El Secreto de Adán (15 page)

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Authors: Guillermo Ferrara

Tags: #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El Secreto de Adán
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No querían que un problema religioso, la amenaza de unas profecías o el Sol se inmiscuyera con sus planes políticos y económicos. El reto, para ellos, era solucionar algo que no podían controlar.

—¿Nos hemos reunido para hablar de rumores? —preguntó Tous irritado.

El Cerebro le dirigió una mirada fulminante.

—Entre otras cosas, cardenal Tous. Debería leer nuestros nuevos informes y saber que nuestros científicos internos han estudiado y coinciden con los recientes informes de la NASA y la NOOA. Afirman que el Sol tiene una extraña actividad.

—Y con las profecías… —remarcó Tous, al tiempo que colocaba con énfasis las manos sobre la mesa inclinando su cuerpo hacia delante, envalentonado.

Antes de que el cardenal le quitara la palabra de nuevo, Washington se adelantó mientras hacía un gesto de negación con la cabeza.

—Sabemos que deberemos dar un giro para aprovechar la situación. Las masas están despertando y ya no podremos seguir con falsos argumentos. La época de la costilla de Adán ha concluido, cardenal —esas últimas palabras las pronunció un poco desencajado, como si comenzara a verse desbordado por la situación.

Ellos sabían que a todos les convenían las catástrofes, el miedo, la separación y la inconsciencia. Podían seguir el juego mientras algo así ocurriera, pero el poder que ahora se manifestaba los superaba.

—Todo lo que venga del más allá es asunto nuestro —sentenció Tous mirando a los demás integrantes de la iglesia y al Papa—. Creo que nuestro círculo de inteligencia puede elaborar un nuevo plan.

El Cerebro hizo ademanes.

—Sí, cardenal, planes hay muchos. Hemos estado haciendo planes durante generaciones para la humanidad, pero esto es un tanto, digamos, diferente.

El Gobierno Secreto había metido su huella invisible y sus hábiles manos subliminales en todos los aspectos de interés para una persona. Se infiltraron sembrando creencias por varios medios: dentro de la música, en el arte, en Hollywood, en la televisión, la publicidad y en todos los medios posibles para hipnotizar a los dormidos, aunque cada vez existían más individuos despiertos e iniciados. Como las religiones perdían fieles, había que imponer las ideas a la mente colectiva y la forma más eficaz era a través del cine y la televisión. De la misma manera, la religión, con cada una de sus campanadas, había entrado en el inconsciente colectivo, para recordar al mundo sus pecados y culpas.

El Cerebro se movió un escalón más alto de su taburete, como si quisiera darles más fuerza a sus palabras.

—Nuestra fuerza religiosa se mantiene pero ha perdido poder, necesitamos una renovación o puede que sea demasiado tarde. Ya no se trata de retocar una fachada, es un problema de fondo. Como líder debo velar por el futuro de la organización.

El cardenal Tous se mostraba decidido a interrumpirlo cuando el Papa, con un gesto de la mano, lo detuvo como si quisiese que El Cerebro continuara con su exposición.

Bebió un poco de agua y detrás de la mesa de roble tomó nuevos bríos, estaba decidido a obtener el apoyo mayoritario a la propuesta que tenía en mente.

El Cerebro había ideado muchos de los trapos sucios del Gobierno Secreto desde la época en que había estado al lado del presidente Nixon. Sus estrategias habían sido muy eficientes: en el sistema de control sobre la raza humana, ante la necesidad de eliminar un poco de población que no les era útil, primero habían creado el virus del sida con el objetivo de que diezmara a los desnutridos de África, a los homosexuales y a los drogadictos.

Stewart Washington había sido uno de los ejecutores de experimentaciones genéticas encubiertas; gracias a éstas, se había creado armamento biológico, químico y atómico, y se indagaba con la clonación para seguir sosteniendo el prototipo ario sobre el planeta. Comandados por él, la gente de la organización creó las guerras víricas y bacteriales para eliminar a los que no les interesaban. En su obstinado camino para obtener riqueza y poder, habían creado, bastantes años atrás, sofisticadas estaciones de energía en una amplia red tanto subterránea como espacial. Dentro de la maquinaria que montaron se incluían sus bases militares, laboratorios y comunidades subterráneas que recorrían literalmente todo el planeta. También les pertenecía la polémica "Área 51" en Colorado, que mantenían en silencio pues la naturaleza de sus investigaciones sobre seres de inteligencias multidimensionales, naves extraterrestres y propulsión antigravedad era un alto secreto que trababan de tener celosamente guardado.

Todas sus operaciones militares, científicas y de inteligencia continuaban mayormente encubiertas para el grueso de la población, que se intoxicaba y continuaba dormida dentro del laberinto de sus problemas personales, las distracciones, la televisión, el futbol, las telenovelas, los chismorreos de famosos y siguiendo el anhelo de alcanzar el estereotipo social aceptado.

