Read El templo de Istar Online
Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman
Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil
—¿Regresar tú a su lado? —repitió Par-Salian perplejo—. No lo permitiré. Sabe, como tú mismo has informado, que eres un espía de este cónclave arcano formado por sus compañeros —declaró, y fijó la vista en la butaca que permanecía vacía en medio de los representantes de la Túnica Negra—. Eres valiente, Dalamar, pero no has de volver y sufrir lo que sería una tormentosa muerte en sus manos.
—No puedes impedírmelo —replicó el aprendiz sin un resquicio de emoción en su talante—. Ya os he comentado que vendería mi alma a cambio de perfeccionar mis estudios junto a un ser como él. Ahora, aunque me cueste la vida, conservaré mi ventajoso puesto de ayudante y quedaré a cargo de la Torre de la Alta Hechicería durante su ausencia.
—¿Te ha encomendado Raistlin esa misión, pese a tu traicionera conducta? —El hechicero de la Túnica Roja no daba crédito a sus oídos.
—Me conoce bien —repuso el discípulo con cierto resentimiento—. Es consciente de mi dependencia, de tenerme atrapado en sus redes. Ha flagelado mi cuerpo y absorbido la esencia de mi espíritu, y aun así no escaparé a la telaraña que ha tejido a mi alrededor. No soy el primero ni el único que cae en semejante trance —agregó, a la vez que señalaba la inerte figura blanca que yacía sobre la plataforma. No contento con involucrar a Crysania, giró el rostro y dedicó a Caramon una burlona sonrisa—. ¿Me equivoco, hermano?
Al fin el guerrero entró en acción. Arrancó bruscamente a Bupu de su pie, soltó a Tas y dio un paso al frente, lo que permitió al kender y a la enana agazaparse tras su espalda.
—¿Quién es este individuo? —inquirió frunciendo el ceño—. ¿Qué ocurre, Par-Salian, de qué habláis? Os he oído mencionar a Raistlin, pero no he entendido una palabra.
Antes de que el insigne mago atinara a contestar, el elfo oscuro se apresuró a explicar al fornido humano:
—Me llamo Dalamar y soy el aprendiz de tu gemelo en la Torre de la Alta Hechicería. Además ejerzo como espía, enviado por esta augusta asamblea para observar de cerca las maquinaciones de Raistlin.
Caramon no articuló sonido alguno, estaba demasiado ocupado en examinar con los ojos muy abiertos el pecho del falso alumno. Intrigado por la expresión de espanto del compañero, Tas lo imitó y, al instante, distinguió cinco agujeros socarrados y sanguinolentos en la carne de Dalamar. El kender tragó saliva, muy impresionado.
—Sí, fue la mano de tu hermano la que me infligió estas heridas —aclaró el elfo, que adivinó sin dificultad los pensamientos del guerrero. Esbozando una indefinible sonrisa, recogió en su palma los jirones de su túnica y los anudó en su hombro al objeto de ocultar las horrendas lesiones—. No debes preocuparte —musitó—, sólo me aplicó el castigo que merecía.
Caramon apartó los ojos, tan pálido que Tas deslizó los dedos entre los suyos en un intento de reconfortarlo. Temía que se desmayara, circunstancia que Dalamar no dejó de percibir y aprovechó para ensañarse.
—¿Qué sucede? —preguntó socarrón—. ¿No le creías capaz de tanta crueldad? No, claro, eres igual que todos estos ancianos. ¡Hatajo de estúpidos! —Al insultar a los presentes su mirada corrió entre ellos, presta a borrarles de la faz del mundo.
Los murmullos de indignación se entremezclaron con los de pánico, ambos superados por las manifestaciones de incertidumbre. Transcurridos unos momentos, Par-Salian alzó la mano para conminar el silencio a los desencajados sabios.
—Ya es hora, Dalamar, de que nos relates los pormenores de tan sorprendentes planes. A menos, por supuesto, que Raistlin te haya prohibido referirlos frente al cónclave. —Aunque sereno, impasible a la insolencia del alumno, impartió su orden con una nota de ironía que el elfo captó al instante.
