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Authors: Malcolm Beith

Tags: #Politica,

El Ultimo Narco: Chapo (29 page)

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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La vida es brutal y virtualmente carece de sentido en Rancho Anapra. La mayoría de los residentes que tienen empleo trabajan en las maquiladoras, pero el desempleo es muy alto. Docenas de mujeres y niñas fueron asesinadas en Rancho Anapra en la década de los noventa, y hoy en día, el homicidio sigue al homicidio. A veces los muertos permanecen tirados durante días. Nadie quiere llamar a las autoridades porque eso podría poner su propia vida en peligro.

La mayoría de los hombres jóvenes de Rancho Anapra son miembros de pandillas. Comienzan desde temprano —los niños fungen como vigías en las esquinas— y pocos llegan a sobrepasar los veintinueve. La mayoría de las pandillas son pequeñas, asuntos de barrio; trafican drogas de manera local. Y luego están Los Aztecas. En años recientes los hombres jóvenes de esta pandilla, que con frecuencia lucen tatuajes de símbolos aztecas como pirámides o serpientes, establecieron vínculos con el crimen organizado en el área. Son una ramificación de la pandilla de la prisión de El Paso, Barrio Azteca, que desde hace mucho está en el radar de Estados Unidos. Barrio Azteca controla la distribución de cocaína, heroína y marihuana en El Paso. Su conexión con Los Aztecas en Ciudad Juárez ha facilitado el paso de cocaína, marihuana y heroína procedentes de más al sur en Chihuahua.

Los miembros de los Aztecas trabajan directamente con Pablo Ledesma, alias un importante lugarteniente de Vicente Carrillo. Ya no nada más contrabandean drogas: son asesinos a sueldo. También vigilan la producción de metanfetaminas en el área. (Durante una redada en un laboratorio donde 21 miembros de la pandilla fueron arrestados, los soldados encontraron diez AK-47, más de 13 mil dosis de crack, dos kilos de cocaína y más de 800 cartuchos de munición). De los internos en la prisión estatal, ubicada a las afueras de Ciudad Juárez, 75 por ciento están afiliados a Los Aztecas.

El crimen organizado en Ciudad Juárez no sólo recluta hombres jóvenes con potencial. Recluta a aquellos que cayeron víctimas de las drogas o la desesperación y no tienen alternativa. Desde hace mucho las pandillas relacionadas con las drogas en todo México han buscado posibles reclutas en los centros de rehabilitación.

Descubrieron que era fácil reclutar a los adictos, tanto a causa de su desesperación como de su adicción. Se les puede pagar con drogas, y se rebajarán a los niveles más bajos de la humanidad por una dosis o una mísera cantidad de dinero.

También la DEA y las autoridades mexicanas descubrieron que los adictos pueden ser de utilidad. A fin de cuentas, ellos han dado un paso en la dirección adecuada al admitir que tienen un problema. Si pueden dejar el hábito y volver a las calles, la Procuraduría de justicia tendrá algunos buenos informantes. A los adictos recuperados se les puede pagar sumas exiguas por lo que podría ser información muy valiosa.

En septiembre de 2009 un grupo de hombres armados irrumpió en un centro de rehabilitación de drogas en Ciudad Juárez. Pusieron a 17 adictos en recuperación contra una pared y abrieron fuego. Fue el más reciente, y peor de varios ataques sangrientos a centros de rehabilitación en la ciudad aquel año. La versión que circulaba en las calles era que miembros de la pandilla que trabajaban para El Chapo eran responsables de los asesinatos.

¿El status quo de Sinaloa?

Allá en Sinaloa, la opinión más extendida era que el Ejército simplemente se había asentado ahí. Con el surgimiento de La Familia y la expansión de Los Zetas, sin mencionar la hemorragia fuera de control en Ciudad Juárez, El Chapo parecía haber salido de la lista de prioridades. Los soldados todavía efectuaban redadas en la sierra, incautándose de pistas de aterrizaje, vehículos, laboratorios de metanfetaminas y plantaciones de marihuana, pero por mucho el status quo había regresado, mientras las fuerzas castrenses enfrentaban problemas por todas partes.

El Chapo seguía en su tierra natal, oculto; los residentes estaban convencidos de ello. Él seguía sin ser aprehendido, y la Policía Federal parecía estar perdiendo interés en atrapar al jefe de jefes. El procurador general Eduardo Medina Mora había llegado al extremo de desestimar al Chapo como si se tratara de «una gastada estrella de futbol», de manera muy similar a la forma en que el presidente George W. Bush se había referido a Osama Bin Laden cuando éste continuaba escurriéndose de la red una y otra vez en Afganistán.

Una fuente de la PGR incluso comparó al Chapo con Bin Laden, pero mencionó ciertas salvedades. Mira, le recuerda el ex consejero a Medina Mora: «está escondido, probablemente en las montañas de Durango. Es bueno para correr, tiene dinero. El rumor es que el gobierno no lo ha capturado porque el gobierno tiene un pacto con él. [Estados Unidos] tiene la milicia más avanzada del mundo, pero no puede atrapar a Bin Laden. ¿[Estados Unidos] tiene un pacto?».

