Era su letra, su mensaje, su carta. La que escribió a los seis años. No podía ser, era sencillamente imposible.
—Pero... ¿cómo...?
Dominique, en medio de su estupor, no acertaba a articular palabra. Su rostro, congestionado por la impresión, seguía clavado en el sobre. Lo abrió sin atreverse a mirar a su amigo. En su interior, se encontró con el texto que escribió de niño ayudado por su madre. Una oleada de recuerdos que no había previsto lo invadió, haciéndole llorar.
—Dios mío, Pascal —logró decir, intentando respirar con normalidad—. Creo que vas a tener que repetirme tu historia.
Pascal, por primera vez en su vida, irradiaba una confianza espectacular en sí mismo.
* * *
El monstruo acercó su rostro al de Edouard, que recibió en plena cara su aliento repugnante.
—¿Dónde está...? —susurró con voz cavernosa—. ¿Dónde está la Puerta...?
Edouard, sorprendido, no tardó en entender lo que aquel asesino de ultratumba estaba buscando. Menos mal que él no sabía nada, porque, con el miedo que lo dominaba, se lo habría dicho todo.
—No lo sé... —contestó intentando que los dedos que le marcaban el cuello no lo estrangularan—. No sé dónde está...
El vampiro volvió a enseñar los colmillos, mirándole con odio. Edouard sintió el tacto helado de su amuleto, que no había tenido ocasión de mostrar a su atacante. Lo lamentó, pues estaba convencido de que le quedaba muy poco tiempo de vida.
Sonaron unos pasos cerca de allí. Alguien se aproximaba al pasaje. El vampiro enfocó sus pupilas malignas hacia el origen del ruido y luego las volvió hacia su víctima. Sonrió y le transmitió un último mensaje:
—Nos volveremos a ver...
A continuación, el brazo que sujetaba a Edouard hizo un movimiento brusco y el chico se vio lanzado varios metros contra una pared. Pero qué fuerza tan extraordinaria tenía aquel ser.
Edouard quedó tendido en el suelo, maltrecho por la violencia del golpe, a punto de perder la consciencia. El monstruo había desaparecido, y en su lugar aparecía ahora la figura de un hombre corriendo hacia él: un paseante que, sin saberlo, le había salvado la vida.
—¡No te muevas, es posible que tengas la columna lesionada! le avisó el desconocido—. Soy médico, me llamo Marcel Laville. Ya he avisado a emergencias.
En medio de su dolor, el chico solo pensaba en avisar a Daphne de lo que se le venía encima. Al menos, antes de que la encontrara el vampiro.
* * *
Daphne maldecía en voz alta. El móvil de Pascal seguía fuera de cobertura, y la vidente tenía que encontrarlo con urgencia para ponerlo al corriente de sus inquietantes presagios sobre Michelle. Quizá todavía no era demasiado tarde para actuar, y así podrían evitar que le ocurriera algo terrible a la chica.
La vieja bruja llevaba bastante rato caminando por las calles del centro, detectando rastros que la orientaran hacia el chico. De hecho, se estaba haciendo muy tarde, demasiado, dadas las peligrosas circunstancias en las que se encontraba. La noche había pasado a ser su enemiga.
Su intuición había terminado llevándola hasta un instituto. ¿Estudiaría allí el chico? ¿Se encontraría en ese centro escolar en aquel momento? Las puertas del edificio estaban abiertas a pesar de la hora, debido a las clases nocturnas. Daphne se estudió a sí misma antes de seguir, y llegó a una conclusión incómoda: el conserje no la dejaría entrar debido a su indumentaria, así que la vidente se dedicó a esperar en las proximidades hasta que pudo aprovechar un descuido del empleado para colarse.
En cuanto estuvo en el interior del centro, su avance clandestino se vio obstaculizado por una riada de imágenes violentas que, de improviso, asolaron su mente. Casi a ciegas, logró llegar hasta un cuarto de baño, donde se encerró para intentar recuperarse de aquellas visiones. Ya no hacía falta que nadie le dijera que en aquel instituto habían asesinado al profesor Delaveau.
En cuanto se hubo recuperado, la vidente abrió un poco la puerta del baño, desde donde espió el panorama del corredor que tenía delante. ¿Cuál iba a ser su próximo movimiento?
Salió al pasillo y lo recorrió con la mayor naturalidad posible hasta llegar a una esquina que daba al amplio vestíbulo del centro. Se asomó con discreción, observando una escena poco llamativa: un tipo que parecía profesor llegaba en aquel momento al edificio, con cierta prisa, y se despojaba de un abrigo oscuro mientras saludaba al portero.
Daphne sintió un pinchazo de frío en el pecho. Al principio no cayó en la cuenta, pero en seguida se acordó del talismán que llevaba al cuello. La alarma recorrió su cuerpo. Observó su amuleto, que había adquirido una temperatura helada. El Mal estaba cerca.
La pitonisa, que se había relajado un momento, se apresuró a recuperar su pose vigilante. Lo que vio incrementó su preocupación: el profesor se había detenido de golpe en medio del vestíbulo. Y estaba volviendo la cabeza, lentamente, hacia donde se encontraba ella.
