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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (107 page)

BOOK: El quinto día
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Pabellón, sala de reuniones

—¡Unicelulares! —Gritó Johanson—. Son unicelulares.

Estaba sumamente excitado. El grupo lo miraba desconcertado y callaba. Rubin se movía en su silla y asentía frenético mientras Johanson caminaba de acá para allá. No podía quedarse sentado.

—Hasta el momento suponíamos que la gelatina y la nube eran dos cosas diferentes, pero son la misma. La sustancia gelatinosa es una unión de unicelulares. Y no sólo cambia de forma según su conveniencia, sino que además se disuelve por completo y vuelve a unirse a la misma velocidad.

—¿Esos seres se disuelven? —repitió Vanderbilt.

—¡No, no! No se trata de ellos; quiero decir que esos seres son unicelulares y se unen entre ellos. Cuando abrimos los cangrejos aparecieron algunos trozos de gelatina que se escurrieron por el simulador. Conseguimos atrapar uno. Pero luego de pronto desaparecieron absolutamente todos. No quedó ni rastro. Dios mío, qué tonto soy, ¿cómo no me di cuenta? Por supuesto, no se puede encerrar a seres unicelulares en una jaula, pues la mayoría son demasiado pequeños para verlos a simple vista. Y como el simulador estaba iluminado por dentro, no pudimos ver la bioluminiscencia. En Noruega tuvimos el mismo problema cuando apareció aquella cosa inmensa ante la cámara. En ese momento vimos solamente una forma clara, iluminada por los focos de
Victor
, pero en realidad emitía luz. Tenía luz porque era una unión gigantesca de microorganismos bioluminiscentes. Lo que tenemos ahora en el tanque es la suma de las sustancias que sacamos de los cangrejos, todo cuadra.

—Eso explicaría algunas cosas —dijo Anawak—: el ser amorfo adherido al casco del
Barrier Queen
, la nube azul frente a la isla de Vancouver...

—Las tomas del URA, ¡exacto! La mayor parte de las células flotaban libremente por el agua, pero en el centro habían formado una masa compacta. Luego ésta formó tentáculos y se inyectó en la cabeza de las ballenas.

—Un momento. —Li alzó la mano—. Ya estaba dentro.

—Entonces... —Johanson pensó—. Bien, quizá hubo algún tipo de contacto. En cualquier caso, calculo que ése es el modo en que se introdujo. Tal vez fuimos testigos de un intercambio: sale la gelatina vieja y entra la nueva. O quizá tuvo lugar algo así como un control. Tal vez la sustancia de la cabeza transmitió algo a la masa celular.

—Información —dijo Greywolf.

—Sí —dijo Johanson—. ¡Sí!

Delaware arrugó la nariz.

—¿Quiere decir que esa sustancia puede adoptar cualquier tamaño? ¿Lo que necesita según el caso?

—Cualquier tamaño y cualquier forma —asintió Oliviera—. Para manejar un cangrejo, basta con unos cuantos unicelulares. La sustancia que rodeó a las ballenas en la isla de Vancouver tenía el tamaño de una casa y...

—Eso es lo más importante de nuestro descubrimiento —la interrumpió Rubin. Se levantó de un salto—. La gelatina es un material en bruto para realizar tareas concretas.

Oliviera parecía enojada.

—Yo he observado atentamente las grabaciones del talud continental noruego —dijo Rubin sin respirar—, y ¡creo que sé lo que pasa! Si no fue esa cosa lo que dio el último empujón para que se desprendieran los taludes, no me llamo Mick Rubin. ¡Estamos a punto de conocer toda la verdad!

—Han encontrado algo que se encarga del trabajo sucio —dijo Peak, impasible—. Muy bien. ¿Y dónde están los yrr?

—Los yrr son... —Rubin vaciló. De pronto había desaparecido toda su seguridad. Miró perplejo a Johanson y Oliviera—. Bien...

—¿Creen que ésos son los yrr? —preguntó Crowe.

Johanson sacudió la cabeza.

—Ni idea.

Por un momento se hizo el silencio.

Crowe frunció los labios y fumó su cigarrillo.

—De momento no han enviado ningún mensaje. Ahora bien, ¿quién responderá? ¿Un ser inteligente o una unión de seres inteligentes? ¿Qué opina usted, Sigur? ¿Se comportan como seres inteligentes los bichos que tiene en el tanque?

—Usted sabe que no podemos responder a eso —contestó Johanson.

—Quería que lo dijera usted —sonrió Crowe.

—¿Cómo vamos a saberlo? ¿Cómo juzgaría una inteligencia extraterrestre a un puñado de seres humanos encerrados en un campo de prisioneros que no entienden nada de matemáticas, están atemorizados, tienen frío y se lamentan sentados en un rincón?

—Cielo santo —gimió en voz baja Vanderbilt—. Ahora nos sale con la Convención de Ginebra.

—¿También es válida para los extraterrestres? —sonrió Peak.

Oliviera le dedicó una mirada despectiva.

