El templo de Istar (30 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

BOOK: El templo de Istar
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Tas parecía conmovido, las palabras surgían, ahora, de sus labios en un susurro apenas audible.

—Una noche me despertaron los sollozos de Bupu. Decidí ir a consolarla, pero Raistlin se me adelantó. Acudió raudo a su lado y le preguntó cuál era el motivo de su tristeza. La enana confesó hallarse en una encrucijada, pues añoraba a su pueblo y al mismo tiempo se sentía incapaz de dejaral hechicero. Él posó la mano en su cabeza y, al instante, vislumbré una radiante aureola de luz en torno al diminuto cuerpo de la gully. La envió a casa bajo esta protección; aunque debía atravesar regiones atestadas de monstruosas criaturas, intuí que nada malo había de sucederle. No me equivoqué —terminó en actitud solemne.

Hubo unos momentos de silencio, sucedidos por un auténtico caos. Todos los magos rompieron a hablar a la vez, predominando en un primer tiempo las expresiones de incredulidad de los de negro y las frases burlonas de Dalamar.

—Kender, confundes la realidad con los sueños —lo acusó éste desdeñoso.

—¿Quién confiaría en un miembro de su raza? ¡Es bien sabido que son un hatajo de embusteros! —lo insultó un viejo mago de aspecto desagradable.

Más reservados, los hechiceros de Túnica Roja y los de Túnica Blanca reflexionaron antes de exteriorizar su postura.

—Si lo que dice el hombrecillo es cierto quizás hemos juzgado mal a Raistlin. Existe una posibilidad entre mil, pero opino que merece el riesgo —propuso uno.

Par-Salian alzó la mano en una imperativa llamada al orden.

—Admito que me cuesta aceptar tu historia, Tasslehoff Burrfoot, si bien no está en mi ánimo humillarte con mi reticencia. —El mago dedicó al kender una sonrisa conciliadora al percibir su creciente indignación—. Lamentablemente, los de tu pueblo tenéis cierta tendencia a exagerar u omitir. Si Raistlin consiguió que esta criatura se enamorase de él, tal como tú mismo lo has planteado, fue mediante las artes arcanas y para utilizarla.

—¡Yo no soy ninguna «criatura»!

Bupu había alzado su rostro anegado en lágrimas, salpicado de barro seco, y espiaba a la asamblea con el pelo erizado como el de un felino. Concentrada su acritud en Par-Salian, se puso en pie y dio un paso al frente mas, cuando se disponía a arrojarse sobre él, tropezó contra el zurrón y cayó de nuevo cuan larga era. Insensible al golpe, se apresuró a recomponerse y se enfrentó al gran maestro.

—No sé nada de brujos poderosos —le espetó con amplias gesticulaciones de sus rechonchos brazos—, ni de encantamientos. Sí sé que esto encierra magia —hurgó en la bolsa y, extrayendo la rata muerta, la balanceó ante su oponente— y que el hombre al que criticáis es bueno. Lo fue conmigo. —Apretó ahora el roedor contra su pecho, y sentenció—: Los otros, el guerrero y el kender, se mofan de Bupu. Me miran como si fuera un insecto.

Se enjugó el llanto mientras a Tas se le hacía un nudo en la garganta, acompañado por una sensación de culpa que lo impulsaba a verse a sí mismo como una abyecta sabandija.

Ahora que la enana había resuelto dar la réplica, no existía sabio en Krynn capaz de detenerla. Su tono, no obstante, se apaciguó.

—Conozco mi aspecto —dijo y trató, en vano, de alisarse el vestido con unas manos mugrientas que dejaron chorretones de suciedad—. No soy guapa como la dama que yace en la plataforma, pero no vuelvas a llamarme «criatura». —La advertencia iba dirigida a Par-Salian y, aunque se pasó toscamente los dedos por la acuosa nariz, no perdió un ápice de su arrogancia—. «Pequeña» es un término mucho más adecuado.

Calló unos instantes, absorta en sus recuerdos. Al fin emitió un suspiro y reanudó su plática.

