El Teorema (27 page)

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Authors: Adam Fawer

Tags: #Ciencia-Ficción, Intriga, Policíaco

BOOK: El Teorema
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metalizado

El rectángulo cae y golpea en el techo del coche aparcado inmediatamente después del que tiene delante. Caine se apoya de nuevo en la pared, dispuesto a aceptar su destino cuando el coche explota. En el momento en que el techo revienta, el maletín sale disparado a través de la calle como un misil. Rebota en la pared de un edificio y resbala por debajo de un monovolumen, con una estela de chispas, que provocan una nueva explosión cuando las chispas encienden un charco de gasolina. El monovolumen vuela por los aires y se estrella en los andamios del edificio.

Comienza la reacción en cadena.

Un objeto metalizado atravesó el aire y luego estalló el monovolumen, que fue a estrellarse contra el edificio con un ruido tremendo, mientras trozos de mampostería y los andamios llovían sobre la acera. Si Nava no lo hubiese visto, hubiese jurado que alguien había disparado un misil. Se sobresaltó al oír un fuerte chirrido metálico. Miró hacia el edificio pero no había nada que ver, excepto la gigantesca escalera de incendios.

Había tanto humo que la escalera de incendios parecía oscilar suavemente de un lado a otro. Oyó otro chirrido. Nava miró con más atención y no pudo contener una exclamación. La escalera vertical parecía oscilar porque eso era lo que hacía.

Cuando la explosión había derribado los andamios, seguramente se habían roto algunos de los soportes de la escalera. Eso, combinado con el calor, había debilitado la estructura. Otro chirrido, esta vez todavía más fuerte. Parecía como si se fuera a caer en cualquier momento.

Con un tremendo estrépito de metales rotos, la escalera de incendios se desprendió del edificio y comenzó a caer hacia el suelo.

El tiempo se mueve a través de un bucle.

La misma escalera de incendios se estrella una y otra vez contra el suelo.

Cae en medio de las llamas y comienza a fundirse, (bucle)

Caine lanza el maletín. El coche estalla. El maletín rebota contra el edificio. Las chispas encienden la gasolina que hay debajo del monovolumen. Otra explosión. Los andamios se derrumban. La escalera de incendios cae y se parte en dos pedazos en el impacto, (bucle)

Caine lanza el maletín. El coche estalla. El maletín rebota contra el edificio. Las chispas encienden la gasolina que hay debajo del monovolumen. Otra explosión. Los andamios se derrumban. La escalera de incendios cae y se detiene bruscamente, unos soportes todavía la aguantan en el aire en un ángulo de 45 grados, (bucle)

Las imágenes se aceleran, su cerebro apenas consigue interpretar lo que ve antes del bucle. Una y otra vez, Caine pone en marcha la cadena de acontecimientos que hace que la escalera de incendios se desplome hasta que finalmente cae.

Nava esquivó la escalera por los pelos cuando se estrelló en la calle con un ruido ensordecedor. La estructura metálica permanecía milagrosamente entera, sólo un tanto torcida en la zona que había chocado con los vehículos que ardían. Nava miró la escalera durante un momento con una expresión de incredulidad. Entonces lo comprendió: tenía su puente.

Se quitó el ligero abrigo y con una daga cortó rápidamente tres tiras de tela. Se envolvió una en cada mano y con la otra se cubrió la boca y la nariz. Sin hacer caso del fuego que ardía debajo, se subió a la escalera y comenzó a avanzar por los peldaños.

El metal comenzaba a calentarse, pero las tiras de tela le protegían las manos. Avanzó rápidamente hacia el punto donde estaba doblada, agradecida por su entrenamiento en las escaladas por Gora Narodnaya, en los Urales. El humo y el sudor que le chorreaba de la frente le impedían ver gran cosa, pero continuó avanzando. Por fin se detuvo, bien sujeta a los escalones de metal y miró adelante. Estaba a menos de un metro del punto más alto de la escalera. Su objetivo se encontraba al otro lado del muro de fuego.

Buscó un lugar seguro donde dejarse caer, pero no lo había. Había llamas a cada lado; el único camino posible era seguir adelante. Miró de nuevo, atenta a cualquier posibilidad. No estaba segura, pero le pareció que veía el otro extremo del puente más allá del muro de fuego. Comenzaba a resplandecer, pero aún no estaba al rojo vivo. Era la única vía.

Resistió el deseo de respirar profundamente, porque el aire estaba cargado de humo y hollín. Se encogió, concentró todas las fuerzas en las pantorrillas, y saltó, con los brazos extendidos.

El mundo salta.

Hay una hermosa gimnasta.