—Toda nuestra labor secreta —continuó diciendo El Cerebro— ha sido constante desde hace muchos años, pero ya no podemos hacerle creer tantas cosas a la gente, hay muchos investigadores, hay cada vez más personas conscientes que quieren vivir en paz, que no aceptan nuestro
status quo
y que piensan por sí mismos, su genética está cambiando.

Aquellas palabras parecían lava saliendo de un volcán. De sobra sabía que ya no podrían inventar más Iraks, Pearl Harbors, Torres Gemelas, Quemas de Brujas, Hiroshimas ni Nagasakis; las guerras y persecusiones siempre habían sido un buen negocio para ellos y habían reforzado su poderío y el modelo del Nuevo Orden Mundial, pero a lo que se enfrentaban ahora era algo completamente nuevo.

El Papa se puso de pie.

—Quisiera que fuera directamente al punto central del asunto —dijo el pontífice con una voz que parecía salida de una tumba. No quería perder tiempo.

Un rumor de aprobación circuló entre los cardenales presentes como el sonido de una fina lluvia.

—Su Santidad —continuó diciendo El Cerebro—, debo remarcar que quizá con las mismas tácticas no podremos enfrentarnos a lo que se avecina. Mi trabajo es prevenir, prever soluciones.

El Papa tenía sus motivos personales para estar preocupado ya que sabía muy bien que varios textos de videntes decían que ése era ni más ni menos que el tiempo final del último Papa de la iglesia cristiana.

El ambiente estaba totalmente electrificado por la expectativa de aquella reunión.

El Cerebro afirmaba que sus predecesores habían tratado de censurar por todos los medios la voz de los profetas y de acomodar a sus intereses lo que más les convenía. La iglesia había sido hábil para disfrazar el mensaje anarquista de Jesús y que sus auténticas palabras se tergiversaran, de aquella manera habían ejercido su dominio a gusto y placer, codo a codo con los gobiernos de turno.

Tous intervino de nuevo:

—Si las profecías de los mayas se cumplen y los textos secretos del Vaticano y de la Biblia aciertan en que habrá un cambio a nivel mundial para finales de este año, yo tengo.

—Déjeme terminar, cardenal. Ya no podemos seguir poniendo de rodillas a la gente para que no pueda levantarse por la carga de pecados que hemos fabricado en su mente. Nuestra organización y nuestro poder pueden tener auténticos problemas. Y sépanlo bien: no podemos permitir que los individuos se comuniquen directamente con lo que quiera que haya allí arriba —elevó sus ojos hacia el techo abovedado de la gran sala, pintado con imágenes religiosas.

Aquello generó polémica entre los presentes. Un movedizo rumor recorrió la sala como una cascada de agua. No era propio del Cerebro de aquella organización ser tan franco. Pero estaba en apuros.

—Creo que debemos adelantarnos a los acontecimientos —dijo con vehemencia.

Tous también estaba lleno de fuerza e intenciones.

—¿Adelantarnos a los acontecimientos?

—Cardenal, desde el origen de nuestra organización siempre ha sido de esa manera, nos adelantamos a los hechos y elaboramos planes de inteligencia.

Tous no soportaba estar entre la espada y la pared.

—Lo más grave es que hubo tormentas solares… —continuó El Cerebro.

El cardenal, con valentía, le dirigió una mirada dura y lo interrumpió.

—Señor Washington, nuestros científicos creen que el Sol ha llegado a un punto en que se pueden invertir los polos magnéticos de la Tierra; otra tormenta solar quemaría literalmente a nuestros satélites y a nosotros mismos. La población sigue asustada con lo que no puede dominar, pero qué pasará si. El Papa lo interrumpió abruptamente.

—Si hay confusión y miedo entre la gente, nuestro trabajo es brindar apoyo; allí está nuestro poder —dijo aquella frase como si fuese un
mantra
básico aprendido de memoria por todos los papas.

A Stewart Washington no le terminaba de gustar la influencia de la iglesia en las decisiones, él era político y racional.

—Con todo respeto su Santidad, desde el ángulo de visión que represento, y desde los múltiples intereses económicos, sociales y políticos que hay detrás de mis espaldas y la de todos nuestros miembros, esta reunión es decisiva para ver cómo podemos aprovechar la confusión e implantar masivamente nuestro Nuevo Orden Mundial.

El cardenal Tous iba a hablar, pero el Papa volvió a hacer un gesto para que lo dejara continuar.

—Ya hemos escuchado eso. ¿Concretamente qué propone usted? —preguntó el Papa.

El Cerebro esbozó una tibia mueca y se dispuso a seguir con su discurso.

