El Teorema (7 page)

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Authors: Adam Fawer

Tags: #Ciencia-Ficción, Intriga, Policíaco

BOOK: El Teorema
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—Incluso si lo hubieses sabido, tampoco hubieses podido hacer nada.

—Lo sé, pero, con todo, hubiese preferido que me lo dijeras. —Jasper movió los hombros—. ¿Saben qué te provoca los ataques?

—Mi médico dijo que es «idiopático», o sea, que no tienen idea.

—¿No pueden tratarlo?

Caine negó con la cabeza.

—Durante el año pasado probé seis antiepilépticos diferentes, pero lo único que consiguieron fue que vomitara hasta las tripas.

—Demonios. Creía que la epilepsia se podía tratar…

—Los medicamentos y otros tratamientos funcionan en un 60% de los casos. Yo me cuento entre el afortunado 40%.

Antes de que Jasper tuviera tiempo de responder, llamaron a la puerta.

—¿Puedo pasar? —preguntó el doctor Kumar y entró en la habitación sin esperar una respuesta.

—Por supuesto —dijo Caine, aunque el hombre ya había entrado.

El doctor Kumar cogió el informe de Caine y comenzó a hojearlo al tiempo que asentía vigorosamente, como si estuviese manteniendo una conversación consigo mismo. Luego lo dejó a un lado, iluminó con su linterna los ojos de Caine y después se apartó.

—¿Cómo se siente?

—Cansado, pero bien.

—¿Durante cuánto tiempo nota el aura antes de tener el ataque?

—Sólo unos pocos minutos.

—Ajá. ¿Ésta fue el aura más breve desde el tratamiento ENV?

—Sí. —Caine se tocó automáticamente la cicatriz donde los médicos le habían hecho la intervención. Tres meses antes, el doctor Kumar le había implantado un aparato alimentado con una pila debajo de un nervio en el cuello. La técnica, conocida con el nombre de Estimulación del Nervio Vago, funcionaba sólo en un 25 por ciento de los pacientes. A pesar de eso, la desesperación hizo que Caine lo probara. Por desgracia, en su caso no había funcionado.

—Ya no sé qué decirle, David. —El doctor Kumar suspiró—. Ya no quedan más tratamientos y tampoco ha respondido a ninguno de los medicamentos disponibles en el mercado. Con toda sinceridad, se ha quedado sin alternativas. —El médico hizo una pausa—. A menos que haya cambiado de opinión respecto a mi estudio.

Habían pasado casi nueve meses desde que el doctor Kumar le había propuesto participar en los ensayos de un medicamento que estaba experimentando. Caine había aceptado. Incluso se había sometido a todos los análisis de sangre y había rellenado todo el papeleo, pero en el último momento, cuando el doctor Kumar le había informado de todos los posibles efectos secundarios, se había echado atrás.

Pero aquello había sido antes del procedimiento de la estimulación del nervio vago, cuando aún había esperanzas. Ahora, como el doctor Kumar había expresado con tanta delicadeza, Caine se había quedado sin alternativas. Si continuaban los ataques, acabaría convertido en un vegetal en pocos años. Hasta que eso ocurriera, viviría atenazado por el miedo, sin saber nunca cuándo perdería el conocimiento y acabaría moviéndose en el suelo como un pez fuera del agua.

—¿Todavía queda sitio en su estudio?

—Hasta ayer la lista estaba completa, pero uno de mis pacientes se dio de baja esta mañana, así que…

—¿Por qué se dio de baja? —lo interrumpió Caine.

—¿Qué? Oh, se quejó de que el medicamento le provocaba unas pesadillas terribles. Personalmente creo que era psicosomático… —El médico calló bruscamente para respirar hondo—. En cualquier caso, ahora tengo un hueco, pero tendrá que decidir ya.

—De acuerdo —aceptó Caine con resignación.

—¿Recuerda los posibles efectos secundarios?

—¿Cómo podría olvidarlos?

—Ah sí, usted tiene un historial de esquizofrenia en la familia, ¿correcto?

Jasper levantó una mano. El doctor Kumar se volvió hacia él como si advirtiera la presencia del hermano de Caine, por primera vez.

—Ah, usted debe de ser el gemelo. David me dijo que había tenido una recaída.

Jasper miró a Caine, que asintió. Como si le dijera: «Tú responde a las preguntas y yo ya te lo explicaré después».

—Sí —contestó.

—¿Cuánto tiempo hace desde que le dieron el alta?

—Cinco días.

—¿Cuáles son los medicamentos que toma?

—Ahora mismo tomo Zyprexa, aunque también he tomado Seroquel y un poco de Risperdal.

—Interesante. ¿Tiene los síntomas controlados?

—Las voces han dejado de decirme que el gobierno quiere apoderarse de mi cerebro, si a eso se refiere-quiere-viere —respondió Jasper con una sonrisa forzada.

Caine observó que el doctor Kumar miraba a Jasper, con la intención de ponerse en el lugar del médico y ver lo que él veía. El aspecto de Jasper había sido destrozado por la esquizofrenia: ya no era apuesto y tenía el aspecto de alguien que cualquier persona cuerda hubiese intentado evitar a toda costa. Después de un momento el doctor Kumar se volvió hacia Caine.

