El protocolo Overlord (16 page)

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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: El protocolo Overlord
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—Pues no vaya por tierra.

—¿Y eso qué significa…? —preguntó Raven frunciendo las cejas.

Otto se conectó con el radar terráqueo del satélite y realizó unas breves exploraciones. Al poco, el resultado apareció en la pantalla.

—Trescientos metros —dijo Otto sonriendo mientras miraba detenidamente la pantalla.

Raven se aproximó para ver las cifras que Otto acababa de obtener.

—Pues sí, es un agujero muy hondo —dijo Raven mirando los números—. ¿Y qué?

—Técnica de salto HALO —dijo Otto en voz baja mientras los números se alineaban ordenadamente en su cabeza.

Raven le miró sorprendida y, luego, también en su cara se dibujó una amplia sonrisa.

—Señor Malpense, es usted un genio.

Cuando Nero bajó las escaleras hasta la plataforma de lanzamiento del cráter, le alegró comprobar que los preparativos para el despegue de
El Sudario II
progresaban a buen ritmo. Raven le había llamado media hora antes para decirle que, al parecer, había descubierto el escondite actual de Cypher y que necesitaba un medio de transporte para llegar allí lo antes posible. Inmediatamente, Nero había ordenado que otro prototipo de
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se dispusiera para un despegue de emergencia. Y por los frenéticos chequeos de último minuto que realizaba el personal de tierra era fácil deducir que ya estaban casi listos.

La condesa estaba hablando con el piloto cuando Nero llegó a la plataforma de aterrizaje. Al verle, hizo una seña al piloto y este se apresuró a acercarse a la aeronave.

—He dado instrucciones al piloto —le explicó a Nero—. Ya tiene el punto de recogida y en menos de dos minutos saldrán hacia allá.

—Bien —dijo Nero, observando cómo extraían una gruesa manga neumática de la panza negra de
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—. ¿Sabe que tiene que traer directamente aquí a Malpense después de soltar a Raven en el punto de lanzamiento?

—Sí, es consciente de la importancia del cargamento que lleva —respondió la condesa—. Malpense estará aquí dentro de unas horas. ¿Sigue pensando que es preferible no mandar una fuerza más… sustancial?

Nero contestó con una sonrisa fría.

—Estoy absolutamente convencido de que Natalia está a la altura de su misión, condesa. Como usted bien sabe, nunca nos ha fallado.

—Por supuesto que conozco la eficacia de Raven, Max. Pero lo cierto es que no tenemos ni idea de hasta dónde llega la dimensión del peligro que representa Cypher. Espero que no le estemos infravalorando.

Nero sabía que la condesa tenía parte de razón, pero para lanzar un ataque militar a gran escala contra la base de Cypher habría que involucrar demasiado al SICO. Intuía que de momento era preferible mantener la operación a una escala menor. No solo era más fácil de manejar, sino que sabía perfectamente de qué lado se inclinaba la fidelidad de Raven. Lo ocurrido con el coronel Francisco le había afectado mucho más de lo que había dado a entender y no tenía ninguna prisa por dejar que el asunto fuera creciendo hasta quedar fuera de control. Sobre todo, de su control.

—Comprendo su preocupación, condesa, pero por ahora vamos a abordar el asunto de una forma más sutil. Si Raven nos dice que la situación se le escapa de las manos, ya pensaremos en otra solución.

La condesa movió afirmativamente la cabeza y en ese momento un técnico que parecía muy nervioso se acercó a ellos.


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está dispuesto para el despegue, doctor Nero, y el piloto ya está listo. ¿Alguna otra cosa?

—¿Se ha cargado todo cuanto ha pedido Raven?

—Sí, señor. Todo. También los equipos de recambio. Estamos listos.

—Muy bien. Dé la orden de despegue.

El técnico asintió y, volviéndose hacia la torre de control, levantó los dos dedos pulgares.

El zumbido sordo de los motores en reposo se convirtió repentinamente en un rugido, la aeronave se elevó en vertical entre las paredes del cráter y luego desapareció en la penumbra del crepúsculo.

Laura y Shelby estaban sentadas en silencio en el patio de su zona residencial. Ninguna de las dos había dicho gran cosa en el último par de horas, sumidas como estaban en sus pensamientos y en su dolor. No estaban preparadas para lo que le había pasado a Wing. Laura se preguntaba si tal vez su amigo no habría muerto si ella hubiera podido descifrar antes el mensaje, si hubiera podido advertirles a tiempo del ataque. Se preguntaba también si los demás alumnos no estarían pensando lo mismo. A juzgar por los susurros y las miradas de los estudiantes dispersos por el patio, la fábrica de rumores de HIVE había difundido con su acostumbrada rapidez la noticia de lo ocurrido en Tokio. Laura suponía que si ella misma se echaba la culpa, no había ninguna razón para que no lo hicieran también todos los demás.

—Hola —dijo Nigel en voz baja, sacándola de su ensimismamiento—, ¿os importa que nos sentemos?