—Quería quedarme con él, pero no me lo permitió. Afirmó que debía recorrer sendas oscuras y no estaba dispuesto a exponerme. Extendió la mano sobre mi cabeza —inclinó ésta, evocando la escena— y sentí un calor interior. Entonces se despidió de mí: «Adiós, pequeña Bupu.» Utilizó elapelativo «pequeña», el mejor que me han dedicado. —De nuevo miró retadora al semicírculo—. Él nunca se burló de mí, ¡nunca!

Rompió a llorar, y sus sollozos fueron el único sonido que agitó la tensa atmósfera. Caramon, conmovido, se cubrió el rostro mientras Tas, por su parte, buscaba un pañuelo con el que secar las lágrimas.

Transcurrido un breve intervalo Par-Salian abandonó su pétreo asiento y caminó hacia la enana gully, que lo observaba recelosa, asaltada por un súbito ataque de hipo.

—Perdóname, Bupu —le suplicó con tono grave—, si te he ofendido. Debo confesar que he empleado la crueldad a propósito, animado por el deseo de encolerizarte y obligarte, así, a que nos contaras tu versión de los hechos. Ahora conozco la verdad. —A pesar de exhibir en su faz las huellas del agotamiento, el mago estaba exultante—. Quizá después de todo no fracasamos en nuestro empeño de infundirle compasión —murmuró refiriéndose a Raistlin, a la vez que acariciaba las ásperas greñas de la enana—. No, él nunca te habría menospreciado, pequeña. Avivaste en él el recuerdo de quienes lo habían rebajado en la niñez.

A Tas se le nublaba la visión y oía llorar a Caramon junto a él, aunque ambos se abandonaban calladamente a sus emociones. Cuando logró serenarse el kender corrió a retirar a Bupu, que empapaba con sus borbotones el repulgo de la blanca túnica del mago.

—¿Es ésta la razón por la que Crysania realizara su azaroso viaje? —preguntó Par-Salian a Tasslehoff al ver que se aproximaba. El hechicero prendió sus ojos de la fría y rígida forma que se extendía bajo el lienzo, perdidas las pupilas en una penumbra que no podía distinguir—. ¿Crees que ella será capaz de reanimar la llama de bondad que nosotros no supimos encender?

—Sí —fue la escueta respuesta del kender, incómodo frente a la penetrante vigilancia de su interlocutor.

—¿Y por qué se ha trazado ese objetivo? —insistió el anciano dignatario.

Tas atrajo a Bupu hacia sí y le tendió su pañuelo, ignorando su perplejidad por no tener la menor idea del uso que debía darle. Tras manosearlo unos segundos, la enana se pasó por la nariz un pliegue de su vestido.

—Según Tika… —empezó a explicar el kender, pero las palabras se negaban a salir.

—¿Qué opinaba Tika? —lo ayudó Par-Salian al advertir su turbación.

—Que lo hacía por amor a Raistlin —declaró el hombrecillo de manera precipitada.

El gran maestro asintió con la cabeza, y desvió la faz hacia Caramon.

—¿Y tú, guerrero? —inquirió, de pronto.

El interpelado levantó la testa y, desconcertado, miró al presidente del cónclave.

—¿Lo quieres aún? Has afirmado antes que estás dispuesto a retroceder en el tiempo para destruir a Fistandantilus, una misión llena de peligros. ¿Es tu amor por tu gemelo lo bastante intenso? ¿Arriesgarías tu vida por él, como ha hecho esta dama? No contestes sin reflexionar, piensa que tu empresa no está destinada a salvar el mundo. Lo que proyectas es rescatar un alma, nada más… y nada menos.

Vibraron los labios del hombretón, más ningún sonido brotó de ellos. Sin embargo, iluminaba sus facciones una alegría, un júbilo que nacía en sus entrañas. Sólo acertó a agitar la cabeza.

—He tomado una decisión —anunció Par-Salian, vuelto hacia la asamblea.

