El sol sangriento (39 page)

Read El sol sangriento Online

Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: El sol sangriento
5.25Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿A los
cinco años
?

—No hablaste durante casi un año —dijo Harley con franqueza—. Para ser sincero, pensamos que eras deficiente mental. Por eso te recuerdo tan bien, porque nos pasamos mucho tiempo intentando enseñarte a hablar; hicimos venir una terapeuta del habla del Cuartel General de Thendara para que trabajara contigo. No decías ni una palabra, ni en terrano ni en darkovano. —Kerwin le escuchaba atónito—. Kerwin, tu padre, terminó esa noche todas las formalidades para que te admitieran aquí. Después se marchó y nunca volvimos a verlo. Sentíamos bastante curiosidad, porque no te parecías nada a él y, por supuesto, porque tenías el pelo rojo. Esa misma semana recibimos a otro niño pelirrojo, más o menos un año menor que tú.

—¿Se llamaba… Auster? —inquirió Kerwin con repentina curiosidad.

Harley frunció el ceño.

—No lo sé. Estaba en una división inferior y nunca le vi mucho, aunque sé que tenía un nombre darkovano. Sólo estuvo aquí alrededor de un año, lo que también es muy raro. Fue secuestrado, y todos sus registros fueron destruidos al mismo tiempo… Creo que estoy hablando demasiado. Soy un hombre viejo. Nada de esto tiene que ver contigo. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque —dijo Kerwin con lentitud— creo que es muy posible que le conozca.

—Sus registros no están aquí, como te dije; fueron robados. Pero sí hay registro del secuestro —repuso Harley—. ¿Quieres que lo busque?

—No, no es necesario.

Auster no tenía nada que ver con él ahora. Sea cual fuese su curiosa historia —y tanto Kennard como Harley habían dicho que era extraña—, él nunca la sabría. Era poco probable que figurara aquí como
Auster Ridenow
, de todos modos. Tal vez también Auster era hijo de dos traidores del Comyn, que habían huido junto con la renegada Cleindori y su amante terrano. ¿Qué importancia tenía? Auster había sido criado en el Comyn, había heredado todos sus poderes y había ido a Arilinn en el momento adecuado; mientras que él, Kerwin, criado en Terra, había ido a Arilinn y los había traicionado…

Pero no debía pensar en eso ahora. Dio las gracias a Harley, rechazó otra copa, aceptó que le mostrara el nuevo campo de juego y los nuevos edificios para dormitorios y, finalmente, se marchó, colmado de nuevas preguntas que reemplazaban a las viejas.

¿Dónde y cómo había muerto Cleindori?

¿Cómo y por qué el otro Jeff Kerwin, con la nariz partida, golpeado y magullado después de una pelea terrible, había llevado a su hijo al Orfanato de Hombres del Espacio?

¿Dónde había ido después, y dónde y cómo había muerto?

Pues sin duda había muerto; de haber vivido, seguro que habría reclamado a su hijo.

¿Por qué el Jeff Kerwin niño, a los cinco años, había sido incapaz de pronunciar una palabra en el idioma de cualquiera de sus padres, durante más de un año?

¿Y por qué el Jeff Kerwin adulto no tenía recuerdo de su padre ni de su madre, ningún recuerdo en absoluto salvo esas borrosas memorias soñadas: muros, arcadas, puertas, un hombre que caminaba orgullosamente, con capa, a través del corredor de un castillo, una mujer agachada sobre una matriz, tomándola con un gesto que permaneció cuando todos sus otros recuerdos se borraron, el grito de un niño…?

Estremeciéndose, eliminó el recuerdo semiformado. Había descubierto parte de lo que deseaba saber, y Elorie estaría esperándole para saber qué había ocurrido.

Cuando regresó, ella dormía, echada en la cama con aspecto agotado, con grises ojeras bajo sus largas pestañas; pero se incorporó al oírle y alzó el rostro para recibir su beso.

—Jeff, lo siento, lo mantuve tanto como pude…

—Está bien.

