El trono de diamante (19 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El trono de diamante
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El anfitrión lo observó unos instantes y luego estalló en carcajadas.

—Si los mercenarios permanecen fuera del castillo —prosiguió Sparhawk—, los muros les dejaran poco margen de maniobra, con lo que podremos atacarlos por la retaguardia.

—Cuando los aplastemos contra la pared será tan fácil como rallar queso —aseguró Kalten con una mueca.

—Además, yo puedo lanzarles algunos objetos de interés desde las almenas —agregó el conde con una sonrisa—. Mis obsequios pueden consistir en flechas, piedras, resina ardiente…

—Vos y yo vamos a confraternizar, mi señor —le anunció Kalten.

—Por supuesto, me encargaré de que esta dama y la niña tengan un refugio seguro aquí adentro —añadió Radun.

—No, mi señor —se opuso Sephrenia—. Acompañaré a sir Sparhawk y sir Kalten a nuestro campamento oculto. El individuo que ha mencionado Sparhawk, Martel, es un antiguo pandion y ha ahondado profundamente en el conocimiento secreto prohibido a los hombres honestos. Quizá, sea necesario contrarrestar sus artes, y yo soy la persona más indicada para tal quehacer.

—Pero la niña…

—La pequeña debe acompañarme —aseveró Sephrenia con firmeza. Entonces dirigió la mirada a Flauta, que comenzaba a abrir con curiosidad un libro—. ¡No! —exclamó, probablemente con más brusquedad de la pretendida.

Después se levantó y le apartó el ejemplar de las manos. Flauta dejó escapar un suspiro mientras Sephrenia la aleccionaba brevemente en aquel dialecto desconocido por Sparhawk.

Dada la imposibilidad de prever el momento de la llegada de los hombres de Martel, los pandion no encendieron hogueras aquella noche. Al despuntar el nuevo día, gélido y despejado, Sparhawk salió de las mantas y contempló con cierto desagrado la armadura; tenía la certeza de que tardaría una hora en desprender el frío y la humedad de su cuerpo. Al decidir que aún no estaba preparado para enfrentarse con el contacto del metal, se ciñó la espada, se cubrió los hombros con su pesada capa y se abrió camino entre las tiendas en dirección a un arroyo que discurría por el bosque. La espesa arboleda encubría su presencia y la de sus caballeros.

Se arrodilló junto a la corriente y bebió en el cuenco de las manos; después, tras cobrar ánimos, se remojó la cara con las heladas aguas. A continuación se levantó, se secó con el borde de la capa y atravesó el estrecho cauce. El sol, recién aparecido, bañaba con sus haces los pelados árboles y se inclinaba entre los oscuros troncos para aplicar su fuego sobre las gotas de rocío, que parecían cuentas de cristal ensartadas en los tallos de las hierbas que pisaba. Sparhawk continuó su paseo por la floresta.

Habría recorrido aproximadamente una milla cuando divisó un prado entre los árboles. Mientras se aproximaba a él, oyó un repicar de cascos. Más adelante, en un lugar indeterminado, un caballo hollaba la hierba a medio galope. De pronto escuchó el sonido del caramillo de Flauta, que alzaba su voz en el aire matinal.

Prosiguió hasta llegar al extremo del claro y separó unos arbustos para observar.

Faran
, con la piel reluciente bajo el sol, caminaba plácidamente con paso largo, dibujando una trayectoria circular que bordeaba el prado. No llevaba silla ni brida y sus pasos expresaban un estado exultante. Flauta permanecía tendida boca abajo sobre el lomo del caballo con el caramillo entre los labios; su cabeza descansaba confortablemente entre los hombros del animal y mantenía las rodillas cruzadas.

Su pequeño pie marcaba el ritmo sobre las ancas de
Faran
.

Sparhawk permaneció estupefacto unos segundos y luego entró en el prado. Tras detenerse justo delante del enorme ruano, extendió los brazos, y
Faran
aflojó el paso hasta pararse ante su amo.

—¿A qué se supone que te dedicas? —espetó Sparhawk.

Faran
adoptó una expresión altanera y desvió la mirada.

—¿Acaso has perdido completamente el juicio?

Flauta continuaba tocando la misma canción, y
Faran
resopló y agitó la cola. Entonces la niña le golpeó imperiosamente la grupa varias veces con un pie manchado de hierba y el caballo esquivó netamente al encolerizado Sparhawk para reemprender su trote, amenizado por la música de Flauta.

Sparhawk profirió un juramento y corrió en pos de ellos. No obstante, al cabo de recorrer varias yardas, se detuvo jadeante, pues sabía que le sería imposible darles alcance.

—¿No os parece interesante? —indicó Sephrenia, al tiempo que emergía de la arboleda con su blanca vestidura resplandeciente bajo el sol.

—¿Podéis detenerlos? —le preguntó Sparhawk—. La niña se caerá y se lastimará.

—No, Sparhawk —discrepó Sephrenia—. No se caerá —afirmó, con la extraña y misteriosa certeza que a veces la caracterizaba.

