—Déjame agregar algo —pidió Adán acercándose a ella—. Cuando dos frecuencias vibran al mismo ritmo se dice que son iguales. Entre humanos sucede también, pero si tú vibras a un ciclo por segundo y yo a dos o al revés, eso significa que una vibración es múltiplo de la otra y coinciden. A eso se le llama "frecuencias armónicas" y se han estudiado los cambios en los cuerpos durante el acto sexual. Cuando la onda sube, se llama cresta, cuando baja se llama valle. Las dos coinciden en crestas y en valles, aun cuando sea distinta la frecuencia, ya que una es múltiplo de la otra. En tu cuerpo, a su vez, cada órgano vibra a una frecuencia distinta aunque en su conjunto la suma de frecuencias da una frecuencia individual.
—¿Y esto donde encaja? —preguntó Eduard con una expresión de sorpresa en el rostro.
—A nivel de la Tierra, por ejemplo, que los días se hacen más cortos —añadió Adán e hizo una pausa para pensar—. Recordemos que las profecías mayas señalan que estamos en "el tiempo del notiempo." Los 20 años que van de 1992 a 2012. Todo pasa velozmente.
Eduard recordó cuántas veces escuchaba a conocidos suyos decir que nadie "tenía tiempo" para nada.
Alexia continuó.
—La aceleración terrestre de la frecuencia Schumann nos afecta vibracionalmente, trasmitiéndonos la misma agitación. Si hemos pasado un periodo de miles de años de oscuridad y ahora la Tierra y el Sol están cambiando, es científicamente probable que estemos por entrar en una nueva.
—Dimensión —completó Adán.
Alexia y Adán se miraron, pensando lo mismo.
—Sigo sin captarlo —dijo Eduard sacudiendo negativamente la cabeza. Caminó apresurado y se sirvió un Martini de la nevera—. Hay algo que no consigo entender. Los mayas dijeron que estamos frente al Fin del Tiempo. ¿Moriremos en diciembre o qué?
Alexia y Adán se miraron en complicidad.
—Nadie puede saber eso, aunque en todo momento está muriendo y naciendo gente alrededor del planeta. Lo que sí sé es que el cambio en la frecuencia de la Tierra también afectaría a la frecuencia de nuestro cerebro. Ya sabes que nuestras ondas cerebrales se dividen en Beta, Alfa, Theta y Delta, y se miden en hertzios.
Adán miró a Alexia.
—Déjame unir estos cabos y corrígeme si me equivoco Alexia —le pidió Adán—. Beta, nuestro estado de vigilia habitual, es de 12 a 30 hertz; Alfa, el estado más relajado que se puede obtener con la práctica de la meditación, es de 8 a 12 hertz. Theta es de 4 a 8 ciclos y Delta de 1 a 4. Cuanto más profunda la relajación, baja dicha frecuencia.
—¿Y con eso qué quieres decir? —Eduard estaba cada vez más confuso.
Adán se adelantó para responder.
—Que para recibir esta vibración alta del cosmos tendríamos que estar con las ondas cerebrales relajadas y en estado de meditación —dijo suavemente.
Eduard se mostraba un poco molesto por no entender los términos científicos de ellos ni descifrar adónde querían llegar, pero quería saber de qué se trataba.
Adán agregó:
—Aquiles tiene que haber descubierto la verdad respecto a esto. Tengo ese presentimiento. El cambio del código genético humano y la activación de más hélices puede traer verdaderas revoluciones trascendentes.
—Explícamelo mejor —pidió el catalán.
—Eduard, supongo que sabrás que el código genético, el ADN humano, llamado así por ser la abreviatura de ácido desoxirribonucleico, es nuestro material genético. La materia prima de la que estamos compuestos nosotros como especie y todo lo que existe.
—El ADN constituye el material genético de los organismos a partir de cuatro aminoácidos básicos. Está compuesto por 2 hélices de 12 hebras. Es importante destacar que de las 12 hebras sólo están activas 2. De igual manera, tampoco están activos los 64 codones, sino sólo 20. Los codones codifican las posibilidades de unidad de los aminoácidos.
—Entonces, ¿qué sucedería si estuvieran todas las hebras y codones activos? —Eduard ahora sentía mucha curiosidad.
—Se despertaría el poder creativo al máximo —respondió Alexia.
—Los mayas también buscaban eso —agregó Adán—, a los niños pequeños le enseñaban a llevar los ojos hacia arriba.
—¿Y qué lograban llevando los ojos hacia arriba?
