El crucero de exploración profunda
Sufragio Universal
estaba descansando en su amarradero, listo para que lo sacaran del hangar y lo lanzaran al espacio. Se estaban llevando a cabo los últimos preparativos, y solo quedaban por completar las últimas fases de abastecimiento de armamento y combustible. El color negro azabache de la cuña del vehículo de noventa metros de largo contrarrestaba las marcas luminosas que esbozaban instrucciones y avisos generales, conectores umbilicales de combustible y potencia, paneles sensoriales, esclusas de aire y armas y ventiladores de propulsión. Solo cuando el crucero estuviese en marcha esas líneas e inscripciones desaparecerían en la negrura absoluta del resto del casco. Tras consultarlo con el piloto, Dreyfus planeó una estrategia de acercamiento. Entrarían rápido, con la cola delante, y ejecutarían una desaceleración de alta combustión en el último minuto. Sería increíblemente dolorosa, pero el crucero estaba diseñado para tolerarla y los prefectos estarían protegidos por capullos de materia rápida. Un acercamiento más lento daría a las armas anticolisión de Aubusson una oportunidad demasiado elevada de dar en el blanco.
Satisfecho con el estado de su nave, Dreyfus salió de la galería de observación y se dirigió a la armería, donde estaban entregando látigos cazadores modelo B a los otros prefectos. Miró la hora. En cualquier momento llegarían los resultados de la votación. Había escuchado el discurso de Baudry y pensó que nadie podría haber argumentado mejor sin provocar el pánico masivo en todo el Anillo Brillante. Había cruzado una delicada línea con una habilidad encomiable.
Pero a veces el mejor argumento no bastaba.
En una pared había un amplio panel de cristal, de forma oval, con unas chapas de plata bruñida a ambos lados. Detrás del panel, colocadas dentro de unos huecos acolchados y dispuestas como piezas de museo, había una pequeña selección de las armas que los agentes de Panoplia ya no estaban autorizados a llevar. Todas eran de color negro mate, angulares, y estaban desprovistas de ornamentos o fruslerías estéticas. Algunas eran revólveres apenas más letales que los látigos cazadores. Dreyfus sabía que las más pesadas eran perfectamente capaces de atravesar la piel de un hábitat.
Baudry y Crissel llegaron y se situaron a ambos lados de la ventana oval. Cada uno de ellos llevaba un par de pesadas llaves que había que insertar en los huecos de la ventana y luego girar de forma simultánea. Solo los séniores llevaban las llaves, y se necesitaban dos para desbloquear las armas de contingencia extrema.
—¿Ha llegado el resultado de la votación? —preguntó Dreyfus.
—Faltan unos segundos —le dijo Baudry. La mayoría de los prefectos de campo habían salido de la sala para tomar posiciones a bordo del
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. Solo unos cuantos seguían manipulando su armadura, o estaban esperando a recibir su arma—. Aquí viene —dijo con la mandíbula tensa.
Dreyfus miró los datos que aparecían en su brazalete, pero no fue necesario que leyera el resultado. La expresión de Baudry le dijo todo lo que necesitaba saber.
—Voi —dijo Crissel sacudiendo su cabeza con consternación—. ¡No puedo creerlo!
—Tiene que haber un error —dijo Baudry murmurando las palabras como si estuviera en trance.
—No. Cuarenta y uno por ciento en contra, cuarenta por ciento a favor, diecinueve por ciento abstenciones. ¡Hemos perdido por un uno por ciento!
Dreyfus comprobó las cifras en su brazalete. No había ningún error. Les habían denegado el derecho a llevar armas.
—Siempre existió esa posibilidad —dijo—. Si Casa Aubusson no hubiera salido de la red, podrían haberse inclinado a nuestro favor.
—Volveré a hablar con ellos —dijo Baudry—. Los estatutos dicen que puedo convocar otra votación.
—No cambiará nada. Ya presentaste un excelente argumento la primera vez. Nadie podría haber defendido nuestro caso de forma más eficaz sin provocar un pánico generalizado.
—Yo digo que las repartamos —dijo Crissel—. No hay ninguna razón técnica por la que necesitemos un voto mayoritario. Las llaves funcionarán.
Dreyfus vio los tendones en la mano de Crissel ponerse tensos cuando se dispuso a girar la llave.
—Quizá tengas razón —dijo Baudry. Había una especie de sobrecogimiento en su voz, como si estuviera contemplando la ejecución de un glamuroso crimen—. Después de todo, son circunstancias excepcionales. Hemos perdido cuatro hábitats. Tampoco podemos descartar que haya habido anomalías en la votación. Tenemos derecho a ignorarla.
—Entonces, ¿por qué te molestaste en convocarla?
—Porque tenía que hacerlo —dijo Baudry.
—Entonces también tienes que hacer lo que dice la gente. Y la gente dice que no a las armas.
Crissel estaba casi suplicando.
—Pero son tiempos excepcionales. Las normas pueden ignorarse.
Dreyfus negó con la cabeza.
—No, no pueden. La razón por la que esta organización existe en primer lugar es para garantizar que el aparato democrático funcione con normalidad, sin error, sin fraude. Eso es lo que le pedimos a los demás. Será mejor que nosotros también lo cumplamos.
