El Robot Completo (18 page)

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Authors: Isaac Asimov

BOOK: El Robot Completo
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—Lo
sabía
... ¡Qué parecido más extraordinario!

William abrió mucho los ojos y frente a él, intentando escabullirse visiblemente, descubrió los suficientes elementos de su propia cara para tener la inmediata certeza de que el que estaba delante suyo era Anthony.

Pudo leer fácilmente en la cara de Anthony su ferviente deseo de enterrar la relación. William no hubiera tenido más que decir: «¡Realmente extraordinario!», y dejar pasar el comentario. Al fin y al cabo, las pautas genéticas de la humanidad eran lo suficientemente complejas para que pudiera darse cualquier grado razonable de parecido, aun sin existir ninguna relación de parentesco.

Pero, naturalmente, William era un homólogo y nadie puede dedicarse a explorar los secretos del cerebro humano sin adquirir una insensibilidad frente a sus peculiaridades, conque dijo:

—Sin duda éste debe de ser Anthony, mi hermano.

—¿Su hermano? —preguntó Dmitri.

—Mi padre tuvo dos varones con la misma mujer: mi madre. Eran personas excéntricas —explicó William.

Luego avanzó un paso, con la mano extendida, y Anthony no tuvo más remedio que estrechársela... El incidente fue el tema de todas las conversaciones, el único tema, durante varios días.

5

Para Anthony no fue un gran consuelo que William se quedara bastante compungido cuando comprendió lo que había hecho.

Esa noche se sentaron a charlar después de cenar y William dijo:

—Debo excusarme. Me pareció que la mejor manera de enterrar el asunto sería declarar en seguida lo peor. Pero no parece haber sido así. No he firmado ningún papel, no he contraído ningún compromiso formal. Me marcharé.

—¿De qué serviría? —dijo Anthony sin el menor amago de cortesía—. Todo el mundo lo sabe ya. Dos cuerpos y una cara. Como para vomitar.

—Si me marcho...

—No puedes marcharte. Todo este asunto ha sido idea mía.

—¿Traerme a mí, aquí? —William arqueó las espesas cejas tanto como pudo y sus pestañas se levantaron.

—No, claro que no. Traer a un homólogo. ¿Cómo iba a saber que te mandarían a ti?

—Pero si me marcho...

—No. Lo único que podemos hacer ahora es resolver el problema, suponiendo que sea posible. Luego... ya no tendrá importancia.

«A los que triunfan se les perdona todo», pensó.

—No sé si sabré...

—Tendremos que intentarlo. Dmitri nos obligará a hacerlo. Es una oportunidad demasiado buena. Sois dos hermanos —dijo Anthony, imitando la voz de tenor de Dmitri— y os entendéis. ¿Por qué no trabajar juntos? —Luego continuó enfadado, con su propia voz—: Así que tendremos que hacerlo. Para empezar, ¿en qué consiste tu trabajo, William? Quiero decir, más concretamente de lo que es capaz de expresar la palabra «homología» en sí.

William suspiró.

—Bueno, acepta mis excusas, por favor... Trabajo con niños autistas.

—Temo no saber lo que eso significa.

—Sin entrar en una larga disertación, me ocupo de niños que no tienen contacto con el mundo, que no se comunican con los demás, sino que se hunden en sí mismos y viven tras una muralla de piel, inaccesibles en cierto modo. Espero ser capaz de curar ese estado algún día.

—¿Por eso te haces llamar Anti-Aut?

—En realidad, sí.

Anthony soltó una breve risita, pero la cosa no le divertía realmente.

William adoptó un aire un poco frío.

—Es un nombre sincero.

—No lo dudo —murmuró precipitadamente Anthony, y no fue capaz de disculparse de un modo más específico. Con un esfuerzo, logró volver al tema: —¿Y has logrado algún progreso?

—¿Hacia la curación? No, no de momento. Pero he avanzado en la comprensión de ese estado. Y cuanto mejor lo comprenda...

A medida que William iba hablando, su voz se fue haciendo más cálida y su mirada más distante. Anthony reconoció el verdadero significado de ese cambio: era efecto de la satisfacción de hablar de lo que uno lleva en el corazón y en la mente, desplazando prácticamente a todo lo demás. También él sentía lo mismo con bastante frecuencia.

Escuchó todo lo atentamente que pudo, aunque se trataba de algo que en realidad no comprendía, pues eso era lo que debía hacer. Él también hubiera esperado otro tanto de William.

¡Con qué nitidez lo recordaba todo! En aquel momento había creído que no lo recordaría pero entonces, naturalmente, no era consciente de lo que estaba sucediendo. Al rememorarlo, con la perspectiva de todo lo ocurrido, se encontraba recordando frases enteras, prácticamente palabra por palabra.

—Y pensamos —dijo William— que no se trataba de que el niño autista no recibiera las impresiones, ni tan sólo de que no las interpretara con la suficiente elaboración. Lo que ocurría, más bien, era que las desaprobaba y las rechazaba, sin perder por eso la potencialidad de comunicarse plenamente en el supuesto de que se lograra descubrir alguna impresión capaz de suscitar su aprobación.