—No, no hubo tal prohibición —dijo sin perder la sonrisa—. Conozco una parte de sus intenciones, e incluso quiso asegurarse de que os la comunicaría con todo lujo de detalles.
Se produjo una breve algarabía en la que cundieron las chanzas, un intervalo de humor al que todos se sumaron de buen grado, salvo Par-Salian. En efecto, este último exhibía en su entrecejo los surcos de la más honda inquietud.
—Continúa —exhortó al elfo, casi sin voz.
Dalamar inhaló una bocanada de aire e inició su narración.
—Va a desplazarse en el tiempo, a aquella época anterior al Cataclismo en la que Fintandantilus se hallaba en la cúspide de su poder. Mi
Shalafi
desea entrevistarse con el gran mago, compartir sus estudios y recuperar las obras por él escritas que fueron destruidas en la debacle. Raistlin está persuadido de que, si no engañan los volúmenes arcanos leídos con tanto esmero tras retirarlos de la Gran Biblioteca de Palanthas, Fistandantilus aprendió cómo atravesar el umbral que separa a los hombres de los dioses y, de este modo, sobrevivió a la espantosa hecatombe y prolongó sus días hasta las guerras enaniles. También así logró salvarse de la terrible explosión que devastó la tierra de Dergoth y perduró, en estado latente, a la espera de un nuevo receptáculo donde albergar su alma.
—¿Qué clase de galimatías es éste? ¡Que alguien me ponga en antecedentes de tan esotérica charla, o arrasaré la sala y volarán por los aires vuestras miserables cabezas! —amenazó Caramon fuera de sí—. ¿Quién es Fistandantilus? ¿Qué vínculo le une a mi hermano?
—Chitón —le ordenó Tas, a la vez que lanzaba a los magos una mirada llena de temor.
—Nos hacemos cargo de su enfado, kender —lo tranquilizó Par-Salian—. Y también comprendemos el pesar subyacente a su atrevimiento, así que me dispongo a darle la explicación que le debemos. Empezaré por confesar que quizás actué de manera errónea. Pero, ¿tenía acaso otra alternativa? ¿Dónde estaríamos hoy de haber tomado una decisión distinta?
Tasslehoff vio que el gran maestro escrutaba de hito en hito a los hechiceros que lo flanqueaban y, de pronto, comprendió que sus últimas frases iban dirigidas a ellos más que al guerrero. Muchos de los miembros de la asamblea se habían quitado las capuchas y sus semblantes se contorneaban, conspicuos, bajo la fantasmal luz. La ira marcaba los de los portadores de la Túnica Negra, en claro contraste con el miedo que se reflejaba en los rasgos de los defensores del Bien. En cuanto a los sabios envueltos en ropajes encarnados, hubo uno que llamó de un modo especial la atención del kender debido a su aparente impasibilidad y a sus ojos que, oscuros y nerviosos, desmentían tal actitud. Era el mago que había puesto en duda la magnitud del poder de Raistlin, y Tas tuvo la impresión de que Par-Salian le mostraba una especial deferencia.
—Hace más de siete años, fui visitado por Paladine en una de sus encarnaciones —declaró el gran maestro con la mirada perdida en la bruma—. Me advirtió de la época de terror que había de tambalear los cimientos del mundo, me contó que la Reina de la Oscuridad había despertado de su letargo a los dragones malignos resuelta, en su inagotable sed de poder, a provocar una guerra que le permitiera subyugar a los habitantes de Krynn. «Eligirás a uno de los magos de tu Orden para que contribuya a desterrar el Mal —me dijo—. Sé prudente y reflexiona antes de designar a la persona adecuada, piensa que ha de ser la espada que hienda la negrura de una estocada mortal. No debes revelarle nada de lo que el futuro os depara, has de dejar que sean sus determinaciones y las de otros las que salven el reino o lo zambullan en la noche eterna.»