Baudry inclinó la cabeza en dirección al
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.
—¿Aunque tengas que salir sin nada, aparte de los látigos cazadores?
Dreyfus asintió con solemnidad.
—Aun así.
—Ahora entiendo por qué Jane nunca te ascendió —dijo Baudry antes de lanzar una mirada conspiradora a Crissel—. Pero tenemos un cargo superior al tuyo, Tom. Michael y yo tenemos las llaves, no tú. A la de tres.
—A la de tres —dijo Crissel—. Una… dos… y gira.
Sus manos giraron al unísono. Un mecanismo hizo un ruido metálico detrás de la pared y la ventana oval se deslizó pesadamente a un lado. Las armas visibles emergieron de sus particiones acolchadas, empujadas por unas barras de metal cromado. Crissel cogió un rifle de tamaño medio y se lo lanzó a Dreyfus.
Dreyfus lo cogió con facilidad. El arma lo tranquilizaba y a la vez lo hacía sentir inadecuado.
—No puedo hacer esto —dijo.
—No es decisión tuya. Los prefectos séniores acaban de darte una orden.
—Pero la votación…
—La votación nos ha dado la razón —dijo Crissel—. Es lo que te estoy diciendo ahora. Te estoy ordenando de forma expresa que ignores cualquier información contraria que hayas recibido.
—Esto no está bien.
—Ya has expresado tu opinión —dijo Baudry—. Has declarado tus nobles principios. Ahora, coge las malditas armas. Aunque tú no lleves una, Tom, al menos puedes equipar a los otros prefectos. Nosotros cargaremos con la culpa si las cosas salen mal. No tú.
El arma era cómoda, sólida y fiable.
Cógela
, imploró una vocecita.
Por el bien de los otros prefectos y de los rehenes de Casa Aubusson. ¿Qué probabilidades hay de que a las ochocientas mil personas de Casa Aubusson les importen una mierda los principios democráticos en este momento
?
—Yo… —comenzó Dreyfus.
Pero le cortó la llegada de una nueva voz.
—Suelta el arma, por favor. Deja que flote lejos de ti.
Era Gaffney, acompañado de una falange de prefectos de Seguridad Interna que llevaban una inusual cantidad de protección corporal, con látigos cazadores desabrochados y parcialmente desplegados.
—¿De qué va todo esto?
—Tranquilo, Tom. Suelta el arma. Luego hablaremos.
—¿Hablar de qué?
—El arma, Tom. Con cuidado.
Dreyfus no podía usar el rifle. Aunque tuviera una célula de munición incorporada, no podía abrir fuego tan cerca del muelle de atraque. Aun así, necesitó cierta dosis de autocontrol para soltarlo.
—¿Qué sucede? —preguntó Baudry.
Gaffney chasqueó sus dedos enguantados al par de prefectos de campo que seguían esperando para cerrar la armería.
—Suban a la nave —dijo.
—Te ha hecho una pregunta —dijo Dreyfus.
—Prefecto de campo Tom Dreyfus —dijo Gaffney, antes de que los rezagados hubieran salido de la sala—, queda usted arrestado. Por favor, entregue su látigo cazador.
Dreyfus no se movió.
—Exprese los motivos del arresto —dijo.
—Tu látigo cazador, Tom. Luego hablaremos.
—Mi nombre es Dreyfus, hijo de puta.
Pero se desabrochó el látigo cazador y lo soltó después del rifle.
—Creo que será mejor que nos des una explicación —dijo Crissel.
Gaffney parecía tener dificultades para aclararse la garganta. Tenía los ojos muy abiertos, beligerantes, rebosantes de una cólera casi religiosa.
—Ha dejado escapar a la prisionera.
La mirada de Baudry se afiló.
—¿Te refieres a Clepsidra, la combinada?
—El prefecto Bancal ha visitado su celda hace diez minutos y la ha encontrado vacía. Llamó a Mercier de inmediato: Bancal supuso que el doctor la había trasladado a la clínica por razones médicas. Pero no era así. Se ha ido.
—Quiero que la encuentren, y rápido —dijo Crissel—. Pero no entiendo por qué crees que Dreyfus…
—He comprobado los registros de acceso —dijo Gaffney—. Dreyfus fue el último en verla antes de que desapareciera.
—Yo no la solté —dijo Dreyfus dirigiendo su respuesta a los otros dos séniores, no a Gaffney—. ¿Y cómo habría podido sacarla de esa sala aunque hubiera querido?
—Lo averiguaremos enseguida —dijo Gaffney—. Lo que importa es que no querías que estuviera allí encerrada, ¿verdad?
—Es una testigo, no una prisionera.
—Una testigo que puede ver a través de las paredes. Eso lo cambia todo, ¿no crees?
—¿Dónde puede estar? —preguntó Baudry.
—Tiene que seguir dentro de Panoplia. Ninguna nave ha entrado ni salido desde el regreso de Dreyfus. Por supuesto, he iniciado una búsqueda de nivel uno. Pronto la encontraremos. —Gaffney se pasó la mano por su pelo bañado en sudor—. Puede que sea una combinada, pero desde luego no es invisible.
