—No me refería a eso. Naween tiene fama de ser la mejor de Cimmura.
—No me hallo en situación de corroborarlo. He entrado allí para resolver una cuestión de negocios.
—Me desilusionáis, Sparhawk —apuntó Talen con una sonrisa impúdica—. Pero seguramente Naween se habrá quedado aún más frustrada. Aseguran que es una mujer a la que le agrada su trabajo.
—Posees una mente obscena, Talen.
—Ya lo sé, y no os imagináis lo mucho que disfruto con ella. —Su joven semblante se tornó repentinamente serio mientras miraba con cautela a su alrededor—. Sparhawk —dijo—, ¿nos sigue alguien?
—Supongo que es posible.
—No me refiero a un soldado de la Iglesia. Al final de la calle había un hombre; al menos lo parecía, pues llevaba un hábito de monje y cubría su cara con una capucha, así que no he podido comprobarlo.
—Hay muchos monjes en Cimmura.
—No como ése. Me entraron escalofríos sólo con observarlo.
Sparhawk lo miró fijamente.
—¿Has experimentado antes una sensación parecida, Talen?
—Una vez. Platime me había enviado a buscar a una persona a la Puerta del Oeste. Un grupo de estirios entraba en la ciudad y, después de que pasaron, no sabía ya ni qué propósito me había conducido allí. Hasta dos días más tarde no pude librarme de aquella sensación extraña.
No existía ningún motivo para contarle al muchacho el sentido de su percepción. Mucha gente era sensible y raramente su poder de captación traspasaba ese umbral.
—Yo no me preocuparía —aconsejó Sparhawk—. En determinadas ocasiones todos tenemos sensaciones peculiares.
—Quizá —repuso Talen dubitativamente.
—Ya hemos cumplido nuestro cometido —afirmó Sparhawk—. Regresemos a la guarida de Platime.
Las lluviosas calles de Cimmura se presentaban algo más concurridas; las transitaban nobles que lucían capas de brillantes colores y trabajadores vestidos de marrón o gris. Sparhawk se veía obligado a abrirse camino a trompicones, al tiempo que blandía ante sí su bastón de ciego para evitar sospechas. Al mediodía descendieron nuevamente los escalones que desembocaban en el sótano.
—¿Por qué no me has despertado? —preguntó con enfado Kalten, sentado en el borde del camastro con una escudilla de estofado en la mano.
—Necesitabas reposo —replicó Sparhawk mientras se desataba el vendaje de los ojos—. Además, afuera está lloviendo.
—¿Has visto a Krager?
—No, pero lo he oído, lo cual viene a ser lo mismo. —Sparhawk se acercó al fuego, junto al cual se hallaba sentado Platime—. ¿Podéis prestarme un carro y un conductor?
—Si lo precisáis… —respondió elusivamente Platime a la vez que izaba su copa de plata y derramaba la cerveza sobre su sucio jubón anaranjado.
—En efecto, lo necesito —corroboró Sparhawk—. Kalten y yo debemos regresar al castillo de la orden. Probablemente los soldados del primado aún nos busquen; por tanto, he pensado que podríamos ocultarnos en la parte trasera de un carro, para que no nos descubran.
—Los carros resultan lentos. ¿No llegaréis más aprisa con un carruaje con las cortinas corridas?
—¿Disponéis de uno?
—A decir verdad, de varios. El Señor ha sido pródigo conmigo en estos últimos tiempos.
—Me encanta saberlo. —Sparhawk se volvió—. Talen —llamó.
El chaval se acercó a él.
—¿Cuánto dinero me has robado esta mañana?
—No mucho —repuso con rostro cauteloso—. ¿Por qué?
—Concreta más.
—Siete piezas de cobre y una de plata. Como sois un amigo, os he vuelto a poner las monedas de oro en el bolsillo.
—Qué amable.
—Supongo que querréis que os lo devuelva.
—Quédatelo como pago por tus servicios.
