En picado (27 page)

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Authors: Nick Hornby

BOOK: En picado
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En cuanto el hombre se lanzó al vacío y oímos el impacto abajo, nos dirigimos a las escaleras. Decidimos que era mejor no quedarnos y vernos obligados a explicar nuestro papel —si es que teníamos alguno— en la muerte de aquel pobre desdichado. Teníamos cierta experiencia en Toppers' House, y, si hablábamos de ello, no haríamos sino confundir las cosas. Si la gente sabía que habíamos estado allí arriba, la nitidez de la historia —hombre desdichado que salta desde la cornisa de un edificio— ya no sería tan nítida, y la gente entendería menos en lugar de más. Y nosotros no queríamos eso.

Así que nos lanzamos escaleras abajo con la rapidez que nos permitían los pulmones deteriorados y las piernas varicosas, y nos fuimos cada uno por su lado. Estábamos demasiado nerviosos para coger un taxi juntos, así que nos separamos en cuanto llegamos a la calle. (¿Cómo estaría por las noches, me pregunté camino de casa, el pub más cercano a Toppers' House? ¿Lleno de gente infeliz con idea de subir a la azotea, o de gente medio aturdida, medio aliviada por haber acabado desistiendo? ¿De una incómoda mezcla de ambos? ¿Reconoce el propietario del pub la singularidad de su clientela? ¿Explota el estado de ánimo de ésta para sacar más ganancias, ofreciendo, por ejemplo, una Hora Desdichada? ¿Intenta alguna vez que los que están Más Altos —en este caso, la gente más infeliz— se mezclen con los que están Más Bajos? ¿O que los que están Más Altos se mezclen entre ellos? ¿Ha nacido de ahí alguna vez una relación amorosa? ¿Ha sido en alguna ocasión el pub responsable de alguna boda, y, quizá, de algún bebé?)

Volvimos a reunimos a la tarde siguiente en Starbucks, y todos estábamos muy tristes. Unos cuantos días antes, en el período que siguió inmediatamente a las vacaciones, habíamos visto claramente que de poco nos servíamos unos a otros; ahora resultaba difícil imaginar qué otra gente podría brindarnos una compañía mejor. Miré el local a mi alrededor, a los clientes: jóvenes madres con cochecitos de bebé, hombres jóvenes y mujeres con traje y teléfonos móviles y papeles, estudiantes extranjeros... Traté de imaginarme poniéndome a hablar con cualquiera de ellos, pero me resultó imposible. No querrían oír hablar de gente que se tira de las azoteas de los edificios. Nadie querría, salvo la gente con la que estaba sentado.

—He estado en vela toda la noche pensando en ese tipo —dijo JJ—. Tío. ¿Qué podría pasarle?

—Probablemente, ya sabes... Una «reina del drama». Una «reina del drama» macho. Un «rey del drama» —dijo Jess—. Tenía esa pinta.

—Eso es muy sagaz, Jess —dije—. Por lo poco que lo vi antes de que se lanzara al vacío, no me pareció alguien con problemas especialmente graves. Nada comparable a los vuestros, en cualquier caso.

—Saldrá en el periódico local —dijo Maureen—. Normalmente sale. Solía leer esas noticias. Sobre todo cuando se acercaba Nochevieja. Y me comparaba con ellos.

—¿Y? ¿Salías bien parada?

—Oh, sí —dijo Maureen—. Bastante bien. Lo de algunos de ellos no lo lograba entender.

—¿Qué tipo de cosas?

—Dinero.

—Debo montones de dinero a la gente —dijo Jess con orgullo.

—Quizá tendrías que pensar en matarte —dije yo.

—No es mucho, en realidad —dijo Jess—. Veinte libras aquí, veinte libras allá.

—Aun así. Una deuda es una deuda. Y si no puedes pagar... Quizá deberías tomar la salida honrosa...

—Eh, tíos —dijo JJ—. Centrémonos un poco, ¿vale?

—¿En qué? ¿No es ése el problema? ¿Que no tenemos en qué centrarnos?

—Centrémonos en ese tipo.

—No sabemos nada de él.

