El Prefecto (38 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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—Sí —dijo Dreyfus con prudencia.

—Justo después de que su búsqueda entrara en la pila de procesamiento, la turbina comenzó a exceder su velocidad máxima autorizada. Reventó en menos de un cuarto de segundo.

—Debió de ser una coincidencia.

—Prefecto, ahora soy yo la que intenta convencerlo. Algo falló, pero no creo que fuera una coincidencia. La lógica operativa de una de esas cosas es compleja, y la mayor parte del núcleo de instrucción se perdió cuando la turbina falló. Pero si pudiera volver a montarla, creo que sé lo que encontraría. Su pregunta fue el desencadenante. Alguien puso una trampa en la lógica operativa, preparada para saltar con su pregunta.

Dreyfus meditó su hipótesis. Encajaba con sus sospechas, pero otra cosa era oírla en boca de Trajanova.

—¿Sinceramente crees que alguien podría haber hecho algo así?

—Yo podría haberlo hecho, si hubiera querido. Para otra persona habría sido mucho más difícil. De verdad, no veo cómo pueden haberlo hecho sin que saltaran las medidas de seguridad de alto nivel. Pero lo consiguieron, de algún modo.

—Gracias —dijo Dreyfus en voz baja—. Agradezco tu sinceridad. Dado lo que ha ocurrido, ¿estás segura de que no causaré más daño preguntándole al sistema?

—No puedo prometer nada, pero he instalado límites manuales de exceso de velocidad en ambas turbinas. Por muchas trampas que siga habiendo en la lógica, no creo que las turbinas puedan autodestruirse. Adelante, pregunte lo que necesite.

—Lo haré —dijo Dreyfus—. Pero iré con mucho cuidado.

Delphine Ruskin-Sartorious lo recibió con sus ojos verde mar fríos como el hielo.

—Parece muy cansado. Más que la última vez, y ya parecía cansado entonces. ¿Sucede algo?

Dreyfus se puso uno de sus gordos dedos a un lado de la frente, donde tenía una vena hinchada.

—Hemos estado muy ocupados.

—¿Ha avanzado en el caso?

—Más o menos. Tengo una idea de quién puede estar detrás de los asesinatos, pero sigo sin ver un motivo. Esperaba que usted pudiera darme alguna pista.

Delphine se colocó unos mechones de sucio cabello negro bajo la cinta de tela que llevaba a modo de diadema.

—Primero tendrá que contarme algo. ¿De quién sospecha?

Dreyfus sorbió un poco de café que había conjurado justo antes de entrar en la sala.

—Mi ayudante y yo seguimos una pista, intentamos, encontrar quién la había llamado a su hábitat para convencerla de que no hiciese tratos con Dravidian. La pista nos llevó hasta el nombre de otra familia del Anillo Brillante.

Delphine entrecerró los ojos.

Interés genuino
, pensó Dreyfus.

—¿Quién? —preguntó.

Dreyfus se sentía como si estuviese atravesando un campo de minas.

—Los Nerval-Lermontov. ¿Los conoce?

Sus hombros se movieron levemente debajo del guardapolvo blanco manchado de pintura.

—He oído hablar de ellos. ¿Y quién no? Fueron una de las grandes familias, hace cincuenta o sesenta años.

—¿Qué me dice de una relación específica con su familia?

—Si la hay, no tengo ni idea. No nos movíamos en los mismos círculos sociales.

—Entonces, ¿no hay ninguna razón específica por la que los Nerval-Lermontov quisieran dañar a su familia?

—Ninguna en absoluto. Si tiene una teoría, me gustaría oírla.

—No la tengo —dijo Dreyfus—. Pero esperaba que usted sí.

—No puede ser la respuesta —dijo ella—. La pista que siguió debió de llevarle a un punto muerto. Los Nerval-Lermontov nunca le habrían hecho nada a mi familia. Sufrieron una tragedia, pero eso no los convierte en asesinos.

—¿Se refiere a Aurora?

—Solo era una niña cuando le sucedió aquello, prefecto. Las máquinas de Calvin Sylveste se comieron su mente y vomitaron un zombi.

—Eso he oído.

—¿Qué me está ocultando?

—Suponga que un miembro de la familia Nerval-Lermontov estuviera planeando algo.

—¿Como qué?

—Como, por ejemplo, un golpe de Estado en parte del Anillo Brillante.

Ella asintió con perspicacia.

—Hipotéticamente, por supuesto. Si algo así estuviera ocurriendo, me lo habría dicho, ¿verdad?

Dreyfus esbozó una sonrisa forzada.

—Si así fuese, ¿se le ocurre alguna razón por la que su familia podría haber supuesto un obstáculo a esos planes?

—¿Qué clase de obstáculo?

—Todas, las pruebas a mi disposición apuntan a que alguien relacionado con la familia Nerval-Lermontov organizó la destrucción de su hábitat. Dravidian no tuvo nada que ver con ello: le tendieron una trampa, alguien que sabía cómo activar un motor combinado se infiltró en su nave y en su tripulación.

—¿Por qué?

