El quinto día (102 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El quinto día
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Crowe miró hacia abajo. Había dos personas con trajes de neopreno junto al tanque: una delgada mujer pelirroja y un gigante de complexión atlética y larga melena negra. Crowe vio que uno de los animales nadaba hasta el borde y sacaba la cabeza del agua haciendo un ruido similar al de un castañeteo. El gigante le pasó la mano por la lisa frente. El delfín consintió los mimos algunos segundos; luego volvió a sumergirse.

—¿Quién es ése? —quiso saber Crowe.

—Ambos se ocupan de la escuadra de delfines —dijo Anawak—. Alicia Delaware y... —Vaciló—. Y Greywolf.

—¿Greywolf?

—Sí. O Jack. —Anawak se encogió de hombros—. Puede llamarlo como prefiera. Responde a ambos nombres.

—¿Para qué sirve la escuadra?

—Llevan cámaras con las que graban imágenes cuando salen al exterior. No obstante, la principal razón es que los delfines tienen sus sentidos más aguzados que los nuestros. Detectan a otros seres vivos mucho antes de que nuestros sistemas los vean. Antes de retirarse, Jack trabajó con algunos de ellos. Estos delfines dominan un vocabulario formado por distintos silbidos: uno para las orcas, otro para las ballenas grises, otro para las jorobadas, y así sucesivamente. Pueden identificar a casi todos los seres vivos de mediano tamaño que conocen, además de clasificar a los bancos; y aquellos que no conocen los señalan como formas de vida desconocidas.

—Increíble. —Crowe sonrió—. ¿De modo que ese guapo muchacho de pelo largo que está ahí abajo entiende el lenguaje de los delfines?

Anawak asintió.

—En ocasiones, mejor que el nuestro.

El encuentro tuvo lugar en el pabellón que hacía las funciones de sala de reuniones y de bodega, frente al LFOC. A esas alturas Crowe ya conocía a la mayoría de los presentes personalmente o por las videoconferencias. Sólo le faltaban Murray Shankar, el jefe de los especialistas en acústica de SOSUS, Karen Weaver y Mick Rubin, además del patrón del
Independence
, un hombre musculoso y de pelo blanco llamado Craig C. Buchanan que parecía hecho para la marina, y Floyd Anderson, el primer oficial. Estrechó manos diligentemente y constató que Anderson, con su nuca de toro y sus ojos cual dos botones negros, no le gustaba. El último en saludarla fue un hombre obeso que llegó unos minutos tarde y sudaba mucho. Llevaba calzado deportivo, gorra de béisbol y una camiseta de color amarillo chillón ajustada en el abdomen y en la que se leía: «Bésame, soy un príncipe».

—Jack Vanderbilt —se presentó—. Sinceramente, me imaginaba de otro modo a la madre de E.T.

—Habría sido más encantador por su parte si hubiera dicho «hija» —respondió Crowe secamente.

—No espere cumplidos de alguien como yo. —Vanderbilt lanzó una risita ahogada—. ¿No es maravilloso, doctora Crowe? Por fin tiene la oportunidad de convertir en expectativas factibles todos sus temores y esperanzas lanzados inútilmente al espacio.

Tomaron asiento. Li les dirigió unas breves palabras en las que resumió lo que ya todos sabían: que Estados Unidos había presentado una solicitud ante la ONU y que en el transcurso de una reunión secreta había recibido por unanimidad el mandato de asumir la dirección logística y tecnológica de la lucha contra aquel poder desconocido. Entretanto, Japón y algunos países europeos habían llegado a conclusiones similares a las del equipo del Château: los que amenazaban a la humanidad no eran seres humanos sino una forma de vida desconocida. De cualquier manera, todos parecieron aliviados por no haber tenido que rogar mucho a Estados Unidos.

—Creemos que estamos a punto de descubrir un medicamento que inmuniza contra los tóxicos de las algas asesinas, aunque tiene efectos secundarios que no podemos controlar. Por otro lado, en algunos lugares han aparecido cangrejos con agentes patógenos que han sufrido una mutación. En la mayoría de los países afectados, su infraestructura se ha venido abajo. Estados Unidos ha asumido la responsabilidad sin ningún problema, pero desgraciadamente debemos reconocer que apenas estamos en condiciones de proteger nuestras propias costas. Mientras tanto surgen gusanos en los taludes continentales y, lo que es peor, en torno a islas volcánicas como La Palma, donde el doctor Frost y el doctor Bohrmann intentan limpiar las laderas afectadas con una especie de aspiradora submarina. En cuanto a las ballenas, los ataques con sonar no producen ningún efecto sobre animales cuya naturaleza es violentada por un organismo extraño. Es más, aunque consiguiéramos detenerlos, no podríamos impedir el MAP de metano ni poner nuevamente en movimiento la corriente del Golfo. Combatir los síntomas no resuelve los problemas y hasta el momento no hemos avanzado hacia las causas, ya que las operaciones subacuáticas son saboteadas de modo sistemático. Ya no obtenemos datos sobre lo que sucede en las profundidades. Entretanto, cada vez perdemos más cables submarinos. El desconsolador balance de esta guerra es que estamos ciegos y sordos. Para decirlo con toda franqueza, hemos perdido. —Li hizo una pausa—. ¿A quién vamos a atacar? ¿De qué sirve la lucha si se desprende La Palma y las montañas de agua arrollan las costas de América, África y Europa? En definitiva, no avanzaremos ni un paso mientras no conozcamos mejor a nuestro oponente, y no lo conocemos en absoluto. Por ello, nuestra misión no se orienta hacia la lucha sino hacia la negociación. Queremos establecer contacto con esa forma de vida desconocida y convencerla para que detenga el terror contra la raza humana. Sé por experiencia que se puede negociar con cualquier adversario. Según nuestros datos, el enemigo se encuentra exactamente aquí: en el mar de Groenlandia. —Sonrió—. Nuestra única esperanza es una solución pacífica. En cualquier caso permítanme dar la bienvenida al último miembro que se ha incorporado a nuestra expedición, la doctora Samantha Crowe.