—No, pero..., no sé. Me parece importante. Era lo que nosotros íbamos a hacer.

—¿De veras?

—Yo sí —dijo Jess.

—Pero no lo hiciste.

—Te sentaste en mi cabeza.

—Pero no has hecho nada al respecto desde entonces.

—Bueno. Fuimos a aquella fiesta. Y hemos ido de vacaciones. Y, bueno, ya sabes. Ha venido una cosa detrás de otra.

—Terrible, ¿no?, cómo te pasan a ti las cosas. Tendrás que borrar ciertos momentos de tu diario. Porque si no la vida va a seguir saliéndote al paso.

—Calla la boca.

—Chicos, chicos...

Una vez más, me había permitido a mí mismo entrar en una escaramuza indigna con Jess. Decidí actuar de un modo más neutro.

—Como JJ, me he pasado la noche cavilando —dije.

—Gilipollas.

—Y mi conclusión es que no somos gente seria. Nunca hemos sido serios. Estuvimos más cerca que algunos, pero nunca tan cerca como otros. Y eso nos coloca en una especie de aprieto.

—Estoy de acuerdo. Estamos jodidos —dijo JJ—. Perdón, Maureen.

—Me estoy perdiendo algo —dijo Jess.

—Eso es lo que hay —dije—. Ésos somos nosotros.

—¿Qué es lo que somos?

—Esto. —Hice un gesto vago en torno, señalando a la gente que estaba en las mesas, a la lluvia de afuera; todo parecía hablar elocuentemente de nuestra actual condición—. Esto es lo que hay. No hay salida. E incluso la salida no es la salida. No para nosotros.

—A tomar por culo lo que dices —dijo Jess—. Y nada de perdón, Maureen.

—La otra noche iba a contaros algo que había leído en una revista. Sobre el suicidio. ¿Os acordáis? Bueno, pues el tipo que lo escribió calcula que la crisis dura noventa días.

—¿Qué tipo? —preguntó JJ.

—El suicidólogo.

—¿Es una profesión?

—Todo es una profesión.

—¿Y qué? —dijo Jess.

—Que de los noventa días llevamos cuarenta y seis.

—¿Y qué pasa después de los noventa días?

—No pasa
nada
—dije—. Sólo que... las cosas son diferentes. Las cosas cambian. El estado exacto de las cosas que te llevó a pensar que la vida te resultaba insoportable..., ha cambiado de algún modo. Es una especie de versión «vida real» de la astrología.

—Nada va a cambiar para ti —dijo Jess—. Vas a seguir siendo el tipo de la tele que se acostó con una chica de quince años y le metieron en la cárcel. Nadie va a olvidar eso nunca.

—Sí. Bien. Estoy seguro de que lo de los noventa días no va a funcionar en mi caso —dije—. Si es que eso te hace más feliz.

—Tampoco funcionará con Maureen —dijo Jess—. Ni con JJ. Pero yo sí podría cambiar. Yo cambio, y mucho.

—Lo que yo digo, de todas formas, es que por qué no prolongamos otra vez nuestra fecha límite. Porque... Bueno, no sé vosotros, pero yo me he dado cuenta esta mañana de que de momento no estoy, ya sabéis, preparado para seguir solo. Es extraño, porque lo cierto es que no me gustáis mucho ninguno. Pero, al parecer, sois..., no sé..., lo que necesito. ¿Sabéis cómo a veces uno sabe que tiene que comer más repollo? ¿O beber más agua? Pues algo así.

Hubo un arrastramiento general de pies en el suelo, que interpreté como una declaración de solidaridad a regañadientes.

—Gracias, tío —dijo JJ—. Muy emotivo. ¿Cuándo se cumplen los noventa días?

—El treinta y uno de marzo.

—Vaya, es una coincidencia, ¿no? —dijo Jess—. Tres meses exactamente.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, la cosa no es matemática, ¿no?

—¿Y? ¿Y valdrían ochenta y ocho días?

—Con otros meses, sí.

—No, ya lo veo —dijo JJ—. Tres meses suena perfecto. Tres meses es como una estación.

