El señor de la destrucción (19 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: El señor de la destrucción
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El noble se echó hacia atrás en la silla de montar cuando el nauglir se apartó de un salto de la tienda desplomada. Malus miró frenéticamente hacia la derecha, intentando determinar dónde estaban los caballeros, pero sólo vio costados tambaleantes de tiendas que se hundían y atisbo algunas cabezas cubiertas por yelmos, además de espadas manchadas de sangre, que se alzaban por encima de las tiendas más bajas y descargaban golpes. ¿Adonde había ido su subalterno?

—¡Shevael! —gritó, y su voz fue inmediatamente arrastrada por el torbellino de la batalla.

—¡Aquí, mi señor! —La débil réplica le llegó desde el otro lado de las tiendas situadas a la derecha de Malus. Una de ellas se desgarró en medio de una nube de pieles rasgadas y agitadas cuerdas cuando el joven noble hizo que su nauglir la atravesara. El pálido semblante del caballero estaba salpicado de sangre y en sus ojos había un brillo sanguinario.

—¡Los estamos haciendo huir! —dijo a gritos para hacerse oír, aunque él y Malus estaban a pocos metros de distancia—. ¡Nunca había visto una carnicería semejante!

—¡Mantente cerca de mí, muchacho! —le gritó Malus, a su vez—. ¡Haz sonar el toque de reagrupamiento para los caballeros! ¡Estas condenadas tiendas están dispersándonos!

El noble sabía que el tiempo no estaba de parte. Por el momento, contaban con la ventaja de la sorpresa, pero una vez superada la primera conmoción, la horda del Caos podría abrumar a los atacantes druchii con su descomunal superioridad numérica.

Shevael, que luchaba con las riendas del agitado gélido, miró a Malus con expresión interrogativa.

—¿Qué has dicho de las tiendas? —gritó, y luego, de repente, se le salieron los ojos de las órbitas—. ¡Cuidado, mi señor!

Malus se volvió, pero
Rencor
había visto antes al hombre bestia que iba lanzado hacia ellos. El gélido giró hacia la izquierda con tal brusquedad que casi tiró a Malus, y el tajo de hacha que iba dirigido al cuello del noble resbaló, en cambio, en su hombrera izquierda. Malus maldijo mientras luchaba por recuperar el equilibrio, y dirigió hacia el hocico alzado del hombre bestia un barrido que le cercenó el deforme cuerno izquierdo.

Cuatro de aquellas monstruosidades con cabeza de macho cabrío se habían lanzado hacia Malus desde la oscuridad, y ahora se agrupaban en torno a los flancos del gélido y dirigían golpes tanto contra Malus como contra
Rencor
. Uno de los hombres bestia arrojó hacia el hocico del gélido una lanza que abrió un profundo tajo justo por encima de los colmillos superiores de la bestia de guerra, mientras otro dirigía hacia el cuello de
Rencor
un tajo con una pesada espada de ancha hoja. El que blandía el hacha bramó una maldición blasfema y dirigió otro tajo hacia el pecho de Malus. El noble previo el ataque e intentó echarse hacia atrás para esquivarlo, pero el cuarto hombre bestia saltó y le aferró el brazo izquierdo con el propósito de derribarlo de la silla.

Ya fuera por accidente o intencionadamente, el caso fue que Malus fue arrastrado hasta quedar en el camino del hacha, que lo golpeó en el pecho, justo sobre el corazón. Un peto de acero normal se habría hundido bajo el salvaje golpe, pero los sigilos de protección incluidos en la armadura resistieron y desviaron el arma a un lado con un discordante sonido de campana y una lluvia de chispas azules. Antes de que el hombre bestia pudiera recobrarse y asestarle otro golpe, Malus gritó una maldición y descargó sobre la cabeza del guerrero el hacha, que lo hirió entre los ojos. El guerrero cayó, derramando sangre y sesos a través del tajo abierto en su cráneo, y el noble clavó el tacón derecho en el flanco de
Rencor
antes de que la criatura que le sujetaba el brazo pudiera arrastrarlo al suelo. La bestia de guerra obedeció la orden y, apoyándose en el lado derecho, lanzó la poderosa cola en arco hacia la izquierda. El apéndice impactó de lleno en la espalda del desprevenido hombre bestia con una fuerza demoledora, hizo que soltara al noble y arrojó su cuerpo roto volando por los aires.

El hombre bestia de la espada, al que le goteaba espuma del colmilludo hocico, cambió de objetivo y cargó contra Malus, pero
Rencor
se lanzó hacia delante, atrapó al guerrero con los dientes cuando corría, y lo sacudió como lo habría hecho un perro con un conejo. Se oyeron crujidos de huesos que se partían, y la espada salió dando vueltas de las manos sin vida del hombre bestia. El nauglir apretó convulsivamente las mandíbulas, y el guerrero cayó dividido en dos ensangrentados trozos. Eso dejó solo al lancero, que se volvió y salió corriendo, balando de terror mientras se adentraba en el campamento.

Malus volvió a acomodarse sobre la silla y cogió las riendas con la mano izquierda.

