El rebaño ciego (47 page)

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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El rebaño ciego
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—No pretendía ofenderle —dijo con voz conciliadora—. Sólo hacerle ver que su hijo no sufre de nada… bien… extraordinario. No ha sido golpeado, ni ha pasado hambre, ni lo han torturado. Se recuperará.

Sospechando ironía, Bamberley lo miró coléricamente. Dijo:

—¿Ha dicho algo de los secuestradores?

—En realidad nada —suspiró el doctor.

—Usted me está ocultando algo. Estoy acostumbrado a tratar con la gente… puedo verlo.

—Bien… —el doctor tuvo que volver a humedecerse los labios—. Bien, ha mencionado a esa chica Kitty, por supuesto. Obviamente, el chico ya no es virgen.

—¡Gracias a una puta cualquiera que le ha transmitido la gono!

—Bueno, señor, él tiene que haber cooperado. Quiero decir, es difícil violar a un chico, ¿no cree?

—¿Está usted seguro de que no fue violado? —rechinó Bamberley.

—¿Qué? ¡Oh! —Por un instante el doctor pensó que no iba a poder contener su sonrisa—. No, puede estar seguro de que no ha sido víctima de ningún asalto homosexual.

—¡Me lo hubieran pagado caro esos bastardos! —Bamberiey consultó su reloj—. ¿Qué otra cosa ha dicho desde que lo trajeron aquí? ¡Vamos, adelante! La policía llegará apenas terminen de registrar el sitio donde estuvo encerrado, y entonces se verá obligado a hablar lo quiera o no, ¿entiende?

—Bien, dijo algo… —murmuró el doctor, reluctante.

—¡Dígalo de una vez, maldita sea!

—Bien, ha estado diciendo, una y otra vez, que había sido secuestrado por Austin Train. —El doctor agitó la cabeza—. No lo creo. Supongo que debe ser cosa del delirio.

UN TOQUE DE ÉNFASIS

Por supuesto todo el mundo conoce la maravillosa ayuda que proporciona Lenabix en las dietas de adelgazamiento, con su equilibrada combinación de nutrientes esenciales saludables vitaminas, y tranquilizantes especialmente seleccionados. ¿Pero se le ha ocurrido pensar que es también la respuesta perfecta a la pregunta que se hacen cada vez más amas de casa sin un problema de peso? «¿Qué puedo tener para las raras ocasiones en que mi despensa está vacía, teniendo en cuenta que dispongo de un presupuesto limitado?» Sí, la respuesta tiene que ser… ¡Lenabix! Ofrece un valor nutritivo tan alto y tal cantidad de vitaminas, y, lo que es mejor, puede confiar tanto en él para calmar a ese niño que se despierta por la noche pidiendo de comer. Lenabix hará que su hijo vuelva a sumirse inmediatamente en un sueño tranquilo y relajante. ¿Y qué le parece un poco de Lenabix para usted mientras está haciendo el trabajo de su casa? ¡Lenabix!

MIS ENEMIGOS SON PUESTOS EN MIS MANOS

¡Oh maravilloso! ¡Extraordinario, terrible, fantástico, enorme! Petronella Page notaba que le faltaban superlativos para describir la situación. Y había estado tan a punto de dejar perder la ocasión: una llamada telefónica en el automático que casi iba a dejar sin responder porque se sentía tan furiosa ante el nuevo registro de su apartamento… otro registro casa por casa el tercero en un mes. ¡Cristo, una pensaba que irían a buscar a los trainitas allá donde vivían, en los barrios miserables!

