El pozo de la muerte

Read El pozo de la muerte Online

Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Ciencia ficción, Tecno-trhiller, Intriga

BOOK: El pozo de la muerte
6.71Mb size Format: txt, pdf, ePub

 

En la costa de Maine se encuentra una misteriosa isla en la que, según cuenta la leyenda, está enterrado desde hace siglos un tesoro de incalculable valor. Pero sobre él pesa una terrible maldición: todos los que han intentado recuperarlo han muerto en extrañas circunstancias. Malin Hatch conoce bien esta maldición: su padre y su hermano fueron dos de sus víctimas. Ahora, muchos años después, un audaz equipo de hombres encabezados por el propio Hatch y un científico ambicioso emprenden la búsqueda del tesoro provistos de la más avanzada tecnología. Sin embargo, nada les resultará más fácil, ya que la isla está surcada de túneles, trampas y pozos sistemáticamente trazados para acabar con quienes osen internarse en sus profundidades.

Douglas Preston - Lincoln Child

El pozo de la muerte

ePUB v1.1

NitoStrad
14.05.12

Autor: Douglas Preston, Lincoln Child

Título original:
Riptide

Traductor: Susana Contreras

Primera edición: julio de 1999

Editor principal: NitoStrad

Corrección de erratas: Dinocefalo

Lincoln Child dedica este libro a su hija Verónica

Douglas Preston dedica este libro a su hermano Richard Preston

Ese día se acabó el ron. Mis hombres estaban sobrios. ¡Y vaya confusión la que se produjo entre nosotros! Comenzaron las conjuras. Hubo rumores de separación, de modo que busqué algo para retenerlos. Y capturamos un barco con muchas bebidas espiritosas a bordo, y renació el entusiasmo entre mis hombres. Después, todo volvió a marchar bien.

Del
Diario de a bordo
de
Edward Teach,

también llamado Barbanegra, hacia 1718.

Encontrar soluciones del siglo XX a los problemas del siglo XVII significa un éxito total o el caos absoluto; no hay término medio.

Orville Horn,

doctor en filosofía.

Introducción

Una tarde de junio de 1790, en Maine, un pescador de bacalao llamado Simón Rutter se encontró atrapado en una tormenta en medio de aguas revueltas. Su esquife iba sobrecargado con el producto de la pesca y se desvió de su rumbo, y Rutter se vio obligado a atracar con su barca en la isla Ragged, a unos doce kilómetros de la costa. Mientras esperaba a que amainara la tormenta, el pescador decidió explorar el lugar. Se alejó de las escarpadas y rocosas costas que daban su nombre a la isla, y encontró un gran roble. Unos viejos aparejos colgaban de una rama baja y debajo de ellos el suelo aparecía hundido y formaba una depresión. A pesar de que la isla estaba deshabitada, Rutter encontró indicios claros de que alguien la había visitado hacía muchos años.

Aquello despertó su curiosidad, y el pescador regresó un domingo, varias semanas después, acompañado por su hermano y provistos de palas y picos. Localizaron la depresión en el suelo y comenzaron a cavar. A un metro y medio de profundidad dieron con una plataforma de troncos de roble. Los apartaron y siguieron cavando, cada vez más emocionados. Cuando terminaba el día habían cavado cerca de seis metros, y habían atravesado capas de carbón y de arcilla hasta dar con otro entablado de madera de roble. Los hermanos regresaron a casa, decididos a continuar con sus excavaciones cuando terminara la temporada de pesca de la caballa. Pero una semana más tarde, el hermano de Rutter se ahogó cuando su esquife naufragó en un inesperado accidente. El pozo fue abandonado por el momento.

Dos años más tarde, Rutter y un grupo de comerciantes del lugar decidieron unir sus recursos y regresar al misterioso lugar en la isla Ragged. Retomaron las excavaciones y dieron muy pronto con una serie de maderos y gruesas vigas de roble verticales, que parecían haber constituido el encofrado de un antiguo pozo cegado posteriormente. No sabemos hasta dónde habían llegado las excavaciones, aunque casi todos los cálculos suponen que estaban cerca de los treinta metros de profundidad. Y en este punto dieron con una losa de piedra en la que había grabada una inscripción.

PRIMERO MENTIRÁS

LLORARÁS DESPUÉS

MÁS TARDE MORIRÁS.

