—Lo sé. —La mujer acunó al niño—. El pequeño Damon es todo lo que queda. La madre de Cleindori y yo fuimos
bredin
, hermanas de juramento, cuando éramos jóvenes. Ahora todos han desaparecido. ¿Por qué habría de quedarme aquí? —Sus ojos reflejaban pena—. Sé que lo intentaste, Jeff. También yo intenté ayudar a Cleindori, pero ella no quiso recurrir a mí. Aunque si había accedido a salir del planeta…
—Era un día más tarde de la cuenta —dijo Kerwin con dolor—. ¡Si hubiera logrado persuadirla un sólo día antes!
—No tiene sentido lamentarse —repuso Magda—. Me quedaría yo misma con el niño, pero podrían trasladarme de Darkover en cualquier momento y es demasiado pequeño para viajar en las Grandes Naves, aun drogado…
—Lo llevaré al Orfanato de Hombres del Espacio —afirmó Kerwin—. Le debo eso a Cleindori, al menos. Y cuando logre encontrar a Kennard —creo que Andrés está en alguna parte de la ciudad, y lo buscaré y le preguntaré adónde ha ido Kennard—, entonces, tal vez se pueda hacer algo por el niño. Mientras tanto, estará a salvo con los terranos.
La mujer asintió y con suavidad acarició la dolorida cabeza de Damon, estrechándolo en un último abrazo. Al enredarse su mano en la cadena que el niño llevaba al cuello, Magda soltó una exclamación consternada.
—¡La matriz! ¡La matriz de Cleindori! ¿Por qué no murió con ella, Jeff?
—No lo sé —respondió Kerwin—. Pero todavía estaba viva. Y aunque el niño no hablaba, sin embargo tuvo la reacción de tomarla. Supongo que ella le había dejado jugar con la matriz, tocarla, y que de alguna manera se ha sintonizado rústicamente con la piedra y que la ha sentido morir a través de ella… Eso justificaría el estado en el que se halla el niño —dijo con pesar—. Está a salvo allí, colgada del cuello de un niño idiota. No podrán quitársela sin matarlo. Serán amables con él. Tal vez puedan enseñarle algo, tarde o temprano.
Después volvió el frío, en brazos de su padre adoptivo. Cada paso le sacudía las costillas rotas mientras lo llevaban bajo la lluvia y el cierzo a través de las calles de Thendara…
Y luego desapareció; no estaba en ninguna parte, en nada…
Se encontraba de pie, pálido y tembloroso, con lágrimas en el rostro, en su cuarto de hotel de Thendara, todavía temblando con terror infantil. Elorie le miraba. Ella también lloraba. Jeff se debatió por hablar, pero su voz no le obedeció. Por supuesto que no, no podía pronunciar ni una palabra,
nunca volvería a hablar…
—Jeff —le dijo Elorie rápidamente—. Estás aquí. ¡Jeff, Jeff, vuelve al presente!
¡Vuelve al presente!
¡Eso ocurrió hace veinticinco años!
Jeff se llevó una mano a la garganta. Tenía la voz pastosa, pero pudo hablar.
—De modo que eso era —susurró—. Los vi morir a todos. Asesinados. Y… y no soy Jeff Kerwin. Mi nombre es Damon. Y Kerwin no era mi padre; era el amigo de mi padre. Cuidó a su hijo…, pero yo no soy Jeff Kerwin.
¡No soy en absoluto terrano!
—No —confirmó Elorie en un susurro—. ¡Tu padre era el hermano mayor de Kennard! Por derecho propio, tú y no Kennard eres el Heredero de Alton. ¡
Y Kennard lo sabe
! Podrías desplazar a los mestizos de Kennard. ¿Tal vez por eso no habló en tu nombre, al final? Te ama. Pero ama a los hijos de su segunda esposa terrana más que a nada en el mundo. Más que a Arilinn. Más, creo yo, que a su propio honor…
Jeff soltó una carcajada breve y dura.
—Soy un bastardo y el hijo de una Celadora renegada. Dudo de que me quieran como Heredero de Alton ni como cualquier otra cosa. Kennard puede dejar de preocuparse. Si es que alguna vez lo hizo.