—Someteremos la masa del tanque a más pruebas —dijo—. La verdad es que no entiendo por qué hemos tardado tanto en comprender el asunto. León, ¿te llamó algo la atención cuando estuviste espiando por el dique seco del
Barrier Queen
?

Anawak la miró.

—¿Antes de que me pescaran? Sí, una luz azul.

—A eso me refiero —dijo Oliviera dirigiéndose a Li—. Ustedes actuaron por su cuenta, general; llevaron el
Barrier Queen
al dique y estuvieron revolviendo durante semanas en el casco sin obtener nada. Bien, errar por poco también es errar. Su gente tiene que haber olvidado algo cuando analizaron las muestras de agua del dique seco. ¿No detectaron la sustancia bioluminiscente o un montón de unicelulares?

—Naturalmente, sacamos agua para analizarla —dijo Li.

—¿Y?

—Nada. Agua normal.

—Bien —suspiró Oliviera—. ¿Podría enviarme de nuevo el informe con los resultados del laboratorio?

—Por supuesto.

—Doctor Johanson —Shankar alzó la mano—, ¿cómo cree que se produce esa unión? Quiero decir, ¿qué la desencadena?

—Y ¿cómo se forma? ¿Con qué fin? —añadió Roscovitz. Era la primera vez que tomaba la palabra—. Alguna de esas células tendría que decir: «Eh, muchachos, venid, vamos a organizar una fiesta».

—No necesariamente —dijo Vanderbilt sagazmente—. Las células del cuerpo humano se caracterizan por su elevado grado de cooperación, ¿no? Y ninguna de ellas dice al resto en qué dirección deben ir.

—¿Está hablando de la estructura organizativa de la CÍA? —sonrió Li.

—Cuidado, Suzie Wong.

—¡Eh! —Roscovitz alzó las manos—. Vamos, yo soy piloto de submarinos, sólo quiero entender esto. En el ser humano las células están muy juntas, es diferente. Nosotros no nos evaporamos de vez en cuando, y además tenemos un sistema nervioso que es el jefe de todo el asunto.

—Las células de nuestro cuerpo se comunican mediante sustancias químicas que hacen de mensajeras —dijo Delaware.

—¿Y qué significa eso? ¿Que las células son como un banco de peces en el que todos nadan en la misma dirección?

—Los bancos se mueven simultáneamente sólo en apariencia —explicó Rubin—. El movimiento de los bancos depende de la presión.

—Eso ya lo sé, hombre, sólo quería...

—Los peces tienen órganos laterales —siguió instruyéndolo Rubin sin inmutarse—. Si un cuerpo modifica su posición, transmite una onda de presión a su vecino, que gira automáticamente en la misma dirección, y así sucesivamente hasta que el banco entero realiza el giro.

—¡Le he dicho que ya lo sé!

—¡Claro! —El rostro de Delaware se iluminó—. ¡Eso es!

—¿Qué?

—Ondas de presión. De ese modo una aglomeración de gelatina, sea cual fuere su tamaño, podría desviar bancos enteros. Quiero decir que queríamos saber por qué los bancos ya no caen en las redes. Pues bien, ésa podría ser la explicación.

—¿Podrían desviar un banco entero? —dijo Shankar, inseguro.

—Sí, tiene razón —dijo Greywolf—. Tiene muchísima razón. Si los yrr pueden manejar a millones de cangrejos y trasladar a millones y millones de gusanos hasta los taludes, también pueden desviar bancos. Y las ondas de presión serían el medio. La sensibilidad a la presión es prácticamente la única protección que tiene un banco.

—¿Cree que los unicelulares del tanque reaccionan a la presión?

—No. —Anawak sacudió la cabeza—. Sería demasiado sencillo. Puede que los peces generen presión, ¿pero los unicelulares?

—Pues de algún modo tiene que desencadenarse la fusión.

—Esperen —dijo Oliviera—. Hay formas similares de comunicación entre las bacterias. Por ejemplo en Myxococcus xanthus, una especie que vive en el suelo y que está formada por pequeñas asociaciones laxas. Cuando algunas células no encuentran alimento, emiten una especie de señal para indicar que sienten hambre. Al principio, la colonia prácticamente no reacciona, pero cuantas más células hambrientas hay, más intensa es la señal, hasta que supera un cierto umbral. Entonces, los miembros de la colonia comienzan a juntarse. Poco a poco se, va formando una unión compleja de tipo multicelular, una unión fructífera que puede verse a simple vista.

—¿Y en qué consiste la señal? —preguntó Anawak.

—En la sustancia que despiden.

—¿O sea, un aroma?

—Sí, en cierto modo.

Se hizo el silencio. Los miembros de la expedición arrugaban la frente, juntaban las yemas de los dedos o fruncían los labios.

—Bien —dijo Li—. Estoy impresionada. Es un gran éxito. Ahora no deberíamos desperdiciar el tiempo intercambiando conocimientos de aficionados. ¿Cuáles son los próximos pasos?

—Me gustaría hacer una propuesta —dijo Weaver.

—Adelante.