En abril de 2009, sin embargo, se necesitó de un religioso que manifestara abiertamente su disgusto por el hecho de que El Chapo siguiera libre. «Vive en las montañas de Durango», tronó el arzobispo Héctor Martínez González, y especificó que El Chapo ahora consideraba su hogar el pueblo montañés de Guanaceví. «Todo el mundo lo sabe, excepto las autoridades».

De hecho las autoridades lo sabían, y algunas todavía estaban tratando de cazarlo. Miembros del Consejo de Seguridad Nacional de México se reunían varias veces a la semana para hallar maneras de hacer caer al Chapo. Discutieron estas estrategias —un gran asalto frontal del rancho del Chapo era una opción— bajo condiciones de absoluto secreto y estrecha seguridad.

La presencia militar se había reforzado en las montañas de Sinaloa y Durango también; incluso había rumores de que las autoridades estaban utilizando agentes femeninos de inteligencia para seducir a los principales narcos y sacarles información. (Un funcionario de alto nivel lo negó: «No sé de ninguno de mis agentes que se haya enamorado de un capo guapo».

Días después de los comentarios del arzobispo, dos agentes de inteligencia militar fueron hallados muertos a un lado de un camino vecinal. Habían estado trabajando encubiertos en la sierra, haciéndose pasar por campesinos que se dirigían a las plantaciones de marihuana. Sus asesinos dejaron una nota a un lado de los cuerpos.

Su mensaje no dejaba lugar a interpretaciones erróneas: «Nunca atraparán al Chapo».

Capítulo 14
E
STADOS
U
NIDOS
P
OR
E
L
M
IEDO

El creciente ataque de los cárteles de las drogas y sus matones al gobierno mexicano en varios de los años pasados le recuerda a uno que un México inestable puede representar un problema de seguridad nacional de proporciones inmensas para Estados Unidos… En términos de los peores escenarios posibles para las Fuerzas Armadas y de hecho el mundo, dos grandes e importantes Estados requieren consideración a causa de un rápido y repentino colapso: Pakistán y México… cualquier descenso de México hacia el caos demandará una respuesta estadounidense con base en las graves implicaciones sólo para la seguridad nacional.

Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, 25 de noviembre de 2008.

C
ASI INMEDIATAMENTE DESPUÉS
de la elección del presidente Barack Obama el 4 de noviembre de 2008, integrantes del aparato gubernamental de Washington que tenían a México en la mira, por no mencionar a la cúpula militar y la DEA, comenzaron a impulsar a México como la prioridad del gobierno entrante.

La Casa Blanca de Bush había tenido la intención de hacer del combate a las drogas y las relaciones MéxicoEstados Unidos una prioridad, pero los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 habían colocado la atención en otro sitio. Después de 2001 se habían hecho esfuerzos para conectar a traficantes de drogas con Al-Qaeda y otros grupos terroristas, pero nunca se probó que hubiera un vínculo con respecto a los cárteles mexicanos. Así que, por buena parte del gobierno de Bush, México fue, de hecho, ignorado. La ofensiva del presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez contra sus cárteles fue la prioridad en la región. Irak, Afganistán y Pakistán eran el foco en otros lugares.

Pero con la creciente ola de violencia, particularmente en las ciudades fronterizas, Washington no podía seguir haciendo a un lado el problema que tenía ante su puerta. El gobierno de Bush impulsó la Iniciativa Mérida, un paquete de ayuda de mil 400 millones de dólares que dotaría a México y a sus vecinos de Centro y Sudamérica de aviones, helicópteros, información, equipo de seguridad y un muy necesario entrenamiento policiaco y militar.

Luego vinieron las advertencias funestas. El Departamento de justicia de Washington declaró que las pandillas mexicanas eran «la mayor amenaza del crimen organizado para Estados Unidos». El general retirado del ejército de Estados Unidos, Barry R. McCaffrey, un ex funcionario antidrogas, dijo que el gobierno mexicano «no está confrontando la peligrosa criminalidad: está peleando por su supervivencia contra el narcoterrorismo». El jefe saliente de la CIA, Michael Hayden, advirtió que México —junto con Irán— probablemente representaría el mayor reto para la nueva administración.

Los traficantes de drogas mexicanos habían operado desde hacía mucho en suelo estadounidense. Habían actuado como mensajeros, distribuidores, comerciantes, productores e incluso ejecutores. Desde que los colombianos habían reestructurado el sistema de envío de su cocaína, los mexicanos habían incrementado su presencia en Estados Unidos.

A veces los aprehendían. En diciembre de 2000, por ejemplo, Estados Unidos anunció el arresto de 155 personas vinculadas con los cárteles de las drogas de México en diez ciudades estadounidenses, lo cual había sido la culminación de todo un año de investigación que también había resultado en la incautación de 5 mil 490 kilogramos de cocaína, 4 mil 320 kilos de marihuana y 11 millones de dólares. Fue un gran golpe, y todo mexicano.