—Activar las glándulas pineal y pituitaria —afirmó Adán—. Con eso potenciaban sus capacidades internas y activaban las demás hebras del ADN. Se cree que esas facultades internas activas eran las que a ellos les daban el poder de hacer mediciones, cálculos y profecías.
Alexia lo miraba con amor.
—Esperen —agregó Adán pensativo—. Incluso Jesús lo menciona con otras palabras:
Si todo tu ojo fuera único, tu cuerpo estará en la luz, mas si estás dividido, permanecerás en tinieblas
.
¡Se refería al ojo interno, a la glándula pineal que es la que genera luz a todo el cuerpo! La iluminación de la conciencia. Como los científicos afirmaban, la esencia de los átomos es la luz y el vacío.
Eduard, incrédulo, movió su cabeza a los lados con lentitud. Necesitaba digerir aquello.
En el despacho de un lujoso e importante hotel se encontraba Stewart Washington con el círculo interno de los doce miembros más poderosos del Gobierno Secreto, el ambiente estaba cargado de humo y tensión.
—Señor, he recibido la llamada del general de las fuerzas armadas, ha pasado algo que me temo no le gustará a nadie —le dijo Patrick Jackson, un pelirrojo de unos sesenta años, con abundante cabellera, ojos claros y elegantemente vestido.
Había recibido la noticia del general líder del frente de control y gestión de armamentos nucleares, quien le dijo que uno de los movimientos sísmicos de la Tierra podría detonar una de las múltiples estaciones nucleares en el desierto de Colorado, en los Estados Unidos. Washington se puso pálido al escucharlo.
—¿Han podido detectar algo nuestros satélites?
—El informe de cuatro de nuestras diferentes estaciones alrededor del globo indicaron que han visto manchas solares y un extraño comportamiento solar. Además —agregó Patrick Jackson, que sentía un hilo de sudor por toda la espalda—, han detectado una extraña luminosidad desde un punto distante en la matriz de la galaxia.
Washington se quedó pensativo.
—¿Un punto de luminosidad?
—Sí, según la NASA, se trata de espirales luminosas a años luz del planeta.
—Señores —dijo Washington, con expresión tensa—, necesitamos activar el Plan Secreto de Inteligencia. Los sucesos avanzan científicamente a la par de como lo predijeron los antiguos.
Todos lo integrantes de la reunión estaban expectantes por decidir el próximo paso sobre el destino de la humanidad. Las miradas recaían en El Cerebro, quien dio varios pasos hacia el centro de la lujosa mesa ovalada de roble. Allí se debía decidir qué hacer. Finalmente habló.
—Somos gente de ciencia y de poder. Todos coincidimos en la relación de nuestras investigaciones científicas, geológicas y astronómicas y lo que los antiguos escribieron y vaticinaron. Debemos ejecutar acciones inmediatas.
Se refería a que el sistema solar atravesaría el cinturón fotónico.
—Permítanme mostrar una diapositiva —dijo Patrick Jackson, al tiempo que encendía un proyector.
Eso significaría el fin de los sistemas de control, comunicación y los medios que el Gobierno Secreto utilizaba para el dominio de las masas, como la televisión, los bancos, los vuelos químicos y la publicidad, entre muchas otras cosas, quedarían obsoletos.
—No podremos dominar a quien estuviera directamente conectado con fuerzas de vida que desconocemos —la mente de Washington estaba haciendo honor a su mote. El Cerebro buscaba en todas los espacios de su raciocinio la salida ante aquella amenaza—. Debemos alterar el curso de evolución de la humanidad.
Aquella frase cayó como una afilada guillotina. Las miradas de todos los presentes se posaron nuevamente en Washington con fuerza y expectativa.
—¿De qué manera? —preguntó uno de los miembros.
Los chispeantes ojos de El Cerebro se encendieron.
—Nuestra propia naturaleza nos lo ha indicado ya.
—Explíquese.
—La única amenaza contra esa supuesta energía armonizadora del centro del cosmos sería la activación de nuestro Plan Secreto organizado desde hace años.
Aquellas palabras crearon un ambiente de sudor frío a pesar del calor de aquel sitio. Washington giró su diminuto rostro como si fuese una cámara de televisión que filmaba detenidamente a aquellas doce personas. Su voz sonó como un relámpago. Estaba decidido a poner en marcha su estrategia.
—Señores, ya saben lo que significa la activación del plan.
Santorini es una bella isla situada sobre el transparente mar Egeo, al sudeste de Atenas y al norte de Creta. Es una de las mil islas de Grecia, quizá la más hermosa y la que contiene más mitos.