—Sois muy generoso, mi señor.
—Todavía no he terminado. Quiero que vigiles a Krager. Creo que deberé ausentarme de la ciudad por un tiempo y no quiero perder su pista. Si abandona Cimmura, ve a la posada de la calle de la Rosa. ¿La conoces?
—¿La que regentan los pandion?
—¿Cómo te has enterado de ello?
—Todo el mundo lo sabe.
Sparhawk prefirió fingir no haber acusado la noticia.
—Llama tres veces a la puerta y para. Después, da dos golpes más. Te abrirá un portero. Sé educado con él porque es un caballero. Le informas de que el hombre que interesaba a Sparhawk ha abandonado la ciudad. Si puedes, indícale en qué dirección partió. ¿Podrás recordarlo todo?
—¿Queréis que os lo repita?
—No es necesario. El portero de la posada te dará media corona por tu noticia.
Los ojos de Talen se alumbraron.
—Gracias, amigo —dijo Sparhawk en dirección a Platime—. Podéis considerar vuestra deuda saldada.
—Ya no la recordaba —respondió el obeso dirigente.
—Platime olvida muy deprisa las deudas —intervino Talen—. Al menos las que debe pagar él.
—Algún día esa lengua tan larga que tienes te causará problemas.
—Ninguno del que no puedan salvarme mis pies.
—Manda a Sef que enganche los caballos grises al carruaje de ruedas azules y que lo coloque ante la puerta de la calle.
—¿Qué me daréis a cambio?
—Voy a aplazar la paliza que estaba a punto de propinarte.
—No está mal —aceptó el muchacho antes de alejarse.
—Es un hombrecito muy listo —comentó Sparhawk.
—Es el mejor —corroboró Platime—. Sospecho que será mi sucesor cuando me retire.
—Entonces es el príncipe de la corona.
Platime rió estrepitosamente.
—El príncipe de los ladrones, ¿no suena mal, verdad? Me caéis bien, Sparhawk —aseguró, todavía entre carcajadas, mientras daba una palmada en el hombro de Sparhawk—. Si puedo seros útil en algo más, hacédmelo saber.
—Así lo haré, Platime.
—Incluso os cobraré una tarifa especial.
—Gracias —respondió con tono de guasa Sparhawk.
Después recogió su espada, que se encontraba apoyada en la silla de Platime, y regresó a su camastro para cambiarse la ropa.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó a Kalten.
—Estoy bien.
—En ese caso, tendrás que prepararte para salir.
—¿Adónde vamos?
—Al castillo. Me he enterado de algo de lo que debo hacer partícipe a Vanion.
El carruaje se hallaba mojado, pero era de construcción sólida y presentaba un buen estado. Las ventanas estaban cegadas con tupidas cortinas que protegían efectivamente a los pasajeros de las miradas curiosas. El tiro se componía de un par de caballos del mismo color gris que avanzaban con un vigoroso trote.
Kalten se recostó sobre el tapizado de piel.
—¿Son imaginaciones mías o realmente resulta más lucrativo el oficio de ladrón que el de caballero?
—No nos movió el afán de dinero, Kalten —le recordó Sparhawk.
—Representa una penosa evidencia, amigo. —Kalten estiró las piernas y cruzó los brazos satisfecho—. ¿Sabes? —agregó—, creo que no me costaría acostumbrarme a ese tipo de vida.
—Más vale que no lo intentes —le aconsejó Sparhawk.
—Debes admitir que es bastante más confortable que aporrearse las nalgas sobre una silla de montar.
—La austeridad beneficia el alma.
—Mi alma se encuentra perfectamente, Sparhawk. Es mi trasero el que comienza a dar muestras de fatiga.
El vehículo atravesaba con rapidez las calles y pronto cruzaron la Puerta del Este para proseguir el camino hasta el puente levadizo del castillo. Sparhawk y Kalten descendieron y experimentaron la acogida de la llovizna de la tarde. Sef giró de inmediato el carruaje y lo condujo nuevamente a la ciudad.
