El Prefecto (17 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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Dreyfus le ofreció las palmas de las manos a modo de rendición.

—Lo siento. Así son las cosas.

—¿Consideró su esposa una simulación de nivel alfa?

—No habría puesto ninguna objeción filosófica al respecto. Pero mi esposa y yo crecimos a la sombra de los ochenta. Sé que los métodos han mejorado desde entonces, pero sigue habiendo riesgos y dudas.

—Ahora ya entiendo por qué tiene un problema conmigo. —Delphine suavizó la dureza del comentario con una sonrisa comprensiva—. Y no estoy enfadada. Perdió a un ser querido. Admitir que tengo conciencia sería despreciar las creencias de Valery.

Dreyfus hizo un gesto de disculpa.

—Créame, no soy tan complicado.

—Pero es humano. No es un crimen, prefecto. Siento haberlo prejuzgado.

—Usted no podía saberlo.

Delphine inspiró hondo, como si se estuviese preparando para sumergirse bajo el agua.

—Le he hecho una promesa. Usted me ha contado algo personal, y ahora quiere conocer las razones por las que elegí trabajar en la serie Lascaille. Se lo explicaré lo mejor que pueda, pero me temo que va a sentirse decepcionado. No me desperté un día de repente y me di cuenta de que tenía que dedicarme a esa historia.

—Pero sucedió algo.

—Sentí que una cosa crecía en mi interior, como una presión que intentaba salir. Era como si me picara algo y no pudiese rascarme hasta contar la versión de Philip.

—¿Estaba muy familiarizada con la historia?

Delphine lo miró de forma ambigua, como si fuera una pregunta que nunca se hubiese hecho a sí misma.

—Como cualquier otra persona, supongo. Había oído hablar de él, sabía algo de lo que había ocurrido…

—¿Pero hubo un momento determinado en el que se dio cuenta de que tenía que tratar ese tema? ¿Vio alguna referencia sobre él, oyó algo sobre la familia Sylveste o sobre las Mortajas?

—No, nada por el estilo. —Se detuvo y algo le brilló en los ojos—. Pero hubo un día. Estaba trabajando en el hábitat, cortando roca en mi taller. Llevaba puesto un traje, por supuesto, pues el calor de las antorchas de plasma me habría matado aunque hubiera habido aire para respirar. Estaba dando órdenes a los peones que realizan los cortes, trabajando en una composición totalmente diferente. Imagínese un director ante una orquesta. Luego piense en los músicos dando forma a una roca sólida con plasmafuego y herramientas de cortar de escala atómica en lugar de tocar con instrumentos tradicionales. Así es como yo me sentía: solo tenía que imaginar una forma o una textura y mis implantes dirigían las máquinas y ejecutaban mi orden. Transformar la roca en arte se convirtió en un proceso casi inconsciente.

—¿Y luego?

—Me aparté de la pieza en la que estaba trabajando y me di cuenta de que la había llevado por un camino que no pretendía. El rostro no tenía que ser el de nadie en particular, pero ahora me recordaba a alguien. Cuando vi la relación, supe que mi subconsciente estaba empujándome hacia Philip Lascaille.

—Pero, aparte de eso, ¿no puede explicar por qué se centró en él?

Delphine lo miró con cara de disculpa.

—Ojalá pudiera darle una explicación racional. Pero su esposa habría estado de acuerdo conmigo en que el arte no funciona así. A veces nos encontramos con algo inexplicable.

—Aprecio su honestidad.

—¿Invalida esto su teoría de que alguien se ofendió con mi obra?

—No necesariamente. Puede que provocase algo sin querer. Pero admito que es difícil creer que la mera referencia a Philip Lascaille bastase para empujar a alguien a cometer una masacre. —Dreyfus se puso derecho, pues le dolía la espalda—. En todo caso, el crimen ocurrió. Creo que por ahora ya tengo bastante información, Delphine. Gracias por su tiempo.

—¿Qué va a hacer ahora?

—Una de mis ayudantes, a quien ya conoce, está rastreando la llamada que recibió. Cuando me diga algo, veré dónde me lleva.

—Tengo curiosidad por saber el resultado.

—Me aseguraré de comunicárselo.

—Prefecto, antes de que vuelva a apagarme, ¿podría volver a considerar mi petición de hablar con Vernon?

—No puedo arriesgarme a que haya contaminación cruzada.

—Ninguno de los dos tenemos nada que ocultarle. Le he contado todo lo que sé.

—Lo siento, pero no puedo arriesgarme.

—Prefecto, hay algo que tiene que entender sobre nosotros. Cuando me apaga, no existo.

—Porque su simulación no sufre cambios entre episodios de invocación.

—Lo sé. Cuando vuelve a encenderme, no recuerdo nada excepto nuestra última reunión. Pero puedo decirle esto: sigo sintiendo como si hubiese estado en alguna otra parte. —Lo miró fijamente a los ojos, obligándolo a apartar la vista—. Y dondequiera que sea, es un lugar frío y solitario.