Originariamente llamada Thera, pasó luego a llamarse Santa Erini, para terminar con su actual nombre en referencia al santo Erini, con la llegada del cristianismo en el siglo III d.C. Famosa por su volcán, que tuvo su erupción hace 80,000 años, aunque el último registro de actividad se computaba aproximadamente con más de 5,000 años. Aquella última mega erupción de las que se tenían pruebas que había cubierto de cenizas todo el cielo en una gigantesca nube de gases, llegando hasta las islas y los actuales territorios de Italia, Chipre, Creta e incluso mucho más lejos, hasta Israel y el norte de África.
La última había sido una erupción que había provocado el hundimiento y un posterior cráter de 83 kilómetros cuadrados, en el centro de la isla. Era, sin dudas, la erupción más fuerte de la historia.
Actualmente era una isla pacífica, bañada por el Sol y las aguas turquesa, su tierra era rica en minerales debido al volcán. Esto hacía que sus viñedos enanos dieran unos vinos exquisitos. Era un refugio para artistas y turistas, con espectaculares paisajes, puestas de Sol y gente amable.
El mayor mito de Santorini decía que antes de sus múltiples erupciones, existía la civilización atlante con su majestuosa y mítica ciudad circular, la Atlántida. Se creía que la erupción volcánica, acompañada de un gran diluvio, había sepultado aquella civilización en el fondo del mar. Si bien Platón, el máximo exponente de este mito, no habló exactamente del sitio en que existió la Atlántida, ése era uno de los lugares que se creía más probable para ser el sitio indicado, donde el famoso arqueólogo griego Spiyridon Marinatos había excavado desde el año 1967 hasta 1974, encontrando restos intactos de la civilización minoica debido a las cenizas volcánicas, igual que lo había hecho sir Arthur Evans en Creta años antes.
Marinatos al igual que Aquiles Vangelis, creía que los minoicos eran los descendientes de la Atlántida. Se decía que el volcán había provocado unas enormes nubes de lava y ceniza que oscurecieron totalmente no sólo la isla sino otros continentes, y levantó varias y enormes olas gigantescas de 250 metros de altura que comenzaron a correr a 350 kilómetros por hora, destruyendo toda forma de vida.
Incluso se creía que las olas gigantes habían tardado menos de media hora en llegar desde Santorini a Creta y ahogar también a toda la civilización minoica que estaba instalada allí. Adán Roussos fue el primero en bajar del yate, luego estiró su mano para ayudar a Alexia a desembarcar. El cielo estaba muy claro y el Sol se inclinaba en el horizonte como si quisiera descansar de aquel día agitado. La sensación de poder abarcar con la vista el enorme horizonte sin límites hacía de aquella isla un sitio mágico.
Eduard los llevó hasta la parada de taxis. Por suerte consiguieron uno enseguida, ya que en el mes de julio la isla estaba repleta de turistas.
Rápidamente recorrieron los casi cuatrocientos metros por la estrecha calle serpenteante en la ladera de la montaña, desde el puerto del Pireus, para buscar luego el cruce que los llevaría hasta Oia, 12 kilómetros al norte de la capital de la isla.
En menos de cuarenta minutos llegaron hasta el enclave desde donde se podía ver el mar, con una docena de yates y embarcaciones que llevaban turistas hacia aquella zona de la isla, donde, se decía, se daban las mejores puestas de Sol del mundo.
Adán pudo ver en el camino las diferentes capas que tenían los acantilados, grietas de tres colores, piedras rojas, negras y blancas en sus entrañas, tal como Platón había descrito en referencia a la geología de la Atlántida.
El resto de volcán tenía once cráteres. Y los expertos decían que algún día despertarían. Incluso había en Santorini una zona de playas con arenas volcánicas negras y rojas.
Llegaron en poco tiempo al laboratorio. Como viajaban sin maletas, se adentraron en el estudio de Aquiles, de amplios ventanales, pintado de blanco con algunos toques de azul.
—Y bien, ¿por dónde comenzamos? —preguntó Eduard, dirigiéndose a la nevera a buscar algo frío para beber—. Yo necesito buscar mi teléfono móvil.
Alexia le dirigió una mirada intensa.
—Primero ayúdanos aquí. Tú conoces las combinaciones de las puertas.
Alexia dio un lento giro de 360 grados con su cabeza por toda la casa, como si tuviese un radar intuitivo en su mente.
—Abre la combinación de aquella puerta —le pidió, refiriéndose a una entrada a la derecha de donde estaban ellos.
En unos segundos estaba abierta. Ingresaron y pudieron ver un centenar de papeles, el telescopio que el arqueólogo usaba por las noches, un equipo de buceo, carpetas y anotaciones sobre mapas y extraños dibujos.