Después de atender el ritual que les franqueaba la entrada a la casa fortificada, Sparhawk y Kalten se encaminaron sin tardanza al estudio del preceptor, ubicado en la torre sur.
Vanion estaba sentado junto a la amplia mesa del centro de la habitación, frente a una pila de documentos, y Sephrenia se hallaba al lado del fuego con su inevitable taza de té en la mano. Miraba las danzantes llamas con un brillo misterioso en los ojos.
Vanion alzó la vista y percibió las manchas de sangre en el jubón de Kalten.
—¿Qué ha sucedido? —inquirió.
—Nuestros disfraces no surtieron efecto —repuso Kalten, encogiéndose de hombros—. Un grupo de soldados eclesiásticos nos acorraló en un callejón. No es nada grave.
Sephrenia se levantó de la silla y se acercó a ellos.
—¿Os ha curado alguien? —preguntó.
—Sparhawk me cubrió la herida con un vendaje.
—¿Por qué no me dejáis echarle un vistazo? A veces los vendajes de Sparhawk son un tanto rudimentarios. Sentaos y desabrochaos el jubón.
Kalten rezongó un poco, pero siguió sus instrucciones.
La mujer desanudó la tela y observó el corte con labios fruncidos.
—¿La limpiasteis? —preguntó a Sparhawk.
—La lavé con un poco de vino.
—Oh, Sparhawk —exclamó con un suspiro.
A continuación volvió a ponerse en pie y encargó a uno de los jóvenes centinelas los útiles que precisaba.
—Sparhawk trae noticias frescas —indicó Kalten al preceptor.
—¿De qué tipo? —se interesó Vanion.
—Encontré a Krager —explicó Sparhawk tras tomar asiento—. Se hospeda en un burdel, cerca de la Puerta del Oeste.
—¿Qué hacíais en un burdel? —preguntó Sephrenia, al tiempo que enarcaba una ceja.
—Es una larga historia —replicó, con un leve rubor en su rostro—. Algún día os la contaré. El caso es que —prosiguió— el barón Harparín acudió también al prostíbulo y…
—¿Harparín? —repitió Vanion, estupefacto—. ¿En un prostíbulo? Tenía menos motivos que vos para entrar en uno de esos establecimientos.
—Fue para entrevistarse con Krager. Conseguí entrar y apostarme en la habitación contigua a la que utilizaron para el encuentro.
Continuó su narración y expuso las líneas principales del enrevesado plan ideado por el primado Annias. Vanion entrecerró los ojos cuando Sparhawk finalizó su informe.
—Es más despiadado de lo que pensaba —aseveró—. Nunca lo hubiera imaginado capaz de recurrir a un asesinato masivo.
—Vamos a desbaratar su estratagema, ¿no es cierto? —inquirió Kalten, mientras Sephrenia le lavaba la herida.
—Por supuesto —repuso Vanion con aire ausente; cavilaba con la mirada perdida en el techo—. Me parece que he encontrado el modo de resolverlo. ¿Os encontráis en condiciones de montar? —preguntó a Kalten.
—Esta herida es apenas un arañazo —le aseguró Kalten, al tiempo que Sephrenia le aplicaba una compresa en el corte.
—Estupendo. Os dirigiréis a la casa principal de Demos. Tomad el mayor número posible de hombres y emprended camino hacia el castillo del conde Radun en Arcium. Manteneos alejados de las vías principales. No conviene que Martel se entere de vuestra partida. Sparhawk, vos os encargaréis de conducir a los caballeros de Cimmura. Acordad con Kalten un punto de encuentro en Arcium.
—Si cabalgamos en bloque —objetó Sparhawk con un movimiento de cabeza—, Annias pensará que tramamos algo. Si despertamos sus sospechas, podría aplazar la operación y atacar el castillo del conde en cualquier otro momento en que no nos hallemos presentes.
