—Es… muy generoso de tu parte —dijo.
—Solo estoy pensando en la organización. Hemos perdido a un buen hombre con Crissel. Por eso necesitamos a Jane Aumonier. Por eso necesitamos a Lillian Baudry.
—Y a Tom Dreyfus —añadió ella—. Y sí, puedes considerarte libre de sospecha.
—Espero que eso también vaya por Sparver.
—Por supuesto. No hizo nada malo excepto apoyar a un compañero, y se merece mis disculpas.
—Quiero que comience a buscar en los archivos, para encontrar todo lo que pueda sobre Aurora Nerval-Lermontov y los otros niveles alfa.
—Me aseguraré de que disponga de todos los recursos, de todas las autorizaciones que necesite. ¿De verdad crees que es la misma mujer?
Dreyfus asintió mirando a la partición.
—Lo sabemos de buena tinta. Nos enfrentamos a una máquina fantasma. Ahora lo único que necesitamos es un cazafantasmas.
Jane Aumonier regresó al mundo sin previo aviso, sin ceremonias. Tras deliberarlo, había decidido que prefería la oscuridad y el silencio a la limitada gama de distracciones que Gaffney y los otros le habían dejado cuando le quitaron su autoridad ejecutiva. Eso la dejó sola con su escarabajo, pero en los once años que llevaba sujeto a su nuca ella se había dado cuenta de que, cuando las circunstancias lo exigían, podía retirarse a un rincón privado de su mente, a un lugar fortificado en el que ni siquiera el escarabajo podía inmiscuirse. Nunca había podido permanecer en ese bastión mental durante mucho tiempo, pero siempre había estado allí cuando lo había necesitado. En su santuario tocaba partituras de piano glacialmente frías, dolorosamente melancólicas. A menudo había tocado el piano antes de que llegara el escarabajo. Ahora ni siquiera le permitía el pequeño volumen de un holoteclado en su presencia, y mucho menos de un teclado grande. Pero aún se acordaba de tocar, y cuando estaba plenamente retirada, sus dedos se movían en silencioso eco por la composición que recitaba en su cabeza, a diez millones de pársecs de la cámara en la que flotaba. La música oculta era la única cosa que el escarabajo nunca había conseguido robarle.
Tenía los ojos cerrados cuando la cámara comenzó a iluminarse por voluntad propia. Era peligroso cerrar los ojos durante demasiado tiempo, pues eso invitaba al espectro del sueño a acercarse un paso más. Pero había una oscuridad más profunda y tranquila cuando tenía los ojos cerrados, incluso en la oscuridad total de la cámara apagada.
—No he… —comenzó a decir Aumonier, entrecerrando los ojos ante la repentina intrusión de luz, color y movimiento. La música se rompió en pedazos irrecuperables.
—Tranquila —dijo una voz desde algún lugar a su derecha—. Vas a recuperar todo lo que te quitaron, Jane.
Torció su cabeza hacia la voz. La figura era negro sobre negro, y estaba de pie en la negra abertura de la pared de paso.
—¿Tom?
—En carne y hueso. Menos los zapatos, por desgracia.
Los paneles empezaron a aparecer a su alrededor y llenaron poco a poco la superficie interior de la esfera. Reconoció la configuración, la preferencia que daba a la vista de unos hábitats sobre otros. Vio que el Anillo Brillante seguía allí. Sintió un ligero resentimiento de que su imperio hubiera seguido funcionando durante el tiempo en que había estado destronada.
—¿Dónde te habías metido? —preguntó mientras la figura oscura se abrochaba el cordón de distancia de seguridad y cruzaba el espacio hacia ella.
—¿Qué te contaron? —preguntó Dreyfus mientras la creciente iluminación proyectaba reflejos azules en su rostro. Tenía un aspecto hinchado y algo desaliñado.
—No me contaron nada.
—Vuelves a estar al mando —dijo Dreyfus—. Si quieres, por supuesto.
