Authors: Franz Kafka
—Eso basta —dijo K—, ¿o acaso ha oído de absoluciones en otros tiempos?
—Ha debido de haber ese tipo de absoluciones —respondió el pintor—. Pero es difícil constatarlo. Las sentencias definitivas del tribunal no se hacen públicas, ni siquiera son accesibles para los jueces, por eso sólo se han conservado leyendas sobre casos judiciales antiguos. Estas leyendas, en su mayoría, contienen absoluciones reales, se puede creer en ellas, pero no se pueden demostrar. No obstante, no se deben descuidar, contienen una cierta verdad, y son muy bellas, yo mismo he pintado varios cuadros que tienen como tema esas leyendas.
—Simples leyendas no pueden hacerme cambiar de opinión —dijo K—, ¿acaso se pueden invocar esas leyendas en juicio?
El pintor rió.
—No, no se puede —dijo.
—Entonces es inútil hablar de ellas —dijo K. Quería aceptar provisionalmente todas las opiniones del pintor, aun en el caso de considerarlas improbables o que contradijeran otros informes. Ahora no disponía del tiempo preciso para analizar todo lo que el pintor había dicho y constatarlo o refutarlo de acuerdo con la verdad. Se daría por satisfecho si lograse que el pintor le ayudase incluso de una manera no decisiva. Así que dijo:
—Dejemos entonces la absolución real. Usted mencionó otras dos posibilidades.
—La absolución aparente y la prórroga indefinida. Sólo hay estas dos posibilidades —dijo el pintor—. Pero, ¿no quiere quitarse la chaqueta antes de que continuemos? Parece que tiene calor.
—Sí —dijo K, que hasta ese momento sólo había prestado atención a las explicaciones del pintor, pero que ahora, al recordársele el calor, sintió cómo el sudor bañaba su frente—. El calor es casi insoportable.
El pintor asintió como si entendiese perfectamente el malestar de K.
—¿No se puede abrir la ventana? —preguntó K.
—No —dijo el pintor—. No es más que un vidrio fijo, no se puede abrir.
Ahora se daba cuenta K de que todo el tiempo había alimentado la esperanza de que el pintor, o él mismo, se levantaría y abriría la ventana. Estaba incluso preparado para respirar la niebla a todo pulmón. La sensación de estar allí encerrado le produjo un mareo. Golpeó ligeramente la cama con la mano y dijo con voz débil:
—Es un ambiente opresivo e insano.
—¡Oh, no! —dijo el pintor en defensa de su ventana—. Precisamente porque no se puede abrir mantiene mejor el calor que una ventana doble. Si quiero airear, lo que no es muy necesario, pues penetra aire suficiente por los resquicios de las tablas, puedo abrir una de las puertas o ambas.
K, consolado un poco por esa explicación, miró en torno para descubrir esa segunda puerta. El pintor lo notó y dijo:
—Está detrás de usted. La tuve que tapar con la cama.
Ahora vio K la pequeña puerta en la pared.
—Esto es muy pequeño para ser un estudio —dijo el pintor, como si quisiera salir al paso de una crítica de K—. Tuve que instalarme como pude. La cama, justo delante de la puerta, está, naturalmente, en un mal lugar. El juez al que estoy retratando, por ejemplo, entra siempre por la puerta de la cama y le he dado una llave para que cuando no esté yo en casa pueda esperarme. Pero suele venir por la mañana temprano, cuando aún duermo. Naturalmente me despierta siempre del sueño más profundo cuando abre la puerta. Le perdería el respeto a todos los jueces si oyera las maldiciones con las que le recibo cuando se sube a mi rama tan temprano. Le podría quitar la llave, pero con eso sólo conseguiría enojarle. Todas las puertas de esta casa se podrían sacar de sus quicios sin hacer muchos esfuerzos.
Mientras hablaba el pintor, K pensaba si se debía quitar la chaqueta, finalmente reconoció que si no lo hacía sería incapaz de permanecer allí por más tiempo, así que se la quitó y la puso sobre sus rodillas para podérsela poner en cuanto terminara la conversación. Apenas se había quitado la chaqueta, una de las niñas gritó:
—¡Ya se ha quitado la chaqueta! —y se oyó cómo todas se apresuraban a mirar por las rendijas para contemplar el espectáculo.
—Las niñas —dijo el pintor— creen que le voy a pintar y que por eso se desnuda.
—¡Ah, ya! —dijo K poco animado, pues no se sentía mucho mejor que antes aunque estuviera sentado en mangas de camisa. Casi de mal humor preguntó:
—¿Cómo denominó las otras dos posibilidades?
Ya había olvidado las expresiones que el pintor había empleado.