Una figura se incorporó entre los presentes, vestida de negro y aún cubierta con la capucha. Al desprenderse de ella, Tas la reconoció como la mujer que lo había traído a la sala. Estaba contraída por la ira, sus manos se movían como hirientes dardos frente al pecho del dignatario.

—Nos oponemos a su puesta en práctica —bramó la portavoz de los nigromantes—. Eso significa que no puedes formular el hechizo.

—El amo de la Torre puede invocar un encantamiento en solitario si así le place, Ladonna —replicó Par-Salian—, se trata de uno de los privilegios otorgados a quienes ostentan mi rango. Raistlin descubrió este secreto cuando se erigió en dueño y señor de la Torre de Palanthas, y yo no soy su inferior. No necesito a los sabios rojos ni negros si tal es mi voluntad.

—Cierto, gran maestro, lo sé. No te somos imprescindibles para obrar el prodigio, pero sí para que concluya con éxito. —El tono de la dama se tornó amenazador—. Dependes de nuestra colaboración, aunque sea silenciosa, porque de lo contrario se alzarán las brumas de nuestra sapiencia y eclipsarán la luz de la luna plateada. Si eso sucede, fracasarás.

—Olvidemos a Raistlin —propuso Par-Salian, resuelto a apurar todos los argumentos— y centrémonos en Crysania. ¿Permitiremos que se suma en un letargo eterno, sin devolverla nunca a la vida?

—¿Qué puede importarnos a nosotros la vida de una sacerdotisa de Paladine? —comentó Ladonna con una mueca irónica—. Nuestras preocupaciones pertenecen a esferas más elevadas y, además, juzgo impropio discutirlas en presencia de extraños. Expúlsalos de aquí —señaló a Caramon y a sus dos amigos— para que celebremos un consejo privado.

—Una sugerencia muy atinada —respaldó a la fémina el representante de los sabios investidos de rojo—. Nuestros huéspedes están cansados, hambrientos, y creo que encontrarán en extremo tediosas las diferencias familiares de este cónclave.

—De acuerdo —concedió el anciano, si bien su tono abrupto no pasó desapercibido a Tas—. Seréis llamados en su momento —dijo al trío.

—¡Esperad! —suplicó Caramon—. ¡Deseo asistir a este acto!

El fornido humano calló, atragantándose a causa de la sorpresa. La estancia había desaparecido, con sus ocupantes y las butacas de piedra.

Tan sólo permanecían a su lado Tas y Bupu, aquél muy ocupado en examinar su nuevo entorno.En efecto, se hallaban en una acogedora alcoba semejante a las de «El Último Hogar». El fuego ardía en la chimenea, tres mullidos lechos se alineaban en un extremo y, frente a las llamas, se erguía una mesa cargada de suculentos manjares. El aroma del pan recién horneado y la carne asada en las brasas activaron el apetito del kender. Estaba encantado, se le hacía la boca agua.

—Creo que hemos ido a dar con el lugar más maravilloso del mundo —aseveró.

14

Un alma en juego

El anciano mago de la túnica alba se hallaba en un estudio muy similar al que Raistlin utilizaba en la Torre de Palanthas excepto en que los libros, también alineados en estanterías, estaban encuadernados en piel blanca. Las runas plateadas de los lomos y cubiertas reverberaban bajo la luz del chisporroteante fuego, que difundía por la estancia un calor excesivo para el visitante corriente. Sin embargo, Par-Salian, que tenía el frío de la edad metido en los huesos, encontraba acogedora aquella atmósfera caldeada. Estaba sentado frente a su escritorio, contemplando las llamas, cuando lo sobresaltó el tímido golpeteo de unos nudillos en su puerta.

—Adelante —dijo con un suspiro.