Ante la ausencia de visitas, últimamente no había tenido ocasión de hablar. Las palabras salieron de forma pastosa, como si acabara de despertarse.
—¿Qué pasa con Crissel, Gaffney, Clearmountain? ¿Y Baudry? No pueden estar de acuerdo con esto.
—Digamos que el paisaje de los puestos de mando ha cambiado. Es muy posible que Michael Crissel haya muerto. Y Gaffney, que ha resultado ser un traidor, está siendo operado mientras hablamos. Acabo de convencer a Baudry para que no presente su dimisión. Creo que se ha dado cuenta del tremendo error que ha cometido al apartarte del mando.
—Espera —dijo Aumonier—. ¿Qué le ha ocurrido a Crissel?
—Perdimos contacto con él cuando intentaba entrar en Casa Aubusson junto con un equipo de prefectos de campo. También hemos perdido contacto con ese hábitat, junto con otros tres.
—Nadie me lo explicó —dijo.
—Estamos hablando de los mismos hábitats que Thalia estaba visitando para actualizar los núcleos de voto. Parece que nos tendieron una trampa, Jane. La instalación de Thalia cerró un agujero de seguridad, pero abrió otro mucho mayor. Suficiente para permitir que una facción militante haya tomado el control de esos hábitats.
—¿Crees que Thalia forma parte de esa conspiración?
—No, le tendieron una trampa, como al resto de nosotros. Yo quería ir en la nave que Crissel llevó a Aubusson, pero Gaffney tenía otros planes. —La expresión de Dreyfus era de triste resignación—. No es que hubiera cambiado gran cosa.
—¿Qué me dices de Gaffney?
—Estaba trabajando para la facción enemiga desde el interior de Panoplia. Es muy probable que Gaffney manipulara la actualización de Thalia para que las cosas saliesen como han salido.
Aumonier sacudió la cabeza, asombrada.
—Nunca habría dicho que Sheridan pudiese traicionarnos.
—Supongo que siente que estaba haciendo lo correcto y necesario, incluso si eso significaba ir en contra de su propia organización. Desde su punto de vista nosotros somos los traidores, porque le hemos fallado al Anillo Brillante al no tomarnos nuestras responsabilidades tan en serio como él considera necesario.
—Si estás en lo cierto, entonces somos al menos parcialmente culpables.
—¿De qué modo?
—La organización moldea a los hombres como Gaffney. Un prefecto eficaz solo está a un paso de ser un monstruo. La mayoría de nosotros permanecemos en el lado correcto de la línea. Pero no podemos culpar a alguien que la cruce.
—Aun así, tiene que darnos unas cuantas explicaciones —dijo Dreyfus.
—Estoy segura de que tienes razón. —Aumonier respiró, y recobró la compostura—. Ahora, dime a quién nos enfrentamos. ¿Tienes un nombre?
—La figura detrás de los golpes de estado es Aurora Nerval-Lermontov. Fue una de los ochenta, Jane. Eso significa que está muerta; que ya no existe, excepto en un conjunto de patrones incorpóreos almacenados en la memoria de una máquina. Patrones que supuestamente están congelados, como si los hubieran escrito con tinta.
Aumonier asimiló la información, tamizando sus recuerdos para comprobar que los Nerval-Lermontov habían sido, en efecto, una de las familias patrocinadoras de los experimentos en transferencia mental de Calvin Sylveste.
Hace cincuenta y cinco años
, pensó. Pero el horror de los ochenta seguía tan vivo en la imaginación pública como en el último medio siglo.
—Suponiendo que sea cierto, ¿cómo sabemos que Aurora está detrás de todo esto?
—Me lo dijo una testigo. La tenía prisionera dentro de una roca que pertenecía a la familia de Aurora. Me informó que había establecido contacto con una entidad llamada Aurora.
—Esa testigo…
—Era una combinada llamada Clepsidra. Aquí es donde las cosas se complican.
—Adelante.