—¡Da el toque para que los caballeros se reagrupen, y sigúeme! —le gritó a Shevael, tras lo cual taconeó a
Rencor
para que echara a correr.

El cielo que cubría el campamento del Caos relumbraba con mortecina luz anaranjada a causa de las tiendas incendiadas. Por todas partes resonaba el estruendo de la batalla. Malus se preguntó qué tal le irían las cosas a la caballería ligera que flanqueaba a sus caballeros por ambos lados, pero no tenía manera de saberlo desde donde estaba. Atravesó el campamento más o menos en línea recta, haciendo que
Rencor
atrepellara y pasara por encima de cualquier tienda que se interpusiera en su camino. A su espalda oyó que Shevael tocaba el cuerno de guerra, y luego llegaron hasta él gritos lejanos y carreras cuando los caballeros reales respondieron a la llamada.

Confiando en que los caballeros estaban justo detrás de él, Malus continuó a la carrera, buscando desesperadamente cualquier señal que le indicara que estaba acercándose a la tienda de Nagaira. ¿Hasta dónde se había adentrado en el campamento? ¿Un kilómetro y medio, dos kilómetros? No había manera de saberlo con seguridad. «Los exploradores han dicho que había cinco kilómetros hasta el centro del campamento», pensó, ceñudo, mientras observaba cómo los encorvados hombres bestia se apartaban precipitadamente del camino del gélido, que cargaba. Una de las criaturas tropezó con una cuerda, y antes de que pudiera recuperarse él le cortó la cabeza al pasar de largo, salpicando de sangre negra el costado de una tienda cercana.

Sin previo aviso,
Rencor
llegó a una amplia área despejada, rodeada de tiendas. Malus echó una rápida mirada hacia atrás para ver si Shevael y los caballeros lo seguían, y aquella breve distracción estuvo muy a punto de costarle la vida.

De repente, el aire resonó con el agudo relincho de los caballos y las amargas maldiciones de los hombres. Dos objetos pequeños impactaron contra Malus en rápida sucesión: uno rebotó contra su peto y el otro contra una de sus hombreras, para luego dejarle una rozadura sangrante en la mejilla. Sobresaltado, el noble volvió la cabeza justo cuando pasaba girando otra hacha de mano que le erró a su nariz por pocos centímetros.

Había tropezado de lleno con una línea de estacas donde los bárbaros habían atado los caballos para pasar la noche. El pequeño espacio herboso estaba ocupado por una docena de animales que relinchaban y se alzaban de manos, y sus jinetes se volvían ahora hacia el noble y lo atacaban con cualquier arma que tuvieran a mano.

Rencor
, al oler la carne de caballo, bramó vorazmente y saltó hacia el animal más cercano. El caballo relinchó y se alzó de manos, batiendo el aire con los cascos mientras el jinete gritaba viles juramentos y luchaba para que no lo tirara. Malus se encontraba en un apuro similar; gritaba a la bestia de guerra y la maldecía, mientras ésta cerraba los dientes en torno al cuello del caballo y empujaba hacia delante con las poderosas patas posteriores para derribar al animal.

Otra hacha pasó silbando junto a la cabeza de Malus. Tatuados guerreros que gritaban se abalanzaron contra él por la derecha y por la izquierda, blandiendo espadas y lanzas cortas. El noble tiró de las riendas para lograr que
Rencor
soltara al caballo, que relinchaba, pero el nauglir se negaba a renunciar a su presa. Se lanzó hacia delante y derribó al animal de costado. El jinete logró saltar lejos, pero Malus, pillado por sorpresa, fue catapultado fuera de la silla. Voló por encima de la ensangrentada cabeza de
Rencor
y aterrizó justo al otro lado del agonizante caballo, que pataleaba a poca distancia del enfurecido dueño del animal.

El jinete cayó sobre él al instante, bramando un grito de guerra en su bárbaro idioma. Una mano áspera aferró el oscuro cabello del noble y le levantó la cabeza para dejarle el cuelio expuesto a la espada que el bárbaro tenía en alto. Malus paró con un costado del hacha la espada que descendía, y luego golpeó con el extremo del mango una pierna del bárbaro, justo por encima de la rodilla. El romo mango rebotó contra los gruesos músculos del humano, pero el dolor causado hizo que se tambaleara durante un momento. Malus le asestó otro golpe, esa vez en la entrepierna, y el bárbaro aflojó la presa de la mano con que lo sujetaba por el pelo. El noble se soltó y se alejó rodando con rapidez, para ponerse de pie cerca del caballo agonizante y recibir la carga del bárbaro..., y un hacha salió volando de la oscuridad y golpeó a Malus en un costado de la cabeza.

El arma había sido arrojada con poca destreza, y golpeó a Malus con el borde superior en lugar de hacerlo con el filo. No obstante, el mundo se disolvió en un destello de dolor lacerante, y sintió vagamente el impacto cuando su cuerpo cayó al suelo una vez más. Los sonidos iban y venían, y aunque aún podía ver, su mente no era capaz de dar sentido a lo que sucedía. Notó, de modo inconfundible, que un reguero de icor le bajaba lentamente por un costado de la cabeza y comenzaba a formar un charco en la depresión de su garganta.

