El tren de las 4:50

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: El tren de las 4:50
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Mientras viaja de Londres a St. Mary Mead en el tren de las 4.50, la señora MacGillucuddy presencia un asesinato que se está cometiendo en otro tren que circula paralelo al suyo. Intenta denunciar el hecho, pero sólo su amiga miss Marple da crédito a su historia y, al comprobar que el cadáver no aparece, decide tomar cartas en el asunto.

Agatha Christie

El tren de las 4:50

ePUB v1.1

Ormi
19.11.11

Título original:
4:50 from Paddington

Traducción: Guillermo de Boladeres Ibern

Agatha Christie, 1957

Edición 1983 - Editorial Molino - 240 páginas

ISBN: 84-272-0267-9

Guía del Lector

En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:

BACON
: inspector de policía.

CORNISH
, Frank: sargento de policía de St. Mary Mead.

CRACKENTHORPE
, lady Alice: esposa de Harold Crackenthorpe.

CRACKENTHORPE
, Alfred: soltero, bala perdida y poco fiable en los negocios.

CRACKENTHORPE
, Cedric: soltero, pintor exótico y bohemio.

CRACKENTHORPE
, Emma: bondadosa joven, hermana de los anteriores.

CRACKENTHORPE
, Harold: hombre de negocios residente en Londres, hermano de los citados.

CRACKENTHORPE
, Luther: hombre rico, avaro, propietario de Rutherford Hall, jefe de la familia y padre de Cedric, Harold, Emma y Alfred.

CRACKENTHORPE
, Martine: viuda de Edmund Crackenthorpe, asesinada, difunto hermano de los anteriores.

CRADDOCK
, Dermot: detective inspector de Scotland Yard.

DESSIN
, Armand: inspector de policía de la Súreté.

EASTLEY
, Alexander: nieto de Luther Crackenthorpe e hijo de Bryan. EASTLEY, Bryan: viudo de Edith Crackenthorpe, hija de Luther.

ELLIS
: elegante muchacha, secretaria de Harold.

EYELESBARROW
, Lucy: joven de 32 años, amiga de miss Marple y doméstica de los Crackenthorpe.

GRISELDA
: madre de Leonard.

HART
: asistenta de los Crackenthorpe.

HAYDOCK
: médico de miss Marple.

HILL
, Florence: antigua doncella de miss Marple.

HILLMAN
: viejo jardinero de los Crackenthorpe.

JOHNSTONE
: médico forense.

JOILET
: bailarina francesa, directora del Ballet Maritski.

KIDDER
: asistenta de los Crackenthorpe.

LEONARD
: coleccionista de mapas y gran cartógrafo.

McGILLICUDDY
, Elspeth: íntima amiga de miss Marple.

MARPLE
, Jane: vieja solterona de aficiones detectivescas.

MORRIS
: antiguo médico de los Crackenthorpe.

QUIMPER
: actual médico de los Crackenthorpe.

SANDERS
: policía.

STODDART-WEST
, James: amigo íntimo y compañero de estudios de Alexander Eastley.

STRAVINSKA
, Anna: bailarina del Ballet Maritski.

WEST
, David: sobrino de la anciana Marple, empleado en los ferrocarriles.

WETHERALL
, Bob: sargento de policía.

WIMBORNE
: abogado de la familia Crackenthorpe.

Capítulo I

Mrs. McGillicuddy corría jadeando por el andén en la estela del mozo que le llevaba la maleta. La dama era baja y gruesa, y el mozo alto y de pasos largos. Además, Mrs. McGillicuddy iba cargada con gran cantidad de paquetes, resultado de un día de compras de Navidad. Por lo tanto, la carrera resultaba desigual y el mozo dobló la esquina al final del andén cuando a Mrs. McGillicuddy le faltaba aún un buen trecho para alcanzarlo.