Y entonces había cambiado de opinión porque el nombre de Peg Mankiewicz le sonaba de algo, y ¡huau! ¡El auténtico Austin Train! Un hombre al que la nación —el mundo entero— deseaba oír sobre todas las demás cosas, que había permanecido oculto durante cuarenta meses, y que había elegido su show para romper finalmente su silencio. El departamento de documentación había sacado esa cifra evocadora, cuarenta, y era exacta, y gracias a sus asociaciones bíblicas estaba llena pero llena de implicaciones. Cuarenta días habían cubierto las aguas la superficie de la Tierra, cuarenta días en el desierto tentado por Satán…

—¡Alguien va a pensar que tienes a Jesucristo en tu programa! —había dicho Ian Farley en un momento determinado, durante las frenéticas discusiones preliminares a la emisión.

—Sí.

Lo cual le había hecho enmudecer definitivamente. Bien, era cierto que los equipos de crucifixión estaban ya preparados y con el papel bien aprendido, ¿no? Pero ella no iba a dejar que el tipo fuera crucificado a la primera ocasión. Ian había esperado que sí lo hiciera, y le había tomado dos días convencerle de lo contrario, y explicarles el porqué a los Grandes Jefes que había tras él. La crucifixión sería para el
segundo
programa… ¿acaso nadie ha oído hablar nunca del Derecho de Réplica?

¡E iba a haber mucha gente dispuesta a exigirlo!

Nunca en toda su historia había prodigado la ABS tantas atenciones hacia un solo invitado. No al menos por lo que recordaba Petronella. Pero era esencial que el show fuera emitido. Habían pedido a la unidad de sondeos de audiencia que respondieran a dos preguntas: cuánta gente iba a ver el primer programa porque habían oído que Train iba a aparecer en él, y cuánta iba a ver el segundo programa porque había visto el primero o porque se lo había perdido.

En ambos casos, la respuesta fue increíble: sesenta millones.

Naturalmente, las amenazas habían empezado a llover a los pocos minutos del primer anuncio. Se escalonaban de la rutinaria amenaza de bomba hasta el aviso de que el estudio iba a ser ocupado por voluntarios armados que convertirían el show en un tribunal sumarísimo que juzgaría a Austin Train por traición. De modo que, previendo emergencias, habían alertado a todos los estudios locales que controlaban dentro de un radio de ochocientos kilómetros, y establecido conexiones extra de emergencia con sus emisoras principales, de modo que media hora antes de la emisión dispusieran a varias opciones entre las que poder elegir si era necesario. Luego prepararon el auténtico show —Train había rechazado la idea de grabarlo con anterioridad— en un lugar que nunca antes habían utilizado, un viejo teatro abandonado que habían adquirido para ensayos y que de todos modos estaba previsto equipar antes del otoño. Ni siquiera los técnicos que instalaban micros y cables pensaban que aquel lugar fuera a utilizarse para la crucial transmisión. Sólo sabían que estaban recibiendo buenas dietas por trabajar rápido.

Pero no había tampoco muchos especialistas de su campo por aquellos días.

—Sesenta millones, ¿eh? No me sorprende —dijo Train, y no era vanidad. Tenía bases razonables. Sentado junto a Petronella en el ático de alta seguridad donde los Grandes Jefes habían insistido en instalarle inmediatamente —con gastos a su cargo— cuando habían sabido que se alojaba en el mismo piojoso hotel que Peg Mankiewicz. Ella estaba tras él y ligeramente desplazada a un lado, casi literalmente en el mismo lugar que había ocupado cuando Petronella fue a verles la primera vez. Como un guardaespaldas. No una amante; la ABS había verificado que ella dormía sola, y él también. No era sorprendente, había pensado Petronella una o dos veces. Se había sentido desanimada cuando había visto el aspecto actual del hombre, calvo y con esas horribles cicatrices en su cuero cabelludo. Además, encontraba repelente su pose como de estatua. Austin apenas movía ni siquiera sus manos cuando hablaba, y se negaba a tocar el tabaco o la marihuana o el khat, nada que fuera más fuerte que la cerveza o el vino, o incluso muy poco de esos.

Peg era extremadamente atractiva. Pero los investigadores de la ABS decían que era muy puritana.

Lástima. Petronella volvió su atención a lo que Train estaba diciendo.

