Read El protocolo Overlord Online
Authors: Mark Walden
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción
Se oyó un leve zumbido y, de pronto, las cabezas de todos los robots de la fila delantera se alzaron bruscamente. A continuación, giraron sobre sus talones y procedieron todos a marchar hacia el extremo contrario de la sala en perfecta formación. Cuando se dieron la vuelta, Otto vio que los minúsculos agujeros que tenían a los lados de la cara estaban ahora iluminados con un brillo color rojo sangre. Supuso que se trataría simplemente de un conjunto de sensores, pero lo cierto era que aquellos ojos arracimados como los de una araña no hacían sino aumentar su siniestra apariencia.
Mientras la primera fila salía en formación del hangar, la segunda se puso firme de golpe y procedió a seguirla hacia la salida. Otto se dio cuenta de que, si seguían moviéndose a ese ritmo, dentro de muy poco se quedaría sin escondrijo. Retrocedió sigilosamente en un intento por interponer entre él y las voces que había oído antes más filas de aquel ejército de robots en constante disminución. Echó un vistazo a su alrededor con desesperación, buscando otro lugar donde ocultarse, pero no parecía haber ninguna opción clara. Delante de él ya solo quedaban un par de filas. No tenía escapatoria.
Entretanto, en la caverna de montaje, la consola que controlaba el sistema de distribución de la aleación soltó un pitido. Al igual que había hecho antes en multitud de ocasiones, el crisol gigante, repleto de metal fundido hirviendo, se inclinó, pero, cuando el refulgente chorro amarillo caía ya por el borde del caldero, empezó a desplazarse. Otto no había dispuesto de mucho tiempo, así que su reprogramación había sido apresurada y un tanto chapucera: no había tenido tiempo para elegancias. El crisol comenzó a desplazarse a lo largo de la cadena de montaje, vertiendo metal fundido sobre la delicada maquinaria que había debajo y destruyéndola completamente en medio de una lluvia de chispas y llamas. En un primer momento, el sistema de producción automático trató de mantenerse en funcionamiento, pero, a medida que fue aumentando la presión y al informar cada vez más partes del engranaje acerca de fallos catastróficos, el sistema comenzó a sobrecargarse. Se produjeron un par de detonaciones y, luego, algo en alguna parte de las hileras de maquinaria pesada decidió que ya había tenido suficiente y estalló con una fuerza que bastó para hacer temblar toda la caverna…
Otto sintió moverse el suelo del hangar bajo sus pies y oyó el ruido amortiguado de una explosión lejana.
—¿Qué demonios ha sido eso? —dijo una de las voces desde la parte delantera del hangar.
De pronto, una enorme bola de fuego irrumpió a través de la abertura por la que la cinta transportadora introducía los androides recién fabricados. La onda expansiva arrojó a Otto al suelo y derribó a dos de los sicarios que aún seguían desactivados. Tiesos como un palo, cayeron igual que si fueran estatuas, como cabía esperar del montón de chatarra que eran cuando no estaban activados. A lo lejos se produjo el estruendo de otra explosión y un nuevo chorro de llamas irrumpió por la abertura que conducía a la caverna de montaje.
—Salgamos de aquí —gritó una de las voces.
Otto alcanzó a distinguir el ruido de unos pasos que corrían perdiéndose en la distancia. Al asomarse por detrás de la última fila de robots, vio a dos hombres con batas blancas corriendo hacia la salida del hangar.
Otto sonrió para sí mientras otra explosión lejana arrancaba una nube de polvo del techo. A eso era a lo que él llamaba reventarles el invento. De pronto, una explosión más próxima y mucho más violenta hizo caer de las alturas una viga que se estrelló ruidosamente contra las filas de sicarios unos pocos centímetros por delante de Otto. Mientras se ponía de pie y se sacudía el polvo, se preguntó si no se habría pasado un pelín con eso de reventarles el invento. Luego salió corriendo hacia la salida.
Cypher estaba erguido en una plataforma contemplando el pozo de hormigón desnudo que tenía a sus pies. En el centro del pozo, veinte metros por debajo de él, se encontraba Raven, que le miraba fijamente.
—Está seguro —dijo Cypher dirigiéndose a un técnico con pinta de asustado que estaba a su lado.
—Me temo que sí, señor. Quienquiera que haya saboteado las instalaciones de montaje ha hecho un trabajo sumamente eficaz. No hay forma de controlar el fuego y si continúa propagándose a este ritmo, dentro de unos pocos minutos alcanzará los depósitos de combustible.
—Según parece, la reacción del SICO ha sido más rápida de lo que yo esperaba —repuso pensativamente Cypher—, pero me deja muy impresionado que sus saboteadores hayan conseguido entrar sin ser detectados.
—Hemos revisado los registros de seguridad —le informó el técnico—. No hay indicios de que un equipo haya entrado en el complejo, pero, tratándose de un comando del SICO, eso no significa que no estén aquí.