Un mensaje de Thalia lo estaba esperando cuando volvió a encender su brazalete.

—Veo que estás de camino. ¿Cómo van las cosas?

Recibió su respuesta sin ningún intervalo detectable.

—Bien, señor. He acabado la primera instalación.

—¿Algún problema?

—Un par de contratiempos, pero ahora ya están operativos.

—En otras palabras, has cerrado un agujero, te quedan tres. Has acabado antes de lo previsto.

—Sinceramente, señor, creo que ninguna de esas actualizaciones necesitará el tiempo que les asigné. Pero pensé que era mejor prevenir que curar.

—Muy prudente por tu parte.

Tras una pausa, Thalia dijo:

—Supongo que se pregunta si he tenido tiempo de analizar la red, señor.

—¿Has conseguido avanzar algo? —le preguntó en tono esperanzado.

—Las instantáneas que me envió han bastado para encontrar una pista. Suponiendo que la hora de recepción de la llamada en la Burbuja Ruskin-Sartorious fuera correcta, solo puede haber un
router
que haya procesado ese tráfico de datos.

—¿Cuál?

—Un sitio del que seguramente no ha oído hablar, señor. Un
router
de flotación libre llamado Vanguardia Seis. Se trata de una roca que está flotando en el Anillo Brillante y en la que han construido una estación automatizada de envío de señales.

Dreyfus tomó nota mental del nombre.

—¿Y crees que ese
router
habrá guardado un registro del tráfico que procesó?

—Lo que ha guardado bastará para decirle de dónde procede el mensaje, señor. Incluso si el punto de origen resulta ser otro
router
, podría seguir rastreándolo hasta llegar al emisor original. No es habitual que un mensaje pase a través de más de dos o tres fases de enlace.

—Sparver puede ocuparse de las cuestiones técnicas. No puede hacerse a distancia, ¿verdad?

—No, señor. Alguien tiene que estar físicamente presente. Pero tiene razón: Sparver sabrá exactamente qué hacer.

—Estoy seguro —dijo Dreyfus.

Cortó la conexión y se preparó para despertar a su otro ayudante.

10

No parecían en absoluto personas, sino más bien luminosas formaciones de coral rosa en forma de ramas enormes, dendríticas y misteriosamente enclaustradas. Durante varios segundos, Gaffney miró fascinado las estructuras tridimensionales, impresionado por lo que estaba viendo. Si las almas humanas pudieran congelarse y la luz pudiera capturarlas, tendrían un aspecto como aquel. Ahora que los individuos de carne y hueso estaban muertos, y puesto que ninguno de los tres se había sometido a un escaneo de nivel alfa, aquellos niveles beta representaban el último vínculo con los seres vivos que una vez fueron Vernon Tregent, Anthony Theobald y Delphine Ruskin-Sartorious.

Panoplia consideraba los niveles beta como meras fuentes de información forense, igual que las fotografías o las manchas de sangre, pero Gaffney tenía una mentalidad más abierta. No estaba de acuerdo con la opinión ortodoxa de que solo las simulaciones de nivel alfa podían tener pleno acceso a los derechos humanos. El efecto exterior era lo único que importaba, no lo que ocurría detrás de la máscara. Por eso no le preocupaba demasiado saber qué era exactamente Aurora. Puede que fuera una máquina y no una persona viva. ¿Y qué? Lo que importaba era su compasión, su evidente preocupación por el bienestar de los cien millones de almas que orbitaban Yellowstone.

Al principio había tenido sus dudas, por supuesto.

La había conocido cinco años antes, cuatro años después de que lo ascendieran al puesto de Jefe de Seguridad Interna de Panoplia. Había sido sénior durante varios años antes de eso, y un excelente prefecto de campo durante otros tantos. Había dedicado su vida a Panoplia, y no pedía nada a cambio excepto tener la certeza de que a sus colegas les importaban sus responsabilidades tanto como a él. Había sacrificado su propia identidad por el ideal de servicio, había evitado el matrimonio y las relaciones sociales en favor de una vida de disciplinario autocontrol. Vivía y respiraba los ideales de Panoplia, la vida marcial de un prefecto. No solo aceptaba los sacrificios de su profesión, sino que los apreciaba.

Pero entonces ocurrió algo que hizo que Gaffney se cuestionara la valía de Panoplia, y en consecuencia su propia idoneidad como ser humano. Lo habían enviado a investigar posibles anomalías en el proceso electoral de un hábitat conocido como Infierno Cinco. Era un mundo extraño, construido alrededor de un perfecto hemisferio de roca, como si un asteroide redondo hubiera sido cortado en dos. Unas estructuras herméticas se levantaban tanto desde la cara plana como desde el polo subyacente, rascacielos densamente poblados envueltos en enroscados pasillos presurizados. Antaño, Infierno Cinco había sido un paraíso del juego, antes de que la moda de esa clase de cosas desapareciese. Había pasado por varios modelos sociales después de eso, cada uno menos remunerativo que el anterior, antes de adoptar el que Gaffney había presenciado durante su visita. Al cabo de unos meses de asumir su nueva identidad, Infierno Cinco se había convertido en un éxito deslumbrante, y los demás hábitats pagaban elevadas sumas para acceder a su nueva exportación lucrativa.