Sube por la escalera de incendios y salta a través de una cortina de fuego de seis metros de altura; se estira para sujetarse de un trozo de metal al rojo vivo; no lo consigue. Cae sobre los restos de un camión en llamas. Suelta un alarido de dolor, (bucle)

El arroja el maletín. Comienza la reacción en cadena. Cae la escalera de incendios y crea un puente. La gimnasta sube por la escalera de incendios y tropieza antes de intentar el salto; cae del puente metálico y desaparece en la hoguera, (bucle)

Él arroja el maletín. Comienza la reacción en cadena. Cae la escalera de incendios y crea un puente. La gimnasta sube por la escalera de incendios, salta en el momento en que estalla uno de los camiones, y la metralla le destroza el cuerpo, (bucle)

Caine observa cómo muere la mujer cien veces. Un millar. Un millón. Y entonces…

A pesar de que el metal cede ante la fuerza de su empuje, Nava consiguió ejecutar un salto limpio. Una vez en el aire, se estiró, el cuerpo rígido. Las llamas le calentaron los brazos, el vientre, las piernas… y pasó la cortina de fuego. Abrió las manos al máximo, a la espera de tocar el metal al otro lado. Y entonces…

Cerró las manos alrededor de lo que le pareció un hierro candente, y se sujetó. Aflojó un poco la presión para que su cuerpo pudiera darse impulso balanceándose y luego se soltó. Voló hacia delante. La caída era de sólo tres metros: no le pasaría nada siempre que no cayera sobre un trozo de metal retorcido.

Tocó el suelo y se agachó en el acto. Antes de que pudiera recuperar el aliento, oyó un tremendo chirrido metálico. Se levantó de un salto y echó a correr, entre los restos de metal incendiados. Fuera de peligro, volvió la cabeza y vio cómo la escalera de incendios desaparecía entre las llamas.

Nava siguió corriendo.

En esos momentos la gimnasta corría hacia él, después de haber superado la prueba del fuego. Caine se preguntó si ya estaba muerto y si la mujer era un ángel.

—¿Puedes caminar? —le preguntó el ángel, que apareció de pronto ante sus ojos.

Caine la miró. ¿Qué se le decía a un ángel? Ella no esperó a que le respondiera. Se agachó para cargárselo al hombro. Caine soltó un alarido al sentir el tremendo dolor en la rodilla destrozada, pero el ángel no hizo caso y comenzó a correr.

Caine observó cómo estallaba el coche detrás de ellos como sabía que ocurriría. Esta vez ocurrió en tiempo real, no a cámara lenta. Los fragmentos de cristal y de metal afilados como navajas volaron del coche y se incrustaron en la pared. Sólo que en esta ocasión Caine no estaba en la línea de la metralla.

Habría muerto de no haber sido por el ángel. Se le torció de nuevo la rodilla y se repitieron las descargas de dolor. Ahora que estaba en los brazos del ángel, no necesitaba seguir aferrado a la conciencia.

Así que Caine se dejó ir.

Capítulo 17

Notó que la carga se hacía más pesada cuando Caine perdió el conocimiento, pero Nava continuó la marcha. Era consciente de que seguía corriendo por la adrenalina; si se detenía, quizá perdería el conocimiento. Tenían que llegar a un lugar seguro.

Sin detenerse, Nava arrancó del hombro de Caine el minúsculo transmisor GPS que le había colocado una hora antes y lo arrojó al fuego. Así ya no había manera de que Grimes pudiera rastrearlos. La única pregunta era: ¿dónde podían esconderse?

No podía regresar a su apartamento y el de Caine estaba descartado. Tampoco le servía robar un coche, porque él estaba sangrando a raudales. Necesitaba un lugar donde pudiera curarle las heridas. Miró el rótulo con el nombre de la calle mientras pensaba.

El apartamento donde se había reunido con Tae-Woo estaba a unas pocas manzanas. No sabía si los norcoreanos lo utilizaban de manera permanente o si sólo les había servido para aquel encuentro. Si había más de dos agentes cuando llegara, habría sido un suicidio. Caine soltó un gemido. No tenía más alternativas; tendría que arriesgarse.

Continuó caminando. Sólo le faltaban tres manzanas. Había algunos transeúntes en la calle, pero aquellos a cuyo lado pasó eran neoyorquinos de pura cepa y sólo se ocupaban de sus asuntos. Nadie detuvo a la hermosa morena que cargaba al hombro a un hombre con una pierna destrozada. Seguramente habría una explicación válida, y si no la había tampoco querían saberlo.

Cuando llegó al edificio, estaba exhausta. Le dolían la espalda y los brazos mientras subía los cinco pisos por las escaleras. El último tramo lo hizo casi a gatas, y sólo la fuerza de voluntad hizo que consiguiera llegar al rellano.

Nava dejó a Caine en el descansillo, y se acercó silenciosamente al apartamento. Empuñó la Sigsauer 9 mm con las dos manos, retrocedió un poco y abrió la puerta de un puntapié. Recorrió la habitación a oscuras como había hecho unas cuantas noches antes, pero esa vez estaba desierto. Respiró más tranquila y arrastró a Caine al interior.

Cerró la puerta y palpó la pared junto al marco hasta dar con el interruptor. En cuanto encendió la bombilla que colgaba del techo, vio que se encontraba tal como lo había dejado. Las paredes desnudas, el suelo de madera sucio, la cocina diminuta, el frigorífico amarillo. No había nada fuera de lo habitual. Soltó el aliento que había contenido y vació la mochila en el suelo.