Interrumpió al anciano una batahola de protestas, provenientes sobre todo de los nigromantes, pero él se limitó a esperar que se apaciguaran. Sin embargo, sus cansadas pupilas despedían destellos, que aceleraron el proceso al atestiguar la autoridad que todavía anidaba en las entrañas de aquel ser de aspecto senil.
—No os falta razón —concedió con un tono algo cortante—, podría haber convocado una reunión de la asamblea para someter el asunto a su juicio. Pero creí, y sigo creyéndolo, que era yo quien debía asumir esta responsabilidad. Sabía de antemano cuántas horas pasaría el cónclave discutiendo, sin posibilidad de acuerdo. Me arriesgué, pues, a actuar en solitario. ¿Hay alguien que niegue mi derecho a hacerlo?
Tas contuvo el aliento, sintiendo que la ira de Par-Salian se expandía, como un manto, por la estancia. Los magos de Túnica Negra se inmovilizaron en sus asientos, aunque persistió un sordo zumbido de voces. El gran maestro guardó unos instantes de silencio, antes de fijar su atención en Caramon y declarar:
—Elegí a Raistlin.
—¿Por qué? —gruñó el guerrero.
—Tenía mis razones, algunas de ellas tan secretas que ni siquiera ahora puedo revelártelas. Pero hay una evidente: tu hermano nació con un don, la magia se aloja en su ser espontáneamente. Ése fue el motivo fundamental. ¿Sabías que, desde el primer día en que acudió a la escuela, su profesor sintió por él miedo y respeto? ¿Cómo enseñar a un alumno cuyos conocimientos superan a los de aquel que debe formarle? Y, combinada con sus virtudes arcanas, está su inteligencia. La mente de Raistlin nunca descansa, ávida de erudición y de respuestas a los enigmas del universo. También atesora otra cualidad importante, el valor. Sí, es quizá más fuerte que tú, guerrero, pues vence al dolor cada hora de su vida. Se ha enfrentado a la muerte en numerosas ocasiones y siempre salió victorioso, no le asustan ni la luz ni las tinieblas. En cuanto a su alma, arden en ella la ambición, el ansia de predominio y una curiosidad irrefrenable. No me cabía la menor duda de que nada se interpondría en su camino, que no se detendría hasta alcanzar sus objetivos. No ignoraba que los fines que se trazase beneficiarían al mundo, aunque él mismo acabase por volverle la espalda.
Se produjo una nueva pausa. Cuando el anciano retomó el hilo de su historia, las palabras brotaron como un lamento:
—Pero antes debía pasar la Prueba.
—Deberías haber previsto el desenlace —le reprochó el hechicero ataviado de rojo, si bien no levantó la voz—. Todos sabíamos que él esperaba, al acecho de una oportunidad.
—¡No tuve otra opción! —se defendió Par-Salian, casi colérico—. Se agotaba nuestro tiempo, el del mundo. El joven había de someterse a la Prueba y asimilar cuanto había aprendido. No podía demorarlo.
Caramon miró, de hito en hito, a las dos dignas figuras e intervino en su controversia.
—¿Eras consciente de que Raistlin corría peligro al traerle a la Torre?
—Sí —confesó el anciano—. Pero la Prueba siempre entraña riesgos, fue concebida para eliminar a quienes podían resultar perjudiciales a sí mismos, a la Orden y a todos los inocentes que pueblan Krynn. —Alzó la mano y se alisó las cejas—. Recuerda, por otra parte, que se trata de un examen y, en consecuencia, de una enseñanza. Abrigábamos la esperanza de que tu hermano aprendiera compasión, piedad, y a la vez templara su desmedido afán de trascender la condición de hombre. Quizá me traicionó mi ferviente anhelo de convertirle en un ser perfecto, un anhelo que me hizo olvidar a Fistandantilus.
—¿Fistandantilus? —repitió Caramon confuso—. ¿Por qué ibas a pensar en él? Por lo que he colegido de vuestra discusión murió hace decenios.
