Tversky sacó un sobre blanco del bolsillo de la chaqueta, mientras luchaba por controlar el temblor de las manos. Trike intentó arrebatarle el dinero, pero Tversky lo mantuvo fuera de su alcance.
—Primero déjame ver lo que he venido a buscar.
Trike le sonrió; tenía dos dientes de oro.
—Eso está hecho, abuelo. —Sacó del bolsillo una bolsa de papel.
Tversky miró en derredor para ver si alguien los vigilaba, pero el callejón estaba desierto. Cogió la bolsa que le ofrecía Trike, y se sorprendió al notar lo mucho que pesaba.
—Ahora dame los putos ñapos.
Tversky le entregó el sobre. El chico se lamió un dedo, contó rápidamente los billetes y se guardó el dinero en un bolsillo del pantalón.
—Ha sido un placer hacer negocios contigo —dijo antes de desaparecer rápidamente del callejón. Tversky guardó la bolsa en su maletín y caminó a buen paso hacia Broadway.
No se atrevió a sacar la bolsa del maletín hasta que no estuvo sano y salvo en la habitación del motel de ínfima categoría. Había abandonado su apartamento inmediatamente después de ver la cinta de vídeo. Julia le había dicho que se alojara allí, así que lo había hecho.
Echó las cortinas antes de colocar la bolsa en el centro de la cama. Tuvo que armarse de valor para meter la mano dentro de la bolsa y tocar los suaves cilindros de plástico. Los notó fríos al contacto con sus dedos bañados en sudor. Respiró profundamente y comenzó a sacar los cartuchos de escopeta uno tras otro. Los dispuso en una hilera. Había diez en total. Durante unos instantes se limitó a mirarlos mientras se preguntaba cómo había ido a parar a aquel lugar y aquel momento.
Ahora ya era demasiado tarde para echarse atrás. Después de lo que le había sucedido a Julia —después de lo que él le había hecho a Julia— era demasiado tarde. Tenía que seguir adelante con eso hasta acabarlo. Consultó su reloj; aún disponía de unas horas hasta las seis de la tarde. Si David no se presentaba, Julia se había equivocado. Pero no le parecía probable.
Hasta entonces todo había sucedido tal como ella le había dicho: todo, desde dónde sentarse en el restaurante, a cómo encontrar al pequeño vendedor de armas. Si ella había previsto todo aquello correctamente, no había ninguna razón para creer que el resto no sucedería. Tampoco tenía otra alternativa.
Aunque eso no era del todo cierto… No estaba obligado a cumplir con sus instrucciones. Era libre de cambiar de opinión, de escoger un camino diferente. No obstante, incluso mientras deseaba tener otra alternativa, era consciente de que no la escogería. Le entristecía tener que matar a David para conseguir lo que deseaba, pero lo haría.
Era demasiado tarde para tomar otro camino.
Nava escribió su número de identificación y clicó «Buscar». Las palabras en la pantalla azul fueron reemplazadas en el acto por un plano de la ciudad de Nueva York con dos puntos luminosos que parpadeaban: uno marcaba la actual posición de Nava y el otro correspondía a Caine. El GPS funcionaba perfectamente.
Había marcado la chaqueta de cuero de Caine con un micropunto a primera hora de la mañana. Ahora sólo tenía que esperar a que apareciera su gemelo. En cuanto marcara a Jasper Caine, lo utilizaría como señuelo para Grimes mientras ella se hacía con David Caine. Después, Nava podría desaparecer.
Consultó su reloj. Eran casi las once. Si Jasper tardaba mucho más en salir del apartamento, sus planes se irían al garete. Mientras miraba al otro lado de la calle, un camión de FedEx se detuvo delante de ella y le impidió la visión. El conductor se inclinó sobre el asiento y abrió la puerta del acompañante.
Nava subió al camión y cerró la puerta. Una vez dentro, deslizó el tabique que separaba la cabina de la zona de carga y entró. Grimes y su compañero apenas si se fijaron en ella, enfrascados en sus respectivos teclados, mientras miraban alternativamente los tres monitores que tenían delante.
No había ningún lugar donde sentarse, así que Nava esperó de pie a que Grimes terminara. Al cabo de un minuto, Grimes tendió la mano, aunque no consideró necesario darse la vuelta.
—Dame tu placa, tengo que actualizar la información.
Nava le dio a Grimes la placa metálica con un gesto automático. En cuanto dejó de tenerla en la mano, comprendió su error, pero ya era demasiado tarde. Grimes la metió en una ranura vertical de la consola y apretó un botón. El plano de Nueva York reemplazó la imagen en el monitor central.
—Ah, fantástico, ya lo tienes marcado. Enviaré las coordenadas a todo el equipo de vigilancia. —Sus dedos volaron por el teclado—. Listo. Ahora todos saben dónde está el objetivo, por si lo pierdes.
¿Ahora es un objetivo? —preguntó Nava.
Sí. —Grimes giró en su sillón—. El doctor Jimmy dio oficialmente la luz verde a la operación esta mañana. Tú estás en misión táctica; un equipo de asalto está de camino.
—¿Qué?