—¿Qué decide? —preguntó.

—¿Tengo otra alternativa? —Caine exhaló un suspiro—. Lo haré.

—Bien —replicó el doctor Kumar, casi con una sonrisa—. Le diré a mi ayudante que se ocupe del papeleo. Mañana saldrá del hospital, pero tendrá que volver cada tres días para los análisis de sangre. Quiero que lleve la cuenta del tiempo y la duración de las auras y los ataques. Si experimenta cualquier síntoma esquizofrénico como alucinaciones, trastornos en el habla, o cualquier otra cosa no relacionada con un ataque parcial, entonces…

—Caray. —Jasper levantó las manos para interrumpir la monótona letanía del doctor Kumar—. ¿Por qué va a tener síntomas esquizofrénicos?

El doctor Kumar se volvió hacia el hermano de Caine como si se tratara de un chiquillo malcriado, pero cuando vio la feroz mirada en los ojos de Jasper, decidió responder a la pregunta.

—La sustancia antiepiléptica que estoy probando tiene el efecto secundario de aumentar la producción de dopamina. Como ya debe de saber, los niveles altos de dopamina han sido relacionados con la esquizofrenia. Como el AED estimula la producción de dopamina, es posible que David pueda tener un ataque esquizofrénico. —Al ver cómo se miraban los hermanos, el médico se apresuró a añadir—: No digo que ocurrirá, sólo que existe un pequeño riesgo.

—¿Cómo de pequeño? —preguntó Jasper.

—Menos del 2 % —respondió el doctor Kumar en el acto.

—En el caso de que comience a suceder, dejo de tomar el medicamento. ¿No? —preguntó Caine.

El doctor Kumar negó con la cabeza.

—Oh no, eso podría ser muy peligroso. Incluso si pareciera que el AED no funciona, aún podría estar teniendo algún efecto. Si dejara de tomar la medicación bruscamente entonces es probable que sufriera algunos ataques extremadamente severos.

—Entonces, en el caso que comenzara a volverme loco, ¿qué es lo que debo hacer?

—Es muy difícil autodiagnosticar una enfermedad mental, así que le sugiero que se reúna con mi ayudante una vez a la semana para una evaluación psíquica.

Caine se dejó caer de nuevo en la cama. Veía por la expresión de Jasper que su hermano era el único que se compadecía de su situación. Cojonudo. Cerró los ojos en un intento por aislarse del mundo. Las palabras del doctor Kumar continuaban resonando en su cabeza: «ataque esquizofrénico». Le parecía imposible que se estuviera ofreciendo voluntariamente a correr ese riesgo. Pero los ataques… si no conseguía detenerlos, acabaría peor que Jasper. No había otra alternativa.

—Vale —dijo Caine, entre aliviado y aterrorizado.

—Bien. —El doctor Kumar ya caminaba hacia la puerta cuando se detuvo y se volvió—. Eso me recuerda que debe firmar una autorización que me permita ingresarlo en una institución psiquiátrica si es necesario. —Antes de que Caine pudiera responderle, el pequeño hombre asiático ya se había marchado.

—Un tipo agradable —comentó Jasper con un tono desabrido.

—Sí. Todo un cabronazo.

Permanecieron en silencio un instante.

—¿De verdad estás dispuesto a seguir adelante? —preguntó Jasper.

—Debo hacerlo.

—¿No tienes miedo de acabar como tu hermano mayor? ¿Chalado y echando espuma por la boca como un perro rabiosooso-toso-piojoso?

Caine contuvo la respiración.

—Jasper, ¿estás seguro de que te encuentras bien? ¿Hacer rimas no es un síntoma…?

—No es nada —lo interrumpió Jasper. Esbozó una sonrisa—. Rimar me hace sentir bien, eso es todo. Me gusta el sonido. —Chasqueó dos veces la lengua, como si quisiera remarcar lo dicho—. Volvamos a lo tuyo. ¿Estás absolutamente seguro?

—No tengo ninguna otra alternativa. No puedo seguir viviendo de esta manera. Si los ataques continúan como hasta ahora, bueno… —Caine dejó que su voz se apagara.

—¿Quieres que me quede? Puedo dormir en tu sofá durante un par de días si quieres.

Caine negó con la cabeza.

—No, estaré bien. Quiero hacer esto por mi cuenta. Ya me entiendes.

—Sí. —Jasper se rascó la barbilla—. Creo que sí.

—¿Te importa si te hago una pregunta?

—Adelante.

—¿Cómo es? Me refiero a la esquizofrenia —dijo Caine avergonzado, consciente de que nunca le había hecho antes esa pregunta a su hermano—. ¿Qué se siente?