Percibió que el suelo se estremecía debajo de él, y un espantoso gemido grave reverberó en el aire. El mundo pareció oscurecerse, y por un momento, lo galvanizó una gélida cólera al pensar que estaba a punto de morir.

En ese instante, todo volvió a encajar en su sitio, y vio que la oscuridad era la sombra del bárbaro que aullaba, con la espada alzada por encima de él.

Con un grito, Malus intentó rodar para apartarse, pero lo detuvo el convulso cuerpo del caballo. La espada descendió formando un arco y el noble paró el tajo con el mango del hacha. Más golpes llovieron sobre él en medio de una sarta de coléricas maldiciones, y varios atravesaron su guardia y rebotaron sobre la armadura encantada. Malus apretó los dientes y levantó el brazo izquierdo para parar el siguiente golpe con el antebrazo, y luego sujetar el hacha con una sola mano y dirigir un tajo a la rodilla derecha del humano. Sintió que la afilada hoja hendía la rótula, y el hombre cayó sobre la parte inferior del cuerpo del noble, bramando de cólera y dolor.

Malus no perdió el tiempo en aprovechar el éxito, y se sentó para descargar un fuerte golpe sobre la peluda cabeza del bárbaro, pero el hombre atrapó el mango del hacha con la mano izquierda y la detuvo en seco. Mirándolo funestamente desde debajo de sus hirsutas cejas, el bárbaro soltó una lunática risilla entre dientes y flexionó los poderosos hombros y brazos para hacer retroceder el arma. Malus maldijo y escupió, con el hacha temblando entre las manos, pero la temible fuerza del humano era mucho mayor que la suya. Lentamente pero con firmeza, el noble fue empujado hacia atrás, y el guerrero del Caos se arrastró hacia arriba del cuerpo del noble al mismo tiempo que desenvainaba una daga serrada que llevaba en el cinturón.

El hacha de Malus fue empujada más atrás de su cabeza, y la curva hoja se clavó en el suelo empapado en sangre. El bárbaro se situó por encima de él, y sus labios marcados por cicatrices se tensaron para enseñar unos dientes toscamente limados. Un caliente aliento fétido bañó la cara del noble. El bárbaro susurró algo en su idioma bestial, y alzó la daga para clavársela.

De repente, el cuerpo del noble sufrió un espasmo y un hielo lacerante corrió por sus venas. Gritó de conmoción cuando sus ojos fueron atravesados por agujas de dolor. El bárbaro, al ver lo que había grabado en ellos, retrocedió con un alarido de terror inarticulado, que acabó en un crujido demoledor cuando
Rencor
adelantó la cabeza por encima del destrozado cuerpo del caballo y cortó al hombre limpiamente por la mitad. Malus fue empapado por una lluvia de sangre y entrañas cuando la parte inferior del torso se vació sobre su pecho.

—¡Madre de la Noche! —maldijo Malus, furioso, mientras apartaba de sí los humeantes restos y se ponía de pie.

Rencor
había vuelto a su festín de entrañas de caballo, y el noble le dio un golpe en el ensangrentado hocico con el plano del hacha.

—¡Deja de pensar con el maldito estómago, enorme montón de escamas! —le gritó con voz ronca.

El nauglir retrocedió de un respingo ante el golpe, sacudió el hocico manchado de sangre como si fuera un perro grande y se sentó obedientemente.

Los caballeros druchii atravesaron en masa la zona despejada, y por todo el claro quedaron tendidos cuerpos mutilados de caballos y bárbaros en ensangrentados montones. Malus avanzó con paso tambaleante hasta el nauglir y apoyó la dolorida cabeza contra la silla de montar durante un momento, antes de meter un pie en un estribo y volver a montar.

—¡Mi señor! —gritó Shevael desde el otro lado del claro. Tiró de las riendas y trotó rápidamente hasta llegar junto a su señor, con la espada manchada de sangre apoyada contra un hombro—. Te vi caer, y luego los bárbaros se me echaron encima y... ¡Bendito Asesino! ¡Estás herido!

El noble se pasó una mano por la pegajosa suciedad que le cubría la cara y el cuello.

—La mayor parte no me pertenece —gruñó mientras recorría la zona con una rápida mirada.

Contó alrededor de cincuenta caballeros que daban vueltas por la zona donde habían estado estacados los caballos, con la armadura salpicada por regueros de sangre. En lo alto el cielo brillaba con un resplandor anaranjado encendido, y el hedor a pelo quemado flotaba como un palio sobre el campo de batalla. Se oían débiles gritos hacia el nordeste, pero los ruidos de la lucha prácticamente se habían extinguido.

—¿Dónde están los carros? —quiso saber, escupiendo pequeños fragmentos de carne humana que tenía en la boca.

Shevael le dedicó a Malus una mirada de incomprensión.

—No..., no lo sé —respondió humildemente—. Los perdimos de vista justo después de que yo tocara a repliegue. Debemos habernos separado en medio de la confusión.

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