—Míralo tú misma. —Grimes le señaló el monitor de la derecha y un teclado auxiliar. El expediente del primer comando ya aparecía en la pantalla. Como la ASN no disponía de personal de combate, Nava había esperado que asignarían a agentes de seguridad que conocieran el uso de unas pocas armas de fuego.
Se había equivocado.
NOMBRE: Spirn, Daniel R.
UNIDAD: Fuerzas especiales.
GRADO: Sargento.
ARMAS: Pistola (9 mm, cal. 45, cal. 38), M16A2/M4A1, escopeta (cal. 12), fusil M24, lanzagranadas M203, arma automática M249, granada de mano, AT-4, ametralladora M240B, ametralladora M2HB, pistola lanzagranadas MK-19, mortero (60 mm, 81 mm, 120 mm), explosivos, mina Claymore M18A1/A2, minas (en general), misiles TOW, Dragón, fusiles sin retroceso (RCL-84 mm, 90 mm, 106 mm), AT-4, armas antitanques ligeras.
COMBATE SIN ARMAS: Aikido, Choi Kwang Do, Hapkido, Judo, Ju Jitsu, Muay Thai, Tae Kwon Do.
Nava leyó los expedientes de otros tres soldados. Con la excepción de González, que era experto en demolición, todos tenían el mismo entrenamiento y habían entrado en combate; varios en misiones secretas. Nava suspiró. Esto haría que las cosas fuesen mucho más complicadas. Miró a Grimes.
—¿No crees que es pasarse un poco? ¿Cuatro tíos de operaciones especiales para coger a un civil?
—¿Qué quieres que te diga? —Grimes se encogió de hombros—. El doctor Jimmy está de los nervios. No quiere que nada salga mal.
—¿Cómo es que tiene acceso a los de las fuerzas especiales?
—No lo sé. Supongo que se habrá cobrado algunos favores, como hizo contigo. Con éste va a por todas. —Grimes sacó un caramelo de una bolsa de plástico que sujetaba entre las piernas y se lo ofreció. Nava negó con la cabeza. Sin molestarse, Grimes se lo metió en la boca. Comenzó a hablar mientras masticaba—: Estarán aquí dentro de unos minutos. Después de las presentaciones, el doctor Jimmy quiere que lo atrapéis.
El terminal de Grimes comenzó a pitar. Se volvió y apretó un botón.
—¿Sí? Está aquí, espere. —Se quitó los auriculares y el micro y se lo pasó a Nava—. Es Forsythe.
—¿Doctor?
—Agente Vaner, sólo quiero asegurarme de que el señor Grimes le ha dado toda la información necesaria.
—Eso creo, señor. Si no lo he entendido mal, dirigiré al equipo para hacernos con el señor Caine y llevarlo al laboratorio.
—Correcto. Quiero que esté usted al mando porque es algo de la máxima discreción. Los hombres que colaborarán con usted no destacan precisamente por la sutileza; desgraciadamente fueron los únicos que pude conseguir con tan poca anticipación. Confío en que pueda controlarlos.
—Haré todo lo que pueda, señor.
—Bien. Utilice todas las precauciones posibles cuando trate con el señor Caine. Es más peligroso de lo que parece.
—Entendido —contestó Nava y se preguntó a qué venía la advertencia de Forsythe.
—Buena suerte, agente Vaner.
—Gracias, señor. —Se oyó un clic y se cortó la comunicación. Nava se quitó los auriculares y se disponía a devolvérselos a Grimes cuando vio que él ya llevaba otros.
—Siempre tengo otros de recambio —dijo él con una sonrisa—. El doctor Jimmy es un mariconazo. «Utilice todas las precauciones posibles cuando trate con el señor Caine» —articuló cuidadosamente cada palabra como había hecho Forsythe. Nava no tenía muy claro si le sorprendía más que él hubiera espiado la conversación o que lo reconociera abiertamente con tanto orgullo—. Esto está chupado, ¿no te parece? —preguntó Grimes despreocupadamente—. No tenéis más que reventar la puerta y cogerlo.
Nava bajó del camión sin responderle. El problema era que Grimes estaba en lo cierto. Su plan de ataque era el mejor —sencillo, directo, y sin ningún riesgo para el entorno— y si los tipos de las fuerzas especiales eran mínimamente buenos seguramente también lo sabrían. En cuanto la ASN le echara el guante a Caine, ya no tendría otra oportunidad de llegar hasta él.
Tenía que encontrar la manera de adelantarse.
En cuanto descubrieron quién era Tommy, el director de la agencia se puso al teléfono. Incluso llamó a Tommy «señor». Tommy no recordaba que nadie le hubiese llamado nunca «señor». Señor Tommy. Le gustó cómo sonaba.
Quizá ahora que era rico tendría que usar «Thomas». No. Era incapaz de imaginarse diciendo: «Hola, soy Thomas». Nunca había tenido ningún problema con Tommy, así que seguiría siéndolo. Cogió el teléfono y llamó a Dave para darle la buena noticia.
—No sé cómo agradecértelo —respondió Dave.