—Clepsidra fue uno de los supervivientes a bordo de una nave que estaba retenida dentro de esa roca, lo bastante profunda como para que no tuvieran ninguna posibilidad de ponerse en contacto con otros combinados.
—De momento te sigo.
Dreyfus sonrió.
—Esa nave llevaba tecnología avanzada, un dispositivo combinado llamado
Exordium
que les permite ver el futuro.
—Si lo estuviera oyendo de alguien que no fuera Tom Dreyfus, llamaría a Mercier y le pediría que viniera con todo un equipo psiquiátrico de renormalización.
—Los combinados tienen que estar en una especie de estado somnoliento para interpretar lo que les muestra. Es impreciso, pero un gran avance en comparación con no ser capaces de ver el futuro en absoluto.
—Me compraría uno sin dudarlo.
—Parece que no está a la venta. Por eso Aurora necesitaba secuestrar a los combinados, para que hiciesen funcionar el
Exordium
para ella. Es lo que han estado haciendo en esa roca todo el tiempo: mirar el futuro para Aurora. Ver cosas que ella no puede ver.
—¿Y qué vieron, Tom?
—El fin del mundo. «Un tiempo de plagas», dijo Clepsidra. Aparte de eso, los soñantes no pudieron ver nada más. Aurora intentó convencerlos para que interpretaran los sueños de manera diferente. Cuando no le enseñaban lo que quería, les apretaba las clavijas.
—Necesito hablar con esa Clepsidra —dijo Aumonier—. Puede que al escarabajo no le guste su presencia, pero no tiene que estar físicamente presente; solo necesito una cara y una voz.
—Ojalá pudieras hablar con ella —respondió Dreyfus afligido—. Gaffney la mató, luego intentó cargármelo a mí. Dada la información que ya había extraído de nuestros registros, había una amenaza muy real de que pudiera averiguar la ubicación de Aurora, quizá incluso aislar alguna debilidad que pudiéramos usar contra ella. Por eso tenía que matarla. Pero el que ríe último ríe mejor.
—Entonces, ¿qué pasa con Gaffney? Si está trabajando para Aurora, tenemos que poder sacarle algo útil.
—Eso espero. Voy a averiguar todo lo que sabe. Luego podremos comenzar a formular una respuesta. Quiero recuperar esos hábitats. En particular, quiero recuperar a mi prefecto de campo ayudante.
—¿Te das cuenta de que quizá Thalia ya esté muerta, Tom? Lo siento, pero alguien tiene que decirlo. Será mejor que empieces a pensar en esa posibilidad ahora que más tarde.
—Estará muerta cuando recuperemos su cuerpo —dijo Dreyfus—. Hasta entonces está tras las líneas enemigas.
—Apruebo totalmente ese sentimiento, lo único que te estoy diciendo es que no te hagas ilusiones. —Aumonier cerró los ojos y tomó una respiración profunda y purificante antes de volver a abrirlos—. Ahora hablemos de mí, ¿quieres? Has dicho que me han devuelvo plena autoridad.
—Si la quieres.
—Por supuesto que la quiero, maldita sea. Es lo que me mantiene viva.
—Podría ser lo que te matara. Las cosas no van a mejorar por aquí durante algún tiempo. ¿Estás segura de que estás preparada? No hay nadie mejor que tú para dirigir la organización en un momento de crisis, pero has dado a Panoplia más que suficiente en los últimos once años. Nadie te reprocharía que decidieras quedarte al margen esta vez.
—Estoy al mando.
—Bien —dijo otra voz desde la pared de paso todavía abierta. Aumonier reconoció la forma flotante de Baudry.
—Hola, Lillian —dijo Aumonier con cautela.
Baudry se ató su cordón de distancia de seguridad, se desplazó hasta ponerse junto a Dreyfus y se estabilizó en la misma vertical local.
—Tengo que decirte una cosa, prefecto supremo. Te he fallado. No puedo hablar en nombre de Michael Crissel, pero nunca debí formar parte de lo que sucedió en esta sala.