—Ah —dijo Anthony, articulando un leve sonido, lo justo para indicar que le escuchaba.

—Y tampoco es posible persuadirle de que abandone su autismo por ninguno de los medios corrientes, pues nos desaprueba tanto como al resto del mundo. Pero si le ponemos en arresto consciente...

—¿En qué?

—Es una técnica que poseemos, en virtud de la cual el cerebro se disocia efectivamente del cuerpo y puede ejecutar sus funciones independientemente del cuerpo. Es una técnica bastante sofisticada que hemos desarrollado en nuestro propio laboratorio; en realidad... —Hizo una pausa.

—¿Tú mismo la inventaste? —preguntó amablemente Anthony.

—En realidad, sí —dijo William, ruborizándose un poco, pero evidentemente complacido—. En estado de arresto consciente podemos suministrar al cuerpo fantasías especialmente programadas y observar el cerebro por medio de electroencefalogramas diferenciales. Al mismo tiempo que aprendemos más sobre el individuo autista y sobre el tipo de impresiones sensoriales que responden mejor a sus deseos; también ampliamos nuestros conocimientos acerca del cerebro en general.

—Ah —dijo Anthony, y esta vez fue una verdadera exclamación—. Y todo eso que has aprendido sobre los cerebros, ¿no podrías adaptarlo al mecanismo de una computadora?

—No —dijo William—. Imposible. Ya se lo expliqué a Dmitri. No entiendo nada de computadoras y tampoco sé lo suficiente sobre cerebros.

—Y si yo te enseñara el funcionamiento de las computadoras y te explicara detalladamente lo que necesitamos, ¿qué dirías?

—No puede ser. Yo...

—Hermano —dijo Anthony, y trató de darle un tono solemne a la palabra—. Estás en deuda conmigo. Por favor, intenta pensar seriamente en nuestro problema. Lo que sepas sobre el cerebro..., adáptalo a nuestras computadoras, por favor.

William se agitó incómodo en su silla y dijo:

—Comprendo tu punto de vista. Lo intentaré. Lo intentaré seriamente.

6

William lo
había
intentado, y como había vaticinado Anthony, les habían dejado trabajar a solas los dos. Al principio, se topaban de vez en cuando con otras personas y William intentó recurrir al efecto sorpresa del hecho de anunciar que eran hermanos, puesto que de nada les hubiera servido negarlo. Pero, al fin, todo eso se acabó y se acordó que no se producirían interferencias. Cuando William se acercaba a hablarle a Anthony, o Anthony se acercaba a hablarle a William, todas las demás personas casualmente presentes en ese momento se esfumaban silenciosamente detrás de las paredes.

Incluso comenzaron a habituarse en cierto modo a su mutua compañía y a veces los dos charlaban casi como si no existiera absolutamente ningún parecido entre ellos y no tuvieran ningún recuerdo común de su infancia.

Anthony expuso los requisitos de la computadora en un lenguaje lo menos técnico posible y, después de pensárselo mucho, William le explicó de qué manera le parecía que una computadora podría cumplir, aproximadamente, las funciones de un cerebro.

—¿Sería posible lograrlo? —preguntó Anthony.

—No lo sé —dijo William—. Y no tengo muchas ganas de probarlo. Puede que no funcione. Pero también puede que sí.

—Tendremos que hablar con Dmitri Large.

—Discutámoslo nosotros primero y veamos cuál es la situación. Podemos ir a verle y exponerle la propuesta más razonable que logremos concebir. O bien, podemos no decirle nada.

Anthony titubeó:

—¿Iremos a verle los
dos
? —preguntó.

—Tú serás mi portavoz —tuvo la delicadeza de decir William—. Nada nos obliga a presentarnos juntos en público.

—Gracias, William. Si la cosa resulta, reconoceré toda la parte de mérito que te corresponda.

—Eso no me preocupa —dijo William—. Si la cosa resulta, yo seré el único capaz de hacer que marche, supongo.

Lo examinaron todo en el curso de cuatro o cinco reuniones, y si Anthony no hubiera sido pariente suyo y de no haber existido esa molesta situación emocional entre los dos, William se hubiera sentido orgulloso del joven hermano, sin más complicaciones, por la rapidez con que había logrado asimilar una materia ajena a su especialidad.

Luego siguieron largas entrevistas con Dmitri Large. De hecho, hubo entrevistas con todo el mundo. Anthony pasó un sinfín de días hablando con ellos, y luego se entrevistaron por separado con William. Y, al fin, tras una agotadora gestación, quedó autorizado lo que acabarían bautizando como Computadora Mercurio.

William regresó entonces a Nueva York, no sin un cierto alivio. No tenía intención de permanecer en Nueva York (¿hubiera podido creerlo posible dos meses atrás?), pero debía resolver muchas cosas en el Instituto Homológico.