Aun así, los mexicanos nunca habían sido tan importantes en todo Estados Unidos. La distribución de drogas en el sureste, por ejemplo, la controlaban varios grupos, principalmente dominicanos, cubanos y colombianos. Para 2008 los mexicanos habían tomado el control absoluto de las operaciones de las células locales.

También estaban manejando las cosas a su modo: más de 700 reportes de secuestros en los que se pedía rescate en Phoenix entre 2006 y 2008 desataron un montón de encabezados en los periódicos estadounidenses acerca de la infiltración de los cárteles mexicanos. Todos ellos tenían la misma esencia: «Los cárteles mexicanos hacen de Phoenix la capital estadounidense del secuestro».

En la DEA hubo quienes intentaron poner las preocupaciones en un contexto. «Ciertos incidentes aislados en Estados Unidos, como el tormento que sufrió un consumidor de drogas dominicano a manos de un traficante mexicano en Atlanta, son aterradores, pero no representan una brusca desviación de la violencia que siempre ha estado asociada con el tráfico de drogas», dijo el agente especial de El Paso Joseph M. Arabit en marzo de 2009. «Reportes noticiosos recientes sobre secuestros relacionados con las drogas en Phoenix también escasamente, si no es que nunca, califican como incidentes que marcan un `desbordamiento' tal como se define interinstitucionalmente», pero, agregó, «de ningún modo estamos tratando de minimizar nuestra preocupación».

En efecto, los cárteles mexicanos estaban extendiendo sus tentáculos a pequeños poblados y claramente se estaban moviendo hacia lo que un hombre de la DEA en la ciudad de México denominó «lugares no tradicionales». Lugares como el condado de Shelby, en Alabama.

A Chris Curry, el alguacil del condado de Shelby, lo llamaron al escenario de un homicidio múltiple en un complejo de departamentos ubicado junto a una carretera interestatal el 20 de agosto de 2008. Cinco hombres hispanos habían sido golpeados, torturados con descargas eléctricas y degollados. «Para mí fue muy claro que no estaba pescando en un estanque del condado de Shelby», recordó.

Al llegar a la comunidad hispana en el área y a los federales, Curry descubrió que justo bajo sus narices su tranquilo y pequeño condado de Alabama se había vuelto un importante paso de cocaína, metanfetaminas y marihuana que se traían desde México. Él ya había visto señales de actividad relacionada con las drogas; los condados cercanos habían tenido su cuota de dificultades sobre el tráfico de drogas, y Curry había notado un incremento en los robos armados y los hurtos, con una «evidente conexión con las drogas», en su condado de casi 200 mil habitantes.

Investigaciones subsecuentes y la cooperación de Curry con los federales condujo a nuevas revelaciones. En Atlanta se arrestó a 43 personas por conexiones con los cárteles mexicanos. Atlanta fue identificada como un «centro regional» del cártel del Golfo. Mientras tanto, el alguacil Curry estaba descubriendo por medio de sus nuevas conexiones con los encargados de aplicar la ley que en realidad Shelby podía ser un punto importante del cártel de Juárez. Una búsqueda en una casa en el condado hizo que surgieran catorce armas, la mayoría de ellas rifles de asalto. «El elemento criminal está definitivamente organizado. Está en su lugar… es sofisticado. Es serio y está aquí, en nuestro patio trasero».

Como muchas de sus contrapartes en cargadas de aplicar la ley al otro lado de la frontera, Curry estaba mirando más al sur, hacia ciudades como Ciudad Juárez y preocupándose por lo que podría suceder si se desbordaba tal violencia. «Es aterradora», dijo acerca de la tasa de homicidios en Ciudad Juárez. "Lo que no queremos ver es que estén trayendo ese nivel de comportamiento, ese nivel de violencia a nuestra

En Columbus, Nuevo México, estaban observando de cerca la disputa de Ciudad Juárez. Columbus, un tranquilo poblado en el desierto de 1,800 personas, ha atestiguado antes de primera mano la invasión mexicana: en 1916 el revolucionario mexicano Pancho Villa encabezó una incursión en Columbus durante la cual 18 estadounidenses murieron. Militares de Estados Unidos fueron enviados a capturar a Villa. (Fallaron).

Ahora los residentes temen otra y más preocupante invasión. Al otro lado de la frontera, en el polvoriento Puerto Palomas, Chihuahua, docenas de personas han sido abatidas en batallas que se originan en los movimientos de las pandillas de las drogas fuera de Ciudad Juárez. Los secuestros se han vuelto habituales. En 2008, luego de recibir una amenaza, el cuerpo policiaco en pleno (diez hombres) renunció; el entonces jefe de la policía corrió al otro lado de la frontera en busca de asilo. Los residentes de Palomas estaban empezando a escabullirse también al otro lado de la frontera en busca de una vida más segura en Estados Unidos.

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