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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (74 page)

BOOK: El quinto día
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Peak se rascó el cráneo.

—¿Podría concretar lo que quiere decir, doctor Frost?

El vulcanólogo respiró hondo. Su tórax se expandió.

—No —dijo.

—¿Le he entendido bien?

—Eso espero. ¿Debemos sentir miedo? Primero necesito tener claridad. Pero piense en mis palabras.

Miró a todos con determinación, el mentón enorme hacia adelante, y luego volvió a sentarse.

«Fantástico —pensó Peak—. Primero este idiota, y ahora el otro».

Vanderbilt movió su voluminoso cuerpo hacia el estrado. Li lo siguió con los párpados entornados. Observó al subdirector de la CÍA, que intentaba colocarse unas gafas ridículamente pequeñas sobre la nariz, y sintió una mezcla de regocijo y repugnancia.

—Bichos de mierda es el término correcto, Sal —dijo Vanderbilt de buen humor. Luego miró radiante a los presentes, como si fuera a comunicarles la buena nueva—. Pero vamos a meterles tanto fuego a esas mierdas que les arderá el culo, se lo prometo. Bien, ahora vayamos a lo que sabemos, que por cierto no es mucho. Nuestro querido petróleo, del que dependemos tanto que nos lo tomaríamos si pudiéramos, está
kaputt
. Expresado en términos económicos eso significa que hemos perdido buena parte de la producción mundial, lo cual es un buen negocio para los conductores de camellos de la OPEP. Como acaba de mostrarnos elocuentemente el mayor Peak, la navegación internacional lucha contra las nuevas artimañas que despliega la naturaleza para paralizarla. ¡Y el terror está surtiendo efecto! Quiero decir, los ataques de ballenas y tiburones son una nimiedad, una suprema tontería... Desde luego nos molesta que una respetable familia norteamericana ya no pueda salir a pescar, pero a la humanidad en su conjunto le trae sin cuidado. Tampoco es muy agradable, de hecho es una mierda, que el pequeño pescador de las economías emergentes, que tiene que alimentar a diecisiete chicos y seis mujeres, permanezca en la playa con la mirada perdida porque teme que lo devoren en alta mar. Aun cuando sintamos una profunda compasión, no podemos hacer absolutamente nada. La humanidad tiene otras preocupaciones. Están afectados los países ricos. Los malvados peces no se dejan capturar, pero además mandan lanza venenos mutantes a las redes o hacen zozobrar traineras. Es cierto que se trata de casos aislados, pero lamentablemente son muchísimos casos aislados. Y eso es un problema para las economías emergentes porque ahora ya no reciben nada de nosotros.

Por encima de sus gafas, Vanderbilt dedicó una mirada sagaz a los presentes.