Laura no dijo nada. Se limitó a señalar los asientos vacíos que había frente a ellas. Estaba claro que Franz y Nigel parecían sentir lo mismo que ellas dos, aunque en su caso la tristeza estaba teñida también de preocupación. Shelby apenas dio señal de haber advertido su presencia y siguió mirando al suelo, como había estado haciendo desde hacía media hora.

—Lo sentimos mucho cuando nos enteramos de lo que había pasado —dijo Franz rompiendo el embarazoso silencio—. Vamos a echar mucho de menos a Wing.

—Si hay algo que podamos hacer… Bueno, ya sabéis… —dijo Nigel en voz baja.

—Gracias… Yo… —empezó Laura. Pero se interrumpió. En realidad, no sabía qué decir.

—Cuando murió mi padre, mi madre me dijo que no me pusiera triste, que nuestro cuerpo no es más que la prisión de nuestro espíritu y que, entonces, mi padre ya era libre para ir a un sitio mejor —dijo apenado Nigel.

—¿Libre? —replicó Shelby furiosa, sobresaltando al chico—. Wing no es libre ni ha ido a un sitio mejor. Se ha ido y punto.

—Shel, por favor, no tiene sentido… —intervino Laura con rapidez.

—Tienes toda la razón —gritó Shelby con ira—. ¡Nada tiene sentido! —se puso en pie y señaló a su alrededor—. ¡Nada de esto tiene sentido! ¡Este sitio no es una escuela, es una cárcel, y yo no quiero seguir encerrada aquí mientras mis amigos se mueren!

Su explosión había llamado la atención de los demás estudiantes que estaban en el patio. Y todos movieron al unísono la cabeza mientras ella se dirigía hecha una furia hacia el ascensor que la llevaría a su habitación. Nigel hizo ademán de seguirla, pero Laura le puso una mano en el hombro y con suavidad le hizo volver a sentarse.

—Déjala —suspiró—. Está furiosa. Todos lo estamos.

Cuando el silencio volvió a reinar, Laura se preguntó qué era más inquietante, la furia y la amargura de Shelby o el hecho de que ella sintiera exactamente lo mismo.

Capítulo 10

—P
or encima de mi cadáver —dijo tajantemente Raven cruzándose de brazos.

Otto y ella estaban en medio de un sector abandonado de los muelles. Las luces refulgentes de Tokio contrastaban desde su lejanía con los viejos y mohosos contenedores que les rodeaban.

—Y eso significa que no —sonrió Otto.

—Definitivamente —repuso Raven—. Nero me fusilaría por el simple hecho de plantearme la posibilidad de meter a un alumno suyo en una situación semejante. Y sobre todo a usted, Malpense.

—¿Eso qué quiere decir? —preguntó Otto con el ceño fruncido.

Raven titubeó por un instante. Aunque Otto tenía que ser objeto de una protección especial debido al interés personal que el Número Uno sentía por su seguridad, Nero había dejado bien claro que el chico no debía saberlo. Era fácil suponer que un estudiante como Otto sacaría provecho de esa situación.

—Nada —contestó—. Es demasiado peligroso, así que conmigo no viene. La aeronave me soltará en el objetivo y a usted le llevará a HIVE. No hay más que hablar.

Otto supo por la expresión de Raven que era inútil seguir discutiendo. Al parecer, iba a tener que consentir que Raven resolviera el asunto por sí sola. Si se hubiera tratado de cualquier otra persona, exceptuando quizás a Nero, no habría hecho el menor caso y habría encontrado el medio de dar con Cypher, tanto si a los demás les parecía bien como si no. Pero sabía que Raven no permitiría que se le escurriera entre los dedos.

De pronto, de no se sabía dónde, surgió una racha de viento y Otto tuvo la sensación de que algo muy pesado había tocado tierra muy cerca de ellos. Hubo un breve resplandor y el lejano horizonte quedó de pronto oscurecido por el severo perfil negro de
El Sudario
, que acababa de aterrizar a veinte metros de distancia en un silencio casi absoluto.

—Puntualidad perfecta —dijo Raven consultando el reloj—. Vamos.

Se dirigió deprisa hacia la aeronave con Otto pisándole los talones. Cuando se acercaban a la puerta trasera de acceso al avión, salió el piloto apremiándoles con señas para que subieran a bordo. Otto y Raven entraron en
El Sudario
y el piloto subió a la cubierta superior.

Un momento después se encontraban de nuevo en el aire. Raven se puso a examinar el contenido de unas cajas que había en el extremo opuesto del compartimento de pasajeros. Al cabo de un rato hizo un gesto de satisfacción y se sentó en uno de los asientos que había enfrente de Otto.

—Ahí dentro tiene un uniforme limpio —dijo señalando las cajas—. Ese traje ha visto tiempos mejores.