—¿Qué averiguaste?

Él vaciló, sin saber si debía contárselo. ¿No le causarían inquietud las preguntas que le acosaban? ¿Qué sabía ella de Cleindori, salvo que le habían enseñado a despreciarla como «renegada»?

La mano de Elorie se cerró sobre la suya.

—Lo que realmente me haría daño —dijo— es que te negaras a compartir esas cosas conmigo. En cuanto a Cleindori, ¿cómo podría menospreciarla? Ella sólo hizo lo mismo que he hecho yo, y ahora sé por qué. —Su sonrisa hizo que Kerwin sintiera que se le iba a romper el corazón—. ¿No sabes que
Elorie de Arilinn
estará inscrita junto a Ysabet de Dalereuth y Dorilys de Arilinn como Celadoras renegadas, que huyeron sin devolver su juramento ni pedir autorización?

Él había olvidado que Cleindori había sido solamente el apodo de su madre, no su verdadero nombre; en Arilinn estaba inscrita como
Dorilys
.

Se sentó muy cerca de ella, entonces, y se lo contó todo; lo que había ocurrido desde el momento de su llegada a Darkover, cuando se había encontrado con Ragan y se había enterado de qué era una matriz, la frustración que le produjo su primera visita al orfanato, los mecánicos de matrices que se habían negado a ayudarlo y la vieja que había muerto intentando prestarle ayuda; y después todo lo demás, incluyendo lo que había dicho Harley.

—Ya no queda mucho tiempo —concluyó—. Debo hacer frente a los hechos: no es probable que logre averiguar mucho más. En cuanto se difunda el informe que entregué en el espaciopuerto del Cuartel General, probablemente tendré que afrontar acusaciones e incluso un interrogatorio civil. Pero se trata de la historia de mi vida, cueste lo que cueste, Elorie. Te has casado con un hombre sin patria, querida.

Como respondiendo, el comunicador que se encontraba en un rincón del cuarto sonó. Cuando él lo atendió, una voz mecánica, metálica, dijo:

—¿Jefferson Andrew Kerwin?

—Al habla.

—Coordinación y Personal —recitó la mecánica voz grabada—. Se nos informa que estás dentro de la Zona terrana, donde hay contra ti una acusación de huida ilegal para evitar la deportación. Por este medio se te notifica que el Concejo de la Ciudad de Thendara, actuando en nombre y con la autoridad del Concejo del Comyn según una orden firmada por Danvan, Lord Hastur, Regente por Derek de Elhalyn, te ha declarado
persona non grata
. Se te prohíbe oficialmente salir de la Zona terrana; y como se han iniciado los trámites para declarar a tu esposa, Elorie Ardais, ciudadana del Imperio, la prohibición se aplica también a la señora Kerwin. Es una orden oficial que te prohíbe viajar a más de dos Kilómetros Universales de tu alojamiento actual, que no puedes abandonar por más de dos horas. En un plazo de cincuenta y dos horas deberás entregarte a las autoridades pertinentes, hecho que podrás concretar presentándote, con identificación, a cualquier miembro uniformado de la Fuerza Espacial o a cualquier empleado de Coordinación y Personal. ¿Comprendes la comunicación? Por favor, date por enterado.

—¡Maldición! —masculló Jeff.

La voz mecánica repitió pacientemente:

—Por favor, date por enterado.

—¿Todos los funcionarios terranos hablan de esa manera? —susurró Elorie.

—Por favor, date por enterado —repitió por tercera vez la voz mecánica.

—Enterado —respondió Jeff y, alejándose del comunicador, murmuró—: ¿Quieres que nos resistamos, querida?

—Jeff, ¿cómo puedo saberlo? Me atendré a tu decisión. Haz lo que creas mejor, amor.

La voz mecánica proseguía su discurso con firmeza.

—Haz el favor de indicar si aceptarás la orden y te entregarás dentro del tiempo indicado o si prefieres hacer una solicitud legal de apelación.

