El protocolo Overlord (27 page)

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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: El protocolo Overlord
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—Sí. Una fue cuando me desperté por primera vez y me aseguró que no se me haría ningún daño si cooperaba y no causaba problemas —dijo con calma Wing—. Y la otra, cuando me dijo que me iban a embarcar. El hecho de que no hiciera demasiado caso a su orden de cooperar hizo que me sedaran antes de llevarme al barco. Eso es cuanto recuerdo.

De pronto, Laura pareció perdida en sus propios pensamientos.

—¿Hay algo que te preocupe, Laura? —preguntó Wing con voz suave.

—Sí, ¿por qué no te mató Cypher? No me malinterpretes, me alegro mucho de que no lo hiciera —se apresuró a añadir—, pero ¿por qué se molestó en fingir tu muerte para luego traerte a una operación como esta? Son ganas de correr riesgos inútiles y si algo hemos aprendido sobre Cypher en estos últimos días es que no le importa derramar sangre para obtener lo que quiere.

—Eso mismo me he estado preguntando yo —repuso Wing—, pero me temo que no tengo ninguna explicación lógica para el comportamiento de Cypher. Lo único que sé es que tenemos que detenerle a toda costa. Por las insinuaciones que dejó caer cuando habló conmigo, está claro que esta es su partida final. Me estremece pensar lo que puede llegar a hacer si se apodera de HIVE.

—Y por eso mismo tenemos que salir de este barco —intervino con firmeza Shelby—. Cuanto antes, mejor.

—De acuerdo —dijo Wing—. Pero antes tenéis que decirme una cosa. ¿Está bien Otto? —parecía temerse lo peor.

—La última noticia es que estaba perfectamente —contestó Shelby— y me parece que se va a poner muy contento cuando te vea.

—Me alegro de oírlo —dijo Wing, dando evidentes signos de alivio—. Cypher nunca me dio ningún detalle, pero la forma en que hablaba de ello me hizo temer que tal vez yo fuera el único superviviente del piso franco.

—A punto estuviste de serlo —le explicó Laura—, pero, según parece, gracias a Raven, Otto y ella salieron de allí sanos y salvos.

—Son las primeras buenas noticias que recibo desde hace mucho tiempo —sonrió Wing—, pero ahora debemos irnos antes de que aparezca alguien para comprobar que sigo encerrado.

—¿Puedes andar? —le preguntó Shelby al ver que se tambaleaba un poco al levantarse.

De repente, Wing se dio cuenta de que le faltaba algo. Su mano salió disparada hacia su pecho y a través del fino tejido del pijama solo se palpó el esternón. El amuleto había desaparecido. Mentalmente vio a su madre entregándole el diminuto talismán y diciéndole que nunca debía permitir que cayera en malas manos. No resultaba muy difícil imaginar quién se lo había quitado. No tenía ni idea del uso que podría darle Cypher, pero sabía que por alguna razón era esencial recuperarlo.

—¿Seguro que estás bien? —dijo Laura frunciendo el ceño en un gesto de preocupación.

—Estaré perfectamente en cuanto se me pasen los efectos de los sedantes. En marcha.

Otto y Raven entraron en el Departamento de Ciencia y Tecnología y se encontraron con un escenario caótico. Los técnicos desplegaban una actividad frenética: unos corrían de un lado para otro cargados con montones de papeles o empujando carritos llenos de material, y otros se encorvaban sobre las diversas terminales distribuidas por toda la sala. En todos ellos se apreciaba la misma expresión de pánico.

Sentado ante una terminal que había en un extremo de la sala se encontraba el profesor Pike. Casi parecía estar en trance mientras su mano se deslizaba a toda velocidad por el teclado introduciendo series de comandos.

—Profesor —dijo Raven al acercarse a él. Al no obtener respuesta, alzó la voz—. ¡Profesor!

Pike salió bruscamente de su ensimismamiento y miró a Otto y a Raven. Por un instante pareció como si no los reconociera, pero luego volvió a la realidad y una sonrisa iluminó su rostro.