El andén número 1 no estaba en aquel momento excesivamente concurrido, porque acababa de salir un tren, pero en los otros andenes la muchedumbre se movía en todas direcciones, subiendo y bajando a la estación del Metro, entrando y saliendo de la consigna de equipajes, de los salones de té, de las oficinas de información, y cruzando las puertas de entrada y salida por las que la estación de Paddington comunicaba con el exterior.

Mrs. McGillicuddy y sus paquetes fueron zarandeados de un lado a otro, pero llegó por fin a la entrada del andén número 3, donde dejó un paquete en el suelo para buscar en el bolso el billete que le permitiría pasar al otro lado del severo guardián de aquel acceso.

En ese momento, una voz estridente pero refinada, empezó a hablar por encima de su cabeza.

—Estacionado en la vía 3 el tren que tiene su salida a las 4.50 con destino a Chadmouth y paradas en Brackhampton, Milchester, Waverton, Carvil Junction y Roxeter. Pasajeros con destino a Brackhampton y Milchester sitúense en el vagón de cola. Los pasajeros que se dirijan a Vanequay deberán hacer transbordo en Roxeter.

La voz se interrumpió con un chasquido, y luego reanudó la información anunciando la llegada del tren de las 4.35 procedente de Birmingham y Wolverhampton en el andén 9.

Mrs. McGillicuddy encontró por fin su billete. El revisor lo taladró, murmurando:

—A la derecha, parte de atrás.

Mrs. McGillicuddy siguió por el andén y encontró a su mozo con expresión aburrida y mirando al vacío frente a la puerta de un vagón de tercera clase.

—Por aquí, señora.

—Yo viajo en primera clase —observó Mrs. McGillicuddy.

—No lo dijo —gruñó el hombre que miró con desprecio el abrigo a cuadros de mezclilla y corte masculino.

Mrs. McGillicuddy, que sí lo había dicho, no quiso discutir. Todavía le faltaba el aliento.

El mozo recogió la maleta y la llevó al vagón inmediato, donde Mrs. McGillicuddy quedó instalada en una esplendorosa soledad. El tren de las 4.50 iba casi vacío. Los viajeros de primera clase preferían el expreso de la mañana, o el de las 6.40 que llevaba vagón restaurante. Mrs. McGillicuddy entregó al mozo una propina que éste recibió con disgusto, al considerarla más propia de tercera clase que de primera. Aunque Mrs. McGillicuddy estaba dispuesta a gastarse el dinero en un cómodo viaje de regreso, después de una noche de viaje desde el norte y un febril día de compras, no era dada a excederse en las propinas.

Se instaló confortablemente en el mullido asiento con un suspiro y abrió una revista. Al cabo de cinco minutos sonaron lo silbatos y el tren arrancó. La revista resbaló de las manos de Mrs. McGillicuddy, su cabeza se ladeó y tres minutos más tarde ya estaba dormida. Se despertó después de un reparador sueño de treinta y cinco minutos. Se colocó bien el sombrero, que se le había torcido, se enderezó en el asiento y observó por la ventanilla lo que podía verse del fugaz paisaje. Ya era casi de noche en un día gris y nebuloso de fines de diciembre, pues sólo faltaban cinco días para Navidad. Londres resultaba un lugar triste y oscuro, y el campo no lo estaba menos, aunque aquí y allá lo alegraban algunos grupos de luces, al pasar el tren por las distintas poblaciones y estaciones.

—Van a servir el último té —anunció un camarero, abriendo la puerta como un geniecillo oriental.

Mrs. McGillicuddy ya había tomado el té en unos grandes almacenes y, de momento, se sentía satisfecha. El camarero continuó por el corredor con su monótona llamada. Mrs. McGillicuddy miró con expresión satisfecha el portaequipaje donde estaban sus paquetes colocados. Las toallas le habían salido a buen precio y eran exactamente como las que quería Margaret; la pistola espacial para Robby y el conejo para Jean gustarían a los niños, y la casaquilla de noche era justo lo que ella necesitaba, abrigada pero elegante. También el jersey para Héctor. Asintió complacida por el acierto de sus compras.