—Y aún queda la última complicación de este fárrago de identidades confundidas —dijo Elorie—. Los hijos de Cassilda fueron llevados al Orfanato de los Hombres del Espacio… Conozco al hombre de Kennard, Andrés. Lord Dyan… es mi hermanastro, Jeff. No sabía que conocía a Auster. Pero debe de haberlo sabido, y por eso insistió en sacar a Auster del orfanato; debe de haber pensado que era el hijo de Cassilda y de Arnad Ridenow, a causa de su pelo rojo.
—Que Dios nos ayude a todos —exclamó Jeff—. No es raro que Auster creyera haber reconocido a Ragan… ¡Son hermanos mellizos! No se parecen demasiado, pero son hermanos mellizos…
—Y los terranos usaron a Ragan para espiar al Comyn —explicó Elorie—. Pues el vínculo telepático entre mellizos es el más fuerte que existe… ¡Era Auster, no tú, la bomba de relojería infiltrada por los terranos! Conocían lo del vínculo telepático entre mellizos. De modo que devolvieron a Auster y se quedaron con Ragan, vinculado a la mente del hermano, para espiar a través de Auster. ¡Incluso después de que fuera a Arilinn!
—Y Jeff Kerwin me llevó al Orfanato de Hombres del Espacio, y me registró allí como hijo suyo. Después, Dios lo sabrá, seguramente también fue asesinado.
—Es extraño y triste —dijo Elorie— que, cuando ha habido niños en peligro, ambas facciones hayan advertido que estarían más seguros con los terranos. Como nuestras leyes de disputa de sangre son inexorables, los fanáticos sentían que debían exterminar la Torre Prohibida por completo, incluyendo a los niños y a los que todavía no habían nacido.
—Yo viví en Terra —repuso Jeff—. Casi todos son buenas personas. Y es verdad que son menos proclives a involucrar a los niños en los asuntos de los adultos, o a cargar los pecados de los padres a los hijos.
Quedó en silencio. La idea de que era un terrano, un exiliado, había sido siempre parte de su existencia. Y ahora, legalmente,
era terrano…
¡y estaba bajo sentencia de deportación por parte del Imperio terrano!
—Pero no soy terrano —exclamó—. No soy nada de Jeff Kerwin. No tengo una gota de sangre terrana. Ni siquiera me llamo Kerwin. ¿Cuál sería mi nombre?
—Damon —le dijo ella—, Damon Aillard, ya que los hijos toman el nombre del progenitor de mayor rango y los Aillard tienen un rango más alto en el Comyn que los Alton; del mismo modo nuestros hijos, si alguna vez los tenemos, serían Ardais en vez de Aillard… Sólo si te casaras con una Ridenow o con una plebeya tus hijos serían Alton. Pero según la costumbre terrana te llamarían Damon Lanart-Alton, ¿verdad? Ellos usan el apellido del padre, y tú fuiste educado así. —De repente se puso muy pálida—. ¡Jeff, tenemos que advertir a Arilinn!
—No comprendo, Elorie.
—Pueden intentar la operación minera —aunque creo que estarían locos si lo intentaran sin Celadora—, ¡y Auster sigue mentalmente conectado con Ragan, el espía, y no lo sabe!
Un frío helado invadió el corazón de Jeff.
—Mi amor, ¿cómo podemos advertirlos? —inquirió—. Aunque estuviéramos en deuda con ellos —y recuerda que nos expulsaron y te insultaron horriblemente—, Arilinn está allá y nosotros
aquí
. Aunque pudiéramos salir de la Zona terrana —y recuerda que yo estoy bajo arresto domiciliario—, dudo que pudiéramos
contactar
con Arilinn. Salvo, tal vez, telepáticamente. Puedes intentarlo si lo deseas.
Ella negó con la cabeza.
—¿Contactar con Arilinn desde Thendara sin ayuda? No sin una de las pantallas especiales de comunicación —agregó—. No con mi matriz tan sólo. No… —vaciló y se sonrojó— no ahora. En algún momento, como Celadora de Arilinn, podría haberlo hecho. Pero no ahora.