—Ah, Raven y el señor Malpense. Me alegro de que no hayan muerto —dijo sin dejar de sonreír.

—Sí, a nosotros también nos alegra mucho —replicó Otto con sequedad.

—No, quiero decir que nos es muy útil —prosiguió el profesor—. Necesitaba hablar con ustedes dos.

—Bueno, pues aquí nos tiene —dijo con impaciencia Raven. No sentía ningún aprecio por el departamento técnico. Ella no era científica y su definición de una tecnología excitante era algo que funcionaba de forma fiable y que podía salvarle la vida.

—Sí, señor Malpense, ¿tendría la amabilidad de echarle un vistazo a esto? —dijo el profesor señalando la terminal en la que había estado trabajando.

Otto se acercó a la terminal y miró la pantalla. Al parecer, el profesor había estado intentando descifrar un código.

—¿Qué es eso? —preguntó Otto.

—El código cifrado que protege el control no autorizado de la condesa sobre la red de seguridad —le explicó el profesor—. Me temo que por más que me esfuerzo no consigo hacer mella en él y me gustaría conocer su opinión al respecto.

A pesar de sentirse halagado por el hecho de que el profesor quisiera consultarle sobre ese tema, la verdad es que no estaba muy seguro de poder serle de alguna utilidad. Se le daban bien los ordenadores, de eso no había duda, pero ese tipo de cosas eran más bien la especialidad de Laura.

—Debería ser Laura quien le echara un vistazo —dijo sin dejar de mirar la pantalla—, es ella quien tiene la capacidad de descifrar códigos mentalmente.

—Sí, esa hubiera sido mi primera opción, pero como la señorita Brand ha sido secuestrada por la condesa, no resulta posible.

—¿Cómo? —exclamó Otto en voz tan alta que hizo que varias cabezas se giraran en su dirección.

—Creía que lo sabía —repuso con total naturalidad el profesor—. La condesa se ha llevado a la señorita Trinity y a la señorita Brand al barco de Cypher. ¿Es que nadie se lo había dicho?

—No, nadie —contestó Otto mientras sentía crecer en su pecho una muy característica sensación de furor. Cypher y la condesa se las pagarían.

—Bien —dijo el profesor señalando de nuevo la terminal—, ¿alguna idea?

Otto volvió a mirar el código cifrado que había en la pantalla. No era experto en ese tema, pero sabía lo bastante como para darse cuenta de que quien hubiera creado aquello tenía que ser muy bueno. Era muy sofisticado y estaba provisto de múltiples capas. Había sido diseñado con el expreso propósito de impedir cualquier intento de descodificación.

—Es muy bueno —dijo al cabo de unos minutos—. Extremadamente sofisticado. Quienquiera que haya escrito eso sabía lo que se hacía.

—Ah… sí, bueno, verá, es un asunto un tanto embarazoso, pero el caso es que… —dijo el profesor bajando la voz—. Verá… ejem… yo mismo lo escribí.

Otto miró al profesor con una expresión de absoluto desconcierto.

—Entonces, ¿cómo es que no puede descifrarlo?

—Bueno, digamos que tuve un encuentro con la condesa antes de escribirlo y que no me sentía del todo yo mismo —dijo con una sonrisa de disculpa.

—Genial —suspiró Raven—. ¿Soy la única de los presentes a la que no se le ha metido esa bruja en la cabeza?

—Seguro que la mente podría descifrarlo —terció Otto.

—Probablemente sí, pero en este momento no está activada, una vez más gracias a la condesa —explicó el profesor.

—Y me imagino que no hay forma de activarla a tiempo, ¿no? —dijo Otto consciente de que la idea que se le había ocurrido dependía en buena medida de que la mente funcionara a pleno rendimiento.

—Bueno, sí hay una forma, pero en las actuales circunstancias resultaría excesivamente arriesgada. Resetear completamente el hardware eliminaría cualquier código cifrado que afectara a las rutinas de comando de la mente, pero con el desbarajuste actual hay muchas posibilidades de que nos quedemos sin los pocos sistemas básicos que aún controlamos. Y, además, solo podría hacerse desde el núcleo de datos de la mente, no existe un acceso remoto para ese tipo de cosas.

—De modo que lo único que hay que hacer es apagar la mente y volver a encenderla —dijo Raven tratando de reducir la idea a sus puntos esenciales—. Bueno, en mi ordenador suele funcionar.

—Por desgracia, la mente es bastante más sofisticada. Hay buenas razones para no haberlo hecho nunca con anterioridad. No existen garantías de que vuelva a funcionar —prosiguió el profesor.

—Yo diría que en este momento eso cae dentro de la categoría de «riesgos que tendremos que correr» —dijo Otto echando otro vistazo al indescifrable código que tenía cercados los sistemas de la mente.

—Sí, supongo que tiene razón —replicó el profesor—. De hecho, el doctor Nero me dijo que hiciera cuanto fuera necesario para volver a activar los sistemas.

—Yo le escoltaré hasta el núcleo —dijo Raven—. Otto, usted se queda aquí.

—La verdad es que podría sernos de utilidad que el señor Malpense nos acompañara —apuntó el profesor—. Resetear el sistema es complicado y nos vendría bien contar con un par de manos más. No se lo tome a mal, Raven, pero dudo que su presencia nos sea de mucha ayuda y el tiempo apremia.

Si Raven se lo tomó a mal, no dio muestras de ello; se limitó a negar con la cabeza.

—Demasiado peligroso. Si las máquinas de Cypher penetran en la escuela, quiero que Malpense esté en un lugar relativamente seguro, y no corriendo por los pasillos. Preferiría que se quedara conmigo, pero si nos encontramos con más de uno de esos bichos no puedo garantizar que sea capaz de protegerles a los dos.

—De eso precisamente era de lo que quería hablarle, Raven —dijo el profesor—. Tengo algo que puede ayudarnos en ese asunto.

Raven alzó una ceja mientras el profesor le hacía señas para que le siguiera a otra mesa. Sobre ella, rodeadas de componentes descartados y notas de papel garabateadas con premura, había un par de catanas muy parecidas a las espadas de Raven, solo que con las hojas de un negro azabache.

—Gracias, profesor, pero les tengo mucho cariño a mis chicas —dijo Raven posando una mano sobre la empuñadura de una de las espadas que llevaba enfundadas a la espalda—. No ando buscando recambio.

—Permítame que le haga una breve demostración y luego veremos si sigue pensando lo mismo —replicó el profesor con una sonrisa picara.

A continuación pulsó un botoncillo que había en la empuñadura de una de las espadas y arrojó el arma a Raven, que la cogió al vuelo. La espada era ligera y estaba bien equilibrada, pero lo que resultaba más intrigante era el leve chisporroteo de una especie de energía de color púrpura oscuro que se veía parpadear a lo largo de su filo.

—Las diseñé después de que el personal de la sección de educación física se quejara de la cantidad de espadas kendo de madera que destrozaba usted durante sus sesiones de entrenamiento. Ese campo de energía que se ve ahí es un campo de fuerza de proyección geométrica variable.

—Hábleme en cristiano, si no le importa —dijo Raven barriendo lentamente el aire con la espada.

—Bueno, la espada, como cabía esperar, posee una hoja normal, pero el campo de fuerza que proyecta puede cambiar de forma de varias maneras distintas —explicó el profesor mientras cogía la otra espada negra—. Así, por ejemplo, si solo quiere usarla en un combate de práctica, utiliza esta configuración —apretó otro botoncillo que había en la empuñadura y se pasó la hoja de la espada por la palma de la mano. La sangre no manó a borbotones; de hecho, la espada no había dejado ninguna marca en la mano—. Como puede ver, en esta configuración la espada es bastante roma, ideal para las prácticas o simplemente para sojuzgar a un enemigo al que no se quiera causar daños graves. Sin embargo, en esta otra configuración… Bueno… las cosas son un poco distintas —el profesor cogió una bola de metal que había en la mesa—. ¿Quiere hacerme el favor, Raven?