—Ojalá lo supiera, Delphine. Pero ahí va una hipótesis: alguien o algo relacionado con la Burbuja Ruskin-Sartorious era una amenaza a esos planes.

—No se me ocurre quién o qué —dijo en tono desafiante—. Nos ocupábamos de nuestras cosas. Anthony Theobald estaba intentando casarme con un rico industrial. Tenía sus amigos, gente que venía a visitarlo, pero no eran conocidos míos. Vernon quería estar conmigo, aunque su familia lo despreciase por ello. Yo tenía mi arte…

La segunda vez que la había invocado, Delphine había mencionado los visitantes de Anthony Theobald. Cuando la había presionado para que le diera más información, se había mostrado reticente. ¿Un secreto de familia, algo que había jurado no contar? Tal vez. Desde entonces la había interrogado con calma y se había ganado su confianza, pero sabía que no podía posponer la cuestión de forma indefinida.

Tendría que aproximarse poco a poco.

—Hablemos de su obra de arte. Quizá haya una pista que no hemos visto.

—Pero si ya hemos hablado de eso: solo era un pretexto, una excusa para disfrazar la verdadera razón por la que nos asesinaron.

—Desearía convencerme de ello, pero hay una conexión que no deja de aparecer. La familia que les hizo esto tenía estrechos vínculos con Casa Sylveste por lo que le había pasado a su hija. Y su arte vanguardista, las piezas que empezaron a darla a conocer, estaban inspiradas en el viaje de Philip Lascaille a la Mortaja. Lascaille era un «invitado» de Casa Sylveste cuando se ahogó en aquel estanque.

—¿Hay algún aspecto de la vida en este sistema sobre el que esos malditos no hayan puesto sus garras?

—Es posible que no. Pero sigo convencido de que hay una conexión.

Delphine tardó tanto rato en contestar que, por un momento, Dreyfus pensó que estaba ignorando la pregunta, tratándola con desdén. Como si un agente de policía pudiese tener la más mínima comprensión del proceso artístico…

—Ya le dije cómo sucedió. Un día me aparté de un trabajo que estaba realizando y sentí que algo había estado guiando mi mano, dando forma al rostro de Lascaille.

—¿Y?

—Bueno, fue algo más que todo eso. Cuando hice esa conexión mental, fue como si un rayo me golpease el cerebro. No era que abordase el tema de Lascaille porque me pareciese potencialmente interesante. Era como si no tuviese elección. El tema estaba exigiendo que lo tratase, me arrastraba como un imán. A partir de aquel momento, no pude ignorar a Philip Lascaille. Tenía que hacer justicia a su muerte, o morir creativamente.

—¿Casi como si Philip Lascaille estuviera hablando a través de usted, usándola como un medio para comunicar lo que sufría?

Ella lo miró con desdeño.

—No creo en la otra vida, prefecto.

—Pero de manera figurativa, así fue como lo sintió, ¿verdad?

—Sentí una compulsión —dijo, como si aquella confesión fuese la cosa más dura que había tenido que hacer en su vida—. Una necesidad de llevar a cabo ese proyecto.

—¿Como si estuviera hablando por Philip?

—Nadie había hecho antes algo así —dijo—. No de forma adecuada. Si quiere llamarlo hablar por un muerto, allá usted.

—Yo lo llamo lo que usted lo llame. Usted era la artista.

—Yo soy la artista, prefecto. Piense lo que piense de mí, sigo sintiendo el mismo impulso creativo.

—Entonces si le diera los medios, un gran trozo de roca y una antorcha, ¿seguiría queriendo hacer arte?

—¿No acabo de decírselo?

—Lo siento, Delphine. No estoy intentando pelearme con usted. Ocurre que es usted el nivel beta más asertivo que he conocido.

—¿Casi como si hubiera una persona detrás de estos ojos?

—A veces —admitió Dreyfus.

—Si su esposa no hubiera muerto del modo como lo hizo, tendría un opinión distinta de mí, ¿verdad? No tendría ningún motivo para repudiar el derecho de un nivel beta a considerarse vivo.

—La muerte de Valery no cambió nada.

—Eso cree usted, pero yo no estoy tan segura. Mírese en un espejo uno de estos días. Es un hombre con una herida. Sucedieron más cosas de las que me ha contado.

—¿Por qué le ocultaría algo?

—Quizá porque hay algo a lo que no quiere enfrentarse.

—Me he enfrentado a todo. Amaba a Valery, pero se fue. Fue hace once años.

—El hombre que dio la orden de matar a esas personas, para que el Relojero pudiese ser detenido… —comenzó Delphine.

—El prefecto supremo Dusollier.

—¿Qué había de tan repugnante en esa orden que se sintió obligado a matarse después? ¿No hizo una cosa valiente y necesaria? ¿No dio al menos a esos ciudadanos una muerte indolora y rápida, lo contrario de lo que habría ocurrido si el Relojero los hubiese atrapado?

Dreyfus le había mentido antes. Ahora se sentía obligado a decirle la verdad, como si fuese la única cosa decente. Habló poco a poco, con la garganta seca, como si lo estuviesen interrogando.