Otto se había olvidado de que llevaba el traje que se había puesto por la mañana. Ahora parecía que de aquello hacía siglos. Los desgarrones, las tiznaduras y las manchas que lo cubrían servían de claro recordatorio de las apuradas situaciones por las que había pasado en las últimas horas. De forma espontánea le vino a la mente el recuerdo de la última conversación que había tenido con Wing acerca de los trajes. Darse cuenta de que aquella había sido una de las últimas conversaciones que había mantenido con su amigo le produjo una impresión más fuerte de lo que esperaba. Otto supuso que aquello se iba a repetir muchas veces en los próximos días.

Raven llevaba unos minutos mirando su caja negra, pulsando la pantalla con su bolígrafo y frunciendo ocasionalmente el ceño.

—¿Puedo ayudar en algo? —preguntó Otto.

Solo llevaban a bordo unos minutos y ya se estaba empezando a aburrir. Lo peor de tener un cerebro como el suyo era su nula tolerancia de la inactividad: no podía estar sin hacer algo.

—Si quiere, puede repasar estos números —dijo Raven lanzándole la caja negra—. Yo voy a hablar con el piloto.

Se puso en pie y subió por la escalerilla de cubierta, mientras Otto leía los datos que aparecían en la pantalla. Se trataba de listas de cronometrajes y velocidades, todos los cuales tenían que ser absolutamente exactos para que la entrada de Raven en la base de Cypher tuviera éxito. En realidad, era simple Física, y Otto no detectó ningún error en los cálculos. Si el resto del equipo funcionaba como era debido, no había motivo para que no pudiera entrar en el hoyo sin ser detectada.

Poco más podía hacer con la caja negra. Raven había sido lo bastante sensata como para bloquear sus otras funciones antes de entregársela. Otto sabía que podía desbloquearlas si disponía del tiempo suficiente y del artilugio indicado, pero por el momento no tenía ninguna de las dos cosas, así que la desactivó y se dirigió a los embalajes que había al otro extremo del compartimento.

Encontró enseguida el uniforme de HIVE que le había mencionado Raven y aprovechó que ella estaba en cubierta para quitarse su desastrado traje y ponerse el uniforme limpio. Curiosamente, sintió alivio al verse de nuevo dentro del mono de la escuela. Le sorprendía lo a gusto que se sentía al llevarlo puesto. Se dijo que se trataba simplemente de lo reconfortante que resultaba encontrar algo familiar después de tanto caos. Pero en el fondo de su corazón una vocecita le preguntaba si no se estaría acostumbrando a ser alumno de HIVE, le gustara o no. Era una idea perturbadora. Antes se decía que toleraba la vida en la escuela por su amistad con Wing, pero ahora que ya no tenía a su amigo, no podía utilizarle como excusa. Sabía en lo más hondo de su interior que probablemente HIVE era el mejor hogar para él. Pero la existencia en la escuela sería muy distinta sin Wing y tenía que decidir si aquella era realmente la vida que quería vivir.

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llevaba un par de horas de vuelo cuando Otto sintió que el compartimento se empinaba un poco al elevarse el aparato. Sabía que eso significaba que debían estar llegando al lugar del salto y que el piloto ascendía cuidadosamente para alcanzar la altura deseada. Raven apareció por la portezuela que había al otro extremo del compartimento, vestida ya con el traje para saltar. En realidad, lo que Otto había sugerido en el desvencijado almacén era muy sencillo. La única forma de poder sobrepasar el sinfín de aparatos antiintrusos que rodeaban la entrada de la cueva que ocultaba la base secreta de Cypher era que Raven fuera tan deprisa que al cruzar su red de detección el sistema diera por hecho que se trataba de un error y no hiciera caso. Entonces fue cuando se le ocurrió la idea del salto HALO
[2]
. El lanzamiento a gran altitud con apertura a baja cota era una técnica de salto en paracaídas perfeccionada por las fuerzas especiales de distintas partes del mundo. El agente era lanzado desde un avión a gran altura y luego seguía en caída libre hasta alcanzar la cota de seguridad mínima, procurando no abrir el paracaídas hasta el último momento. Pero en el salto que Otto proponía a Raven había una pequeña diferencia. Sería la primera vez que alguien en el mundo abriera su paracaídas bajo tierra. Otto sabía que en el paracaidismo una cosa así se consideraba un disparate, pero era la única forma de que Raven tuviera alguna esperanza de pasar inadvertida. Tenía que saltar en caída libre sobre el enorme agujero abierto en medio de la oscura jungla y no abrir el paracaídas hasta estar dentro de la cueva. Probablemente, Raven era la única persona en el mundo capaz de plantearse siquiera la posibilidad de intentar algo tan demencial como aquello. Pero parecía que incluso le hacía ilusión la experiencia.

—Dentro de unos minutos estaremos sobre el objetivo —dijo ajustándose las cinchas del paracaídas—. ¿Puedo fiarme de que se va a portar bien durante el viaje de aquí a HIVE?

—Oiga, que está hablando conmigo —repuso Otto sonriente.

—Por eso el piloto tiene una adormidera con orden explícita de usarla sin titubear en caso necesario —repuso Raven esbozando también una sonrisa.

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