El secreto del universo (59 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

BOOK: El secreto del universo
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El comandante en jefe del contingente francés. Pierre Bosquet, se quedó mirando con incredulidad cómo los jinetes se lanzaban sobre las bocas de los cañones, y dijo:
C’est magnifique, mais ce n’est pas la guerre
. Traduciré libremente sus palabras: «Estupendo, pero así no se hace la guerra.»

Pero Alfred, Lord Tennyson, escribió un poema sobre este episodio, que empieza con los conocidos versos:

Media legua, media legua

media legua avanzaban:

en el valle de la Muerte

los seiscientos cabalgaban.

Escribió cincuenta y cinco versos con un ritmo que imita perfectamente el sonido de los caballos al galope. Si se lee como es debido, se tiene la impresión de ser uno de los caballeros avanzando a trompicones en esa tonta carga.

Tennyson no oculta el hecho de que se trató de un error. Dice:

¡Adelante la Brigada Ligera!

¿Acaso retrocedió algún hombre?

No, aunque los soldados sabían

que alguien se había precipitado:

no les corresponde a ellos replicar.

No les corresponde a ellos razonar.

A ellos les corresponde actuar y morir:

en el valle de la Muerte

los seiscientos cabalgaban.

Gracias a este poema, todo el mundo considera el aspecto heroico de la carga, y a nadie se le ocurre considerarla un ejemplo de la ineptitud criminal de un general.

En ocasiones, un poema distorsiona completamente la Historia y consagra esta distorsión.

En 1775 los británicos controlaban la ciudad de Boston, y los colonos disidentes se habían concentrado en Concord. El general Cage, al mando de las tropas británicas, envió a un contingente de soldados a confiscar las armas y la pólvora almacenadas en Concord y a arrestar a Samuel Adams y a John Hancock, los cabecillas de la rebelión.

Por aquel entonces los secretos no estaban muy bien guardados, y los simpatizantes de los colonos de Boston partieron en plena noche a lomos de sus caballos para avisar a Adams y a Hancock que se esfumaran y prevenir a la gente de Concord para que ocultaran las armas y la pólvora. Dos de estos jinetes eran Paul Revere y William Dawes. Tomaron distintos caminos y llegaron a Lexington, donde estaban Adams y Hancock, que al enterarse de las noticias se apresuraron a salir de la ciudad.

Después Revere y Dawes se dirigieron a Concord, pero fueron detenidos y arrestados por una patrulla británica. A los dos les ocurrió lo mismo. Ninguno de los dos pudo llegar a Concord. Ninguno de los dos pudo prevenir a los hombres de Concord.

Sin embargo
, en Lexington se había unido a ellos un joven doctor llamado Samuel Preston, que estaba despierto porque había estado con una mujer, haciendo lo que supongo que es natural que hagan un hombre y una mujer cuando están solos de noche.

Se abrochó los pantalones y se unió a los dos jinetes.
El
logró evitar a la patrulla británica y llegar a Concord.
El
alertó a los habitantes de Concord, que se repartieron las armas para defenderse.

Al día siguiente, cuando los británicos pasaron como una furia por Lexington y llegaron a Concord, los «hombres del minuto»
[34]
estaban esperándoles detrás de los árboles, con las pistolas amartilladas. Los británicos consiguieron regresar a Boston a duras penas, y así empezó la Guerra de la Independencia americana.

Lexington y Concord son famosas desde entonces, pero de alguna manera se silenció la historia de los jinetes que corrieron a avisar a sus habitantes. Nadie sabía una palabra.

Pero en 1863 la Guerra Civil estaba en su momento más critico y el Norte seguía buscando la gran victoria que marcara el cambio del curso de los acontecimientos (que llegó en julio de ese año, en Gettysburg). Henry Wadsworth Longfellow sintió la necesidad de escribir una balada patriótica para infundir ánimos a los partidarios de la Unión, así que desenterró esta vieja historia que nadie recordaba y escribió un poema sobre aquella cabalgata nocturna.

Y su poema acababa con una evocación mística del fantasma de ese jinete:

Y siempre, hasta el fin de la Historia,

en la hora oscura del peligro y la adversidad,

la gente se despertará y escuchará atenta

el rápido golpeteo de los cascos de aquel corcel,

y el mensaje nocturno de Paul Revere.

El poema alcanzó una tremenda popularidad, y sus lectores hallaron en él nuevas fuerzas, pues daba a entender que los fantasmas del pasado luchaban del lado de la Unión.

Pero el poema tenia un defecto importante. Longfellow sólo mencionaba a Paul Revere, quien, a fin de cuentas, no logró completar su tarea. Fue Preston el que puso sobre aviso a Concord.

¿Y han oído ustedes hablar de Preston alguna vez? ¿Ha oído alguien hablar de Preston? Claro que no. Pero la hazaña de Preston no es ningún secreto. Cualquier libro de Historia razonable y cualquier enciclopedia decente les informarán de ella.