Su primera preocupación fue la seguridad. Sujetó la puerta con un poco de masilla arriba y abajo de la hoja. Sería engorroso quitarla cuando se marcharan del apartamento, pero por lo pronto evitaría que alguien los sorprendiera. Luego se ocupó de Caine. Tenía un aspecto horrible.

Tenía el rostro blanco como una sábana y la camisa empapada en sudor pegada al pecho. Sus manos estaban rojas y despellejadas, pero después de un rápido examen vio que las heridas eran superficiales, nada grave. El problema era la pierna izquierda, que parecía una masa sanguinolenta. Utilizó la daga para cortarle la pernera a lo largo de la costura.

Aunque la pantorrilla estaba cubierta de sangre, no parecía tener más que unos rasguños. La fuente de la hemorragia era la rodilla. La palpó con mucha suavidad para confirmar sus sospechas: tenía aplastada la rótula. Se veía el blanco amarillento del cartílago debajo de la carne abierta.

Se quitó los trozos de tela de las manos y extendió los restos de la chaqueta en el suelo. No era el entorno más estéril, pero tendría que servir. Sacó varios escalpelos y jeringuillas de su equipo de emergencia. Estaba a punto de inyectarle a Caine cien miligramos de Demerol cuando recordó la advertencia de Forsythe: «En esta misión, asuma que cualquier cosa es posible y todo es probable».

La probabilidad era pequeña, pero existía. Maldijo por lo bajo. No podía correr el riesgo. Dejó a un lado la jeringuilla, rompió una ampolla de sales aromáticas y la sostuvo debajo de la nariz de Caine. El intentó apartarla en un gesto inconsciente antes de abrir los ojos. Nava lo miró, cara a cara, por primera vez.

A pesar de su debilidad, la mirada de sus ojos color verde esmeralda era firme y desafiante. Movió la cabeza rápidamente de izquierda a derecha para orientarse antes de mirar de nuevo a Nava.

—¿Quién eres? —preguntó.

—Me llamo Nava. Estoy aquí para ayudarte, pero necesito hacerte un par de preguntas.

—¿Ayudarme cómo? —Caine intentó sentarse, pero Nava lo sujetó por los hombros. Las piernas rozaron el suelo y el dolor le obligó a hacer una mueca—. Mi rodilla.

—Lo sé —dijo Nava—. ¿Eres alérgico al Demerol?

—No lo puedes utilizar —jadeó Caine.

—¿Qué me dices de…?

—No —la interrumpió Caine—. No puedo tomar nada. Estoy… —Parpadeó varias veces y apretó las mandíbulas por unos momentos—. Estoy tomando un medicamento experimental. No puedo tomar ninguna otra medicación debido a las posibles interacciones.

—Mierda —exclamó Nava por lo bajo—. Tengo que contener la hemorragia y curarte la pierna. Esto te dolerá.

—Haz lo que sea. Pero nada de medicamentos.

—Vale —asintió ella, sin mucha seguridad.

Estaba a punto de comenzar cuando de pronto sintió todo el peso de su propio agotamiento. Sacó otra jeringuilla del equipo y se pinchó en el muslo. El corazón le dio un brinco cuando las anfetaminas entraron en la sangre. De pronto, absolutamente despierta, cogió uno de los escalpelos colocados sobre la tela de la chaqueta y realizó la primera incisión.

—¿Dónde está? —preguntó Forsythe, furioso.

—Lo estamos buscando por todas partes, pero se lo repito: sencillamente ha desaparecido —le dijo Grimes por enésima vez.

—Repíteme lo que sucedió.

—En cuanto me di cuenta de que la agente Vaner había engañado al equipo de asalto, rastreé todos sus otros transmisores GPS, porque supuse que había utilizado otro para marcar al verdadero objetivo. Luego busqué la información.

Grimes puso en pantalla la cinta de vigilancia de uno de los satélites de la ANS en una órbita a doscientos cuarenta kilómetros de la Tierra. La hora marcaba las 18.01.03.

—Muy bien, aquí está David Caine. —Grimes señaló la cabeza de un hombre en la pantalla—. Se ve cómo este otro tipo le entrega un maletín.

—¿Sabemos quién es o cuál era el motivo del encuentro? —preguntó Forsythe.

—Podría ser un repartidor de pizza. ¿Cómo demonios voy a saberlo? Sólo ha pasado una hora desde que esto ocurrió.

Forsythe rabió en silencio hasta que Grimes continuó con el relato.

—El caso es que veinte segundos después de la entrega, este coche explota. Pero si lo mira con los infrarrojos… —Grimes congeló la imagen, retrocedió unos pocos fotogramas y amplió la nueva imagen para destacar un pequeño cuadrado junto a los pies de Caine—. Como ve, no es el coche el que estalla, sino esta caja. Cuando la vi, amplié la visión. —La imagen se amplió. Luego Grimes enfocó una forma oscura en la azotea de un edificio—. Aunque no puedo tener una seguridad absoluta, a mí me parece que este tipo tiene en las manos algo que parece un control remoto.

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