El profesor lanzó la pelota y Raven descargó un mandoble: la hoja casi exhaló un lamento al cortar el aire y luego impactó en la bola y la partió en dos mitades idénticas. Una amplia sonrisa se dibujó en el semblante de Raven.

—Esa pelota estaba hecha de titanio macizo —dijo con orgullo el profesor—. En esa configuración, el campo de fuerza proyectado proporciona a la hoja un filo cortante monomolecular. Hablando en lenguaje corriente, no hay ningún material que no pueda cortar.

—No me habrían venido nada mal en Tokio —dijo Raven barriendo de nuevo el aire con la espada.

—Lo sé, y si hubiera tenido el más mínimo palpito de lo que iba a suceder, habría hecho que se las entregaran antes de su partida. Pero, bueno, puede que esto les dé más mordiente a sus argumentos ofensivos, si se me permite el juego de palabras.

Raven sintió de pronto que la partida que estaban jugando se había vuelto un poco más equilibrada. Desenvainó las espadas que llevaba a la espalda, las depositó en la mesa y las reemplazó rápidamente por las nuevas espadas color ébano. Cuando se volvió hacia Otto y el profesor, lucía en su semblante un gesto de renovada determinación.

—Bien, vénganse conmigo los dos al núcleo de datos antes de que me arrepienta.

Capítulo 16

W
ing asomó la cabeza por la esquina y echó un vistazo. El pasillo estaba desierto y al otro extremo se veía la luz del día entrando a chorros a través de una trampilla abierta.

—Me parece que ahí delante hay una salida —dijo con calma volviendo a ocultarse detrás del recodo.

—Genial. Estaba empezando a hartarme de ir corriendo de un lado para otro por debajo de la cubierta del bicho este. Es como un laberinto —replicó aliviada Shelby.

—Vamos —dijo Wing y, acto seguido, comenzó a avanzar en silencio por el pasillo en dirección a la trampilla.

De pronto, otro rugido atronador llegó desde arriba. Era un ruido que Wing, Laura y Shelby ya habían oído varias veces mientras se desplazaban con cautela por el barco.

La nave, de hecho, parecía casi desierta. Habían visto un par de guardias y habían tenido que ocultarse, pero no eran más que seres humanos vestidos con un simple uniforme de marinero y parecían estar totalmente absorbidos por alguna operación de gran trascendencia que se estaba llevando a cabo. El hecho de que no hubiera sirenas aullando ni agresivas patrullas de búsqueda parecía indicar que su ausencia del calabozo no había sido detectada aún. Estaba claro que lo que estuviera sucediendo tenía mucha más importancia que mantener a los prisioneros bajo una estrecha vigilancia.

Wing ascendió lentamente los escalones que conducían a la trampilla de la cubierta. Arriba se veía el cielo azul y por primera vez desde que estuvo en los tejados de Tokio sintió en su piel el contacto de los rayos del sol. Era una sensación muy placentera. Al echar una mirada furtiva por encima del borde de la trampilla, vio de inmediato cuál era la fuente de los misteriosos ruidos que habían estado oyendo. En la parte trasera de la cubierta, formando dos hileras perfectamente simétricas, había una docena de lanzamisiles que en ese preciso momento estaban siendo recargados automáticamente con una nueva remesa de proyectiles. La operación se completaba en unos pocos segundos: el eficaz sistema de recarga mecánica colocaba en su sitio una nueva remesa de gruesos misiles blancos en un par de segundos y, acto seguido, los lanzamisiles giraban todos a la vez y volvían a apuntar hacia la isla. Luego, soltando un rugido, los lanzamisiles disparaban al unísono y las ojivas surcaban el aire en dirección a la isla. Wing inspeccionó con cautela la zona que rodeaba la trampilla. Estaba libre de guardias y de nuevo se preguntó a qué se debía aquella laxitud aparente en las medidas de seguridad. Después se agachó de nuevo y retrocedió hacia el pasillo.

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