—Hubiera sido diferente hace algunos años. Una tal cantidad de audiencia hubiera sido movilizada tan sólo por un acontecimiento de gran interés público, como un aterrizaje en la Luna o el funeral de una celebridad que hubiera sido asesinada. Pero ahora, por supuesto, la gente sale tan poco. En las ciudades, porque es peligroso; en el campo, porque… bien, ¿adónde ir? El regreso al puritanismo ha cerrado la mitad de los cines y la mayoría de los autocines, particularmente donde eran un centro social importante, y gracias al temor a la carestía la gente ya no hace la compra más que una vez por semana porque tienen suficiente en su casa como para resistir un asedio. Sí, para mucha gente la televisión es hoy su único contacto con el mundo más allá de su trabajo diario.

Ah. Esto podía llevarles a la cuestión de la ley y el orden. Petronella preparó su anzuelo y lo lanzó, y recibió su recompensa.

—Pero la policía anima a la gente a tener miedo de ella… en algunos casos más miedo del que sienten hacia los criminales. Los más inteligentes de entre los jóvenes se acostumbran a volver pronto a casa y crecen con esta costumbre. Recientemente, por ejemplo, he visto una gigantesca redada de todos los hombres de menos de treinta años en una zona de doce manzanas en Oakland. La mayoría de ellos pasaron la noche en una celda. No es extraño que haya doce ciudades bajo la ley marcial.

—Pero si están buscando a los que eluden el servicio militar, que por definición son también criminales…

—Más exactamente revolucionarios, sean conscientes de ello o no. Nuestra sociedad crea criminales, del mismo modo que la sangre de una oveja alimenta a las garrapatas que lleva en su lomo; evidentemente, a menudo descubren pasado un cierto tiempo que es más provechoso someterse que resistir. El dinero acumulado por los contrabandistas de licores en los tiempos de la prohibición financia ahora a Puritan, por ejemplo, del mismo modo que las fortunas conseguidas con la piratería ennoblecieron a muchas famosas familias inglesas. Pero los que se niegan a cumplir el servicio militar han optado por ponerse en contra de un sistema que ha demostrado a la vez disminuir al individuo y degradar su medio ambiente.

Yum.

—Sin embargo, los hombres que se niegan a entrenarse para la defensa de su país…

—No, no es a eso a lo que entrena un ejército.

Ella dejó que la interrumpiera. Ese era un invitado al que no habría que interrogar; dejemos que se condene por su propia boca. El mismo haría el trabajo mejor de lo que ella hubiera podido soñar nunca.

—Es natural que un hombre defienda lo que más quiere: su propia vida, su hogar, su familia. Pero para hacer que luche en beneficio de sus gobernantes, los ricos y poderosos que son demasiado listos como para luchar en sus propias batallas, en pocas palabras no para defenderse a sí mismo sino para defender a una gente a la que nunca ha conocido y que además no aceptaría permanecer en la misma habitación que él, debes condicionarlo para que ame la violencia no por los beneficios que reporta sino por sí misma. Resultado: la sociedad debe defenderse ella misma de sus defensores, porque lo que es admirable en tiempo de guerra es considerado psicopático en tiempo de paz. Es más fácil desmoronar a un hombre que reconstruirlo. Pregunte a cualquier psicoterapeuta. Y eche un vistazo a las cifras de criminalidad entre veteranos.

Petronella estaba exultante. Hasta aquí, si eso era un ejemplo de lo que pensaba decir durante el auténtico show, había conseguido ya enemistar a los dos principales partidos políticos, el Ejército, todas las organizaciones de antiguos combatientes excepto los corazones sangrantes de la Doble-V, todos los intereses de los grandes negocios, y la policía, junto con todas las personas que confiaban en ellos. (Y posiblemente Puritan, uno de sus patrocinadores… pero la mayoría de la gente del Sindicato que ella conocía se sentían más bien orgullosos de sus románticos orígenes de gangsters y no les importaba que se supiera.)