—Verán, si alguien quisiera destruir el mundo, bastaría con que sometiera a los países prósperos. Sólo tiene que acosarlos tanto que prácticamente no estén en condiciones de resolver sus propios problemas. Sin embargo, el Tercer Mundo depende de la ayuda que le proporcionan los grandes. Vive de sentir de vez en cuando la justa ira de Estados Unidos, de los pequeños cambios que introducimos en sus sistemas políticos, de que nosotros nos pongamos de acuerdo con los narcos y exijamos contraprestaciones a nuestra ayuda económica. Pues bien, todo eso en realidad no tiene importancia. Puede que miremos con una sonrisa los ataques de ballenas porque los destinos de nuestra economía no dependen de pequeñas barcas y botes de juncos, pero el estándar de vida occidental no es justamente representativo. Piensen en eso cuando anden revolviendo esta noche su buffet frío. ¡Para el Tercer Mundo las anomalías son el fin! El Niño es el fin. La Niña es el fin. Si hacemos balance de las extravagancias que nos ha ofrecido la naturaleza en los últimos meses, esos fenómenos nos parecen viejos y simpáticos conocidos a los que quisiéramos invitar a una cerveza. Pero, joder, ahora tenemos otros huéspedes. Algunos países europeos se encuentran bajo estado de sitio. ¿Y eso qué significa? ¿Que nadie puede salir a la calle una vez que oscurece porque corre peligro de mojarse los pies? No, yo les diré qué significa. Significa que Europa no puede controlar la catástrofe que se avecina. Que las instituciones de socorro (la Cruz Roja, los servicios de asistencia humanitaria de Alemania, la Unesco, la organización Malteser International) ya no dan abasto con el suministro de tiendas de campaña y alimentos. Que en la dorada Europa muere gente de hambre y de infecciones. Que se están extendiendo las epidemias. ¡Epidemias en Europa! Como si no fuera suficiente con la
Pfiesteria
y los gusanos. ¡En Noruega el cólera está haciendo estragos! Eso significa que ya no se puede garantizar la asistencia médica para los enfermos y que las heridas de respetables telespectadores del concurso del sábado por la noche están plagadas de gusanos blancos y sembradas de moscas que luego propagan los gérmenes de la enfermedad allá donde van. ¿Se sienten mal? Pues eso no es todo. Un tsunami arrastra toneladas de agua, pero cuando se retira, vuela todo por los aires. Ya casi no pueden combatir el fuego. Las zonas costeras primero se inundaron y luego se incendiaron. Y además ha ocurrido algo más: al retirarse, la resaca de las masas de agua interrumpió la entrada de agua fría en algunas centrales nucleares que tuvieron la genial idea de construir en las zonas costeras. Tenemos un MAP en Noruega y otro en Inglaterra. ¿Tienen suficiente? Si no, puedo ofrecerles el derrumbe completo del suministro eléctrico. Señoras y señores, siento decirles que más vale que por ahora no cuenten con Europa. Y menos aún en el Tercer Mundo. Europa ha sido el banco de pruebas. Europa se ha ido al carajo.

Vanderbilt sacó un pañuelo blanco y se secó la frente. Peak estaba a punto de vomitar. Odiaba a ese hombre. Odiaba que Vanderbilt no fuera amigo de nadie, probablemente ni siquiera de sí mismo. No era más que un derrotista, un cínico, un descarado. Pero lo que más odiaba era que Vanderbilt tenía razón en casi todo lo que decía. En su odio a Vanderbilt hasta coincidía con Judith Li.

Por lo demás, también odiaba a Li.

Algunas veces se había sorprendido imaginándose cómo le arrancaba la ropa y le sacaba sus aires de suficiencia sobre la maldita cinta, esa arrogancia de hija de buena familia que le habían insuflado las clases de lenguas extranjeras y los diplomas. En esos momentos surgía en su interior el Jonathan Peak que en otras circunstancias probablemente hubiera sido jefe de una banda, ladrón, violador y asesino.

Ese otro Peak lo atemorizaba. El otro Peak no creía en los ideales de West Point, en el honor, la fama y la patria. Era como Vanderbilt, que arrastraba todo por el fango y dejaba traslucir que esa porquería era la realidad. El otro Peak había crecido en la miseria. Un negro nacido en la miseria del Bronx.

—Sigamos —dijo Vanderbilt, divertido—. Europa tiene unas curiosas algas en el agua potable. ¿Qué hacer?, ¿utilizar productos químicos? Por supuesto que pueden hervir o depurar el agua.

Puede que esas mierdas palmen, pero nosotros caemos después. Ya está empezando a escasear el agua. Hasta ahora en Europa cualquier idiota se pasaba tres horas en la ducha cantando canciones de marineros. Pero eso se ha terminado. No sé cuándo explotarán los primeros bogavantes aquí, señores, pero nuestro país debe prepararse para afrontar la situación. Dios ha perdido la paciencia. —Vanderbilt se rió por lo bajo—. ¿O deberíamos decir mejor Alá? ¡
The shape ofthings to come
,
7
señores! Y ahora disfruten de las sensacionales revelaciones que escucharán a continuación. ¡Volvemos tras la publicidad!

