Read El protocolo Overlord Online
Authors: Mark Walden
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción
Laura entró apartando a Shelby de un empujón y se arrodilló para examinar los restos de su máquina. No había nada que hacer: quienquiera que lo hubiera hecho se había asegurado de que era imposible recuperar ninguno de los datos almacenados. Aquello había sido una acción deliberada, no un simple acto de vandalismo.
—Te dio un ataque de rabia contra los códigos —dijo Shelby empujando con la punta del pie la carcasa destrozada del procesador.
—Esto no lo he hecho yo —replicó Laura en voz baja, arrugando profundamente el ceño. Luego abrió de golpe su caja negra—. Mente —dijo y a continuación esperó unos segundos hasta que el rostro de cables azules apareció en la minúscula pantalla—, ¿quién ha tenido acceso a mi habitación en la última hora?
—No hay indicios de que se haya producido un acceso durante los últimos cincuenta y cuatro minutos y once segundos —replicó la mente—. Los registros de entradas indican que la última actividad de la que hay constancia fue su salida de la habitación a esa hora.
El cerebro de Laura se puso a funcionar a toda velocidad. Era imposible que alguien hubiera entrado en la habitación y hubiera hecho aquello sin que quedara registrado.
La mente llevaba un registro exhaustivo de los accesos a todas las zonas de HIVE. Si no quedaba constancia de ello era porque alguien, deliberadamente, había ocultado a la mente sus actividades, cambiando los códigos de acceso, eludiendo las medidas de seguridad y borrando los datos. Laura sabía que todo aquello requería una licencia de seguridad de un grado que muy pocas personas tenían en HIVE. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Estaba ocurriendo algo muy grave.
—¿Puedo servirla en alguna otra cosa, señorita Brand?
La voz de la mente seguía siendo fría y metálica, sin ningún atisbo de la personalidad que había tenido en tiempos.
—Sí. Lo siento, pero ha habido un accidente. No sé cómo, pero he destrozado mi ordenador —dijo Laura sin hacer caso de la expresión, mezcla de desconcierto y sorpresa, que mostraba la cara de Shelby.
—Comprendido. Informaré del incidente al Departamento de Mantenimiento y daré instrucciones para que se le envíe otro.
—Gracias, eso es todo —dijo Laura contemplando la pantalla mientras se oscurecía.
—¿Un accidente? —dijo Shelby con incredulidad—. Esto no ha sido un accidente, esto lo ha hecho alguien.
—Ya lo sé, pero sospecho que podemos tener un problema más serio.
—¿Más serio que el hecho de que alguien haya entrado en nuestro cuarto y haya destruido tu ordenador?
—Sí. Conozco el sistema de seguridad de HIVE y créeme si te digo que es infranqueable. No hay forma de que nadie haya conseguido acceder a los servidores sin autorización y luego haya borrado los registros para cubrirse las espaldas.
—¿Cómo lo han hecho entonces?
—No hay más que una manera —prosiguió Laura— y es disponer de la autorización necesaria para así no dejar ninguna huella. Y solo hay un grupo de personas en HIVE que tienen ese tipo de autorización… Los profesores.
Shelby comprendió entonces la fugaz expresión de miedo que había asomado en los ojos de Laura.
—¿Crees que ha sido uno de los profesores? —preguntó Shelby sin podérselo creer.
—Si no, no sé cómo alguien ha podido entrar aquí y hacer esto sin ser detectado.
—¿No deberíamos denunciarlo? Si ha sido uno de los profesores, tenemos que decírselo a alguien.
—No —dijo Laura firmemente—. No tenemos ninguna prueba de que esté implicado un profesor y no sabemos de cuál de ellos podría tratarse. ¿Por qué nos iban a creer?
Shelby se pasó la mano por la frente. Sabía que Laura tenía razón, pero había algo en toda esa situación que la ponía muy nerviosa, una sensación poco habitual que la hacía sentirse muy incómoda.
—Sí, sí, te entiendo —dijo—. Pero todo esto tiene que ver con esa señal que interceptaste antes, ¿verdad?
—Sería muy extraño que no fuera así. Lo cual significa que tenemos que averiguar de qué se trata y quién la mandó. Espero que sea una prueba suficiente para enseñársela a Nero o a la condesa.
—Pero el archivo estaba en tu ordenador —dijo Shelby señalando los componentes desparramados por el suelo.
—Haz siempre una copia de un documento —dijo Laura sentándose frente al ordenador de Shelby, que seguía intacto.
—¿Lo copiaste?
—Hice algo mejor que eso.
Laura puso los dedos sobre el teclado y cerró los ojos. Como antes, la mezcolanza de letras y números empezó a pasar ante los ojos de su mente.
Con los ojos todavía cerrados, Laura se puso a escribir.
E
l doctor Nero estaba sentado en sus aposentos contemplando la chimenea encendida. En una mano sostenía una gran copa con un brandy muy bueno y muy viejo; de la otra, refulgiendo a la luz del fuego, colgaba el misterioso amuleto que casi le había costado la vida en Viena. Giraba lentamente y su negra superficie satinada reflejaba la luz danzarina de las llamas. Había llegado a él misteriosamente hacía muchos años. Recordaba con todo detalle su perplejidad cuando desgarró el papel marrón que envolvía el paquete y encontró en su interior la pequeña joya. Inmediatamente la reconoció. Había pertenecido a una persona que conoció en una época que ahora casi le parecía una vida anterior. Alguien que pensaba que había muerto hacía mucho tiempo. De forma espontánea, el recuerdo de su rostro apareció en su mente. Todavía, después de tanto tiempo, recordaba el dolor que sintió cuando ella murió o, más bien, cuando él creyó que había muerto.
Se levantó de su butaca y se puso a mirar un mapa que había colgado en la pared. Pulsó un pequeño botón oculto en el marco, y el mapa se movió hacia un lado dejando al descubierto una pequeña caja de caudales empotrada en la pared. Se encendió brevemente una luz cuando la cámara fotográfica montada frente a la caja escaneó su retina y comprobó su identidad y, a continuación, la pesada puerta de la caja fuerte se abrió. Sacó de su interior un sencillo sobre blanco que llevaba una sola palabra escrita en su anverso: «Max». El sobre no contenía otra cosa y, como siempre, sintió un leve escalofrío al sacar de él una nota cuidadosamente doblada. Le pareció que volvía a leerla por milésima vez.
Max:
No hay tiempo para disculpas ni explicaciones. Mejor dicho, ya no hay tiempo para nada. El objeto que contiene este paquete es de vital importancia. Tiene que protegerlo a toda costa, no lo pierda nunca de vista. Espero con toda mi alma que no necesite nunca utilizarlo, pero si llegara ese momento, sabrá lo que ha de hacer. Usted es la única persona a quien se lo puedo confiar. Espero que comprenda y que pueda perdonarme.
Está usted siempre en mis pensamientos.
Xiu M
EI
No todos los días se recibe una carta de alguien que se supone muerto hace mucho tiempo y, como le había sucedido cuando la leyó por primera vez, la nota le dejó más preguntas que respuestas. Como es lógico, había intentado descubrir el origen del paquete, pero Xiu Mei, si es que era ella quien lo había mandado, había hecho todo lo posible para asegurarse de que no la localizara. Si de verdad seguía viva en alguna parte, Nero no tenía ni idea de dónde, pues todas sus vías de investigación habían desembocado en un frustrante callejón sin salida.
Volvió a doblar la nota, la metió en su sobre y la devolvió a la caja fuerte. Entender el significado del amuleto había adquirido de pronto una importancia nueva, dado que alguien quería quitárselo con un empeño tal que se había atrevido a atacarle abiertamente para recuperarlo. Eso significaba dos cosas. En primer lugar, que alguien sabía que el colgante existía y que era él quien lo tenía y, en segundo lugar, y eso era más preocupante, que alguien conocía cuál era su significado secreto. Volvió a colgarse la cadena y luego se colocó el amuleto debajo de la camisa. Por ahora, lo único que podía hacer era lo que se le pedía en la nota: guardarlo bien y confiar en que con el tiempo se aclararía cuál era su utilidad.
Levantó la copa y tomó otro sorbo de
brandy
. Al contemplar las llamas de la chimenea, le inundó una oleada de recuerdos. Recuerdos de quince años atrás. Recuerdos de Overlord…
Nero se bajó del helicóptero. A pesar del grueso abrigo que llevaba, sentía el punzante frío del invierno en las altas montañas del norte de China. Comprendía la necesidad de mantenerlo todo en secreto, pero, casi sin quererlo, se descubrió a sí mismo deseando que las bases del SICO se ocultaran en países de un clima más benigno. Cruzó la pista de aterrizaje en dirección a la entrada del laboratorio, mientras, a su espalda, el helicóptero se elevaba y regresaba al valle de donde había partido.
Cuando se aproximó al laboratorio, se abrió la puerta camuflada y de ella salió un agente que le indicó por señas que entrara.
—Buenas tardes, doctor Nero. Espero que haya tenido un buen viaje —le saludó el agente mientras Nero se quitaba el abrigo y se lo entregaba.
—Sí, claro. Nada más agradable que un viaje en helicóptero a gran altura en medio de una tempestad —contestó sarcástico—. Espero que lo que tenga que enseñarme la señorita Chen valga la pena.
—El equipo está reunido, doctor. Si tiene la bondad de seguirme, le conduciré al laboratorio.
—Gracias, pero no es necesario, conozco el camino.
Pasó por delante del agente y cruzó las puertas interiores que conducían a la instalación central.
Mientras se dirigía al laboratorio principal, echó un vistazo por las ventanas que se alineaban a lo largo del pasillo. Las salas que alcanzó a ver estaban llenas de técnicos y científicos que se afanaban en desarrollar nuevas tecnologías para que el SICO pudiera extender su poder. Trabajaban en toda clase de proyectos, desde mecanismos de seguridad hasta armamentos de toda clase, pero ninguno de ellos poseía la fuerza bruta o el inmenso potencial de lo que había ido a ver.
Al final del pasillo encontró unas gruesas puertas de acero, encima de las cuales se leían las palabras: «P
ROYECTO
O
VERLORD
». Eso era lo que había ido a ver. Sacó de un bolsillo la tarjeta de acceso y la introdujo en la ranura que había a un lado. Se oyó un suave pitido intermitente y las colosales puertas se abrieron concediéndole el acceso. Nero entró en el laboratorio y contempló la conocida escena que tenía ante sus ojos. Varios técnicos se movían de un lado para otro entre las numerosas terminales de trabajo que había dispuestas alrededor de la sala, tomando notas o introduciendo datos. Lo corriente. Podría tratarse de cualquiera de los laboratorios de la base, de no ser por una cosa. Allí, en el centro de la sala, había una serie de monolitos negros colocados en círculos concéntricos en torno a un pilar negro. De vez en cuando, unas luces rojas pestañeaban sobre los monolitos, formando fugaces configuraciones que desaparecían tan rápidamente como habían surgido.
Delante del pilar central, de espaldas a él, estaba la mujer que había creado todo aquello, el genio inventor de Overlord, Xiu Mei Chen. Estaba absorta en su trabajo y sostenía un pequeño monitor portátil, conectado al pilar mediante un cable de fibra óptica. Ocasionalmente, el cable titilaba con las mismas luces de color rojo sangre que bailaban entre los monolitos. Nero se acercó despacio y se detuvo a unos pasos de ella.
—Señorita Chen —dijo.
Ella no le miró, se limitó a extender un brazo con la mano abierta como esperando que Nero le entregase algo.
—Ya iba siendo hora, Danny. Llevo diez minutos esperando esos nodos, ¿dónde rayos estabas…?
Se dio la vuelta y se encontró a Nero. Sus ojos se abrieron y guardó silencio al darse cuenta de con quién estaba hablando.
—Confieso que se me olvidó traer los nodos que necesitaba —dijo Nero sonriendo levemente.
—Doctor Nero… Perdone, señor, no le esperábamos tan pronto. Creí que…
—No se preocupe, señorita Chen. Tuve que adelantar el vuelo, amagaba una tormenta y no sabía cuánto iba a tardar en llegar aquí. Espero que todo vaya como estaba previsto.
Nero repasó con la mirada la frenética actividad que le rodeaba. Desde luego, nunca había visto aquello tan animado.
—Sí, y además vamos con adelanto. De hecho, creo que tal vez hasta estemos preparados para conectar a Overlord.
—Excelente —repuso él.
Llevaba casi tres años supervisando en persona aquel proyecto y era un alivio saber que ya se veía la luz al final del túnel. De cuando en cuando, el Número Uno le asignaba la misión de encargarse de proyectos como aquel y normalmente no le distraían de sus funciones en HIVE. Pero este era más importante que los anteriores y estaba deseando verlo concluido para poder dedicar, al fin, más tiempo a su escuela. Lo único que sentía era que una vez terminado no haría falta pasar tanto tiempo junto a Xiu Mei. No solo su belleza le dejaba sin respiración, sino que entre los dos había surgido una amistad y una confianza que él valoraba al máximo.
—Tenemos que hacer unas pocas pruebas más, pero creo que dentro de un par de horas lo podremos activar.
—Yo sigo diciendo que no hay que precipitarse —dijo una voz conocida a espaldas de Nero.
Nero se volvió para descubrir a un chino alto y atractivo que traía otro monitor portátil.
—Esta es la primera inteligencia evolutiva que jamás se ha creado. Habría que proceder con más precaución —añadió.
Si Xiu Mei era la madre de Overlord, Wu Zhang era su padre.
—Hemos tomado todas las precauciones, Wu —replicó Xiu Mei—. No podemos estar más dispuestos.
—La instalación está aislada externamente, sí —replicó Wu—, pero sigo teniendo dudas sobre la vulnerabilidad de la red interna. Aún podríamos hacer algunas cosas para mejorarla.
—¿Cuánto tiempo necesitarían? —preguntó Nero.
—Tres o cuatro semanas —dijo Wu.
—Es una demora innecesaria —repuso Xiu Mei con irritación—. Podríamos seguirlo retrasando, pero en algún momento tendremos que despertar al gigante.
—¿Y si no se puede controlar una vez despierto?
—Supongo yo —intervino Nero interrumpiendo la cada vez más airada conversación— que habrá medidas de protección que impidan esa eventualidad.
—Sí, pero una vez que las desencadenemos no podremos retroceder. Y Overlord se perderá para siempre —dijo Wu con patente aflicción.
—Entonces, no veo motivo para no continuar —repuso Nero con firmeza—. El proyecto ya se ha retrasado bastante, creo que es hora de comprobar lo que es capaz de hacer.