¡Oh, sí! Aquello iba a ser S*E*N*S*A*C*I*O*N*A*L*. Ya casi podía ver los grandes titulares azules y rojos que iban a aparecer al día siguiente.

Memo para sí misma: instalar líneas telefónicas extra y contratar telefonistas suplementarias para atender todas las llamadas.

—Pero —lo aguijoneó—, ¿qué es lo que les ha hecho usted a la gente que se llama a sí misma trainitas, que matan y hacen volar cosas y generalmente se comportan como su descripción de un ejército, una horda de locos?

—Nada. No soy más responsable de las acciones de los trainitas que Jesús del comportamiento de los cristianos sobre los cuales Pablo de Tarso proyectó sus neurosis personales.

A añadir las iglesias a la lista de gente ofendida. ¡Sigue adelante, muchacho!

—Así, ¿no aprueba usted sus sabotajes e incendios?

—Lo que no apruebo es la situación que ha conducido a la gente a medidas tan desesperadas. Existe, sin embargo, lo que se llama cólera legítima.

—¿Cree usted que su cólera es legítima, cuando todo lo que podemos entrever tras ella es la anarquía, el nihilismo, un mundo en el que la mano de cada hombre está vuelta contra su hermano?

—No contra su hermano. El hombre que está siendo envenenado por los aditivos que la Universal Mills pone en su comida sabe quién es su hermano… un desconocido, muriéndose de hambre en África porque una estúpida guerra ha destruido su campo de maíz. El hermano del hombre que tiene que gastarse la mitad de lo que gana en el tratamiento de un hijo que ha nacido deforme es el campesino de Laos cuya esposa murió al abortar un feto inviable. No, no contra su hermano. Contra los enemigos de su especie. Si resulta que también son humanos… bien, eso es lamentable. ¿Acaso una célula cancerosa en tu pulmón o en tu hígado debe ser bien recibida porque es un tejido fabricado por tu propio cuerpo?

Aquello, inesperadamente, le impresionó. Siempre había tenido miedo al cáncer. Entre las razones por las que nunca se había casado estaba su pensamiento de que el embarazo era una especie de crecimiento maligno, un organismo independiente e incontrolable en su vientre. Habló secamente para apartar esos pensamientos.

—Entonces usted preconiza la violencia como una operación quirúrgica.

—La gente que la trajo en primer lugar no tiene más derecho a objetarla que un fumador empedernido el de objetar el cáncer o la bronquitis.

—Diría que tienen tanto derecho a objetarla como alguien a quien se le ha prometido cirugía y descubre que es el carnicero local quien está realizando el trabajo —replicó Petronella, complacida de su imagen—. Cortando un brazo por aquí, una pierna, un seno… —¡mejor no decir eso último en el show!— y dejando al paciente impedido… A menos que alguien pueda ofrecer una alternativa superior, no tiene derecho a interferir.

—Pero hay alternativas superiores —dijo Austin Train.

Bajo aquellas curiosas cejas abreviadas, unos agudos ojos marrones la miraron fijamente. De pronto la habitación pareció retroceder a una gran distancia.

Por supuesto, ella lo había visto en persona —en una importante conferencia académica donde había sido uno de los oradores— y repetidamente en televisión, durante su etapa anterior de notoriedad. Pese a su calvicie, había estado segura de que no era un impostor mucho antes de que los investigadores de la ABS se las arreglaran para obtener subrepticiamente sus huellas dactilares y las comprobaran con los archivos del FBI… en otras palabras, consiguieran sobornar a la persona adecuada. Lo recordaba como un orador enérgico e ingenioso, fácil de palabra y con una voz penetrante. En una ocasión, por ejemplo, había aniquilado a un portavoz de la industria de pesticidas con una observación que la gente aún repetía en las reuniones: «Y supongo que el octavo día Dios lo llamó a usted y le dijo: «He cambiado de opinión con respecto a los insectos.»

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