«¿Qué demonios está diciendo este tipo?», pensó Peak. ¿Se había vuelto loco? No podía ser de otra manera. Sólo un loco se comportaba así.

El subdirector de la CÍA proyectó un planisferio en el que los países y continentes estaban unidos por líneas de colores. Un denso entramado cubría desde Gran Bretaña y Francia pasando por el Atlántico hasta Boston, Long Island, Nueva York, Manasquan y Tuckerton. Otra red más dispersa cruzaba el Pacífico y unía el oeste de Estados Unidos con Asia. Gruesos cordones bordeaban el Caribe y Colombia, cruzaban el Mediterráneo y el canal de Suez y recorrían la costa este de Asia hasta Tokio.

—Cables submarinos —explicó Vanderbilt—. Autopistas informáticas que nos sirven para hablar por teléfono y chatear. No hay Internet sin fibra óptica. Al parecer, el deslizamiento frente a las costas de Noruega ha destruido una parte de la conexión por fibra óptica entre Europa y América. Por lo menos cinco de los cables transatlánticos más importantes ya no transportan datos. Por si fuera poco, anteayer dejó de funcionar un cable que tiene la bella denominación de FLAG Atlantic 1. Une Nueva York con St. Brieuc, en Bretaña, y transporta unos 1,28 terabytes por segundo. Perdón, transportaba. FLAG Atlantic 1 ha caído, y eso no es una consecuencia del deslizamiento. Como tampoco lo es la avería del TPC-5, que enlazaba San Luis Obispo y Hawai... ¿Se dan cuenta? Alguien está desayunando cables submarinos. Nuestros enlaces están destruidos. ¿Tenemos corriente en el enchufe? ¡No, señor! ¿El mundo es pequeño? ¡No, señor! ¿Podemos llamar a nuestra tía de Calcuta para felicitarla por su cumpleaños? ¡Olvídenlo! El hecho es que la comunicación mundial está paralizada y no sabemos por qué. Pero una cosa está descartada. —Vanderbilt mostró los dientes y se inclinó sobre el estrado cuanto le permitió su voluminoso cuerpo—. La casualidad, señores. Aquí está actuando alguien. Y está tratando de ahogar a la civilización. Basta con ver lo que hemos perdido y lo que seguimos perdiendo.

Hizo un guiño jovial a los presentes, de tal modo que su papada se plegó varias veces.

—Hablemos ahora de lo que hemos descubierto.

Anawak encontró un cierto consuelo en las palabras de Vanderbilt. Tras haber perdido temporalmente la fe en el mundo, ahora éste parecía marchar ante él con un cartel que decía en letras inmensas:«LEÓN, TE CREEMOS».

—El doctor Anawak describe un organismo luminoso —dijo Vanderbilt—. Plano y amorfo. No hemos encontrado más organismos de ese tipo en el casco del
Barrier Queen
, pero nuestro héroe fue valiente y capturó la presa. Gracias a él hemos podido analizar algunos trozos. Pues bien, esa sustancia es idéntica a la que encontraron la doctora Oliviera y el doctor Fenwick en la cabeza de unas ballenas que andaban buscando pelea. Y recordemos además la porquería que había en los crustáceos infectados. Éstos transportaban
Pfiesteria
como si fueran un taxi, pero el conductor ya no es nuestro amigo el bogavante sino algo que lo ha sustituido. Tenían el caparazón cubierto por una sustancia que se deshace en contacto con el aire. A pesar de eso, el doctor Roche logró analizar algunos restos de esa cosa. Y se encontró con nuestra vieja conocida: la gelatina.

King y Oliviera juntaron las cabezas. Luego Oliviera dijo con su voz grave:

—La sustancia que hallamos en el cerebro de las ballenas y la del barco son idénticas. Hasta ahí es correcto. Pero la de los cerebros es mucho más ligera. Las células parecen ser menos compactas.