—Te estás equivocando —dijo Dreyfus—. Clepsidra estaba allí cuando la dejé. Envié a Sparver para que comprobara que se encontraba bien. ¿Por qué haría algo así si fui yo quien la liberé?
—Ya nos preocuparemos más tarde del cómo y el porqué —respondió Gaffney—. Los registros de acceso no dejan duda de que Dreyfus fue el último en entrar en su celda antes de que desapareciera.
—Quiero una investigación forense de la sala.
—No te preocupes —dijo Gaffney—. Ahora, ¿vas a montar una escena, o podemos hacer esto como, adultos responsables?
—Eres tú —dijo Dreyfus con la sensación de que acababa de entender la gracia de un interminable chiste, horas después que todos los demás.
—¿Yo? —preguntó Gaffney con perplejidad.
—El topo. El traidor. El hombre del que me habló Clepsidra. Trabajas para Aurora, ¿verdad? Saboteaste las turbinas de búsqueda. Corrompiste mi testigo de nivel beta.
—No seas ridículo.
—Habla con Trajanova, a ver qué dice.
—¡Ay! —dijo Gaffney mordiéndose el labio inferior. ¿No te has enterado?
—¿Enterarme de qué?
—Trajanova está muerta —dijo Baudry—. Lo siento, Tom. Pensé que lo sabías.
Dreyfus la miró con incredulidad.
—¿Qué quieres decir con que está muerta?
—Fue un horrible accidente —dijo Baudry—. Trajanova estaba trabajando dentro de la caja de una de las turbinas de búsqueda cuando empezó a girar a toda velocidad. Parece que habían desactivado algún dispositivo de seguridad… Imaginamos que fue la misma Trajanova, porque tenía mucha prisa por volver a ponerla en marcha…
—No fue un accidente —Ahora Dreyfus miraba a Gaffney—. Tú lo provocaste, ¿verdad?
—Espera —dijo Gaffney sin inmutarse—. ¿No es esta la misma Trajanova con la que tenías problemas? ¿La ayudante que despediste, con la que apenas podías hablar sin que los dos os enzarzarais en una disputa?
—Eso es agua pasada.
—Vaya, qué conveniente. —Gaffney miró rápido a los otros—. ¿Tiene esto sentido para alguien? Aparte de las calumniosas acusaciones de asesinato, no recuerdo que Dreyfus mencionara un topo hasta ahora. Quizá si lo hubiera hecho, ahora este arrebato tendría un poco más de credibilidad. —Dirigió a Dreyfus una mirada lastimera—. Todo esto suena muy poco digno. Sinceramente, esperaba algo mejor de ti.
—Me mencionó el topo a mí.
Se giraron y vieron a Sparver en el umbral de la sala.
—Esto no es asunto suyo, prefecto de campo ayudante —dijo Gaffney.
—Se convirtió en asunto mío en el momento en que empezó a soltar improperios contra Dreyfus. Suéltelo.
—Saquen al prefecto ayudante de aquí —ordenó Gaffney a dos de sus internos—. Pacifíquenlo si causa problemas.
—Está cometiendo un error —dijo Sparver.
—Les diré una cosa —dijo Gaffney con tranquilidad—. ¿Por qué no lo meten en una burbuja de interrogatorios hasta que se calme? Tiene que cuidar ese temperamento, hijo. Sé que es difícil, al no tener un córtex frontal totalmente desarrollado, pero podría hacer un esfuerzo.
—Hay una línea —dijo Sparver con tranquilidad—. Y usted acaba de cruzarla.
—Usted la ha cruzado antes que yo. —Gaffney tenía la mano puesta encima de su látigo cazador, a modo de advertencia tácita—. Ahora, salga de aquí antes de que uno de nosotros haga algo que tenga que lamentar.
—Vete —le dijo Dreyfus a Sparver. Luego, en voz más alta—: Encuentra a Clepsidra antes de que lo haga la gente de Gaffney. Está en peligro.
Sparver se puso la mano a un lado de la cabeza a modo de saludo para darle a entender que seguía teniendo un aliado.
—Bien —dijo Gaffney—, parece que al menos te has librado de la misión de rescate. ¿O contabas con eso?
Dreyfus se limitó a mirarlo, pero no se dignó a responderle.
—Yo ocuparé su lugar —dijo Crissel.
Le tocó a Baudry romper el silencio que se hizo después de esas palabras.
—No, Michael —dijo—. No tienes que hacerlo. Eres un sénior, no un prefecto de campo. Te necesito aquí.
Crissel cogió el rifle desde el lugar donde estaba flotando. Sus manos lo sujetaron con desconocimiento, como si no estuviese muy seguro de qué extremo era cuál.
—Me pondré el traje y repartiré el resto de las armas —dijo con una confianza que sonaba tan fina como una capa de hielo—. Podemos salir dentro de cinco minutos.
—No estás preparado para esto —dijo Baudry.
—Dreyfus estaba preparado para jugarse el pellejo. Independientemente de lo que acaba de pasar, no podemos abandonar a esos chicos a bordo del
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