La mente de Jeff funcionaba a toda velocidad. Era antinatural aceptar con tranquilidad una orden de deportación. Una apelación le daría una demora automática de diez días, y tal vez en ese ínterin pudiera descubrir algo más. Estaba resignado a abandonar Darkover, pero, si actuaba como si pudiera crear problemas, quizá le ofrecieran un cargo mejor cuando al fin se viera obligado a trasladarse.

—Solicito una apelación —dijo finalmente.

El silencio procedente del comunicador le sugirió que también las computadoras debían de estar trabajando a toda velocidad, seleccionando el paso siguiente para continuar la comunicación.

—Haz el favor de indicar la naturaleza de tu apelación y los fundamentos legales en los que piensas basarla —recitó la voz.

Kerwin pensó con rapidez. No era un experto legal.

—Alego poseer ciudadanía darkovana —arguyó enseguida— y cuestiono el derecho a declararme
persona non grata.

Probablemente no sirva de nada, pensó mientras la paciente voz grabada del comunicador repetía sus palabras. Pero no sabía si ésta era la vieja declaración de
persona non grata
tras la cual había huido del Cuartel General, o una nueva presentada en su contra después de su abandono de Arilinn. No creía que la Torre de Arilinn se hubiera comunicado todavía con Hastur, para persuadirlo de emitir una nueva orden tan rápidamente. De todos modos, esto le daría un poco de tiempo. Aunque si lo habían hecho, nada podría impedir que los deportaran de Darkover.

Kennard podría ayudarle, si pudiera comunicarse con él. Pero estaba en Arilinn, a mucha distancia de aquí. Y, por más que Kennard simpatizara con ellos, su juramento le comprometía con Arilinn.

Todas sus preguntas quedarían sin respuesta. Nunca sabría quién había sido Cleindori, ni por qué había muerto, ni por qué se había marchado de Arilinn. Nunca conocería los secretos de su propia infancia.

Elorie se puso de pie y se acercó a él.

—Yo podría, tal vez, atravesar esa barrera que hay en tu memoria. Kennard dijo que tenías una barrera fantástica; por eso no localizó al principio ese bloqueo de tu mente. Sólo que… Jeff, ¿por qué quieres saber? Hemos terminado con el Comyn y probablemente nos marchemos para siempre de Darkover… ¿Qué importancia tiene entonces? El pasado es el pasado.

Por un momento, Jeff no supo qué responder. Después dijo:

—Elorie, toda mi vida he tenido esta… esta fantástica compulsión de regresar a Darkover. Era una obsesión, un deseo; podría haberme construido una vida en otros mundos, pero siempre tenía a Darkover en la cabeza, llamándome. Ahora empiezo a preguntarme si era verdaderamente yo… o si esa compulsión empezó mucho antes, durante la época de la que no puedo recordar nada.

Aunque no continuó hablando, Elorie siguió sus pensamientos. Si su hambre de Darkover no era real, sino una compulsión implantada desde afuera, ¿qué era él? Un hombre hueco, una herramienta, una trampa sin sentido, una cosa programada sin más realidad que la voz grabada del comunicador. ¿Qué era la realidad? ¿Quién y qué era él?

Ella asintió con gravedad, comprendiéndolo.

—Lo intentaré, entonces —le prometió—. Más tarde. No ahora. Todavía estoy cansada de la ilusión de invisibilidad. Y… —sonrió ligeramente— también hambrienta. ¿Podemos comer en este hotel o cerca, Jeff?

Recordando el terrible desgaste de energía que involucraba el trabajo con matriz, la llevó a uno de los cafés del espaciopuerto, donde ella dio cuenta de una comida abundantísima. Mientras caminaban un poco por la Zona terrana, Jeff hizo el intento de mostrarle algunas cosas, aunque sabía que a ella le importaban tan poco como a él.

Ninguno de los dos habló de Arilinn, pero Jeff sabía que los pensamientos de la joven, al igual que los suyos, no se apartaban de la Torre. ¿Significaría todo esto el fracaso de Darkover, del Comyn?

