nos habríamos acostado? No podía imaginármelo. Me daba la impresión de que, sin mi vieja vida, no tenía vida en absoluto. Lo que me había levantado la moral había acabado por hundirme totalmente en la más jodida de las desesperaciones.
MAUREEN
En realidad no pensamos nada del hecho de que Martin no hubiera bajado a desayunar, aunque el desayuno estuviera incluido en el alojamiento. Me estaba acostumbrando a la idea de que una o dos veces al día sucedieran cosas que no entendía. No entendía lo que Jess había estado haciendo la noche pasada, y no entendía por qué había una mujer desconocida —una chica, en realidad— sentada en nuestra mesa del desayuno. Y ahora no entendía adonde se había ido Martin. Pero no entender estas cosas no parecía importar demasiado. A veces, cuando ves una película de policías y ladrones en la televisión, no entiendes el principio, pero sabes que es así, que no tienes que entenderlo. Sigues viéndola, de todas formas, porque al final, si pones la atención necesaria, alguien va a explicarte algunas cosas que te aclaran la historia. Así que intenté pensar en la vida con Jess y JJ y Martin como si fuera una película de policías y ladrones; si no comprendía algo, no tenía por qué asustarme. Esperaría hasta que alguien me diera una pista. Y, en cualquier caso, empezaba a ver que en realidad no importaba mucho que no entendieras casi nada. Ni siquiera había entendido por qué tuvimos que decir que habíamos visto un ángel, o cómo esta historia del ángel nos había llevado a la televisión. Pero eso estaba ya casi olvidado, así que ¿qué sentido tenía preocuparse? Debo admitir que lo que en sí me preocupaba era dónde iba a sentarse cada cual en el desayuno, pero eso no era porque estuviera confusa. Lo que no quería era que Martin pensara que éramos unos maleducados.
Después del desayuno intenté telefonear a la residencia de Matty, pero no pude arreglármelas sola. Al final tuve que pedirle el favor a JJ, que me explicó que había montones de números de más que marcar aparte de los normales, y que algunos no tenías que marcarlos, y yo no sé qué más. No estaba siendo caradura por usar el teléfono, porque me habían dicho que podía llamar una vez al día, sin que importara el importe; si no, me dijeron, no podría relajarme como Dios manda.
Y la llamada telefónica... Bueno, lo cambió todo. Justo esos dos o tres minutos. Sucedió más en mi cabeza durante esa llamada telefónica que durante todo el tiempo que pasé en la azotea de aquel edificio. Y no es que hubiera ninguna mala noticia, o alguna noticia siquiera. Matty estaba bien. ¿Cómo no iba a estarlo? Necesitaba cuidado, y lo estaban cuidando, y poco más podían decirme, ¿no es cierto? Intenté alargar un poco la conversación, y, si he de ser justa, el enfermero trató de ayudarme a hacerla más larga, Dios le bendiga. Pero a ninguno de los dos se nos ocurría nada que decir. Matty no hace nada en todo el día, y aquel día en particular tampoco había hecho nada. Había estado en el exterior con su silla de ruedas, y hablamos un poco de eso, pero sobre todo hablamos del tiempo, y del jardín.
Y le di las gracias y colgué y me quedé pensando durante un momento, y traté de no compadecerme de mí misma. Amor y preocupación y todo lo demás, las cosas que sólo una madre puede dar... Al final, y por primera vez en la vida de Matty, me daba cuenta de que aquellas cosas no le servían para nada. Lo que yo podía hacer era exactamente lo mismo que podían hacer los empleados de la residencia. Era probable que yo lo hiciera mejor, por la práctica que tenía. Pero en un par de semanas podría haberles enseñado todo lo que necesitaban saber.
Lo que eso significaba era que cuando yo muriera, Matty estaría bien. Y lo que eso significaba era que lo que más miedo me daba, desde que nació, no era en absoluto aterrador. Y, al saber esto, no estaba segura de si seguía queriéndome matar o no. No estaba segura de si mi vida entera había sido o no una pérdida de tiempo.
Fui a la planta baja, y vi a Jess en el vestíbulo.
—Martin ha hecho que nos vayamos del hotel —dijo Jess.
Yo le sonreí cortésmente, pero no me paré. Seguí andando. No me importaba que Martin hubiera decidido que dejáramos el hotel. Si no hubiera hecho la llamada telefónica sí me habría importado, porque era él quien administraba nuestro dinero. Pero incluso si se hubiera ido con él, no habría importado mucho, ¿no es cierto? Me quedaría allí, o no, y comería, o no, y bebería, o no, e iría a casa, o no, y lo que hiciera o no hiciera no tenía por qué importarle en absoluto a nadie. Y seguí andando durante casi todo el día. ¿La gente se pone triste a veces en vacaciones? Supongo que sí, teniendo todo ese tiempo para pensar en sus cosas.