—Tenéis razón —admitió Vanion, a la vez que arrugaba el entrecejo—. Tal vez vuestros hombres deberían salir paulatinamente de Cimmura.
—Perderíamos mucho tiempo de ese modo —intervino Sephrenia, que rodeaba con una venda limpia el pecho de Kalten—, y las idas y venidas sigilosas atraen más la atención que las actuaciones abiertas. —Comprimió los labios pensativamente—. ¿Todavía forma parte de las propiedades de la orden el claustro del camino de Cardos?
Vanion asintió.
—No obstante, su apariencia es totalmente ruinosa.
—¿No constituye ésta una excelente ocasión para restaurarlo?
—No acabo de comprender que propósito encierra vuestra mente, Sephrenia.
—Debemos encontrar alguna excusa que justifique la salida conjunta de Cimmura de gran parte de los pandion. Si acudierais a palacio para informar al consejo de vuestra intención de emplear a todos vuestros caballeros en la reparación del claustro, Annias creería que os tiene en su poder. Al salir, podríais trasladar cargamentos de herramientas y material de construcción para conferir credibilidad al desplazamiento. Una vez fuera de Cimmura, no existe ningún problema para cambiar de destino sin que nadie lo perciba.
—Parece plausible, Vanion —opinó Sparhawk—. ¿Vendréis con nosotros?
—No —respondió Vanion—. Tendré que ir a Chyrellos para informar de la estratagema de Annias a los pocos miembros de la jerarquía eclesiástica que nos son favorables.
Sparhawk asintió con un gesto; entonces recordó algo.
—No puedo asegurarlo completamente —dijo—, pero creo que hay alguien en Cimmura que me espía, y no creo que se trate de un elenio. He sido entrenado para reconocer el sutil cariz de las mentes estirias —agregó, con una sonrisa hacia Sephrenia—. Ignoro el motivo, pero ese espía es capaz de distinguirme con cualquier tipo de disfraz que lleve. Cada vez me siento más convencido de que él alertó a los soldados de la Iglesia y provocó su ataque. Si fuera cierto, su persona está vinculada a Annias.
—¿Qué aspecto tiene? —inquirió Sephrenia.
—No puedo precisarlo. Lleva una túnica con capucha y mantiene el rostro oculto.
—Cuando esté muerto no podrá continuar con sus informaciones a Annias —simplificó el asunto Kalten—. Tendedle una emboscada en la carretera de Cardos.
—¿No resulta un método demasiado directo? —reparó Sephrenia tras acabar de atarle el vendaje.
—Soy un hombre sencillo, Sephrenia. Las complicaciones no me agradan.
—Quiero acabar de pulir los detalles —afirmó Vanion y agregó en dirección a Sephrenia—: Kalten y yo cabalgaremos hasta Demos. ¿Deseáis regresar a la casa principal?
—No —replicó—, partiré con Sparhawk para prevenir que ese estirio que vigila sus pasos lo siga una vez más. Yo sabré cómo enfrentarme a él sin recurrir al asesinato.
—De acuerdo —concluyó Vanion mientras se ponía en pie—. Sparhawk, vos y Kalten os ocuparéis de las carretas con el material de construcción. Yo iré al palacio a contar unas cuantas mentiras. Partiremos tan pronto como regrese.
—¿No me encomendáis ningún quehacer? —preguntó Sephrenia.
—¿Por qué no tomáis otra taza de té, Sephrenia? —repuso Vanion sonriente.
—Gracias, Vanion. Creo que así lo haré.
El tiempo se había enfriado y el lúgubre cielo de la tarde escupía gruesos copos de nieve. Un centenar de caballeros pandion, ataviados con sus capas y armaduras negras, atravesaban al trote la profusa arboleda de la región colindante con Arcium, con Sparhawk y Sephrenia a la cabeza. Habían transcurrido cinco días desde que emprendieran el viaje.