—Dusollier dejó una nota de suicidio. Decía: «Cometimos un error. No deberíamos haberlo hecho. Siento lo que les hicimos a esas personas. Que Dios los ayude».

—Sigo sin entenderlo. ¿Qué tenía que lamentar? No tuvo elección.

—Eso es lo que he estado diciéndome durante once años.

—Cree que sucedió algo más.

—Hay una anomalía. El informe oficial dice que las armas nucleares se usaron casi inmediatamente después de que Jane Aumonier fuese evacuada. Para entonces, Dusollier y sus prefectos sabían que no había esperanza de rescatar a los ciudadanos atrapados y que solo era una cuestión de tiempo antes de que el Relojero escapara a otro hábitat.

—¿Y la naturaleza de esa anomalía?

—Seis horas —dijo Dreyfus—. Es el tiempo que tardaron en usar las armas nucleares. Intentaron ocultarlo, pero en un entorno como el Anillo Brillante, armado hasta los dientes de monitores, no puedes ocultar algo así.

—¿Pero un prefecto no debería ser capaz de averiguar lo que sucedió durante esas horas?

—La autorización Pangolín no da para todo.

—¿Ha pensado en preguntárselo a alguien? ¿A Jane Aumonier, por ejemplo?

Dreyfus sonrió a su propia debilidad.

—¿Alguna vez ha metido su mano en una caja que no sabe lo que contiene? Así es como me siento ante la idea de formular la pregunta.

—Porque tiene miedo de la respuesta.

—Sí.

—¿De qué tiene miedo? ¿De que algo matara a Valery antes de que destruyeran el ISIA?

—En parte, supongo. Aunque hay algo más. Había una nave llamada
Atalanta
. Había estado flotando en el Anillo Brillante durante décadas, descartada. Entonces Panoplia la movió, al mismo tiempo que la crisis, a una posición muy cercana al ISIA.

—¿Por qué habían descartado la nave?

—Era un cachivache financiado por un consorcio de Estados demarquistas que querían librarse de la dependencia de los combinados. El problema fue que su sistema de propulsión no funcionó tan bien como se esperaba. Solo hizo un viaje interestelar, y luego abandonaron los planes de fabricar más.

—Pero usted cree que habría sido un excelente bote salvavidas.

—Se me pasó por la cabeza.

—Cree que Panoplia intentó sacar a esa gente durante esas seis horas. Llevaron esa nave abandonada al ISIA y evacuaron a los ciudadanos atrapados.

—O lo intentaron —dijo Dreyfus.

—Pero algo debió de salir mal. De lo contrario, ¿por qué Dusollier habría sentido tanto remordimiento?

—Lo único que sé es que el
Atalanta
es parte de la clave. Pero es todo lo que he conseguido averiguar. Una parte de mí no quiere averiguar nada más.

—No entiendo por qué es tan duro para usted —dijo Delphine—. Perder a su esposa es una cosa. Pero ese misterio sobre su muerte… Lo siento mucho por usted.

—Tengo otra parte de la clave. Tengo una vivida imagen de Valery en mi cabeza. Se gira hacia mí, se arrodilla en el suelo con unas flores en la mano. Me está sonriendo. Creo que me reconoce. Pero hay algo raro en su sonrisa. Es la sonrisa mecánica de un niño que mira el sol.

—¿De dónde procede ese recuerdo?

—No lo sé —respondió Dreyfus con honestidad—. A Valery ni siquiera le gustaba la jardinería.

—A veces la mente nos engaña. Puede ser un recuerdo de otra mujer.

—Es Valery. Puedo verla con total claridad.

Tras un pausa incómodamente larga, Delphine dijo:

—Lo creo. Pero no creo que pueda ayudarlo.

—Me basta con hablar de ello.

—¿No ha hablado de ello con sus colegas?

—Creen que superé su muerte hace años. Socavaría su confianza en mí. No puedo permitirlo.

Hubo una larga pausa antes de que Delphine respondiera:

—Eso cree usted.

Entonces su imagen pareció parpadear un par de segundos y volvió a responder a su pregunta con las mismas palabras e inflexión:

—Eso cree usted.

—¿Sucede algo? —preguntó Dreyfus.

—No lo sé.

—Delphine. Míreme. ¿Se encuentra bien?

Su imagen volvió a parpadear. En lugar de responder a la pregunta, miró a Dreyfus con ojos temerosos.

—Me siento rara.

—Le pasa algo.

Su voz llegó con demasiada rapidez, acelerada.

—Me siento rara. Me pasa algo.

—Creo que está corrupta —dijo Dreyfus—. Podría estar relacionado con los problemas que hemos tenido con las turbinas de búsqueda. Voy a congelar su invocación a y hacer una comprobación exhaustiva.

—Me siento rara. Me siento rara. —Su voz se aceleró, y las palabras se apilaron unas encima de las otras—. Me siento rara, me siento rara, mesientoraramesientorara… —Luego encontró un momento de lucidez, y su voz y la velocidad de su discurso retomaron la velocidad normal—. Ayúdeme, creo que esto no es… normal.

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