—¡Entonces no te preocupes por ellos! ¡Déjalos que corran sus propios riesgos!
Elorie volvió a menear la cabeza.
—Arilinn me entrenó, Arilinn me hizo lo que soy. No puedo dejar de preocuparme por lo que le ocurra a mi círculo. Hay una pantalla de comunicación en el castillo Comyn de Thendara. Puedo contactar a través de
ésa
.
—Bien —dijo Kerwin con sonrisa sardónica—. Ya lo veo. Tú, la Celadora expulsada de Arilinn, y yo, el terrano bajo sentencia de deportación, caminando hasta el castillo Comyn y pidiendo con toda cortesía que nos dejen usar la pantalla de comunicación que tienen allí.
Elorie agachó la cabeza.
—No seas cruel, Jeff. Sé perfectamente bien en qué situación nos hallamos. Pero el Concejo no se reunirá hasta el verano. En esta época nadie reside en el castillo Comyn, salvo el Regente, Lord Hastur. Lady Cassilda era amiga de mi madre. Y mi hermanastro, Lord Dyan, es oficial de la Guardia de la Ciudad. Creo… creo que él me ayudará a conseguir una audiencia con Lord Hastur.
—Si es tan buen amigo de Kennard —replicó Jeff—, probablemente le alegre verme muerto.
—Ama a Kennard, sí. Pero no aprueba su segundo matrimonio, ni a su esposa terrana, ni a sus hijos medio terranos. Tú, sin embargo, eres darkovano puro. Dyan quería servir en Arilinn; el Comyn significa mucho para él. Oí decir que iba a ir allí con Kennard cuando eran jóvenes, pero que lo probaron y lo encontraron… inadecuado. Creo… espero poder persuadirle de que me consiga una audiencia con Hastur. —Y agregó, con la boca apretada—: En todo caso apelaré a Lord Alton; Valdir Alton también amaba a su hijo mayor y, después de todo, eres el único hijo de su hijo mayor.
Jeff todavía no podía asumirlo. Lord Alton, el anciano que le había dado un abrazo de pariente, era en realidad su abuelo.
Pero no era conveniente que Elorie suplicara en su nombre.
—Arilinn se ha vuelto en nuestra contra. ¡Olvídalos, Elorie!
—Oh, Jeff, no —le rogó ella—. ¿Quieres que el Sindicato Pan-darkovano recurra a Terra y que Darkover se convierta tan sólo en una colonia terrana de segunda categoría?
Eso le conmovió. Darkover había sido su hogar, aun cuando se creyera hijo de terrano y ciudadano del Imperio. Ahora sabía que era
verdaderamente
darkovano; no tenía siquiera un mínimo derecho legal a llamarse terrano. Era Comyn por entero, un verdadero hijo de los Dominios.
—¿No te das cuenta? Oh, sé que es casi seguro que fracasen, sobre todo si lo intentan con un círculo de mecánico a cargo de Rannirl o si son lo suficientemente audaces como para intentarlo con una Celadora a medio entrenar —dijo ella—. Y me temo que eso es lo que harán. Traerán a la pequeña Calina de Neskaya y la harán intentar reunir el anillo de matriz; ella sólo tiene doce años, más o menos. He hablado con ella por los transmisores. Está dotada, pero no está entrenada en Arilinn; y Neskaya no tiene, de todos modos, una tradición de grandes Celadoras: las mejores fueron siempre de Arilinn. Pero —agregó—, ahora que saben que no eres terrano,
tú
podrías regresar… ¡y el círculo sería mucho más fuerte! —Tenía el rostro pálido y en él se reflejaba la ansiedad—. ¡Oh, Jeff, es tan importante para nuestro mundo!
—Querida —dijo él, obstinado—, yo intentaría cualquier cosa. Incluso regresaría al círculo, si me aceptaran, ¡pero esa advertencia dice que somos prisioneros! Si intentamos alejarnos más de un kilómetro del hotel, nos arrestarán. El hecho de que no estemos tras barrotes no significa que no esté bajo arresto. Puedo apelar la deportación y, si puedo probar que no soy hijo consanguíneo de Kerwin, tal vez pueda quedarme aquí, pero por el momento somos tan prisioneros como si estuviéramos en el calabozo.