La Vieja Daphne observó algo aún más inquietante: en el vestíbulo del
lycée
había un gran espejo... en el que no se reflejaba aquel individuo.
—¡Dios! —dijo ella al comprender lo que ocurría—. Busco a Pascal y casi me doy de bruces con el vampiro.
PASCAL, en su casa, terminaba de narrarle a su amigo aquel último viaje al Mundo de los Muertos. La atención de Dominique era tal que parecía absorber cada palabra que brotaba de sus labios.
Incluso el tema de Michelle pasó a un segundo plano para él. Para los dos.
—Con el primer viaje se me paró el reloj; en el siguiente, las agujas siguieron la velocidad de ese mundo. ¿Cuánto he tardado en volver? —quiso saber Pascal.
—Unos cuarenta minutos. O sea que, entre unas cosas y otras, has estado dentro del arcón alrededor de veinticinco minutos.
—Sí, calculo que he estado en el Más Allá unas tres horas, más o menos. Allí el tiempo va más rápido, supongo que porque juegan con plazos de tiempo inmensos. Es... ¿cómo te lo diría?, otra dimensión, pero que convive con la nuestra en el mismo espacio, ¿entiendes?
—Sí, sí, como en algunas pelis. Oye —Dominique adoptaba ahora una pose prudente—, ¿llegaste... llegaste a ver a mi abuela?
—No. Ni siquiera estuve en su tumba. Expliqué el asunto a otros muertos, y ellos me trajeron la carta.
—Alucinante.
—Tuviste suerte —confesó Pascal—. Si tu abuela no hubiera sido enterrada en Montparnasse, no habría podido traerte el sobre.
—¿Por qué? ¿No se supone que están todos igual de muertos?
—Sí, pero se mantienen agrupados en una especie de comunidades independientes, que coinciden con los cementerios. Se conectan a través de los senderos brillantes.
—¡Y en medio, la oscuridad! —añadió Dominique, exultante—. Qué pasada. Me estoy imaginando ya un juego de ordenador sobre ese mundo, tendríamos que diseñarlo. Nos forramos.
Pascal recordó que todavía no había contado a su amigo lo que se ocultaba en la negrura. Quizá por eso se lo tomaba todo con tanto entusiasmo. Ya habría ocasión de frenar su efusión.
—Tú y los ordenadores, eso sí es una relación sentimental estable —se limitó a decir.
—Que no va en broma, ya lo estudiaremos.
—Lo que tú digas.
Aquella aparente sumisión no implicaba ningún verdadero apoyo a la idea, solo aburrimiento.
Se quedaron en silencio unos instantes. Había mucho que reflexionar, mucho que asumir.
—Creo que todo estaba así dispuesto —sentenció Dominique cambiando de tema.
—No digas tonterías, yo ni siquiera iba a ir a esa fiesta.
—Pero ¿no te acuerdas de lo que dijo la Vieja Daphne, la vidente? Lo de tu viaje. Y aquella última carta que nos enseñó... ¡era la Muerte! Todo cuadra.
Dominique empujó su silla hasta situarse junto a su amigo antes de volver a hablar:
—Como decían los curas de un colegio al que fui de pequeño —rememoró simulando un tono exageradamente dramático—, «los caminos del Señor son inescrutables».
—Mi único camino ha sido el azar, y punto.
Dominique rechazó aquel planteamiento:
—Pero ¿no te ves ahora? Esa convicción, ese valor que has demostrado, no te lo ha dado la Puerta Oscura. Estaba ya en ti, aunque no nos habíamos dado cuenta. Los sucesos tan importantes no pasan porque sí. Naciste para esto. Y la pitonisa a la que visitamos lo supo ver, te guste o no.
—Todo eso suena muy bien, pero no me lo creo.
—Tendrás tiempo de pensarlo.
Pascal, incómodo, quiso cambiar de tema:
—¿Y la chica esa con la que aplicaste tu Tabla de Estrategias para acompañarla a casa? ¿Vas a volver a quedar con ella?
—A lo mejor.
Sus palabras habían sonado poco convencidas. Dominique sabía que, como mucho, tendría con ella un simple rollo. En el fondo, lo único que habían hecho los dos era jugar un poco, tontear. No había perspectivas de nada serio. Ni él ni ella habían sentido una química especial. Al menos, Dominique no había sentido lo que sabía que se podía sentir. Lo que ya sentía. Aunque no por ella.
—Mira —recordó Pascal, ajeno a las reflexiones de su amigo, descolgando de su cuello una cadena metálica—, esta medalla es mágica, me la entregó la Vieja Daphne. Detecta el Mal, e incluso lo ahuyenta, creo.
—Qué pasada —Dominique comprobó su tacto tibio con las yemas de los dedos—. Pero ¿es que has vuelto a ver a esa bruja?
—La otra noche nos encontramos por la calle. Me buscaba, sabe muchas cosas.