—Creo que ya es momento de actuar a través de un mayor despliegue de información controlada por nosotros. Ya hemos viajado sobre los diferentes estadios del miedo al terror. Si ahora surgiera un nivel superior, si se creara un pánico general mayor, aprovecharíamos las circunstancias. La iglesia y las religiones deben potenciar un mensaje como la panacea contra el miedo, y desde las otras vertientes, la política y los gobiernos implementaríamos protección. Su Santidad debe salir a la plaza de San Pedro. Ahora mismo hay millones esperándolo y nosotros atacaremos desde los medios informativos.

Muchos asistentes del Gobierno Secreto murmuraron en señal de aprobación, ya que Stewart Washington era quien defendía a capa y espada sus intereses. Debían volver a ofrecerle a la humanidad la rosa de la salvación, religiosa y económica de una forma nueva. Stewart Washington sentía que tenían que renovarse y cambiar.

—¿Y cómo piensa hacerle creer a la gente que la protegeremos con la política además de la religión? ¿De qué se trata concretamente? —preguntó Tous con el rostro tenso.

—Ha llegado el momento de implantar el microchip.

Stewart Washington se refería a la idea latente desde hacía años de colocar un pequeño chip debajo de la piel de las personas, como si fuese un GPS humano. La idea era hacerlo con el pretexto de proteger a la gente contra el peligro de las tormentas solares descontroladas.

—¿El microchip? ¿A dónde quiere llegar? —el cardenal estaba perdiendo la paciencia, aquello no le convenía.

El silencio y la pared de tensión de aquel momento era tan gruesa que casi podía palparse con las manos.

—Veámoslo bien —remarcó El Cerebro—, ¿qué haríamos frente a un posible evento que pudiera traer consigo la liberación colectiva? ¿Cómo frenaríamos ese suceso? ¿Cómo detendríamos el poder que supuestamente vendría a revelar toda la verdad del hombre y del contacto directo con la fuerza creadora de la vida?

Un murmullo entre los cardenales volvió a interrumpir sus palabras.

—En realidad, a lo largo de la historia hubo tantas veces miedo al Apocalipsis que éste se convirtió en un arma benéfica para nosotros; era la vía perfecta para seguir atemorizando a la gente. Recuerden el pánico que había al llegar al año 2000. Ya han pasado doce largos años desde aquel suceso y seguimos llenos de poder. Es necesario renovar nuestros planes de control ordenando la implantacion del microchip. Soy de la idea de reinventarnos y es hora de que nuestro nuevo proyecto vea la luz —agregó El Cerebro.

Sabía que aquello no era igual a silenciar y quitar del camino a Kennedys, Sadams o Marilyns. Se enfrentaban con algo desconocido, un terreno pantanoso, algo fuera de su alcance que podía superarlos. Ser un medio de liberación masiva.

22

—Es usted un tanto fatalista —la exclamación del cardenal Tous generó otro murmullo que volvió a recorrer la sala.

—No se trata de fatalismo, cardenal, sino de previsión, de ejecución y resultados. Tenemos que construir totalmente nuestra empresa por los siglos venideros. Pero, frente a tal amenaza de la naturaleza y de los movimientos astronómicos… —no terminó la frase y lo observó por sobre sus gafas— no podemos negar que podría haber un gran despertar en la población.

Tous hizo oídos sordos.

—¡Yo tengo otro plan! —exclamó el cardenal, lo cual cayó como un balde de agua fría.

—¿Un plan? Nos gustaría a mí y a todos los presentes escuchar qué es lo que su brillante mente ha ideado para salvarnos de la debacle, cardenal —las palabras del diminuto Stewart Washington estaban cargadas de sarcasmo.

Tous se puso de pie y dirigió una mirada hacia el centenar de personas que lo observaba con atención. Debía vender algo que aún no tenía.

—Debemos esperar los acontecimientos. Estoy a la espera de que se concrete algo muy importante —remarcó—, casi lo tengo entre manos. Todavía no lo he terminado de solucionar. Es cuestión de poco tiempo.

La idea de Tous era apropiarse personalmente del descubrimiento trascendente del arqueólogo para ganar poder dentro del Gobierno Secreto y consolidarse dentro del Vaticano en sus aspiraciones como futuro Papa.

El Cerebro inhaló con profundo fastidio.

—¿Esperar? ¿Ése es su gran plan? Mi plan es concreto y tangible, el suyo, cardenal, es una hipótesis que ni siquiera ha mencionado abiertamente. Hemos de elaborar nuevas armas de control, terminar de imponer nuestro Nuevo Orden Mundial para que la gente no cuestione absolutamente nada, nunca hemos permitido que un puñado de rebeldes se levante en representación de la raza humana. Mi previsión y mi alarma, señores, es saber qué haremos si realmente se cumplen las profecías.

El Papa miró a los líderes judíos y se mostró dubitativo, se sintió como en el juicio del antiguo sanedrín contra Jesús, en silencio buscaba activar soluciones.

—Así —insistió El Cerebro— que nos está pidiendo esperar a que usted consiga algo que no sabemos qué es, cardenal.

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