Un joven hechicero, vestido del mismo color blanco apareció en el dintel para dar paso, con una reverencia, a una mujer ataviada de negro. Ella aceptó el homenaje sin proferir ningún comentario, acostumbrada al tratamiento que exigía su rango. Se quitó la capucha y dejó atrás al discípulo, deteniéndose en el dintel de la cámara en espera de que éste cerrara la puerta a su espalda para entrevistarse, en privado, con Par-Salian. Era Ladonna, la actual cabecilla de los nigromantes de la Orden.

Dirigió la fémina una penetrante mirada a la sala. Una gran parte de su interior se diluía en las sombras, allí donde la fogata no proyectaba su luz. Las cortinas estaban echadas, bloqueando la entrada de los rayos lunares, así que Ladonna alzó una mano y pronunció unos versículos que habían de permitirle escudriñar la penumbra. Una serie de objetos comenzaron al instante a brillar con un singular resplandor rojizo, indicativo de que poseían virtudes arcanas: un bastón apoyado en el muro, un prisma de cristal que descansaba en el escritorio, un candelabro de múltiples brazos, un gigantesco reloj de arena y algunas de las sortijas que adornaban los dedos del anciano. No pareció alarmarse, sino que se limitó a estudiarlos uno tras otro y asentir con la cabeza antes de tomar asiento, satisfecha, cerca de la labrada mesa. Par-Salian la observaba, esbozada una sonrisa en su ajado rostro.

—Te aseguro que no hay criaturas del más allá agazapadas en los rincones —declaró secamente—. De haber querido desterrarte de este plano, querida, lo habría hecho tiempo atrás.

—¿En nuestra juventud? —replicó Ladonna. Su cabello, de un gris plomizo, estaba recogido en una intrincada trenza que al culebrear por su cabeza, enmarcaba una faz cuyo atractivo realzaban, además, los surcos de la madurez. En efecto, tales surcos parecían haber sido cincelados por un delicado artista y, así, reflejaban tanto su inteligencia como su oscura sabiduría—. Habríamos librado entonces una reñida lid, gran maestro —apostilló.

—Prescindamos de los títulos —le rogó Par-Salian—. Hace demasiados años que nos conocemos para caer en formulismos.

—Sí, tantos que difícilmente podríamos disimular uno frente a otro —agregó la dama con una sonrisa, a la vez que posaba la vista en el fuego.

—¿Te gustaría volver atrás, Ladonna? —indagó el hechicero.

—¿Y tener que someter de nuevo a examen mi habilidad, sapiencia y dotes? ¿De qué serviría repetir el proceso? No, no me seduce la idea. ¿Y a ti?

—Habría coincidido contigo hace algunos lustros, pero ahora no estoy tan seguro —admitió él.

—Sea como fuere, y por muy agradable que resulte revivir el pasado, es otra la misión que me ha traído a tu estudio —anunció la nigromante en tono severo y frío—. He venido para oponerme a este desatino. Espero que no hablases en serio durante el cónclave, Par-Salian. —Se inclinó hacia adelante y sus ojos relampaguearon—. Ni siquiera tu probada bondad puede inducirte a enviar a ese necio humano a una época remota, con la misión de detener a Fistandantilus y salvar el alma de su hermano. ¡Piensa en el peligro! Podría alterar la Historia, y todos nosotros cesaríamos de existir.

—La bondad nada tiene que ver con este asunto, eres tú quien debe reflexionar, Ladonna —le espetó el dignatario—. El tiempo es un gran río que fluye sin tregua, más ancho y caudaloso que ninguno de los que conocemos. Arroja una piedra a su rugiente curso, ¿crees acaso que dejará de discurrir, o que sus aguas retrocederán? ¿Supones que se desviará su cauce en otra dirección? ¡Por supuesto que no! La piedra, el guijarro, producirá unos rizos en su superficie y se hundirá al instante. Impasible, el río no mudará su recorrido.

—¿De qué hablas? —inquirió la hechicera sin comprender el símil.

—Comparo a Caramon y Crysania con guijarros, querida —explicó Par-Salian—. No afectarán el transcurso del tiempo más de lo que lo harían dos rocas lanzadas al fondo del Thon-Salarian. Son dos piedrecitas —repitió.

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