Crowe apoyó los codos sobre la mesa de reuniones.

—Le doy las gracias por su amable bienvenida. —Dirigió una breve mirada a Vanderbilt—. Como seguramente ya saben, hasta el momento SETI no ha tenido precisamente éxito en sus misiones. Debido a que trabajamos en un espacio de más de diez mil millones de años luz, cifra que corresponde al universo observable, no resulta fácil enviar un mensaje en la dirección correcta y que llegue a alguien que esté escuchando. En ese sentido, esta vez nos hallamos en mejor situación. Primero, hay algunos indicios de que esos otros seres existen. Segundo, tenemos una idea aproximada de dónde viven: están en el mar, tal vez directamente debajo de nosotros. Pero incluso si vivieran en el Polo Sur, los tendríamos localizados. No pueden abandonar los mares, de modo que si enviáramos un impulso sonoro intenso hasta el Ártico lo escucharían incluso en África. Todo ello es alentador. No obstante, considero que el punto más importante es que ya tenemos contacto. Hace décadas que enviamos mensajes a su hábitat. Desgraciadamente, hemos destruido su hábitat, de modo que no nos responden con enviados diplomáticos sino que nos cubren de terror sin hacer comentario alguno. Eso es sumamente molesto. Sin embargo, si dejamos de lado nuestros sentimientos negativos veremos que esa estrategia de terror nos proporciona una oportunidad.

—¿Una oportunidad? —repitió Peak.

—Sí. Tenemos que tomarlo como lo que es: el mensaje de una forma de vida extraña que nos permitirá sacar conclusiones sobre su pensamiento.

Puso la mano sobre una pila de documentos.

—Les he resumido nuestro procedimiento. Por otro lado, también debo reducir las posibilidades que estos seres puedan tener de un éxito inmediato. En las últimas semanas todos ustedes se habrán estremecido de horror al preguntarse quién es ese ser que nos manda las siete plagas. Seguramente han visto las películas que tratan casos similares: E
ncuentros en la tercera fase
,
E.T
.,
Alien
,
Independence Day
,
Abyss
,
Contact...
 En ellas la humanidad se enfrenta a monstruos o a seres angelicales. Recuerden por ejemplo la secuencia final de E
ncuentros en la tercera fase
: mucha gente se consuela pensando que descenderán seres celestiales superiores para conducirlos a un futuro mejor, luminoso. Seguro que les resulta conocido... Pues bien, estamos ante un asunto que tiene una dimensión religiosa. SETI también la tiene. Y ése factor religioso no nos permite aceptar que esos seres inteligentes desconocidos no son como nosotros.

Crowe dejó que las palabras surtieran efecto un momento. Había pensado mucho sobre el enfoque del proyecto. Finalmente se había convencido de que fracasaría de antemano si no lograba combatir los prejuicios de los miembros de la expedición.

—Lo que quiero decir es que en la ciencia ficción prácticamente no hay un tratamiento serio de esas culturas extrañas. De hecho, los extraterrestres aparecen generalmente como una expresión aumentada hasta lo grotesco de los miedos y esperanzas humanos. Los alienígenas de
Encuentros en la tercera fase
simbolizan nuestra nostalgia del paraíso perdido. En el fondo son ángeles, y de hecho se comportan como tales. Algunos elegidos son llevados a la luz. Por otra parte, nadie se interesa por la cultura que pudieran haber desarrollado esos extraterrestres. Sirven a las representaciones religiosas más simples. Todo en ellos es profundamente humano, porque así lo desean los humanos; incluso su forma de aparición responde a nuestros valores: luz blanca resplandeciente, visiones etéreas..., exactamente como nos gustaría que sucediese. Esos seres son tan poco extraterrestres como los de
Independence Day
. En este caso se trata de seres malvados, pues representan nuestro concepto de la maldad. Tampoco a ellos se les concede una auténtica existencia. El bien y el mal son valores defendidos por los seres humanos. Prácticamente ninguna historia despierta interés si no los tiene en cuenta. Y es que nos resulta difícil asumir que nuestros valores no sean compartidos por los demás y que nuestros conceptos del bien y del mal no correspondan con los suyos. Para llegar a semejante conclusión no es necesario escuchar el universo. Cada nación, cada cultura tiene sus propios extraterrestres, y son siempre los que están al otro lado de la frontera. Si no asumimos esto, no podremos comunicarnos con esa inteligencia desconocida, pues lo más probable es que no haya una base de valores en común, que no haya un bien y un mal universal; posiblemente ni siquiera disponemos de sistemas sensoriales compatibles para poder comunicarnos.