Removieron la losa y la subieron a la superficie. Se ha dicho que al quitarla rompieron un sello, porque unos instantes después, y sin previo aviso, el agua del mar anegó el foso. Todos los que habían trabajado en la excavación consiguieron escapar. Todos, excepto Simón Rutter. El Pozo de Agua, como fue conocido desde entonces, se había cobrado su primera víctima.

El Pozo de Agua dio lugar a numerosas leyendas. Una de las historias más verosímiles dice que el pirata inglés Edward Ockham enterró su botín en algún lugar de la costa de Maine en 1695, antes de morir en circunstancias misteriosas, y que es probable que ese lugar fuera el pozo de la isla Ragged. Poco después de la muerte de Rutter comenzó a circular el rumor de que el tesoro estaba maldito, y el que osara intentar apoderarse de él correría la suerte que vaticinaba la inscripción en la losa de piedra.

Hubo varios intentos infructuosos de vaciar el Pozo de Agua. En 1800, dos antiguos socios de Rutter formaron una nueva compañía y consiguieron el capital necesario para financiar la excavación de un segundo pozo a unos tres metros y medio del primero. Durante los primeros treinta metros de excavación todo fue bien, y entonces comenzaron a cavar un túnel que pasaría por debajo del Pozo de Agua. Pensaban llegar así hasta el tesoro, pero tan pronto comenzaron a cavar en dirección al primer pozo, el pasaje empezó a llenarse rápidamente de agua, y los hombres apenas tuvieron tiempo de ponerse a salvo.

Durante treinta años, nadie volvió a acercarse al pozo. Hasta que en 1831 un ingeniero de minas del sur del estado llamado Richard Parkhurst constituyó la Bath Expeditionary Salvage Company. Parkhurst era amigo de uno de los comerciantes que habían participado en la segunda expedición, y obtuvo una valiosa información sobre aquellos trabajos. Parkhurst instaló una potente bomba de vapor en la boca del pozo, pero le resultó imposible desagotarlo. No se desanimó y trajo una primitiva torre de perforación utilizada en las minas de carbón, y la situó directamente sobre el pozo. La perforadora fue más allá de la original profundidad del pozo, pero cuando llegó a los cincuenta metros algo impenetrable la detuvo. Cuando extrajeron el taladro, encontraron en la pieza rota fragmentos de hierro herrumbrado. La barrena también trajo a la superficie cemento, masilla y grandes cantidades de fibra. Este material fue analizado, y descubrieron que se trataba de bonote, o fibra de coco. Los cocoteros crecen solamente en los trópicos, y en los barcos se usaban cuerdas hechas con su corteza para amarrar la carga. Poco tiempo después de este descubrimiento, la Bath Expeditionary Salvage Company se declaró en quiebra y Parkhurst se vio obligado a abandonar la isla.

En 1840 se constituyó la Boston Salvage Company, y comenzaron a cavar un tercer pozo muy cerca del Pozo de Agua. A veinte metros de profundidad dieron inesperadamente con un túnel lateral que parecía conducir al pozo original. El nuevo pozo se llenó inmediatamente de agua y se produjo un socavón.

Los empresarios no se desmoralizaron y perforaron otro pozo, muy grande, a unos veinticinco metros de distancia, que sería conocido como el Pozo Boston. A diferencia de los anteriores, el Pozo Boston no era vertical sino en pendiente. A veinte metros de profundidad dieron con un lecho de roca, se desviaron y continuaron excavando quince metros más con gran trabajo, utilizando taladros y pólvora. Después perforaron un túnel debajo de lo que suponían era el fondo del Pozo de Agua, y volvieron a encontrar vigas de madera y la continuación del pozo, que había sido rellenado. Emocionados, continuaron excavando y vaciaron el antiguo pozo. Cuando llegaron a los cuarenta metros de profundidad encontraron otra plataforma de troncos de roble, que dejaron en su lugar mientras decidían qué hacer con ella. Pero esa noche un ruido sordo despertó al campamento, y cuando acudieron al lugar de las excavaciones los hombres descubrieron que el suelo del fondo del Pozo de Agua se había hundido. Los escombros habían caído en el nuevo túnel con tanta fuerza que había agua y lodo a diez metros a la redonda de la boca del Pozo Boston. Y en medio de estos lodos encontraron un rustico tornillo muy semejante a los que se utilizan en la toma de agua de un barco.