Durante el resto de la semana traté de mantenerme al margen de mis compañeros. Martin se había ido, y a JJ no parecía importarle. Jess no se lo pasaba muy bien, y una o dos veces intentó convencerme para que comiera con ella, o para que la acompañara a la playa. Pero lo que hice fue sonreírle y decir: No, gracias. No dije: ¡Pero si siempre me tratas de pena! ¿Por qué quieres hablar conmigo ahora?
Tomé prestado un libro de la pequeña librería de la recepción, una novela tonta, de cubierta rosa brillante, titulada
Zarpas para Beth
, sobre una chica soltera cuyo gato se convierte en un apuesto joven. Y el apuesto joven quiere casarse con ella, pero ella no está segura porque es un gato, así que se toma un tiempo para decidir. Y a veces leo esta novela, y a veces duermo. Siempre he estado sola.
Y el día anterior de nuestra vuelta a casa fui a misa (por primera vez en un mes). Había una vieja iglesia preciosa en el centro, mucho más bonita que la nuestra en Inglaterra, que es moderna y cuadrada. (A menudo me he preguntado si Dios habrá encontrado nuestra iglesia, pero supongo que ya lo habrá hecho a estas alturas.) Fue más fácil de lo que pensaba entrar en ella y sentarme, sobre todo porque no conocía a nadie. Pero después todo se me hizo un poco más difícil, porque la gente me parecía tan extranjera, y muchas veces no sabía bien en qué parte estábamos por culpa del idioma.
Aunque acabé acostumbrándome. Era como entrar en un recinto oscuro —y estaba oscura, la verdad, mucho más oscura que la nuestra—. Al cabo de un rato, empecé a distinguir mejor las cosas, y lo que pude ver fue gente como de casa. No gente concreta, por supuesto, sino su versión de Tenerife. Había una mujer que se parecía a Bridgid, que conocía a todo el mundo y no hacía más que mirar de un lado a otro los bancos y sonreír y asentir con la cabeza. Y había un hombre sin demasiada estabilidad en los pies, incluso a aquella hora del día (y ése sería Pat).
Y entonces me vi a mí. Tendría mi edad, y estaba sola, y tenía un hijo ya crecido en una silla de ruedas que no sabía en qué día estaba, y durante un ratito me quedé mirándolos fijamente, y la mujer se dio cuenta, y como es lógico pensó que era una maleducada. Pero me pareció tan extraña aquella coincidencia... Hasta que pensé detenidamente en ella. Y lo que pensé fue que es probable que entres en una iglesia de cualquier parte del mundo y veas a una mujer de mediana edad, sin ningún marido a la vista, empujando la silla de ruedas de un hombre joven. Seguramente será una de las razones por las que se inventaron las iglesias.
MARTIN
Nunca he sido un hombre particularmente introspectivo, y lo digo sin ningún ánimo de disculpa. Alguien podría argüir que la mayoría de los problemas del mundo los causa la introspección. No me estoy refiriendo a cosas como las guerras, las hambrunas, las enfermedades o los crímenes violentos —no a esa clase de problemas—. Estoy pensando más en cosas como esas columnas enojosas de los periódicos, esos llorosos invitados en los programas de entrevistas, etcétera. Ahora puedo ver, sin embargo, que es muy difícil evitar la introspección cuando uno no tiene nada que hacer más que sentarse aquí y allá y pensar en sí mismo. Puedes tratar de pensar en otra gente, supongo, pero esa otra gente en la que trataba de pensar tendía a ser gente que conocía, y pensar en gente que conocía no hacía más que hacerme volver a donde no quería estar.
Así que, en cierto sentido, fue una equivocación marcharme del hotel e irme a mi aire, porque aunque Jess me irritaba hasta extremos de exasperación, y Maureen me deprimía, ocupaban una parte de mí que no debía dejar nunca sin habitar ni amueblar. Y tampoco era sólo eso: también me hacían sentirme relativamente colmado en cuanto a logros. Yo había hecho cosas, y porque había hecho cosas existía la posibilidad de que un día llegara a hacer otras. Ellos no habían hecho nada en absoluto, y no era difícil imaginar que iban a seguir sin hacer nada en absoluto, y eso me hacía verme y sentirme como una especie de líder mundial que dirige una multinacional por las noches y un grupo de scouts los fines de semana.