Crowe pasó la pila de documentos a Johanson, que estaba a su lado, y pidió a los presentes que cogieran un ejemplar.

—Si queremos comenzar a pensar en contactos reales con extraterrestres, quizá deberíamos imaginarnos un estado de hormigas. Como saben, las hormigas son sumamente organizadas pero no son realmente inteligentes. No obstante, supongamos que lo fueran. Entonces tendríamos que comunicarnos con una inteligencia colectiva que devora a los enfermos y heridos sin considerarlo moralmente reprobable, que hace la guerra sin comprender nuestra idea de paz, que considera la reproducción individual como algo completamente inaudito y que intercambia y consume excrementos de manera habitual; es decir, una comunidad que funciona de un modo completamente diferente, pero que funciona. Y ahora demos un paso más: imaginen que ni siquiera reconocemos como tal a esa inteligencia extraña. A León, por ejemplo, le gustaría saber si los delfines son inteligentes, de modo que realiza complicadas pruebas; pero ¿eso le aporta alguna certeza? Y por otro lado, ¿cómo nos ven los otros? Los yrr nos combaten, pero ¿nos consideran inteligentes? Espero estar siendo suficientemente clara... Con independencia de lo que hagamos en nuestra misión, nunca lograremos acercarnos a los yrr si consideramos nuestros valores como el centro del mundo y del universo. Debemos reducirnos a lo que somos de facto: una de las incontables formas de vida posibles que carecen de derechos especiales sobre el gran todo.

Crowe notó que Li miraba a Johanson como evaluándolo. Parecía que intentara penetrar en su mente. «Tenemos constelaciones interesantes a bordo», pensó. Captó un intercambio de miradas entre Jack O'Bannon y Alicia Delaware y supo al instante que había algo entre ellos.

—Doctora Crowe —dijo Vanderbilt mientras hojeaba su ejemplar de la exposición—, ¿cómo definiría usted la inteligencia?

Formuló la pregunta como una trampa.

—Como una casualidad —dijo Crowe.

—¿Una casualidad? ¿En serio?

—Es el resultado de muchas condiciones perfectamente armonizadas entre sí. ¿Cuántas definiciones quiere escuchar? Algunos opinan que la inteligencia es aquello que una cultura considera esencial. Y ése es el quid de la cuestión: tenemos tantas definiciones como culturas y mentalidades. Unos investigan los procesos básicos del rendimiento intelectual; otros intentan medir la inteligencia en términos estadísticos. Y luego está la cuestión de si es innata o adquirida. A principios del siglo XX se defendía la tesis de que la inteligencia se refleja en el modo de resolver una situación específica. Algunos retoman ahora esa concepción y definen la inteligencia como la capacidad de adaptación a las condiciones de un entorno cambiante; por tanto, no sería innata sino adquirida. Otros, en cambio, consideran que la inteligencia está inserta en el ser humano y que es una capacidad innata que nos ayuda a adecuar nuestra mente a situaciones siempre cambiantes. Opinan que la inteligencia es la capacidad de aprender de la experiencia y de adaptarse a las condiciones del entorno. Y por último está también esa bella definición de la inteligencia como la capacidad de indagar qué es la inteligencia.

Vanderbilt asintió lentamente.

—Entiendo... Es decir que no lo sabe.

Crowe sonrió.

—Permítame hacer una observación respecto a su camiseta, señor Vanderbilt. Probablemente no podamos reconocer a un ser inteligente basándonos sólo en su aspecto exterior.

Todos se echaron a reír, pero callaron al instante. Vanderbilt clavó la mirada en ella.

Luego sonrió.

—Tiene razón, toda la razón —dijo.

Una vez roto el hielo, avanzaron con rapidez. Crowe esbozó los pasos que debían seguir. En las últimas semanas había diseñado el plan junto con Murray Shankar, Judith Li, León Anawak y algunos miembros de la NASA. Se basaba en los pocos intentos de establecer contacto con formas de vida extraterrestres que se habían hecho hasta el momento.

—En el espacio resulta fácil —explicó Crowe—. En el área de las microondas se pueden enviar cantidades impresionantes de datos. La luz se ve bien y viaja a trescientos mil kilómetros por segundo. No se necesitan cables ni conexiones. Bajo el agua todo es distinto porque la energía que liberan las señales de onda corta es absorbida por las moléculas y las señales de onda larga requerirían antenas gigantes. La comunicación por medio de la luz funciona, pero no a distancias relativamente grandes. Nos queda la acústica. Sin embargo, también tiene un problema; es lo que llamamos efecto eco: las señales acústicas se reflejan en todas pactes, y esto produce interferencias. El mensaje se superpone a sí mismo y resulta incomprensible. Para evitarlo, utilizamos un módem especial.

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