—No se siente nada que se parezca a ninguna otra cosa. —Jasper se encogió de hombros—. Las alucinaciones parecen reales. Naturales, incluso obvias. Como si fuese la cosa más normal del mundo que el gobierno esté espiando tus pensamientos o que tu mejor amigo intente matarte. —Calló por un momento—. Por eso es tan espantoso. —Jasper tragó saliva antes de continuar—: Lo importante es que, independientemente de lo que esté pasando, o tú creas que está pasando, sigues teniendo el control. Sólo intenta recordar que sigues siendo tú. Deja que se agote. Procura encontrar maneras de anclarte, lugares donde te sientas seguro o personas en las que confíes. Además intenta tomar decisiones inteligentes dentro del mundo que te has creado. Al final acabarás encontrando el camino de regreso a la realidad.

Caine asintió al tiempo que rogaba para sus adentros no tener nunca la necesidad de utilizar los consejos de Jasper.

—¿Dónde vives ahora? —preguntó Caine, en un intento por llevar la conversación hacia algo más normal.

—En el mismo apartamento en Filadelfia, a unas pocas calles del campus.

—Perfecto.

Ninguno de los dos dijo nada durante un rato, cada uno sumido en sus pensamientos, preocupados por las cosas que les depararía el futuro. Finalmente, Jasper consultó su reloj y se levantó.

—Si no quieres que me quede, tendría que marcharme ahora para tomar el próximo autobús de regreso.

Caine se sorprendió al ver lo desilusionado que se sentía porque su hermano quisiera marcharse. Debió reflejarse en su rostro, porque Jasper se apresuró a dar marcha atrás.

—Por supuesto, si quieres, puedo llamar y decir que estoy enfermo y quedarme un par de días.

—No, no pasa nada. No quiero que tengas problemas en el trabajo. Estoy seguro de que no es sencillo conseguir un empleo cuando… —Caine se interrumpió antes de acabar la frase, pero el significado de la frase era obvio.

—¿Qué, cuando estás loco? —preguntó Jasper.

—Venga, tío —respondió Caine, con una sensación de cansancio—. Ya sabes lo que quiero decir.

—Sí. Lo siento, estos días estoy un poco nervioso.

—No pasa nada. Yo, también. —Caine le tendió la mano a su hermano, casi un extraño en su vida, y se preguntó cómo habían podido complicarse tanto las cosas—. Gracias por venir. Te lo agradezco, sobre todo si se tiene en cuenta que no me he dejado ver mucho.

Jasper descartó las palabras de Caine con un gesto.

—¿Para qué están los hermanos gemelos? —Caminó hacia la puerta pero se detuvo en el umbral con un pie dentro y el otro fuera—. Si necesitas cualquier cosa, tienes mi móvil-automóvilchernobil.

—Gracias —respondió Caine, un tanto inquieto—. Eso significa mucho. —Hacía rato que Jasper se había ido cuando Caine se sorprendió al comprender que era verdad.

Julia sabía que estaba enamorada.

Lo sabía por lo mucho que lo añoraba cuando estaban separados y por cómo le temblaban las manos cuando estaban juntos. Y porque apenas si podía respirar cuando estaban en la cama y por cómo se sentía después de acabar, con el cuerpo caliente y laxo, como si los huesos se hubiesen convertido en gelatina. Había algo todavía más importante, siempre se sentía increíblemente segura. Cuando estaba entre los brazos de Petey, nada ni nadie podía hacerle daño.

Petey. A él le encantaba el apodo. Julia no se podía creer hasta qué punto él había cambiado su vida. Cuando lo conoció, ella no era más que una niña, pero ahora, era una mujer.

Dos años antes cuando había comenzado los cursos de posgrado, Julia había renunciado a encontrar alguna vez a alguien. Sabía que probablemente era demasiado joven para descartar el amor, pero como nunca había salido con nadie, tampoco sacrificaba gran cosa. Ni uno solo de los chicos del instituto ni tampoco en la universidad había demostrado nunca el más mínimo interés. Había comenzado a creer que había algo terriblemente malo en ella. Algo que veían todos los demás. Harta de hacerse ilusiones, harta de los fracasos, había acabado encerrándose en sí misma. Así había sido hasta que conoció a Petey.

Jamás hubiese creído que él sería quien acabara con su virginidad. Su tutor, que le llevaba más de veinte años, era un hombre bajo y peludo, con unas cejas enormes y mechones de pelo gris que le salían de las orejas. Sabía que a las otras chicas del departamento les parecía feísimo, pero a Julia no le importaba. No se había enamorado de él por su aspecto, sino por cómo pensaba. Petey era sencillamente el hombre más brillante que había conocido y su trabajo era innovador. Estaba segura de que si —no, no «si», cuando— probara sus teorías, se convertiría en un hombre famoso.

No sólo ganaría el Nobel, sino que todos los programas se pelearían para conseguir que el gran doctor explicara ante su audiencia cómo el tejido mismo de sus vidas estaba interconectado, marcado en un gigantesco y cambiante tapiz de energía, espacio y tiempo. Si no hubiese sido por que la universidad era tan rácana a la hora de financiar sus trabajos, ya habría acabado.

Se encogió al recordar la última conversación que había tenido sobre el tema.

—¿De verdad crees que esta vez conseguirás la subvención? —le había preguntado Julia mientras pasaba una mano entre su abundante cabellera entrecana.

Petey se había quedado de una pieza; ella había estropeado el momento perfecto.

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