—La absolución aparente y la prórroga indefinida —dijo el pintor—. Usted elige. Ambas se pueden lograr con mi ayuda, naturalmente no sin esfuerzo, la diferencia en este sentido radica en que la absolución aparente requiere un esfuerzo intermitente y concentrado, mientras que la prórroga, uno más débil, pero continuado. Bien, comencemos por la absolución aparente. Si eligiese ésta, escribiré en un papel una confirmación de su inocencia. El texto para una confirmación así lo he heredado de mi padre y resulta irrefutable. Con esa confirmación hago una ronda con los jueces que conozco. Por ejemplo, comienzo hoy por la noche con el juez al que estoy pintando, cuando venga a la sesión. Le presento la confirmación, le aclaro que usted es inocente y me hago garante de su inocencia. Pero no se trata de una garantía superficial o ficticia, sino real y vinculante.
En la mirada del pintor había un aire de reproche por el hecho de que K le cargase con esa responsabilidad.
—Sería muy amable de su parte —dijo K—. ¿Y el juez, en el caso de que le creyera, tampoco me absolvería realmente?
—Como ya le dije —respondió el pintor—. Pero tampoco es seguro que todos me crean, algún juez reclamará, por ejemplo, que le conduzca hasta él. Entonces no le quedará otro remedio que venir. En un su puesto así, se puede decir que la causa está casi ganada, especialmente porque antes le informaré de cómo tiene que comportarse ante el juez. Peor resulta con aquellos jueces que no me atienden desde el principio, esto también puede ocurrir. Nos veremos obligados a renunciar a ellos, aunque no falten algunos intentos, pero podemos permitirnos ese lujo, que unos cuantos jueces aislados no son decisivos. Si consigo un número suficiente de firmas de jueces en esta confirmación de inocencia, entonces voy a ver al juez que lleva su caso. Es posible que tenga ya su firma, en ese supuesto, todo va un poco más rápido. En general ya no hay muchos más impedimentos, ha llegado el momento para que el acusado tenga una gran confianza. Es extraño, pero cierto, la gente se encuentra en esa fase más confiada que después de la absolución. Ya no necesario esforzarse más. El juez posee en la confirmación de inocencia la garantía de un número de jueces y puede absolver sin preocuparse. Así lo hará, sin duda, para hacerme un favor a mí y a otros conocidos, después de realizar algunas formalidades. Usted sale del ámbito tribunal y es libre.
—Entonces soy libre —dijo K indeciso.
—Sí —dijo el pintor—, pero sólo libre en apariencia o, mejor dicho, libre provisionalmente. La judicatura inferior, a la que pertenecen mis conocidos, no posee el derecho a otorgar una absolución definitiva, este derecho sólo lo posee el tribunal supremo, inalcanzable para usted, para mí y para todos nosotros. No sabemos lo que allí pasa y, dicho sea de paso, tampoco lo queremos saber. Nuestros jueces carecen del gran derecho a liberar de la acusación, pero entre sus competencias está la de poder desprenderle de ella. Eso quiere decir que si obtiene este tipo de absolución, queda liberado momentáneamente de la acusación, pero pende aún sobre usted y puede suceder, si llega la orden desde arriba, que entre en vigor de inmediato. Como tengo tan buenos contactos con el tribunal, puedo decirle también cómo se refleja exteriormente en los reglamentos de la Administración de Justicia la diferencia entre una absolución real y otra aparente. En caso de una absolución real, se deben reunir todas las actas procesales, desaparecen por completo del procedimiento, todo se destruye, no sólo la acusación, sino también todos los escritos procesales, incluida la absolución. En la absolución aparente ocurre de un modo algo diferente. No se produce ninguna modificación más de las actas, a ellas se añaden la confirmación de inocencia, la absolución y el fundamento de la absolución. Por lo demás, las actas continúan en el proceso, se trasladan, como exige el continuo trámite administrativo, a los tribunales supremos, vuelve a los inferiores, y oscila entre unos y otros con mayor o menor fluidez Esos caminos son impredecibles. Considerado desde el exterior, se podría llegar a la conclusión de que todo se ha olvidado hace tiempo, que las actas se han perdido y que la absolución es completa. Un especialista no lo creerá jamás. No se pierden las actas, el tribunal no olvida. Un día —nadie lo espera—, un juez cualquiera toma el acta, le presta poco de atención, comprueba que la acusación aún está en vigor y ordena la detención inmediata. He dado a entender que entre la absolución aparente y la nueva detención transcurre un largo periodo de tiempo, es posible y conozco algunos casos, pero también es posible que el absuelto llegue a su casa de los tribunales y ya allí le esperen unos emisarios para detenerle de nuevo. Entonces, por supuesto, se ha terminado la vida en libertad.
—¿Y el proceso comienza otra vez? —preguntó K incrédulo.
—Así es —dijo el pintor—, el proceso comienza de nuevo, y también existe la posibilidad, como al principio, de obtener una absolución aparente. Hay que concentrar otra vez todas las fuerzas y no rendirse.
Lo último lo dijo el pintor probablemente guiado por la impresión de que el ánimo de K se había hundido.
—Pero, ¿no resulta más difícil obtener la segunda absolución que la primera? —preguntó K, como si quisiera anticiparse a alguna de las revelaciones del pintor.