—El prefecto Dreyfus me ha dicho que has considerado la posibilidad de dimitir.
—Es correcto. Y dimitiré, si lo deseas.
Aumonier dejó que la otra mujer esperara hasta que el silencio se hizo tan eléctricamente potente como el aire antes de una tormenta.
—No apruebo lo que hiciste, Lillian. Puede que Gaffney te convenciera para tomar la decisión de apartarme del poder, pero deberías haberte negado. Has puesto en tela de juicio tu prestigio.
—Lo siento —murmuró Baudry.
—Eso espero. También va por Crissel, si estuviera con nosotros.
—Creíamos que estábamos haciendo lo correcto.
—¿Y el hecho de que yo pidiera expresamente permanecer en el poder no significó nada para ti?
—Gaffney dijo que debíamos ignorar tus súplicas, que secretamente estabas deseando dimitir. —Baudry adoptó una actitud un poco más desafiante—. Hicimos lo que pudimos. Ya te he dicho que me avergüenzo de lo que ocurrió. Pero en ese momento no tenía el lujo de la retrospectiva, de saber lo que ahora sabemos sobre Sheridan.
—Basta —dijo Aumonier alzando una mano tranquilizadora. Pensó en todos los duros años que Lillian Baudry, una buena y leal prefecto sénior, había pasado a su sombra. Ni una sola vez había podido demostrar verdadera eficacia, verdadero liderazgo, ni una sola vez había tenido la temeridad de cuestionar o socavar una sola de las decisiones de Aumonier.
—Lo que está hecho, está hecho. Al menos, ahora ambas sabemos dónde estamos, ¿verdad?
—Me he disculpado. Estoy preparada para una orden de dimisión o para obedecer nuevas órdenes.
—Puede que las dos queráis mirar ese panel —dijo Dreyfus—. Antes de tomar una decisión precipitada, quiero decir.
—¿Qué panel? —preguntó Baudry.
—Se refiere a la vigilancia de largo alcance de Casa Aubusson, creo —dijo Aumonier—. Está pasando algo, ¿verdad?
Dreyfus asintió.
—Comenzó mientras hablábamos.
—Hemos estado vigilando la salida termal de los cuatro hábitats durante algunas horas —dijo Baudry cambiando sin esfuerzo al tono objetivo de la profesionalidad neutral—. Dos de ellos, Aubusson y Szlumper Oneill, muestran señales de actividad en sus fábricas. Es como si las plantas manufactureras estuvieran funcionando a pleno rendimiento desde el golpe de Estado de Aurora. Hasta ahora, solo hemos podido especular sobre lo que significa. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que la nave de Crissel fue atacada con más armas de las que creíamos que había en Aubusson, según muestran los planos archivados en Panoplia. Por lo tanto, una teoría es que las fábricas estén produciendo nuevos sistemas de defensa para consolidar el control de Aurora en los hábitats.
—¿Cuánto tiempo se tardaría en crear e instalar nuevas armas si esas fábricas estuvieran trabajando a pleno rendimiento? —preguntó Aumonier.
—Sin tener en cuenta la rápida provisión de materias primas y de planos, no más de seis u ocho horas —respondió Baudry—. Es totalmente factible, dados los parámetros temporales que estamos contemplando.
—Pero ahora parece como si no solo estuvieran fabricando armas —dijo Dreyfus.
La imagen de Casa Aubusson era una vista de tres cuartas partes del hábitat captada por una cámara de vigilancia de largo alcance fuera del volumen de ataque de las armas anticolisión del hábitat. Mostraba el extremo del cilindro en el que estaba situada la fábrica, no el muelle de atraque donde suponían que Crissel había encontrado su muerte. Unas enormes estructuras en forma de pétalo con puertas curvadas de varios kilómetros de largo se estaban abriendo en la cúpula de la tapa terminal, y mostraban la luminosidad azul-dorada de una industria intensa y frenética a través de una apertura en forma de estrella.