Su mirada satisfecha volvió a la ventanilla: un tren que corría en la dirección contraria pasó con un estridente ruido que hizo temblar los cristales y la sobrecogió por un momento. Llegó luego el repiqueteo de su propio tren al pasar por el cambio de agujas de una estación.

De repente, el tren empezó a aminorar la marcha, obedeciendo quizás a alguna señal. Durante algunos minutos se arrastró lentamente, se detuvo y, por fin, reanudó la marcha. Pasó por su lado otro tren que iba en dirección contraria, aunque a menor velocidad que el primero. El tren empezó a coger velocidad otra vez. En aquel momento, otro tren se desvió repentinamente hacia su misma dirección, dando la sensación por un instante de que iban a chocar. Durante un rato, los dos trenes corrieron paralelos, adelantándose apenas el uno al otro, alternativamente. Desde su ventanilla, Mrs. McGillicuddy miró las ventanillas de los vagones paralelos al suyo. La mayor parte de las cortinillas estaban echadas, pero de vez en cuando podía ver a sus ocupantes. El otro tren tampoco estaba muy concurrido y algunos de los vagones iban casi vacíos.

En un momento en que los dos trenes producían la ilusión de hallarse inmóviles, se alzó una cortinilla de uno de los compartimientos del otro tren y Mrs. McGillicuddy vio el interior iluminado del compartimiento de primera clase que tenía tan sólo a unos cuantos pies de distancia.

Inmediatamente sintió que se le cortaba la respiración y casi saltó de su asiento.

De espaldas a la ventanilla, vio a un hombre con las manos incrustadas alrededor del cuello de una mujer que se hallaba de cara a él y, de forma lenta y despiadada, la estaba estrangulando. Los ojos de la mujer se salían de sus órbitas y su rostro estaba púrpura y congestionado.

Mientras Mrs. McGillicuddy observaba fascinada, llegó el final: el cuerpo quedó inerte entre las manos del hombre.

En aquel mismo instante, el tren de Mrs. McGillicuddy volvió a aminorar la marcha y el otro aceleró. Avanzó rápidamente y, un momento después, se perdió en la oscuridad de la noche.

La mano de Mrs. McGillicuddy se dirigió automáticamente hacia la alarma. Luego se detuvo indecisa. Después de todo, ¿de qué serviría dar la alarma en el tren en que ella viajaba? El horror de lo que había visto tan de cerca y las desusadas circunstancias la dejaron paralizada. Era necesario emprender alguna acción inmediata, pero ¿cuál?

Se abrió la puerta del compartimiento. Era el revisor.

—Billetes, por favor.

Mrs. McGillicuddy se volvió hacia él con vehemencia.

—Una mujer ha sido estrangulada en ese tren que acaba de pasar. Lo he visto. ; El revisor la miró con cierta incredulidad.

—¿Decía usted, señora?

—¡Que un hombre ha estrangulado a una mujer! En ese tren. ¡Lo he visto por aquí! —exclamó, señalando la ventanilla.

La expresión incrédula del revisor se agudizó.

—¿Estrangulado? —preguntó en un tono de profunda duda.

—¡Sí, estrangulado! Le repito que lo he visto. ¡Debe usted hacer algo inmediatamente!

El revisor carraspeó como queriendo disculparse.

—¿No cree usted, madam, que tal vez haya echado una cabezadita y al despertar...? —se interrumpió con prudencia.

—He dormido un poco, pero si cree usted que se trata de un sueño, está equivocado por completo. Le digo que lo he visto.

La mirada del revisor se fijó en la revista abierta en el asiento. En la página visible aparecía una muchacha a la que estaban estrangulando, mientras un hombre amenazaba con un revólver a la pareja desde una puerta abierta.

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