Me alojé en una habitación más o menos idéntica a la que acababa de dejar, con la diferencia de que esta vez me obsequié con un balcón y su vista al mar. Y me senté en el balcón durante dos días enteros, contemplando el mar y practicando la introspección. No puedo decir que, en tal introspección, fuera particularmente inventivo; las conclusiones a las que llegué el primer día fueron que casi todo en mi vida había sido un inmenso despropósito, y que estaría mucho mejor muerto, y que si moría nadie me iba a echar en falta o sentirse mal por mi muerte. Y luego me emborraché.
El segundo día fue sólo ligeramente más constructivo; habiendo llegado a la conclusión la noche anterior de que nadie me iba a echar de menos si moría, caí en la cuenta tardíamente de que la mayoría de mis congojas no eran culpa mía sino de otros: estaba alejado de mis hijas por Cindy, y Cindy era asimismo responsable de que se hubiera acabado nuestro matrimonio. ¡No había cometido más que una equivocación! De acuerdo, nueve equivocaciones. ¡Nueve equivocaciones en, pongamos, un centenar de oportunidades! ¡Había sacado el noventa y uno por ciento y aun así se me suspendía! Me metieron en la cárcel a) por una encerrona de los agentes de la ley, y b) porque la actitud de la sociedad en relación con la sexualidad adolescente es absolutamente anticuada. Perdí mi trabajo por la hipocresía y deslealtad de mis patronos. Así, al final del segundo día lo que tenía ganas de hacer era matar a cierta gente en lugar de matarme a mí mismo, y eso por fuerza ha de ser más sano, ¿o no?
Jess me encontró al tercer día. Yo estaba sentado en un café, leyendo un
Daily Express
de hacía dos días y tomándome un café con leche
[27]
, y Jess se sentó enfrente de mí.
—¿Dicen algo de nosotros? —dijo.
—Eso espero —dije—. Pero aún no he leído más que los deportes y el horóscopo. Todavía no he mirado la primera plana.
—Curioso. ¿Puedo quedarme sentada contigo?
—No.
Siguió sentada de todas formas.
—¿A qué se debe todo esto?
—¿Todo qué?
—Esto... Esos grandes morros.
—¿Crees que estoy de morros?
—¿Cómo lo llamarías tú, entonces?
—Estoy más que harto de ti.
—¿Qué hemos hecho?
—No pluralices
[28]
. Me refiero sólo a ti. A
toi
, no a
vous
.
—¿Por lo de la otra noche?
—Sí, por lo de la otra noche.
—No te gustó que dijera que eras mi padre, ¿verdad? Tienes los años suficientes para serlo.
—Me doy perfecta cuenta.
—Sí. Pues que no te afecte. Relájate.
—No me afecta. Ya estoy relajado.
—Eso parece.
—Jess, no estoy enfurruñado. ¿Crees que me he ido del hotel porque dijiste que era tu padre?
—Sí.
—¿Porque lo odias? ¿Porque se avergonzaría de su hija?
—Las dos cosas.
Cuando piensa que estás reculando, adopta una actitud pensativa (y por «pensativa» entiendo «de reproche de sí misma», que para mí es el único resultado posible de cualquier pensamiento prolongado de su parte). Decidí que no me iba a engañar.
—No me vas a engañar. Piérdete.
—¿Qué he hecho ahora? Joder.
—Estás fingiendo que eres un ser humano con mala conciencia.
—¿Qué quiere decir «mala conciencia»?
—Que te remuerde la conciencia.
—¿Por qué?
—Piérdete, ¿quieres?
—¿Por qué?
—Jess. Estoy de vacaciones. Quiero unas vacaciones de ti, mayormente.
—Así que lo que quieres es que beba y me drogue.
—Sí. Eso es lo que me encantaría que hicieras.
—Vale. Muy bien. Y si lo hago me echas una bronca.
—No. No hay broncas. Lárgate.
—Estoy aburrida.
—Pues vete a buscar a JJ o a Maureen.
—Son aburridos.
—¿Y yo no?
—¿A qué famosos has conocido? ¿Has conocido a Eminem?
—No.
—Sí, pero no me lo quieres decir.
—Oh, por el amor de Dios.
Dejé dinero sobre la mesa, me levanté y me fui. Jess me siguió por la calle.
—¿Qué tal una partida de billar?
—No.
—¿Sexo?
—No.
—¿No te gusto?
—No.
—Hay hombres a los que sí les gusto.
—Pues folla con ellos. Jess, lamento decirlo, pero creo que nuestra relación se ha terminado.
—No si te sigo por todas partes todo el día, ¿no?
—¿Y crees que te va a funcionar a la larga?
—Me tienen sin cuidado las cosas a la larga. ¿Y lo que te dijo mi padre de lo de cuidarme? Yo pensaba que me ibas a cuidar. Podría reemplazar a las hijas que has perdido. Y así podrías encontrar la paz interior, ¿no te parece? Hay montones de pelis que tratan de eso.