Esa exportación era la miseria humana.

Una vez al mes, uno de los millonarios ciudadanos del hábitat era seleccionado al azar. Aquel desafortunado ciudadano era torturado y su sufrimiento se prolongaba a través de la intervención médica hasta que al final sucumbía a la muerte. El dinero llenaba las arcas de Infierno Cinco a través de la venta de los derechos de emisión y el hecho de que los ciudadanos de otros hábitats podían patrocinar un modo de tortura específico, a menudo tras una serie de subastas millonarias.

El sistema repugnaba a Gaffney. Había observado muchos extremos de la sociedad humana en sus rondas por el Anillo Brillante, pero nada comparado con las depravaciones de Infierno Cinco. Una ojeada a una de las víctimas bastó para que experimentara la profunda convicción de que Infierno Cinco era sencillamente perverso; una abominación social que debía corregirse, si no borrar de la existencia.

Pero Panoplia, y por lo tanto el propio Gaffney, no podía hacer nada. Panoplia solo actuaba en cuestiones de seguridad y derechos de voto en el Anillo Brillante. Lo que sucedía dentro de un hábitat, siempre y cuando dichas actividades no contravinieran las moratorias tecnológicas o armamentísticas, o negaran a los ciudadanos el derecho de voto, estaba fuera de la jurisdicción de Panoplia; correspondía al cuerpo de policía local.

Según esos criterios, Infierno Cinco no había hecho nada malo.

Gaffney no fue capaz de aceptar la situación. El fenómeno de la tortura y el rechazo colectivo de los ciudadanos a que esta acabara demostraban que no se podía dar libertad absoluta a los ciudadanos. Ni tampoco se podía confiar en que Panoplia interviniera cuando un cáncer moral comenzara a extenderse por el Anillo Brillante.

Gaffney vio que había que hacer algo. Se había concedido demasiado poder a los hábitats. Por su propia seguridad, había que reinstaurar un gobierno central. Los ciudadanos nunca votarían a favor de esa medida, por supuesto. Incluso los Estados moderados recelaban de ceder demasiada autoridad a una organización como Panoplia. Pero era necesario, por muy reticente que fuera la población. Había niños jugando con cuchillos muy afilados: era un milagro que todavía no se hubiera derramado más sangre.

Gaffney empezó a expresar sus pensamientos en su diario personal. Era una forma de clarificar y organizar sus preceptos. Vio que Panoplia tenía que cambiar (tal vez incluso dejar de existir) si no se quería abandonar a la gente a lo peor de sus naturalezas. Se daba cuenta de que sus ideas eran heréticas; de que contradecían todo lo que había representado el nombre de Sandra Voi durante los últimos doscientos años. Pero la historia no la hacían los individuos razonables o cautos. La propia Sandra Voi no había sido precisamente cauta ni razonable.

Aurora se le reveló poco después.

—Eres un buen hombre, Sheridan. Sin embargo, te sientes acorralado, como si los que te rodean hubieran olvidado sus responsabilidades.

Gaffney parpadeó ante la repentina aparición de aquel rostro en su panel privado.

—¿Quién eres?

—Una colega simpatizante. Una amiga, si quieres.

Gaffney estaba dentro de Panoplia. Si ella había llegado hasta él, entonces también tenía que estar dentro. Pero incluso entonces supo que no estaba allí, y que Aurora tenía poderes de infiltración que se reían de las paredes y las puertas, ya fueran reales o virtuales. Si era un nivel beta o gamma, era más inteligente y ágil que la mayoría.

—¿Eres humana?

Era obvio que la pregunta le había parecido divertida.

—¿Realmente importa qué soy, si compartimos los mismos ideales?

—Mis ideales son asunto mío.

—Ahora ya no. He visto tus palabras, y comparto tus teorías. —Asintió a la pregunta que Gaffney apenas había comenzado a formular—. Sí, he leído tus diarios privados. No te asombres, Sheridan. No hay nada malo en ellos. Al contrario. Me han parecido valientes. Eres una criatura extraña: un hombre con la sabiduría para ver más allá de su tiempo.

—Soy prefecto. Mi trabajo es pensar en el futuro.

—Pero a algunas personas se les da mejor que a otras. Tú eres un vidente, Sheridan, como yo. Solo que usamos métodos diferentes. Tus instintos de policía te dicen que Infierno Cinco es un síntoma, un diagnóstico de una patología que puede poner a prueba incluso los recursos de Panoplia. Yo veo el futuro a través de una lente diferente, pero percibo el mismo futuro siniestro, las mismas señales sutiles del advenimiento de una gran crisis.

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