En los veinte años siguientes fueron excavados más de doce pozos para dar con la cámara del tesoro, pero todos se llenaron de agua o se derrumbaron. Cuatro compañías más fueron a la quiebra. En varias ocasiones, los hombres encargados de las obras salieron a la superficie jurando que las inundaciones no eran un accidente, y que los constructores del Pozo de Agua habían diseñado un mecanismo diabólico para anegar cualquier pozo que fuera excavado en las inmediaciones.

La guerra civil hizo que se suspendieran temporalmente las excavaciones. Posteriormente, en 1869 una nueva compañía de buscadores de tesoros adquirió los derechos para proseguir las excavaciones en la isla. E X. Wrenche, el capataz, observó que el agua del pozo aumentaba y disminuía de acuerdo con las mareas, y elaboró la teoría de que el pozo y sus trampas de agua debían de estar conectados al mar por un túnel construido por el hombre. Si lo encontraban y lo cerraban herméticamente, podrían drenar el pozo y extraer el tesoro. Wrenche realizó más de doce perforaciones de sondeo en la vecindad del Pozo de Agua. Algunas de estas perforaciones dieron con túneles horizontales y «chimeneas» horadadas en la roca, que fueron dinamitados para impedir la entrada de las aguas. Con todo, no encontraron ningún túnel que conectara el pozo con el mar, y el Pozo de Agua continuó lleno. A la compañía se le acabó el dinero y abandonó su maquinaria herrumbrándose en el aire salino de la isla, tal como habían hecho antes otras empresas.

A comienzos de la década de 1880, un consorcio de industriales de Canadá e Inglaterra constituyó una nueva compañía, Gold Seekers Ltd. Trajeron a la isla bombas de gran potencia y un nuevo tipo de perforadora, y también las calderas necesarias para ponerlas en funcionamiento. Esta compañía realizó varias perforaciones dentro del mismo del Pozo de Agua, y el 23 de agosto de 1883 finalmente toparon con la placa de hierro que cincuenta años antes había vencido al taladro de Parkhurst. Pusieron una nueva punta de diamante en la perforadora, y cargaron las calderas para que la maquinaria funcionara a todo vapor. En esta ocasión la barrena atravesó la plancha de hierro y dio contra un sólido bloque de otro metal más blando. Cuando extrajeron la broca, encontraron en sus hendiduras una gruesa viruta de oro puro, junto con un fragmento de pergamino en el que se leían dos frases incompletas: «sedas, vino de las islas Canarias, marfil…» y «John Hyde se está pudriendo en la horca de Deptford».

Media hora después de haber realizado este descubrimiento, estalló una de las grandes calderas. En la explosión murió un irlandés que se encargaba de su mantenimiento y se derrumbaron parte de las estructuras que habían levantado para realizar las perforaciones. Trece hombres resultaron heridos y Ezekiel Harris, uno de los capataces, perdió la vista. Y Gold Seekers Ltd., al igual que sus predecesoras, fue a la quiebra.

En los años inmediatamente anteriores y posteriores a 1900, otras tres compañías probaron suerte en el Pozo de Agua, pero no se repitió el hallazgo de Gold Seekers Ltd. Utilizaron bombas de reciente diseño y explosivos situados bajo el agua. Hicieron trabajar las bombas a su máxima capacidad, y lograron que durante la marea baja el agua de algunos de los pozos centrales descendiera unos seis metros. Los hombres que bajaron a explorar estos pozos se quejaron de que había gases tóxicos; unos cuantos se desvanecieron y hubo que sacarlos rápidamente a la superficie. En septiembre de 1907 una carga explosiva estalló antes de lo previsto y uno de los trabajadores perdió un brazo y las dos piernas. Dos días más tarde, un fuerte viento del norte azotó la costa y destruyó la bomba principal. La última de las tres compañías abandonó la isla.

Other books

Sweat Equity by Liz Crowe
Mourning In Miniature by Margaret Grace
The Pregnant Bride by Catherine Spencer
Flirting with Danger by Siobhan Darrow
The Gift of Stones by Jim Crace
Reasonable Doubt by Williams, Whitney Gracia
Romero by Elizabeth Reyes