—León tuvo una idea en el Château, ¿recuerdan? Tenía que ver con los experimentos de la marina con los cerebros de delfines. Con implantes que no están hechos de simples microchips sino de células nerviosas artificiales muy compactas que copian al detalle partes del cerebro y se comunican entre sí mediante impulsos eléctricos. Se me ha ocurrido que si la gelatina es realmente una unión de unicelulares y si los unicelulares en cierto modo asumen la función de las células cerebrales es porque pueden comunicarse entre sí. Es más, tendrían que hacerlo. De lo contrario no estarían en condiciones de unirse y cambiar de forma. Quizá realmente crean un cerebro artificial con sustancias químicas mensajeras incluidas. Tal vez... —Vaciló—. Tal vez copian incluso las emociones, atributos y conocimientos de su huésped y de ese modo aprenden a dominarlo.

—Para eso deberían ser capaces de aprender —dijo Oliviera—. ¿Pero cómo pueden aprender los unicelulares?

—León y yo podríamos crear una simulación virtual con un banco de unicelulares e ir incorporando características hasta que empiece a comportarse como un cerebro.

—¿Una inteligencia artificial?

—Creada con principios biológicos.

—Puede sernos útil —juzgó Li—. Hágalo. ¿Más propuestas?

—Intentaré encontrar formas de vida similares en la prehistoria —dijo Rubin.

Li asintió.

—¿Alguna novedad, Sam?

—En realidad, no —dijo Crowe tras una nube de humo—. Mientras no recibamos respuesta seguiremos trabajando en la decodificación de señales Scratch viejas.

—Quizá debería enviar a los yrr algo más ambicioso que unos cuantos ejercicios de cálculo —opinó Peak.

Crowe lo miró. Cuando el humo se dispersó, en el bello, viejo rostro surcado de arrugas se había formado una sonrisa.

—Tranquilo, Sal.

—Usted es muy optimista, ¿verdad?

—Tengo paciencia.

Cubierta del pozo

Roscovitz era una de esas personas que se pasan la vida en la marina de Estados Unidos y no entraba en sus planes hacer ningún cambio. Pensaba que cada uno debía hacer lo que mejor sabía hacer, y, como le gustaba estar bajo el agua, había iniciado la carrera de piloto de submarinos y había llegado a comandante.

Roscovitz pensaba que, de todos los atributos que distinguen al ser humano, la curiosidad es el más destacado. Le gustaban mucho la lealtad, el cumplimiento del deber y la patria, y no le gustaba nada el hermetismo militar. Un día se había dado cuenta de que la mayoría de los pilotos de submarino pasaban por un mundo del que no sabían nada, y entonces empezó a informarse. No había llegado a ser biólogo, pero su interés por esos temas llegó a conocimiento de las autoridades científicas de la marina, que buscaban individuos a los que les gustara tanto ser soldados como para comportarse como tales y que tuvieran a su vez la flexibilidad mental necesaria para asumir una función ejecutiva en el campo de la investigación.

Una vez que se decidió equipar especialmente al
Independence
para la misión de Groenlandia, le encargaron convertir el buque en el no va más de una base de inmersiones. No quedaba dinero en ninguna parte del mundo... excepto para investigación. Para muchos, el
Independence
era la última esperanza de la humanidad, así que no se escatimó en nada. A Roscovitz no le dieron un presupuesto, sino un salvoconducto. Debía comprar lo que encontrara y lo que le pareciera apropiado, y si se lo hacían con rapidez, tenía que encargar y hacer fabricar cualquier cosa que aún no existiera y que él deseara.

Nadie había esperado que Roscovitz pensara seriamente en batiscafos tripulados. Todos pensaban especialmente en los ROV, los robots subacuáticos con cable y teledirigidos, como
Victor
, que había descubierto los gusanos en la costa noruega. Por otra parte había que añadir toda una serie de adelantos en la construcción de los AUV, los robots que no necesitaban conectarse al buque por medio de un cable. La mayoría de estos aparatos disponían de cámaras de alta resolución y de algún tipo de brazo robot, e incluso de extremidades artificiales sensibles. Tras los ataques y las muertes producidos en las inmersiones, no querían poner en peligro vidas humanas y nadie se atrevía a meterse en el agua más arriba de los tobillos.

Tras escuchar, Roscovitz había dicho:

—En esas condiciones, olvídenlo. ¿Hemos ganado alguna vez una guerra exclusivamente con máquinas? Podemos lanzar bombas inteligentes y hacer que aviones no tripulados sobrevuelen el territorio enemigo, pero una máquina no puede hacerse cargo de las decisiones que toma el piloto en un avión de combate. En algún momento del transcurso de esta misión se producirá una situación en que nosotros mismos tendremos que ir a ver si todo está en orden.

Le preguntaron qué quería. Dijo que ROV y AUV, por supuesto, pero también botes tripulados y armados. Pidió además una escuadra de delfines y supo, para su satisfacción, que ya se había dispuesto la incorporación de MK-6 y MK-7 a propuesta de un miembro del comité científico. Cuando supo quién iba a atender las escuadras, su alegría fue aún mayor.

Jack O'Bannon.

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