En aquel momento, la madre de Pascal se asomó a la habitación para avisarlos de que era la hora de cenar, y se vieron obligados a interrumpir la conversación. Dominique llamó por el móvil y pidió permiso a sus padres para quedarse, y mientras ayudaban a poner la mesa, no paró de dirigir miradas cómplices a Pascal. Al Viajero se le notaba incómodo con todo aquel asunto, y eso que compartirlo con su amigo lo había liberado bastante.
Dominique procuraba asimilar aquel secreto adoptando una pose conspiradora. Pascal le recordaría poco después que aquello no era un juego, todavía sin atreverse a compartir con él sus primeros contactos con las terribles criaturas que acechaban en las tinieblas... y en el mundo de los vivos.
* * *
Daphne dejó de asomar la cabeza. Pegó su cara a la pared, asustada, quitándose de la vista de aquel profesor que permanecía detenido en medio del vestíbulo, paseando su mirada penetrante a la caza del rastro
diferente
que había percibido. Una médium siempre es un plato apetecible.
Los ropajes de la vidente bailaban al ritmo de su respiración agitada, y el talismán ofrecía un tacto gélido, confirmando su sospecha. Daphne tuvo claro que el Mal se encontraba frente a ella, y que había estado a punto de detectarla a causa de una maldita coincidencia. Por unos segundos, no se habían cruzado en el vestíbulo... Podría haber sido un encuentro letal. Todavía podía serlo, Daphne no estaba preparada. ¡Era demasiado pronto!
¿Era ese tipo la criatura que había llegado de la Puerta Oscura? La pitonisa no se dejó engañar por la apariencia inofensiva de aquel individuo: el cuerpo que seguía parado a pocos metros solo era una carcasa sin vida, un recipiente donde se ocultaba algo no humano, una peligrosa bestia. La concentración de poder que presentía en torno al profesor era inmensa, desproporcionada.
La mente de Daphne, activados todos sus mecanismos de defensa psíquica, sintió el avance de los ojos del monstruo a escasos centímetros de ella. La mirada de aquella criatura del Más Allá recorría en aquel instante la esquina tras la que Daphne se escondía. Sintió cómo el depredador entrecerraba los párpados, afilando su vista como si pudiera rasgar el tabique que impedía continuar la búsqueda. Inspeccionaba centímetro a centímetro, buscándola. La intuía tan cerca...
Daphne se dio cuenta de que aquel ser la acabaría localizando por la energía que emanaba de su cuerpo, como las serpientes cazan percibiendo el calor desprendido por sus presas.
Ella era una médium, y su poder mental la ponía en evidencia para cualquiera con capacidades extrasensoriales. Si pretendía salir con vida de aquel primer contacto, debía bloquear su mente, quedarse en blanco, convertirse por un rato en una persona normal. Era el único modo de escapar al acoso del monstruo.
Se esforzó en conseguirlo. Una voz sinuosa empezó a resonar dentro de su cabeza, llamándola, instándola a salir hasta la entrada del
lycée
. Daphne cerraba los ojos con fuerza, luchando por no pensar en nada, por no escuchar, por no obedecer. Si cometía el más mínimo error, estaría condenada.
Se oyó una voz ajena al turbulento pulso que contaminaba la atmósfera del vestíbulo:
—Profesor Varney, los alumnos esperan en clase.
Nadie contestaba. Daphne mantenía su escudo mental de protección, la alarma no se debilitaba. Por fin, sonaron unas palabras esperanzadoras procedentes de una venenosa voz:
—De acuerdo, gracias. Ya voy.
Todavía transcurrieron varios segundos hasta que llegó a Daphne el ruido tranquilizador de unos pasos —sus pasos— alejándose por el pasillo. Su amuleto empezó a perder frialdad. Se había salvado. De milagro.
Daphne no olvidaría el tono grave de aquellas palabras, ni aquel nombre: Varney. Porque volverían a encontrarse. Se prometió a sí misma que nada ni nadie la volvería a pillar desprevenida. Había mucho en juego.
Poco después, la vidente salía a la calle. Llovía en París, pero ella lo agradeció. Dejó que el agua empapara su cara, su pelo. Disfrutó de sentirse viva.
Volver a ver a Pascal se acababa de convertir en su máxima prioridad, en la única. Cien años después, había un nuevo Viajero entre Mundos. Pero se trataba de un chico joven, inexperto, que ignoraba que su recién adquirida condición lo convertía en un blanco fácil para el Mal. Al menos hasta que aprendiese, había que protegerlo del vampiro.
* * *
—¿Seguro que no tienes nada que decirme? —insistía Marcel, apoyado en el quicio de la puerta de aquella habitación de hospital, mirándolo con sus ojos castaños—. Trabajo para la policía.
Edouard volvió a negar con la cabeza.
—Le estoy muy agradecido por su ayuda, señor. Pero no merece la pena, no me han robado nada.
El forense pareció sorprendido.
—¡Pero si tienes dos costillas rotas, contusiones por todo el cuerpo y hematomas en el cuello! Ni siquiera permites que avisemos a tus padres. ¿Es que no quieres que encontremos al salvaje que te hizo eso? Tienes que poner la denuncia, ahora que todavía recuerdas bien cómo es tu agresor. A saber lo que te habría ocurrido si no llego a aparecer...