—Muy parecido —convine—. Dado que hay cuatro estaciones, y doce meses en un año.

—Así que vamos a pasar el invierno juntos. Es genial. En invierno es cuando te entra la depre —dijo JJ.

—Y va a notarse —dije.

—Pero tenemos que hacer algo —dijo JJ—. No podemos quedarnos sentados esperando a que pasen los tres meses.

—Típico de los norteamericanos —dijo Jess—. ¿Qué es lo que quieres hacer? ¿Bombardear algún pequeño país de algún sitio del planeta?

—Claro. Me quitaría muchas cosas de la cabeza, un buen bombardeo.

—¿Qué deberíamos hacer? —le pregunté.

—No sé, tío. Sólo sé que si nos pasamos seis semanas perdiendo el tiempo y lamentándonos, no vamos a ayudarnos a nosotros mismos.

—Jess tiene razón —dije—. Típico norteamericano. «Ayudarnos a nosotros mismos.» Autoayuda. Puedes lograr lo que quieras si fijas la mente en ello, ¿no es eso? Podrías ser presidente.

—Pero ¿qué diablos os pasa, capullos? No estoy hablando de llegar a ser presidente. Estoy hablando de la vida, de encontrar un empleo de servir mesas.

—Genial —dijo Jess—. No nos suicidemos porque alguien nos ha dado una propina de cincuenta peniques.

—Eso no se da nunca en este puto país —dijo JJ—. Perdón, Maureen.

—Siempre podrías volverte al sitio de donde has venido —dijo Jess—. Eso ya sería un cambio. Además, vuestros edificios son más altos, ¿no es cierto?

—En fin —dije—. Nos quedan cuarenta y cuatro días.

En el artículo que leí había algo más: una entrevista con un hombre que sobrevivió después de lanzarse del puente Golden Gate de San Francisco. Dijo que dos segundos después de saltar, cayó en la cuenta de que en su vida no había nada a lo que no pudiera enfrentarse, ningún problema que no pudiera resolver —aparte del problema que acababa de crearse al lanzarse al vacío—. No sé por qué no les conté a los demás este hecho: era una información importante. Pero de momento quería reservármela. Consideré que podría ser de mayor utilidad más tarde, cuando todo terminara. Si es que lo hacía alguna vez.

MAUREEN

Salió en el periódico local a la semana siguiente. Recorté la historia y la guardé, y la leo de vez en cuando, para tratar de entender mejor a ese pobre hombre. No podía quitármelo de la cabeza. Se llevaba David Fawley, y se había tirado de Toppers' House por problemas con su mujer y sus hijos. Su mujer había conocido a alguien, y se había ido a vivir con él llevándose a los niños. Vivía a dos calles de distancia, lo cual me pareció muy extraño, una coincidencia, hasta que me di cuenta de que la gente que sale en el periódico local viven todos en las cercanías, a menos que venga de visita para inaugurar un colegio o algo. Glenda Jackson, por ejemplo, vino una vez al colegio de Matty.

Martin tenía razón. Cuando vi cómo David Fawley se lanzaba hacia la muerte comprendí que yo, aquella Nochevieja, no estaba preparada. Había estado preparada para hacer los preparativos, porque ello me dio algo que hacer —Nochevieja era una fecha que uno esperaba de una forma extraña—. Y cuando me encontré con gente con la que hablar, me hizo feliz hablar en lugar de tirarme. No me lo impidieron, ni se sentaron encima de mi cabeza. Pero aun así, bajé las escaleras y fui a aquella fiesta. El pobre David no había querido hablar con nosotros; es lo que pude comprobar. Había venido a matarse, no a parlotear. Yo pensé que había ido a tirarme, pero acabé parloteando.