—Ya me he enterado de que hay opiniones discrepantes sobre la gelatina —dijo Vanderbilt—. Bueno, señores, eso es asunto suyo. Por mi parte sólo puedo decir que hemos aislado el
Barrier Queen
en un dique para impedir que huyan los eventuales polizones. Desde entonces hemos observado varias veces una luz azul en el agua. Nunca está presente durante mucho tiempo. También la vio el doctor Anawak cuando se decidió a pasar sus vacaciones buceando en nuestra zona de exclusión. Las muestras de agua indican el hervidero normal de microorganismos que hay en cualquier gota de agua de mar. Entonces ¿de dónde viene esa luz? La llamamos la nube azul, a falta de una denominación científica. El término se lo debemos al doctor Terry King, que descubrió esa luz en una grabación realizada por un robot llamado URA.

Vanderbilt mostró la película del grupo de
Lucy
.

—Estos rayos no parecen dañar ni asustar a las ballenas. Al parecer, la nube ejerce alguna influencia sobre su comportamiento. En su centro podría ocultarse algo que introduce esa sustancia en la cabeza de los animales o que quizá la inyecte. Una cosa con tentáculos como látigos que emiten destellos. Ahora avancemos un paso más y supongamos que estos tentáculos no sólo introducen esa sustancia gelatinosa, sino que ellos mismos son la gelatina. Si fuera así, estaríamos viendo aquí a gran escala lo que el doctor Anawak encontró en un pequeño ser adherido al casco del
Barrier Queen
. Habríamos localizado un organismo desconocido que dirige crustáceos, enloquece a las ballenas y hace de las suyas entre ciertos moluscos que hunden barcos. Como ven, señores, hemos avanzado mucho en nuestra investigación. Ahora ustedes sólo tienen que averiguar qué es esa cosa, por qué está ahí, cuál es la relación entre la gelatina y la nube azul, y por supuesto... qué canalla mezcló esa porquería en algún laboratorio. Quizá les ayude ver esto.

Vanderbilt volvió a mostrar la película. Esta vez apareció un espectrograma en el extremo inferior de la imagen. Se podían reconocer intensas desviaciones en la frecuencia.

—El URA es un muchachito con talento. Poco antes de que apareciera la nube, sus hidrófonos grabaron algo. No podemos oírlo porque nosotros no somos ballenas sino pobres infelices con los oídos pegados. Sin embargo, podemos oír el ultrasonido y el infrasonido si contamos con los trucos adecuados. Como hicieron nuestros colegas fisgones de Sosus.

Anawak prestó atención. Conocía el Sosus. Había trabajado varias veces con ese sistema. La NOAA, National Oceanic and Atmospheric Administration, había emprendido una serie de proyectos con el fin de registrar y analizar los fenómenos acústicos que tenían lugar bajo el agua. Todos ellos recibían el nombre genérico de Acoustic Monitoring Project (Proyecto de Monitorización Acústica). Para sus operaciones de escucha submarina la NOAA utilizaba una reliquia de la guerra fría: Sosus (Sound Surveillance System), una red submarina de hidrófonos que la marina norteamericana había instalado durante los años sesenta por todos los mares del mundo para detectar a los submarinos soviéticos. A partir de 1991, una vez terminada la guerra fría con el derrumbe de la Unión Soviética, se permitió a los investigadores civiles de la NOAA que analizaran los datos del sistema Sosus.

De este modo, la ciencia había descubierto que en las profundidades oceánicas había de todo menos silencio. Sobre todo en la gama de frecuencias por debajo de los dieciséis hertzios se podía detectar un ruido realmente infernal. Para que esos sonidos fueran audibles para el oído humano había que reproducirlos a una velocidad dieciséis veces mayor. Un simple temblor submarino sonaba como el estruendo de un trueno y el canto de las ballenas jorobadas recordaba a los gorjeos de un pájaro, mientras que las ballenas azules, en un
staccato
atronador, enviaban mensajes a sus semejantes a una distancia de más de cien kilómetros. Tres cuartas partes de los registros estaban dominados por un zumbido rítmico y extremadamente alto: los cañones neumáticos que las compañías petroleras utilizaban para explorar la geología de las profundidades marinas.

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