Pero la gente no conoce la Historia ni lo que dicen las enciclopedias, sino:

Escuchad, niños, y oiréis el relato

de la cabalgata nocturna de Paul Revere…

Hasta ese punto puede influir un poema, ¡hasta (si me perdonan mi mal oído y me permiten dar mi opinión) un poema tan malo como
La cabalgata de Paul Revere!

NOTA

En los treinta años que llevo redactando mi columna científica para
Fantasy and Science Fiction
, he escrito, como es natural, 360 artículos, uno al mes. Si me preguntaran cuál es mi preferido, no lo dudaría un instante. Es éste: mi disertación sobre la eficacia de la poesía.

Es extraño que sea así, porque la poesía no es mi fuerte, y reconozco alegremente que no sé una palabra sobre el tema.

Pero una noche en la que no me podía dormir (toda la vida he dormido muy mal…
odio
dormir), empecé a pensar en
El Viejo Costados de Acero
, que de joven me sabía de memoria, y de ahí pasé a otros poemas que conocía bien (prácticamente todos eran versos de poetas románticos del siglo XIX) y por la mañana me sentía agotado por las variadas emociones que había experimentado.

Estaba claro que no iba a dejar de escribir un artículo sobre el tema. Nunca había utilizado el espacio de mi columna para algo tan alejado del campo de la ciencia como este artículo, y tenia la impresión de que, por primera vez, la revista no estaría de acuerdo con una de mis columnas. Pero Ed Ferman, el director, me sorprendió al tomarse la molestia de decirme que le había gustado mucho.

Luego pensé que los lectores manifestarían su descontento. No lo hicieron. Lo cierto es que este articulo provocó una cantidad de cartas, y de cartas de
aprobación
, mayor que cualquier otro que haya publicado en mi vida. ¡Quién lo iba a decir!

EL RÍO MÁS LARGO

Una de las maneras de ser creativo es considerar algo desde un ángulo inopinado.

Así, desde hace miles de años el ojo de la aguja se encontraba en el extremo menos afilado, de manera que el hilo iba detrás de la aguja cuando ésta entraba en la tela, como una especie de larga cola. Pero cuando la gente quiso inventar una máquina de coser, no consiguieron ningún resultado hasta que Elias Howe tuvo la brillante idea de darle la vuelta al mecanismo y poner el agujero junto a la punta de la aguja.

Los autores de ciencia-ficción necesitamos especialmente esta facultad de considerar las cosas de otro modo, porque nos ocupamos de sociedades distintas a las existentes. Una sociedad que considere todas las cosas de la misma manera que nosotros no es una sociedad distinta. Por tanto, después de más de medio siglo de escribir obras de ciencia-ficción, esa especie de mirada de soslayo se ha convertido en mi segunda naturaleza.

Por ejemplo, hace un par de semanas yo estaba presidiendo una reunión, y uno de los participantes se levantó para presentar a sus dos invitados.

Dijo: «Permítanme que les presente en primer lugar a Mr. John Doe, un excelente abogado y un gran maestro del
bridge
. Permítanme que les presente también a Mr. Richard Roe, un excelente psiquiatra y un antiguo maestro del póquer.» Luego sonrió con timidez, y añadió: «así que ya ven cuáles son mis intereses.»

A lo que yo repliqué automáticamente: «Si, fomentar los procesos judiciales contra los sicóticos.» Y todo el mundo estalló en carcajadas.

Pero vayamos al grano…

Hace más de veinte años escribí un articulo sobre los grandes ríos del mundo («Old Man River»,
Fantasy and Science Fiction
, noviembre 1966)
[35]
. Desde entonces me ha rondado la idea de dedicarle todo un artículo a un solo río. Naturalmente, tendría que ser el río mayor de todos, el que riegue el mayor territorio, el que desagüe una mayor cantidad de agua al mar, un río tan enorme que, a su lado, los demás parezcan meros riachuelos. Por supuesto, estoy hablando del Amazonas.

Ahora ha llegado el momento, e incluso en esta hora, cuando me siento con satisfacción a escribir este artículo, el calidoscopio de mi mente se agita y se sacude repentinamente, cambiando de formas. Pienso: ¿por qué tendría que impresionarme únicamente el tamaño, el gigantismo? ¿Por qué no escribo algo sobre el río que más ha hecho por la humanidad?

Y ese no es otro que el Nilo.

El Nilo también
es
en cierto modo un ejemplo de gigantismo. Es mucho más pequeño que el Amazonas en el sentido de que desagua mucha menos agua en el mar, pero es
más largo
que el Amazonas. En realidad, es el río más largo del mundo, con 6.736 kilómetros de longitud; mientras que el Amazonas, el segundo río más largo, tiene 6.400 kilómetros de longitud.