—No, lo que antes se ha dicho es precisamente lo contrario —aclaró Par-Salian cariacontecido—. El estallido que destruyó a millares de criaturas en las guerras enaniles y arruinó un territorio que, todavía hoy, es un yermo desierto, no logró aniquilar a Fistandantilus, su poder era tal que derrotó a la misma muerte. Lo que hizo fue mudarse a otro plano de existencia, lejano al nuestro pero no lo suficiente. Desde allí se mantuvo alerta, vigilante, en espera de que algún cuerpo aceptara cobijar a su espíritu. Y lo encontró: era el de Raistlin.
El hombretón escuchó la parrafada con los músculos en tensión y el rostro lívido. Tas se percató, mientras tanto, de que Bupu comenzaba a retroceder y la agarró por la muñeca, evitando así que la aterrorizada enana emprendiera la huida de la vasta sala.
—¿Quién sabe qué pacto sellaron en el curso de la Prueba? Probablemente ninguno de los presentes. —Aunque afligido, el viejo narrador ensanchó sus labios en una sonrisa—. Lo que es innegable es que Raistlin estuvo soberbio, si bien las extenuantes fases del examen afectaron su ya delicada salud. Quizás habría sobrevivido a la última, la confrontación con el elfo oscuro, sin la ayuda de Fistandantilus… o quizá no.
—¿Su ayuda? ¿Acaso le salvó de la muerte?
—No puedo responder a esa pregunta, guerrero —admitió Par-Salian—, lo único que estoy en situación de afirmar es que no fuimos nosotros quienes estamparon en su tez ese tinte dorado. El oponente de Raistlin le arrojó una bola de fuego y él, aunque parezca imposible, resultó ileso.
—Para Fistandantilus no era difícil protegerle de ese encantamiento —apuntó el sabio vestido de encarnado.
—Estoy de acuerdo con tu comentario —se apresuró a responder el anciano—. También a mí me causó extrañeza, mas no lo pude investigar ya que, a partir de aquel momento, los acontecimientos del mundo se precipitaron hasta llegar al climax. Tu hermano concluyó la Prueba con éxito, sin mayores alteraciones en su organismo que el lógico debilitamiento físico. Yo tenía razón —añadió paseando por el semicírculo una mirada de triunfo—, su magia había sobrepasado cotas inimaginables. ¿Qué otro hechicero se habría hecho con el control de un Orbe de los Dragones sin estudiarlo durante años?
—Eso nada demuestra —opuso de nuevo su adversario dialéctico—, lo apoyaba alguien cuyos conocimientos se contaban por centurias.
Par-Salian optó por callar, aunque su expresión ceñuda delataba su disgusto.
—Veamos si he comprendido —balbuceó Caramon espiando, inseguro, al mago de la Túnica Blanca—. Fistandantilus, al adueñarse del alma de Raistlin, fue el causante de que se convirtiera en un paladín del Mal.
—No debes exculpar a tu hermano —lo amonestó Par-Salian—. Se le ofreció una alternativa, como nos ocurre a todos, y él decidió con plena responsabilidad.
—¡No te creo! —se rebeló, de pronto, el guerrero—. Raistlin nunca tuvo esa opción, estás mintiendo. Lo torturasteis sin contemplaciones hasta que uno de esos esbirros tuyos reclamó para sí los despojos.
Las acusaciones del corpulento humano retumbaron entre las sombras con el fragor del trueno. Tas reparó, alarmado, en la fijeza con que Par-Salian escudriñaba a su amigo, y se preparó para el hechizo que había de fulminarlo. El castigo nunca llegó, lo único que alteraba la calma de la sala era la ruda respiración del guerrero.
—Lo restituiré sin tardanza al presente —aseveró Caramon al fin, anegados sus ojos de lágrimas—. Si él puede viajar en el tiempo para encontrarse con Fistandantilus, yo también. Vosotros me indicaréis cómo. Y en cuanto se cruce en mi camino ese brujo diabólico, le mataré. Así Raistlin volverá a ser el de antes, olvidará su demente plan de retar a la Reina de la Oscuridad y transformarse en un dios.