—No se puede decir nada seguro al respecto —dijo el pintor—. ¿Quiere decir si el juez se puede ver influido desfavorablemente en su sentencia por la primera detención? No, ése no es el caso. Los jueces ya han previsto la detención en el momento de dictar la absolución. Esa circunstancia apenas tiene efecto. Pero otros muchos motivos pueden influir ahora en el humor del juez y en su enjuiciamiento jurídico del caso, y los esfuerzos se tendrán que adaptar a las nuevas circunstancias, siendo necesario, por supuesto, actuar con la misma fuerza y decisión que antes de la primera absolución.
—Pero esa segunda absolución tampoco es definitiva —dijo K, y giró la cabeza con actitud de rechazo.
—Por supuesto que no —dijo el pintor—, a la segunda absolución sigue la tercera detención; a la tercera absolución, la cuarta detención, Esto está implícito en el mismo concepto de absolución aparente.
K permaneció en silencio.
—La absolución aparente no le resulta muy ventajosa, ¿verdad? —dijo el pintor—. Tal vez prefiera la prórroga indefinida. ¿Desea que le are en qué consiste la prórroga indefinida?
K asintió con la cabeza.
El pintor se había reclinado cómodamente en la silla, su camisa del pijama estaba abierta y se rascaba el pecho con la mano.
—La prórroga —dijo el pintor, y miró un momento ante sí como si buscara las palabras adecuadas—, la prórroga consiste en que el proceso se mantiene de un modo duradero en una fase preliminar. Para lograrlo es necesario que el acusado y el ayudante, sobre todo el ayudante, permanezca continuamente en contacto personal con el tribunal. Repito, aquí no es necesario gastar tantas energías como para lograr una absolución aparente y, sin embargo, sí es necesario prestar una mayor atención. No se puede perder de vista el proceso, hay que ir a ver al juez competente en periodos de tiempo regulares y, además, en ocasiones especiales, y hay que intentar mantenerlo contento. Si no se conoce personalmente al juez, se puede intentar influir en él a través de otros jueces, sin por ello renunciar a las entrevistas personales. Si no se descuida nada a este respecto, se puede decir con bastante certeza que el proceso no pasará de su primera fase. El proceso, sin embargo, no se detiene, pero el acusado queda casi tan a salvo de una condena como si estuviera libre. Frente a la absolución aparente, la prórroga indefinida tiene la ventaja de que el futuro del acusado es menos incierto, evita los sustos de las detenciones repentinas y no tiene que temer, precisamente en aquellos periodos en que sus circunstancias son inapropiadas, los esfuerzos y las irritaciones que cuestan el logro de la absolución aparente. No obstante, la prórroga también posee ciertas desventajas para el acusado que no se deben subestimar. Y no pienso en que aquí el acusado nunca es libre, pues tampoco lo es, en un sentido estricto, en la absolución aparente. Se trata de otra desventaja. El proceso no se puede detener sin que, al menos, haya motivos aparentes para ello. Por lo tanto, y de cara al exterior, tiene que suceder algo en el proceso. Así pues, de vez en cuando se tomarán algunas disposiciones, se interrogará al acusado, se realizarán algunas investigaciones, etc. El proceso debe girar dentro de los estrechos límites a los que se le ha reducido artificialmente. Eso produce algunas molestias al acusado, que, sin embargo tampoco debe imaginarse que son tan malas. Todo es de cara al exterior; los interrogatorios, por ejemplo, son muy cortos, cuando se tiene poco tiempo o, simplemente, no se tienen ganas de comparecer, sé puede faltar presentando una disculpa, incluso con algunos jueces se pueden fijar de antemano las fechas de determinadas formalidades, se trata, en definitiva, ya que uno es un acusado, de presentarse ante el juez competente de vez en cuando.
Ya durante las últimas palabras K se había colocado la chaqueta en el brazo y se había levantado.
—¡Se ha levantado! —gritaron en seguida al otro lado de la puerta.
—¿Ya se quiere ir? —preguntó el pintor también levantándose—. Seguro que es el aire viciado por lo que se va. Me resulta muy desagradable. Me quedaban más cosas por decirle, tenía que haber abreviado. Espero que me haya comprendido.
—¡Oh, sí! —dijo K, al que le dolía la cabeza por el esfuerzo realizado para escuchar. No obstante esta confirmación, el pintor se lo resumió otra vez, como si quisiera que K se llevase consigo algún consuelo.
Ambos métodos tienen en común que impiden una condena del acusado.
—Pero también impiden la absolución real —dijo K en voz baja, como si se avergonzase de haberlo descubierto.
—Ha comprendido el meollo del asunto —dijo el pintor con rapidez.
K puso la mano en el abrigo, pero no podía decidirse a ponérselo. Le hubiera gustado recogerlo todo y salir a respirar el aire fresco. Tampoco las niñas le motivaban a vestirse, por más que desde el principió se gritaran entre ellas que se estaba vistiendo. El pintor intentó conocer el estado de ánimo de K, así que dijo: