–Buenos días, Cheradenine –dijo la unidad flotando hacia él–. Sma viene de camino en un módulo.
–¿Y qué tal está Dizita? –Se sentó en un banquito pegado a la pared desde el que podía observar la hilera de cortinas blancas que ondulaban al viento–. ¿Qué noticias hay?
–Creo que la mayoría son buenas –dijo Skaffen-Amtiskaw descendiendo un poco hasta quedar a la altura de su rostro–. El señor Beychae ha partido hacia los Habitáculos de Impren para asistir a la conferencia entre las dos tendencias principales del Grupo de Sistemas que se celebrará allí. Parece que el peligro de una guerra a gran escala está empezando a disminuir.
–Bueno, eso es maravilloso, ¿verdad? –exclamó él. Se echó hacia atrás y puso las manos detrás de su nuca–. Paz allí y paz aquí… –Inclinó la cabeza hacia un lado, entrecerró los ojos y observó a la unidad–. Y aun así, unidad… No pareces rebosar alegría y felicidad. Pareces… ¿Osaré decirlo? Sí, osaré. Tienes un aspecto claramente sombrío. ¿Qué ocurre? ¿Se te están agotando las pilas?
La máquina tardó unos segundos en responder.
–Creo que el módulo de Sma está a punto de llegar –dijo por fin–. ¿Subimos al tejado para recibirla?
Puso cara de perplejidad, acabó asintiendo con la cabeza y se levantó. Dio una palmada y señaló hacia adelante.
–Desde luego. Vamos.
Fueron a sus apartamentos. Cuando se encontró con Sma vio que también parecía preocupada por algo. Había supuesto que la perspectiva de que el Grupo de Sistemas no acabara devastado por la guerra haría que estuviese muy contenta, pero no era así.
–Bien, Dizita, ¿cuál es el problema? –preguntó mientras le preparaba una bebida.
Sma iba y venía por delante de los postigos que ocultaban las ventanas de la habitación. Aceptó la copa que le ofrecía, pero su expresión parecía indicar que no le interesaba demasiado. Se volvió hacia él y la expresión que había en su rostro ovalado… No supo cómo interpretarla, pero sintió que un escalofrío le recorría las entrañas.
–Tienes que marcharte, Cheradenine –dijo Sma.
–¿Marcharme? ¿Cuándo?
–Ahora…, esta noche. Mañana por la noche como muy tarde.
La miró como si no comprendiera lo que le estaba diciendo y acabó soltando una carcajada.
–De acuerdo. Confieso que los calamitas estaban empezando a parecerme atractivos, pero…
–No –dijo Sma–. Hablo en serio, Cheradenine. Tienes que marcharte.
–No puedo –replicó meneando la cabeza–. No hay ninguna garantía de que la tregua vaya a mantenerse en vigor. Quizá me necesiten.
–La tregua no se mantendrá en vigor durante mucho tiempo –dijo Sma desviando la mirada–. Al menos por parte de uno de los bandos…
Dejó su copa sobre un estante.
–¿Eh? –exclamó él. Se volvió hacia la unidad. Los campos de Skaffen-Amtiskaw eran la viva imagen de la neutralidad y el no querer comprometerse–. Diziet, ¿de qué estás hablando?
–Zakalwe… –dijo ella parpadeando rápidamente mientras intentaba mirarle a la cara–. Hemos hecho un trato con ellos. Tienes que marcharte.
–¿Y en qué consiste exactamente ese trato, Diziet? –preguntó en voz baja y afable mientras clavaba los ojos en su rostro.
–La facción Humanista estaba prestando cierta ayuda de…, de un nivel bastante bajo al Imperio –replicó Sma. Fue hacia una pared, y volvió. Era como si no estuviera hablando con él, sino con las baldosas y la alfombra del suelo–. Lo que ocurriera aquí afectaría de forma bastante grave a su credibilidad. La estructura del trato era muy delicada y todo dependía de que el Imperio triunfara. –Sma se quedó inmóvil, se volvió hacia la unidad y volvió a desviar la mirada–. Y hasta hace pocos días todo el mundo estaba de acuerdo en que eso era lo que iba a suceder…
–Ya –dijo él. Puso su copa encima de una mesa y se dejó caer sobre un sillón inmenso que casi parecía un trono–. He conseguido que el juego se volviera en contra del Imperio y eso os ha puesto en una situación muy comprometida, ¿no?
–Sí –dijo Sma tragando saliva–. Sí, es justamente lo que has hecho. Lo siento. Y ya sé que parece una locura, pero… Tal y como están las cosas aquí y teniendo en cuenta cómo son estas personas… Bueno, los Humanistas se encuentran bastante divididos y hay algunas facciones que utilizarían cualquier excusa para no atenerse al acuerdo sin importarles lo insignificante que pueda ser esa excusa. Podrían hacer que todo el castillo de naipes se derrumbara… No podemos correr ese riesgo, Zakalwe. El Imperio tiene que vencer.
La miró, bajó la vista hasta la mesita que tenía delante y suspiró.
–Comprendo. ¿Y lo único que he de hacer es marcharme?
–Sí. Ven con nosotros.
–¿Y qué ocurrirá después de que me haya ido?
–Los sacerdotes serán secuestrados por un comando imperial transportado en una aeronave controlada por los Humanistas. La ciudadela será conquistada por las tropas que hay fuera. Han planeado incursiones contra los cuarteles generales de campaña, y procurarán que sean lo menos sangrientas posible. Si las fuerzas armadas deciden no hacer caso a los sacerdotes e ignorar la orden de rendirse que darán… Bueno, si no hay más remedio se tomarán medidas contra las aeronaves, tanques, camiones y piezas de artillería de la Hegemonarquía. Cuando hayan visto unas cuantas aeronaves y tanques destruidos por haces láser desde el espacio los soldados dejarán de tener ganas de combatir.
Sma interrumpió sus paseos de un lado a otro y fue hasta la mesita deteniéndose al otro lado de ésta.
–Todo ocurrirá mañana al amanecer. Zakalwe… Te aseguro que apenas habrá derramamiento de sangre. Si te marchas ahora…, creo que sería lo mejor. –La miró. Podía oír el sonido del aire saliendo de sus pulmones–. Has estado…, has estado magnífico, Cheradenine. Ha funcionado. Lo conseguiste… Lograste llegar hasta Beychae, le…, le motivaste o lo que sea. Te estamos muy agradecidos. Te estamos muy agradecidos, y no resulta fácil…
Alzó una mano para que no siguiera hablando y la oyó suspirar. Sus ojos se apartaron de la mesita que habían estado contemplando y fueron subiendo hasta su cara.
–No puedo marcharme ahora mismo. Antes tengo que hacer unas cuantas cosas. Prefiero que te vayas y vuelvas a buscarme. Recógeme mañana al amanecer. –Meneó la cabeza–. Les abandonaré, sí, pero… Mañana.
Sma abrió la boca, la cerró y se volvió hacia la unidad.
–De acuerdo. Volveremos mañana. Zakalwe, yo…
–No te preocupes, Diziet –la interrumpió él con voz tranquila y se levantó moviéndose muy despacio. La miró a los ojos y Sma tuvo que acabar desviando la mirada–. Todo se hará tal y como quieres. Adiós.
No le ofreció la mano.
Sma fue hacia la puerta con la unidad flotando detrás de ella.
La mujer miró hacia atrás. Le vio asentir con la cabeza y se quedó inmóvil como si quisiera decir algo, pareció cambiar de opinión y salió de la habitación.
La unidad también se detuvo en el umbral.
–Zakalwe –dijo–, sólo quería añadir que…
–¡Fuera! –aulló él.
Giró sobre sí mismo y se inclinó en un solo movimiento agarrando la mesita entre las piernas y arrojándola con todas sus fuerzas hacia la máquina que flotaba en el umbral. La mesita rebotó en un campo invisible y cayó al suelo. La unidad salió a toda velocidad y la puerta se cerró detrás de ella.
Permaneció inmóvil durante unos minutos sin apartar los ojos de los paneles de madera.
P
or aquel entonces era más joven y los recuerdos aún estaban muy frescos. A veces hablaba de ellos con las personas congeladas que parecían dormir durante sus vagabundeos por el frío y la negrura de la nave, y su silencio le hacía preguntarse si realmente estaba loco.
La experiencia de haber sido congelado y despertar no había afectado en nada a sus recuerdos. Las imágenes seguían tan claras como siempre. Había albergado la esperanza de que los discursos de quienes defendían la congelación fueran excesivamente optimistas, e incluso había llegado a sentir el deseo secreto de que el proceso desgastara los recuerdos, pero se había llevado una desilusión. El proceso de calentar el cuerpo y hacerlo revivir había sido menos traumático y desorientador que el despertar después de perder el conocimiento a causa de un golpe, algo que ya le había ocurrido unas cuantas veces a lo largo de su existencia. Revivir era un proceso con muchos menos altibajos que exigía algo más de tiempo, y la verdad es que resultaba francamente agradable. Era como despertar después de haber pasado una buena noche de sueño.
Le dejaron a solas durante un par de horas después de los exámenes médicos que terminaron declarándole en perfecto estado de salud. Se sentó, se envolvió en una gruesa toalla de baño, se tumbó en la cama y –como quien hurga en un diente enfermo con la lengua o con un dedo sin ser capaz de poner fin a esas incesantes comprobaciones de que el diente sigue doliéndole– llamó a sus recuerdos, repasando la lista de los adversarios antiguos y recientes que había esperado acabarían perdidos en la oscuridad y el frío del espacio.
Todo su pasado estaba presente, y todo lo que había ido mal también estaba presente…, intacto y entero.
El nombre de la nave era
Los amigos ausentes
y su viaje duraría algo más de un siglo. Era algo así como un viaje de compasión y buenas obras. Sus propietarios alienígenas habían donado los servicios de la nave para que ayudara a aliviar los efectos de una guerra terrible. Él no merecía el sitio que ocupaba a bordo, y había tenido que utilizar documentos falsos y un nombre falso para asegurarse la huida. Se ofreció voluntario para despertar hacia la mitad del recorrido y convertirse en tripulante porque pensaba que viajar por el espacio sin llegar a conocerlo sería algo lamentable. No poder apreciar ese vacío o contemplarlo era casi vergonzoso. Quienes no se habían ofrecido como tripulantes serían drogados en el planeta, llevados al espacio inconscientes, congelados y despertados en otro planeta.
Esa opción siempre le había parecido vagamente indigna. Ser tratado de una forma semejante equivalía a convertirse en parte del cargamento.
Las otras dos personas despiertas cuando fue revivido se llamaban Ky y Erens. Se suponía que Erens debía de haber vuelto a las filas de los congelados hacía ya cinco años después de haber servido unos cuantos meses como tripulante de la nave, pero decidió permanecer despierto hasta que llegaran a su destino. Ky había sido revivido tres años antes y también debería haber vuelto al sueño para ser sustituido pocos meses después por el siguiente nombre en la lista que establecía la rotación de tripulantes, pero cuando llegó ese momento Erens y Ky ya habían empezado a discutir y ninguno de los dos quería ser el primero en volver a la falta de cambios de la congelación. La inmensa nave fría y silenciosa siguió moviéndose lentamente por el espacio deslizándose junto a los alfileritos luminosos que eran las estrellas durante dos años y medio que transcurrieron en una situación de tablas. Acabaron despertándole porque su nombre era el siguiente de la lista y porque querían otra persona con quien hablar, pero lo habitual era que se limitara a estar sentado en la zona de la tripulación oyéndoles discutir.
–Aún faltan cincuenta años –dijo Ky mirando fijamente a Erens.
Erens alzó la mano que sostenía una botella y la agitó de un lado a otro.
–Puedo esperar. Cincuenta años no son la eternidad.
Ky movió la cabeza señalando la botella.
–Ese veneno y el resto de porquerías que consumes acabarán matándote. No conseguirás llegar al final del viaje. Nunca volverás a ver la luz del sol o a saborear la lluvia en tus labios. No durarás ni un año, y mucho menos cincuenta… Deberías volver a dormir.
–No es dormir.
–Deberías volver a como quieras llamarlo. Deberías permitir que te volviesen a congelar.
–Y tampoco es una auténtica congelación.
Erens consiguió poner cara de perplejidad y de disgusto al mismo tiempo.
El hombre al que habían despertado se preguntó cuántos centenares de veces habían mantenido aquella misma discusión.
–Deberías volver a ese pequeño cubículo helado tal y como se suponía que debiste hacer cuando te tocaba y pedirles que te curaran de tus adicciones al despertar –dijo Ky.
–La nave ya me tiene en tratamiento –replicó Erens. La embriaguez le obligaba a hablar despacio y otorgaba un extraño tono de dignidad a sus palabras–. Mis entusiasmos me han llevado a un estado de gracia, una gracia sublimemente tensionada…
Erens echó la botella hacia atrás y la apuró.
–Conseguirás matarte.
–Es mi vida, ¿no?
–Quizá consigas matarnos a todos. A toda la gente que viaja en la nave, durmientes incluidos…
–La nave sabe cuidar de sí misma.
Erens suspiró y recorrió la Sala de Tripulantes con la mirada. Era el único lugar sucio de toda la nave. Los robots se ocupaban de mantener el orden y la limpieza en todo el resto de la inmensa estructura, pero Erens había conseguido borrar las coordenadas de la Sala de Tripulantes de la memoria de la nave, y eso permitía que el recinto tuviera un aspecto agradablemente sucio. Erens se estiró e hizo caer dos tazones reciclables de la mesa.
–Eh… –dijo Ky–. ¿Y si tus manipulaciones le han causado alguna avería?
–Ky, no he hecho ninguna «manipulación» –dijo Erens con una sonrisita burlona–. Me he limitado a alterar unos cuantos programas de limpieza y mantenimiento de lo más básico. La nave ya no nos habla y permite que este recinto parezca un sitio habitado…, y eso es todo. No he hecho nada que pueda llevarla al corazón de una estrella o que la convenza de que es humana y le haga preguntarse qué están haciendo esos parásitos intestinales que se mueven por su interior. Pero tú no puedes entenderlo… No tienes la experiencia o los conocimientos técnicos necesarios. Livu, en cambio… Él quizá sí pueda entenderlo, ¿eh? –Erens se estiró un poco más. La silla resbaló hacia atrás y las botas arañaron la sucia superficie de la mesa–. Lo entiendes, Darac…, ¿verdad que sí?
–No estoy seguro de entenderlo –admitió él (a esas alturas ya estaba acostumbrado a responder tanto si le llamaban Darac como si le llamaban señor Livu o simplemente Livu)–. Supongo que si sabes lo que estás haciendo… Bueno, supongo que en ese caso no has causado ningún daño. –Sus palabras parecieron complacer a Erens–. Por otra parte, muchas personas que creían saber qué estaban haciendo han provocado auténticos desastres.
–Amén –dijo Ky, poniendo cara de triunfo e inclinándose agresivamente hacia Erens–. ¿Ves?