A pesar de las décadas transcurridas en el seno de la sociedad elenia, Sephrenia continuaba fiel a su raza estiria, y los estirios siempre habían representado un enigma para los elenios. No obstante, los siglos de estrecho contacto entre las órdenes militares de la Iglesia elenia y sus tutores estirios habían enseñado a los caballeros eclesiásticos a aceptar las palabras de sus instructores sin cuestionarlas.

—Si estáis segura —dijo Sparhawk dubitativamente mientras miraba a
Faran
, que parecía haber perdido su habitual carácter violento.

—Sí, querido —aseveró, a la vez que ponía afectuosamente una mano sobre su brazo para tranquilizarlo—. Totalmente —y, al observar al voluminoso caballo y a su diminuto pasajero trazar gozosos círculos por el prado, bañados en la dorada luz matutina, agregó—: Dejadlos jugar un rato más.

A media mañana Kalten regresó del altozano situado al sur del castillo, desde el cual Kurik y él habían vigilado la carretera procedente de Sarrinium.

—Sin novedad —informó mientras desmontaba con un tintineo de su armadura—. ¿Crees que Martel podría evitar los caminos y lanzarse a campo traviesa?

—Es improbable —replicó Sparhawk—. Su objetivo consiste en evidenciar su presencia, ¿recuerdas? Necesita el mayor número posible de testigos.

—No se me había ocurrido —admitió Kalten—. ¿Has cubierto la vía procedente de Darra?

—Lakus y Berit montan guardia allí —explicó Sparhawk.

—¿Berit? —preguntó sorprendido Kalten—. ¿El aprendiz? ¿No es demasiado joven?

—Lo hará perfectamente. Es decidido y tiene sentido común. Por otra parte, Lakus lo sacará de las dificultades que pudieran surgir.

—Posiblemente tengas razón. ¿Queda algo de ese buey asado que ha enviado el conde?

—Sírvete tú mismo, aunque te advierto que no está caliente.

—Mejor carne fría que nada —repuso Kalten, encogiéndose de hombros.

El día transcurrió lentamente, como todas las jornadas consagradas a la espera; a la caída de la tarde, Sparhawk paseaba por el campamento, consumido por la impaciencia. Súbitamente Sephrenia salió de la pequeña tienda que compartía con Flauta y se situó enfrente del caballero de negra armadura, con un dedo sobre los labios.

—¿Vais a parar de una vez? —inquirió enojada.

—¿Parar de qué?

—De dar vueltas. Vuestra armadura resuena a cada paso, y ese ruido metálico resulta muy molesto.

—Lo siento. Me iré a deambular a otra parte.

—¿Por qué no os sentáis, simplemente?

—Supongo que a causa de los nervios.

—¿Nervioso vos?

—Me ocurre de vez en cuando.

—Bien, entonces, merodead lejos de aquí.

—Sí, pequeña madre —respondió obediente.

El día siguiente también amaneció frío. Kurik se acercó quedamente al campamento justo antes de la salida del sol. Tras abrirse paso con cuidado entre los caballeros dormidos envueltos en sus capas negras, llegó al lugar donde Sparhawk había extendido unas mantas.

—Será mejor que os levantéis —le avisó, mientras le tocaba suavemente el hombro—. Se acercan.

Sparhawk se incorporó como impelido por un resorte.

—¿Cuántos son? —inquirió mientras se destapaba.

—He calculado unos doscientos cincuenta.

—¿Dónde está Kalten? —preguntó cuando Kurik comenzaba a abrochar la armadura sobre la acolchada túnica de su señor.

—Quería asegurarse de que no surgieran sorpresas y se ha unido a la retaguardia de la columna.

—¿Qué dices?

—No os preocupéis, Sparhawk. Todos visten armadura negra, así que no pueden distinguirlo del resto.

—¿Quieres atarme esto? —pidió Sparhawk, a la vez que tendía a su escudero una cinta de color brillante, pues todos los caballeros Habían acordado llevar una para identificarse en el transcurso de la batalla, en la que ambos bandos lucirían idéntica vestimenta.

—Kalten escogió una azul —señaló Kurik—. Va a juego con el color de sus ojos. —Después le prendió la cinta y lo observó apreciativamente—. Adorable —afirmó, haciendo girar los ojos.

Sparhawk rió y dio una palmada en el hombro a su amigo.

—Vamos a despertar a los niños —indicó, al contemplar el campamento repleto de jóvenes caballeros.

—Tengo malas noticias para vos, Sparhawk —indicó Kurik mientras caminaban.

—¿De qué se trata?

—El hombre que encabeza la comitiva no es Martel.

—¿Quién es? —inquirió Sparhawk, con un acceso de rabia y decepción.

—Adus. Tenía la barbilla manchada de sangre. Creo que ha vuelto a comer carne cruda.

Sparhawk blasfemó.

—Tomadlo desde otra perspectiva. El mundo será menos infecto si exterminamos a una criatura como Adus; además, me imagino que el buen Dios se encontrará ansioso de mantener una larga charla con él.

—Pondremos todos nuestros esfuerzos para propiciarla.