Habían localizado y limpiado los depósitos minerales que establecía el contrato, pero todavía quedaba por hacer el verdadero trabajo de minería, la operación principal que implicaba extraer esos depósitos minerales hasta la superficie del planeta.

Elorie dijo en un momento, como cosa espontánea:

—Pueden hacerlo con un círculo de mecánico. Rannirl puede hacer casi todo el trabajo con los energones. Cualquier técnico medianamente bueno puede hacer casi todo el trabajo de una Celadora. No me necesitan.

En otro momento, a propósito de nada en especial, comentó:

—Todavía tienen los modelos moleculares que hicimos, y la pantalla todavía es utilizable. Deberían ser capaces de lograrlo.

—¿Lo lamentas? —preguntó Jeff, estrechándola contra sí.

—Nunca. —Sus ojos le miraron abiertamente—. Pero me habría gustado que todo hubiera ocurrido de otra manera.

Él los había destruido.

Había regresado al mundo que amaba y había destruido su última oportunidad de que siguiera siendo lo que era.

Más tarde, cuando ella tomó la matriz en sus manos, Kerwin se sintió lleno de aprensión. Recordó a la mecánica de matrices que había muerto mientras intentaba leer en su memoria.

—Elorie, prefiero no saberlo nunca antes de arriesgarme a que te ocurra algo.

Ella meneó la cabeza.

—Fui entrenada en Arilinn; no me arriesgo a nada —dijo con inconsciente arrogancia.

Colocó la matriz entre sus dos manos acopladas, para abrillantar los móviles puntos de luz. Su pelo cobrizo caía como una suave cortina sobre sus mejillas.

Kerwin sentía miedo. La ruptura de una barrera telepática —recordaba el intento de Kennard— no era un proceso sencillo, y el primer intento había resultado penoso.

La luz del interior del cristal se hizo más brillante y pareció lanzar un espeso haz sobre el rostro de Elorie. Kerwin se protegió los ojos de la luz, pero ya estaba atrapado en los dibujos brillantes, en sus reflejos. De pronto, como un plano impreso ante sus ojos, la luz se hizo más densa y se oscureció formando móviles sombras que en seguida se concentraron en formas y colores…

Dos hombres y dos mujeres, todos ellos vestidos con ropas darkovanas, estaban sentados en torno a una mesa. Una de las mujeres, muy frágil, muy rubia, se agachaba sobre una matriz…
¡Él había visto eso antes!
Se quedó congelado mientras el terror le invadía y la puerta se abría lenta, lentamente… dejando entrar… el horror…

Escuchó su propio grito, agudo y aterrado, el chillido de un niño asustado saliendo de la garganta de un hombre, justo en el momento anterior a que el mundo se hiciera borroso y se tornara negro.

Estaba de pie, tambaleándose, agarrándose las sienes con ambas manos. Elorie, muy pálida, le miraba, con el cristal caído sobre su regazo.

—Jeff, ¿qué viste? —susurró—. ¡Que Avarra y Evanda te protejan! ¡Nunca me imaginé un
shock
así! —Respiró profundamente—. ¡Ahora sé por qué murió esa mujer! Ella… —De repente, Elorie se tambaleó y se recostó contra la pared. Jeff se acercó para ayudarla, pero ella siguió hablando, sin advertirlo—: Sea lo que fuere lo que vio —y no soy émpata—, sea lo que fuere lo que te dejó mudo en la infancia, es evidente que esa pobre mujer recibió todo el impacto. Si tenía el corazón débil, casi seguro que se detuvo ¡literalmente asustado de morir por algo que tú viste hace más de un cuarto de siglo!

Other books

A to Z Mysteries: The Bald Bandit by Ron Roy and John Steven Gurney
Blood and Destiny by Kaye Chambers
Sapphire Skies by Belinda Alexandra
Mr Lynch’s Holiday by Catherine O’Flynn
Demonkin by T. Eric Bakutis
Ask Me Again Tomorrow by Olympia Dukakis
Dark Wolf Returning by Rhyannon Byrd