La diferencia entre los dos es que el Amazonas fluye de oeste a este a lo largo del ecuador, atravesando la mayor selva tropical del mundo. La lluvia cae continuamente sobre él, y además tiene una docena de afluentes que son grandes ríos por derecho propio. Por tanto, al llegar al Atlántico desagua unos 200.000 metros cúbicos de agua por segundo, y este caudal es detectable a más de 300 kilómetros de la costa. El Nilo, por el contrario, fluye de sur a norte; nace en el África tropical, pero la mitad norte atraviesa el Sahara sin recibir el caudal de ningún afluente, de manera que su caudal disminuye un tanto por la evaporación y no recibe ninguna contribución. No es de extrañar que acabe desaguando en el Mediterráneo sólo una pequeña fracción del caudal que desagua el inmenso Amazonas.

Pero el Sahara no siempre fue una región desértica. Hace veinte mil años los glaciares cubrían una gran parte de Europa, y los vientos fríos arrastraban la humedad hasta el norte de África. El desierto actual era entonces una hermosa tierra con ríos y lagos, bosques y praderas. Los seres humanos, aun sin civilizar, vagaban por la zona, como lo demuestran las herramientas de piedra encontradas.

Pero poco a poco, a medida que los glaciares se retiraban y los vientos fríos derivaban más y más hacia el norte cada año, el clima del norte de África fue haciéndose más cálido y seco. Llegaron las primeras sequías, que poco a poco fueron siendo más severas. Las plantas murieron y los animales se retiraron a las regiones que seguían siendo bastante húmedas como para permitir la vida. Los seres humanos también se retiraron; muchos de ellos se dirigieron al Nilo que, en aquella lejana época, era un río más ancho que serpenteaba indolente entre grandes zonas de marismas y pantanos, y desaguaba mucha más agua en el Mediterráneo. La verdad es que el valle del Nilo no fue en absoluto un lugar atractivo para los humanos hasta que no se secó un tanto.

Cuando el Nilo todavía era demasiado húmedo y pantanoso como para resultar demasiado tentador, existía un lago al oeste del río, a unos 200 kilómetros al sur del Mediterráneo. En épocas posteriores los griegos lo llamaron lago Moeris. Era el último vestigio de un África del Norte que una vez tuvo una provisión de agua mucho más abundante que en épocas posteriores. En el lago Moeris había hipopótamos y otros animales de caza más pequeños. Del 4.500 al 4.000 a.C. florecieron en sus orillas muchos pueblos de la edad de piedra tardía.

Pero el lago sufría con el continuo proceso de desertización de la tierra. A medida que su nivel bajaba y que la vida animal se iba haciendo más escasa, las aldeas que poblaban sus costas fueron decayendo. Pero al mismo tiempo las poblaciones de las orillas del Nilo empezaron a crecer, pues éste ya era más habitable.

En el 3.000 a.C. el lago Moeris sólo podía subsistir y conservar un tamaño considerable si se lograba conectarlo de alguna manera con el Nilo, para llevar a él las aguas de este río. Pero cada vez costaba más trabajo mantener la acequia que los unía en buen estado de drenaje y funcionamiento.

Por último, se perdió la batalla, y en la actualidad el lago prácticamente ha desaparecido. En su lugar existe actualmente una depresión casi totalmente seca, en cuyo fondo hay una laguna poco profunda, que ahora se llama Birket Qarun. Tiene una longitud aproximada de 50 kilómetros de oeste a este, y de 8 kilómetros de norte a sur. Junto a las orillas de este último vestigio del lago Moeris está la ciudad de El Fayum, que da nombre a toda la depresión.

Antes de pasar al siguiente punto es necesario hacer una pequeña digresión…

En el 8.000 a. C. todos los seres humanos que había sobre la Tierra eran cazadores y recolectores, y lo habían sido durante siglos. La población total de la Tierra puede haber sido de unos ocho millones de individuos, más o menos la población actual de Nueva York.

Pero en esa época algunas personas establecidas en lo que ahora se conoce como Oriente Medio aprendieron a planificar el futuro en lo relativo a los alimentos.

En lugar de cazar animales y matarlos inmediatamente, estos seres humanos mantenían vivos a algunos de ellos, los cuidaban, procuraban que tuvieran crías y mataban a unos cuantos de vez en cuando para comérselos. También aprovechaban su leche, sus huevos, su lana, sus pieles e incluso su trabajo.

Del mismo modo, en lugar de limitarse a recolectar los alimentos vegetales que se encontraran, los seres humanos aprendieron a sembrar las plantas y a cuidarlas, para luego poder recoger la cosecha y alimentarse de ella. Era evidente que podían sembrar plantas comestibles de manera mucho más concentrada que las que podían encontrarse en estado natural.

Al reunir en manadas a los animales y cultivar las plantas, estos grupos de seres humanos aumentaron enormemente sus reservas de alimentos, y sus poblaciones crecieron rápidamente. Este aumento de la población trajo consigo un aumento de las superficies cultivadas y del número de ganado criado, así que, en general, había un exceso de comida, algo nunca visto (excepto durante los breves periodos después de una gran cacería) en los viejos tiempos de la caza y la recolección.

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