Cypher asintió con la cabeza.
—¿Cómo va la carga del
Kraken
?—preguntó mientras volvía a echar un vistazo al pozo donde estaba Raven.
—Un setenta y cinco por ciento de nuestras tropas ya se encuentra a bordo —respondió el técnico, mirando a su alrededor con nerviosismo mientras el lejano retumbar de una nueva explosión hacía que un enervante temblor recorriera toda la plataforma.
—Con eso será suficiente. Ordene una evacuación general y prepare el
Kraken
para el desembarco. Qué lástima —suspiró Cypher—. Estaba deseando que llegara este momento —añadió haciendo un gesto a Raven. Luego cogió un rollo de seda negra que colgaba de la barandilla que tenía junto a él—. Mi querida Raven —dijo bajando la vista hacia el pozo—, me temo que voy a tener que irme. Es una pena que me tenga que perder el espectáculo, pero he pensado que alguien como usted se merece la oportunidad de morir combatiendo.
Dicho aquello, Cypher arrojó el rollo de seda negra al pozo. Raven dio un paso adelante y desenrolló con precaución la seda. Dentro estaban sus espadas gemelas. Las blandió a toda prisa y alzó la vista hacia la lejana plataforma.
—Esto no acabará así, Cypher —aulló desafiante.
—Yo creo que sí —respondió él y, acto seguido, accionó un interruptor del panel de control instalado en la barandilla de la plataforma.
Se oyó un ruido sordo y un área del suelo del pozo de tres metros cuadrados se deslizó hacia los lados y se abrió. Emitiendo un súbito silbido, una nube de vapor blanco salió disparada del agujero y una figura oscura surgió de la abertura. El robot que se erguía en la plataforma alzada era inmenso: debía tener al menos tres metros y medio de alto y parecía medir casi lo mismo de ancho. Estaba recubierto de la misma armadura negra mate que los robots de menor tamaño, pero ahí se acababan las similitudes. Si los androides asesinos eran como un estilete que se clavaba inadvertidamente en las entrañas de sus contrincantes, aquella máquina era como un mazo diseñado para machacar sin piedad a sus enemigos.
En la plataforma, Cypher pulsó otro botón y, emitiendo un sordo gruñido, los sensores de la placa de la cara del monstruo refulgieron con un brillo rojo mate.
—Mátala —dijo Cypher—, lentamente.
—Órdenes recibidas —respondió el robot con un ronco y sintético gruñido.
Cypher echó un último vistazo al pozo mientras la colosal máquina avanzaba hacia Raven. Luego se dio la vuelta y se alejó andando lentamente por la plataforma.
—A todos los miembros de la tripulación: completada la segunda fase de preparación para la botadura. Autorización concedida para el embarque final. Sitúense en sus puestos —rugió una voz desde el sistema de megafonía.
Otto se aplastó contra las sombras de una puerta empotrada mientras un grupo de técnicos de aspecto preocupado pasaban corriendo por delante. Procuró mantenerse fuera del alcance de su vista: estaba claro que el personal de Cypher se encontraba en las últimas fases de preparación de alguna cosa, pero dudaba que estuvieran lo bastante distraídos para no advertir la presencia de un chaval de trece años. Por fortuna, la mayor parte del complejo parecía desierto: fuera lo que fuera lo que estaba pasando, era evidente que se trataba de algo muy importante. Otto atravesó un pequeño pasillo lateral y se detuvo. Al final del pasillo había un balcón que daba a otra amplia caverna, pero lo que realmente captó más su atención fue el ruido que le llegaba por el pasillo: el mar, el ruido de las olas rompiendo contra las rocas. Otto avanzó cautelosamente por el pasillo y se asomó por el borde del balcón.
Estaba claro que, en origen, la caverna había sido una gran gruta marina, pero la habían reconvertido para que hiciera la función de embarcadero. A lo largo de uno de los muros se había construido un enorme malecón de hormigón, y unas grúas electromagnéticas montadas en el techo estaban alzando los contenedores que había en el embarcadero para bajarlos luego al vientre de un extraño barco allí fondeado. El barco tenía las dimensiones de un moderno crucero lanzamisiles, pero sus líneas elegantes y fluidas, casi orgánicas, parecían indicar que se trataba de un modelo bastante más avanzado que cualquier buque de guerra convencional. Su revestimiento negro metálico parecía absorber la iluminación de los enormes focos que había encima, igual que ocurría con
El Sudario
, y Otto concluyó que lo más probable era que ambos estuvieran recubiertos del mismo material. Hasta hacía poco, Cypher había tenido acceso a los mismos recursos tecnológicos que cualquier miembro importante del SICO, y Otto suponía que el material que recubría aquel barco y los transportes indetectables de HIVE debía ser el mismo. Dispuestas alrededor del tercio trasero de la cubierta del barco había media docena de torretas, cada una de ellas provista de un lanzacohetes de aspecto amedrentador. Gran cantidad de técnicos pululaba por la cubierta del barco, comprobando los sistemas o guardando el equipo, en lo que parecían ser los últimos preparativos para que el barco zarpara.