Los caballeros de Sparhawk se ayudaban mutuamente en la tarea de enfundarse la armadura cuando Kalten llegó a caballo hasta ellos.

—Han continuado por la colina que hay al sur del castillo —explicó sin dignarse desmontar.

—¿Cabe alguna posibilidad de que Martel esté escondido entre sus hombres? —preguntó Sparhawk esperanzado.

—Me temo que no —repuso Kalten, y tras ponerse de pie sobre los estribos comenzó a blandir la espada—. ¿Por qué no partimos y los atacamos ya? —sugirió—. Empiezo a enfriarme.

—Me parece que el conde Radun sufriría una decepción si no lo dejáramos participar en la lucha.

—Supongo que estás en lo cierto.

—¿Has observado algo de particular en los mercenarios?

—Se trata de una pandilla de harapientos, la mitad de ellos rendorianos.

—¿Rendorianos?

—No se distinguen por su buen olor, ¿verdad?

Sephrenia se unió a ellos junto con Flauta y Parasim.

—Buenos días, Sephrenia —la saludó Sparhawk.

—¿A qué se debe tanto barullo?

—Vamos a tener compañía. Nos proponíamos salir a recibir a los visitantes.

—¿Martel?

—No. Me temo que la comitiva está compuesta por Adus y unos cuantos amigos. —Izó el yelmo que llevaba en la mano izquierda—. Puesto que Martel no los dirige y Adus a duras penas habla elenio, y mucho menos el estirio, no hay nadie entre sus filas capaz de generar la magia suficiente para espantar a una mosca, con lo que sospecho que habéis realizado un viaje innecesario. Deseo que permanezcáis aquí en los bosques, bien oculta y a salvo. Sir Parasim se quedará con vos.

El rostro del joven caballero reflejó una profunda desilusión.

—No, Sparhawk —replicó Sephrenia—. Yo no necesito custodia, y ésta es la primera batalla en la que participa sir Parasim. No es justo que lo mantengamos alejado de ella.

El semblante de Parasim resplandecía de gratitud.

—El sol comienza a levantarse —informó Kurik, que regresaba de su puesto de vigilancia—. Adus conduce a sus hombres por la cima de aquel cerro.

—En ese caso, será mejor salir a su encuentro —anunció Sparhawk.

Los pandion saltaron sobre sus monturas y avanzaron cautelosamente a través de la arboleda hasta llegar al borde del gran prado que rodeaba el castillo del conde. Se apostaron allí a la espera; mientras tanto, observaban a los guerreros que, con idénticas armaduras a las suyas, descendían por la falda de la colina.

Adus, que normalmente se comunicaba a base de gruñidos y regüeldos, cabalgó hacia la puerta del castillo y leyó vacilante un pedazo de papel que sostenía con el brazo ante él.

—¿No podría improvisar? —preguntó Kalten en voz baja—. Sólo debe solicitar el permiso para entrar en la fortaleza.

—Martel no corre ningún riesgo —repuso Sparhawk— y Adus a menudo tiene dificultades para recordar su propio nombre.

El jefe de la cuadrilla continuó con su demanda; sin embargo, se le presentaron algunos problemas en el momento de pronunciar la palabra admisión, puesto que era demasiado larga para él.

El conde Radun se asomó entre las almenas para anunciar apesadumbrado que se había roto el torno que accionaba el puente levadizo. No obstante, les pidió que aguardaran pacientemente hasta que lo hubieran reparado.

Adus rumió la respuesta durante un rato. Finalmente los mercenarios desmontaron y se tumbaron sobre la hierba a los pies de las murallas.

—Esto va a resultar incluso demasiado fácil —murmuró Kalten.

—Tenemos que asegurarnos de que no escape ninguno de ellos —le recomendó Sparhawk—. No quiero que nadie pueda contarle a Annias lo que sucederá hoy realmente.

—Aun así, me parece que Vanion se arriesga demasiado.

—Tal vez ése sea el motivo de que él sea el preceptor y nosotros unos simples caballeros.

Por encima de los muros del castillo apareció un pendón rojo.

—Es la señal —advirtió Sparhawk—. Las fuerzas de Radun están dispuestas. —Y, después de colocarse el yelmo, sujetó las riendas, se enderezó sobre los estribos para refrenar firmemente a
Faran
y alzó la voz—. ¡A la carga! —gritó.

Capítulo 9

—¿Queda alguna esperanza? —preguntó Kalten.

—No —respondió Sparhawk, profundamente apenado, mientras tendía a sir Parasim en el suelo—. Ha muerto —anunció, al tiempo que alisaba suavemente con la mano el pelo del joven caballero antes de cerrarle los ojos.

—No estaba preparado para enfrentarse a Adus —comentó Kalten.

—¿Ha logrado huir ese animal?

—Me temo que sí. Después de abatir a Parasim, salió al galope en dirección sur con unos doce supervivientes más.

—Envía a varios caballeros en su busca —ordenó con tristeza Sparhawk mientras enderezaba los brazos y las piernas del malogrado Parasim—. Si es necesario, que los persigan hasta el mar.

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