—Qué derecho tienen ellos…
En su voz se reflejaba ahora la arrogancia de la princesa, de la protegida, mimada, venerada Dama de Arilinn. Recogió su capa con capucha, que Jeff le había comprado en Port Chicago para ocultar su pelo rojo que la señalaba como Comyn, y se la puso sobre los hombros,
—¡Si no vienes conmigo, Jeff, iré sola!
—Elorie, ¿lo dices en serio?
Su mirada le respondió.
—Entonces iré contigo —dijo él, decidido.
Por las calles de Thendara, ella caminó con tanta rapidez que él apenas podía seguirla. Era el atardecer. La luz se extendía, de color rojo sangre, por las calles, y las sombras, angostas y de color púrpura, reptaban entre las casas. Cuando se acercaban al límite de la Zona terrana, Kerwin se preguntó si esto no sería una locura; sin duda los detendrían en el portal. Pero Elorie caminaba con tanta rapidez que todo lo que pudo hacer fue seguirla, pegado a sus talones.
La gran plaza estaba vacía y el portal de la Zona terrana estaba custodiado apenas por un solo hombre con uniforme de la Fuerza Espacial. Al otro lado de la plaza, podía ver pequeños grupos de restaurantes darkovanos y comercios, incluyendo el sitio en el que había comprado su capa. Cuando se acercaron al portal, el hombre de la Fuerza Espacial les cerró el paso.
—Lo siento. Tengo que ver su identificación.
Kerwin empezó a hablar, pero Elorie le interrumpió. Se quitó con rapidez la capucha gris que le cubría el pelo rojo, y la luz del Sol Sangriento que se ponía lo tornó en fuego, mientras Elorie lanzaba un grito claro y resonante que cruzó la plaza.
En toda la plaza, los darkovanos giraron la cabeza, alarmados y consternados al escuchar lo que Kerwin sabía que era un antiguo grito de alerta. Alguien gritó:
—¡Hai! ¡Una
vai leronis
del Comyn en manos de los terranos!
Elorie tomó a Jeff del brazo. El guardia dio un paso al frente, amenazante, pero, como por arte de magia, ya se había materializado una multitud en la plaza, cuya presión empujó al guardia terrano —Jeff sabía que tenían orden de no disparar contra personas desarmadas— e impulsó a Elorie y Jeff hacia adelante, mientras les abrían paso con gritos deferentes y murmullos que les seguían. Sin aliento, alarmado, Jeff se encontró en la boca de una calle que daba a la plaza; Elorie le tomó de la mano y le arrastró por la calle, mientras los sonidos del tumulto se extinguían a sus espaldas.
—¡Rápido, Jeff! ¡Por aquí o vendrán a rodearnos para saber qué es lo que ha ocurrido!
Él estaba sobresaltado, y un poco consternado. Podía haber repercusiones: los terranos no estarían contentos de tener un tumulto en su propia puerta. Aunque, después de todo, nadie había resultado herido. Confiaría en Elorie, tal como ella le había confiado su propia vida.
—¿Adónde vamos?
Ella señaló. Muy alto por encima de la ciudad, se erguía el castillo Comyn, enorme, distante e indiferente. Salvo unos pocos funcionarios del más alto rango, ningún terrano había puesto jamás los pies allí; y, cuando había ocurrido, había sido por estricta invitación.
Sólo que él no era terrano; tendría que recordarlo.
Qué curioso. Diez días atrás eso me hubiera hecho muy feliz. Ahora no estoy muy seguro.
La siguió a través de las calles en penumbra, ascendiendo la empinada subida hasta el castillo Comyn y preguntándose qué ocurriría cuando llegaran allí y si Elorie tendría algún plan específico. El castillo parecía grande y bien protegido; no le parecía muy probable que dos desconocidos pudieran entrar y pedir hablar con Lord Hastur sin cumplir con ninguna formalidad… ¡y sin tener siquiera una cita!