Un movimiento en la superestructura del barco atrajo la atención de Otto. Varias figuras aparecieron en una plataforma que daba a la cubierta y, al instante, el chico se vio acometido por un ardiente ataque de furia al reconocer a la figura que encabezaba el grupo: era Cypher. De pronto, la mente de Otto se retrotrajo a los acontecimientos que habían tenido lugar en el tejado de Tokio, al dolor que le había causado Cypher y a la deuda que tenía contraída con Wing.
Tenía que subir a bordo de ese barco.
Raven se lanzó hacia su izquierda. El robot gigante era increíblemente rápido para su tamaño, aunque, por fortuna, no tan ágil como su contrincante de tamaño bastante más normal. Un puño grande como una bola de demolición se estrelló contra la pared de hormigón del pozo, dejando un pequeño cráter en el lugar que había ocupado la cabeza de Raven hacía unos instantes. Raven contraatacó, lanzando sus aceros contra uno de los musculosos racimos de cables que estaban al descubierto en la parte trasera de la pierna del monstruo. La fabricación y el mantenimiento de sus catanas habían corrido a cargo de algunos de los mejores maestros armeros del mundo, pero aun así rebotaron contra los cables como un cuchillo de cortar mantequilla rebotaría contra un ladrillo. Mientras el robot trataba de ponerse cara a cara frente a ella, Raven se apartó rápidamente de él en un desesperado intento por mantenerse fuera de su alcance. Sabía que no podía ganar aquel combate; la máquina contra la que luchaba estaba tan acorazada como un tanque y haría falta algo más que agilidad y destreza en el manejo de la espada para abatirla.
De pronto se produjo otra explosión en algún lugar más cercano todavía y el suelo se balanceó mientras caía sobre él una lluvia de cascotes que pilló a Raven un poco desequilibrada. El robot gigante no dejó escapar esa oportunidad y avanzó hacia ella a una velocidad increíble, balanceando uno de sus enormes puños. Sus muchos años de entrenamiento fueron lo único que salvó a Raven. Esquivó el golpe retorciéndose y acompañándolo en su giro para evitar en la medida de lo posible un impacto directo. Aun así, el golpe la arrojó volando por el pozo hasta que la detuvo el muro del extremo opuesto. Sacudió la cabeza en un intento desesperado por eliminar los puntitos de luz que de pronto llenaban su campo visual. No podía permitir que el bicho aquel volviera a asestarla otro golpe como ese.
La segunda explosión que hizo que de pronto la sala se tambaleara fue la más cercana de todas las que se habían producido hasta entonces; por el sonido, Raven dedujo que había estallado un polvorín. La sala entera sufrió una sacudida y se desprendieron del techo grandes trozos de roca, uno de los cuales rebotó contra la cabeza acorazada del robot con un estrépito sordo y metálico. El robot dobló una rodilla y durante un segundo las luces de los sensores de su cara se oscurecieron y parpadearon. Pero al instante volvió a ponerse de pie. Una vez más avanzó de forma implacable por el pozo en dirección a Raven, que sabía que si el combate seguía así acabaría derrotada por puro agotamiento. Lo único que podía hacer era bailotear de un lado para otro, esquivando al bicho aquel hasta que se le acabara la suerte y, considerando que aún se sentía algo aturdida por el golpe de refilón que había recibido hacía unos momentos, bastaría un buen puñetazo para hacer que no se volviera a levantar más.
Raven oyó un crujido metálico que venía de arriba y vio caer una lluvia de polvo desde una de las enormes clavijas de acero que fijaban la plataforma de vigilancia al techo. Tratando de mantener siempre en el centro a su adversario, se desplazó con cautela alrededor del pozo, aguardando su oportunidad.
La siguiente explosión sacudió la sala entera. Raven perdió el equilibrio y cayó de rodillas. El robot asesino, sin embargo, no pudo sacar partido de su desequilibrio, pues también él tuvo que esforzarse por mantenerse en pie. Desde arriba llegó el chirrido de un metal al desgarrarse. La estructura de acero de la plataforma se desgajó finalmente del techo de roca y uno de sus extremos cayó hacia el pozo. Raven se lanzó hacia un lado para esquivar la lluvia de escombros, pero su adversario no tuvo tanta suerte. El extremo de la plataforma se balanceó hacia abajo y derribó al robot, que quedó inmóvil en el suelo, atrapado bajo el extremo de la pesada pasarela metálica. El otro extremo de la plataforma seguía en su lugar, veinte metros por encima; su anclaje aún no había cedido del todo. Raven se metió las espadas en el cinto, corrió hacia la plataforma colgante, saltó por encima del cuerpo inmóvil del gigantesco robot asesino y se puso a trepar por la pasarela lo más deprisa que pudo.