Lógicamente, tendría que celebrar nuevas entrevistas, para explicar la situación a su propio equipo de laboratorio y las razones que le obligaban a solicitar la excedencia y cómo debían llevar adelante sus propios proyectos en su ausencia. Luego siguió una llegada mucho más elaborada a Dallas con el equipo esencial y dos jóvenes ayudantes, para una estancia de duración ilimitada.

Y William ni siquiera volvió la mirada atrás, hablando en sentido figurado. Su propio laboratorio y las necesidades del mismo se habían desvanecido de sus pensamientos. Se había entregado por completo a su nueva tarea.

7

Ésa fue la peor época para Anthony. El alivio que supuso la ausencia de William no había sido muy profundo y pronto surgió en él la nerviosa agonía de preguntarse si tal vez, esperanza contra esperanza, aquél finalmente no regresaría. ¿Podría enviar tal vez un sustituto, otra persona, cualquier otra? ¿Cualquier persona con una cara distinta, que no hiciera sentirse a Anthony como la mitad de un monstruo con dos cuerpos y cuatro piernas?

Pero vino William. Anthony había observado el avión de carga aproximándose silenciosamente a través del cielo, había seguido la operación de descarga a una cierta distancia de donde él se encontraba. Pero incluso desde allí, finalmente distinguió la figura de William.

Las cartas estaban echadas. Anthony se marchó.

Esa tarde fue a ver a Dmitri.

—Seguro que no es necesario que yo siga aquí, Dmitri. Ya hemos examinado los detalles y otro puede ocupar mi lugar.

—No, no —dijo Dmitri—. La idea inicial fue tuya. Tienes que quedarte hasta el final. No tiene sentido repartir innecesariamente los méritos.

Anthony pensó que ningún otro quería correr el riesgo. Aún cabía la posibilidad de que todo fracasara. Debió de haberlo imaginado.

Lo
había
imaginado, pero dijo sin inmutarse:

—Comprenderás que no puedo trabajar con William.

—Pero, ¿por qué no? —Dmitri fingió sorpresa—. Han colaborado tan bien juntos...

—Mis tripas han tenido que hacer un gran esfuerzo para no reventar, Dmitri, y ya no resisten más. ¿Crees que no me doy cuenta del efecto que causamos?

—¡Mi buen amigo! Le da demasiada importancia a ese asunto. Claro que los hombres los miran. Son humanos, al fin y al cabo. Pero ya se acostumbrarán. Yo
me he
acostumbrado.

«No es verdad, gordo embustero», pensó Anthony.

—Yo
no
me he acostumbrado —dijo.

—No enfocas bien la cuestión. Sus padres eran raros... pero, a fin de cuentas, lo que hicieron no era ilegal, sólo un poco raro, sólo un poco raro. No tienes la culpa, ni William tampoco. Ninguno de los dos tiene nada que ver con eso.

—Llevamos el estigma —dijo Anthony señalándose la cara con la mano arqueada en un rápido gesto.

—No es un estigma tan grave como te parece. Yo veo diferencias. Tienes el aire claramente más joven. Tus cabellos son más ondulados. El parecido sólo llama la atención a primera vista. Vamos, Anthony, dispondrán de todo el tiempo que quieran, de toda la ayuda que necesiten, de todo el equipo que puedan utilizar. Estoy seguro de que todo saldrá estupendamente, Piensa en la satisfacción...

Anthony comenzó a ceder, como es lógico, y finalmente aceptó ayudar a William a montar el equipo. William también parecía tener la certeza de que todo saldría estupendamente. No tan alocadamente como Dmitri, sino con una especie de serenidad.

—Sólo es cuestión de lograr las conexiones adecuadas —dijo—, aunque debo reconocer que es un «sólo» de bastante envergadura. Tú te encargarás de proyectar las impresiones sensoriales sobre una pantalla separada para que podamos ejercer..., bueno, no puedo decir control manual, ¿verdad?, para que podamos ejercer un control intelectual que nos permita dominarlo, si es necesario.

—Puedo hacerlo —dijo Anthony.

—Entonces, manos a la obra... Mira, necesitaré al menos una semana para organizar las conexiones y asegurarme de que las instrucciones...

—Para la programación —dijo Anthony.

—Bueno, éste es tu terreno, así que utilizaré tu terminología. Mis ayudantes y yo
programaremos
la Computadora Mercurio, pero no a tu manera.

—Así lo espero. Confiamos en que un homólogo sea capaz de establecer un programa mucho más sutil que cualquiera al alcance de un simple telemetrista.

No intentó ocultar la ironía contra sí mismo que encerraban sus palabras.

William prefirió pasar por alto el tono y aceptó las palabras.

—Empezaremos por algo sencillo —dijo—. Haremos caminar al robot.

8

Una semana después, el robot comenzó a andar en Arizona, a mil millas de distancia. Caminaba muy rígido, a veces se caía, de vez en cuando su tobillo chocaba contra un obstáculo, y otras veces giraba sobre un pie y echaba a andar en una nueva dirección inesperada.

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