Si se piensa en ello, ese muchacho, David, y yo éramos totalmente opuestos. Él se mató porque se había quedado sin sus hijos, y yo había pensado en hacerlo porque mi hijo seguía conmigo. Tiene que haber muchas situaciones parecidas a las nuestras. Debe de haber gentes que se matan porque su matrimonio se ha acabado, y otras que se matan porque no ven el modo de salir del matrimonio en que están metidos. Me preguntaba si esto podría hacerse con toda la gente; si cada situación desdichada tendría una situación desdichada opuesta. Pero vi que esto no era válido para el caso de la gente que tiene deudas: nadie se mataría por tener demasiado dinero. Esos jeques del petróleo no parece que se suiciden muy a menudo. O, si lo hacen, nadie habla nunca de ello. De todas formas, quizá haya algo de verdad en esto de los opuestos. Yo tenía a alguien, y David no tenía a nadie; y él se tiró al vacío y yo no. Cuando hablamos del suicidio, nadie vence a nadie, no sé si me explico. No hay ninguna cuerda que tire de ti para retenerte.

Recé por el alma de David, aunque sabía que no podía hacerle ningún bien, porque había cometido el pecado de la desesperación, y mis plegarias caerían en oídos sordos. Y luego, cuando Matty se hubo dormido, lo dejé solo cinco minutos y salí y caminé calle abajo para ver dónde había vivido David. No sé por qué lo hice, o qué esperaba ver, pero no había nada que ver, por supuesto. Era una de esas calles llenas de casas grandes que se han convertido en apartamentos, así que eso es lo que descubrí, que vivía en un apartamento. Y como se hacía tarde me di la vuelta y volví a casa.

Aquella noche vi una película en la televisión que trataba de un detective escocés que no se llevaba muy bien con su ex esposa. Así que pensé un poco más en David, porque supongo que tampoco él se llevaba muy bien con su ex esposa. Y no estoy segura de que ése fuera el punto fuerte de la trama, pero en la cinta no había demasiado sitio para montones de discusiones entre el detective escocés y su ex esposa, porque la mayoría del tiempo él tenía que descubrir quién había matado a la mujer y dejado su cuerpo frente a la casa de su ex marido para que pareciera que el asesino era éste (un ex marido diferente). Así que en la hora que duraba probablemente sólo había diez minutos de discusiones del detective con su ex esposa, y sus hijos, y cincuenta de investigación de quién había puesto el cadáver de la mujer en el cubo de la basura. Cuarenta minutos, más bien, porque habría que descontar los anuncios. Me di cuenta del detalle porque estaba un poco más interesada en las discusiones que en el cuerpo, y lo cierto es que las discusiones no salían muy a menudo.

Y el cálculo me pareció correcto: diez minutos en cada hora. Seguramente era correcto para la película, porque se trataba de un detective, y era más importante para él y para los espectadores que se pasara la mayor parte del tiempo resolviendo los asesinatos. Pero creo que aunque no se trate de una película en la tele, diez minutos cada hora es un tiempo razonable para tus problemas. David Fawley estaba en el paro, así que existe una gran probabilidad de que se pasara sesenta minutos a la hora pensando en su ex esposa, y en sus hijos, y cuando uno hace esto está condenado a acabar en la azotea de Toppers' House.

Lo sé bien. No tengo discusiones, pero ha habido montones de veces en mi vida en que no he podido evitar que Matty me ocupase los sesenta minutos de una hora. No tenía otra cosa en que pensar. Últimamente tengo más cosas en la cabeza, gracias a los del grupo, y a las cosas que les han pasado en la vida. Pero la mayor parte del tiempo, la mayoría de los días, han sido Matty y yo, solamente, y eso supone un gran problema.

De todas formas, aquella noche fue un verdadero batiburrillo de pensamientos. Estaba en la cama medio dormida, pensando en David, y en el detective escocés, y en que bajaba de la azotea para ir a buscar a Chas, y al final todos estos pensamientos se habían desenredado, y cuando me desperté por la mañana decidí que sería una buena idea averiguar dónde vivía la mujer y las niñas de Martin, para ir a verlas y hablar con ellas y ver si existía alguna posibilidad de que la familia volviera a juntarse. Porque si eso funcionaba, Martin no estaría tan reconcomido con algunas cosas, y tendría a alguien en lugar de a nadie, y yo tendría algo que hacer durante cuarenta o cincuenta minutos de una hora, y les sería de ayuda a todos.

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