—Te dije que algún día te devolvería el favor, ¿no? —dijo Tommy, muy contento—. De no haber sido por ti, en el instituto hubiese acabado en palizas diarias. Además, nunca habría aprobado el curso de la señorita Castaldi. Te lo debía.
—No sé qué decirte, pero… esto es demasiado. No sé qué decir.
—No tienes que decir nada, tío.
—Vale. Nos vemos a las seis.
—Sí. No sabes las ganas que tengo de verte.
Dave le dio las gracias dos veces más antes de que Tommy consiguiera que dejara el teléfono. Se sentía bien. Más que bien; fenomenal. Nunca había tenido la ocasión de ayudar a nadie. Pero ahora era un tío legal que pagaba sus deudas. A partir de ese momento, las cosas serían diferentes. Haría cosas, cosas importantes. Todo iba a cambiar.
Sonó el teléfono, pero dejó que lo atendiera el contestador automático. Era otra vendedora. Esta quería ser la asesora financiera de Tommy. Comenzó a recitar una larga lista de cosas que Tommy debía tener en cuenta: inversiones inmobiliarias, cartera de acciones, pólizas de seguros, deducciones fiscales, albaceas de su testamento. Bip. La máquina cortó la comunicación.
Tommy miró el reloj en la pared: sólo le quedaban dos horas para ir al banco y viajar hasta Manhattan. Dave se había ofrecido a ir a Brooklyn, pero Tommy quería ir al centro y charlar un rato.
Fue a la cocina para coger la chaqueta, sin dejar de sonreír. Dave siempre había sido un buen amigo. Tommy confiaba en que después de ese encuentro no volviesen a perder el contacto. Dave era precisamente la clase de persona que Tommy necesitaba: inteligente, honrado, alguien que no se aprovecharía. De pronto se le ocurrió una idea.
Buscó una hoja de papel, escribió una larga nota, y la sujetó en la puerta del frigorífico con un imán con forma de pelota de fútbol. Sabía que era una cosa bastante extraña, pero ahora que era un multimillonario, tenía que pensar en esas cosas. Tenía que comportarse como un tipo responsable.
Mirar la nota le hacía sentirse bien, como cuando le había dicho a Dave que lo ayudaría. Sí, finalmente las cosas iban a cambiar. No veía la hora de comenzar con su nueva vida. Tommy se puso la chaqueta y salió de su apartamento. Tendría que darse prisa si quería llegar al banco a tiempo, aunque algo le decía que el director de la agencia lo esperaría por muy tarde que se presentara.
Tommy era ahora un hombre importante. Un gran hombre con grandes planes.
El rostro de Jasper aún estaba un poco hinchado, pero tenía mucho mejor aspecto que la noche anterior.
—¿Estás seguro de que quieres que me marche de la ciudad? —preguntó Jasper—. Me refiero a que si Tommy te da el dinero, entonces los malos dejarían de perseguirte, ¿no?
—Ésa es la teoría.
—Entonces, ¿por qué quieres que me largue?
—No lo sé —mintió Caine. Aunque no lo sabía, tenía la sensación de que las cosas se pondrían mucho peor antes de que comenzaran a mejorar—. Sólo creo que sería una buena idea que te marcharas.
—De acuerdo. —Jasper se levantó y se puso su vieja chaqueta militar. Estaba llena de manchas de un color marrón oscuro. Caine estaba a punto de hacer un comentario cuando comprendió que era sangre seca. Cogió su chaqueta de cuero y se la arrojó a su hermano.
—Tu chaqueta está hecha un asco. Ponte ésta.
Jasper miró la cara chaqueta de su hermano con una expresión de sorpresa.
—¿Lo dices en serio?
—Sí. Quiero que te la quedes. Considéralo como un premio de consolación por el combate de boxeo de anoche.
—Gracias, hermanito. —Jasper se apresuró a ponerse la chaqueta—. ¿Qué te parece? Me va que ni pintada.
—¿Cuáles eran las probabilidades?
Caine sonrió. Le pareció que era la primera sonrisa que aparecía en su rostro después de una eternidad. Se puso su vieja gabardina y cerró la puerta con llave al salir. Los gemelos se pusieron gafas de sol idénticas y bajaron las escaleras. Cuando salieron del edificio, ninguno de los dos prestó la más mínima atención al camión blanco de FedEx ni a la furgoneta negra aparcada detrás.
Mantengan la posición —dijo Nava mientras miraba a los dos hermanos saliendo del edificio.
Pero, señora, tenemos una oportunidad…
Mantenga la posición. Es una orden, teniente.
—Recibido.
Nava arrojó la colilla y siguió a los gemelos. Mientras caminaba, se preguntó qué haría. Había conseguido engañar a Grimes con la explicación de que no quería capturar a Caine delante de cualquier testigo que lo conociera, como era el caso de su acompañante. Sin embargo, en el momento en que Jasper se separara de su hermano, no podría impedir que sus hombres se hicieran con David.
—Caray, Caine y su amigo se parecen cantidad —comentó Grimes en su auricular—. Ni que fueran gemelos.
—Corta el rollo —dijo Nava. Lo último que quería era que Grimes lo recordara.
—Lo que tú digas —refunfuñó Grimes.