E
L mago y la bruja buscaron dos copas intactas entre la vajilla desparramada por el suelo, encontraron también un cazo, acercaron sillas y se sentaron a los dos lados del recipiente del ponche.
Llenaron sus copas con el opalescente mejunje y se las bebieron de un trago, sin respirar. Cuando terminaron jadeaban, pues el ponche era muy alcoholorosatánico. De las orejas de Sarcasmo salieron espirales de humo, y las escasas guedejas de Tirania se enroscaron como tirabuzones.
—¡Oooh! —exclamó él, y se limpió los labios—. ¡Qué bien sienta!
—Siií —dijo ella—. Anima bastante.
Y comenzaron a formular sus deseos. Naturalmente, tuvieron que hacerlo en verso, para que surtiera efecto. El mago improvisó con más rapidez su primera estrofa:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
Que diez mil árboles enfermos
vuelvan a brotar,
y los sanos, jóvenes o viejos,
crezcan todavía más.
Ahora también la bruja tenía preparada ya su estrofa:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
Las acciones de «Talar y Hermanos»
comenzarán a bajar
y sólo como papel higiénico
se podrán utilizar.
Luego se sirvieron otra copa y se la tomaron rápidamente de un trago, porque ya no les quedaba mucho tiempo: tenían que beberse todo antes de la medianoche.
Nuevamente fue Sarcasmo el primero en recitar su estrofa:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
Que de todos los mares y los ríos
la contaminación desaparezca,
y repletos de peces y límpidos,
como en el pasado, permanezcan.
E inmediatamente después exclamó Tirania:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
Todo aquel que deje de ser escrupuloso
y envenene fuentes y manantiales
no podrá degustar vinos y espumosos.
¡Se conformará con beber aguas fecales!
De nuevo llenaron las copas y se las echaron apresuradamente al coleto. Esta vez se adelantó la bruja:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
¡Se acabó con la matanza de focas,
fuera el comercio de marfil!
¡Salvemos las ballenas, que quedan pocas!
¡Abajo el tratante vil!
Y al instante entró el sobrino:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
¡Prohibido exterminar animales,
cualquiera que sea su especie!
Todos son necesarios, todos valen:
vertebrados, aves, peces…
Vaciaron una vez más sus copas, y la voz del mago retumbó:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
Terminemos con la polución
que modifica las estaciones.
¡Que reine de nuevo la razón!
¡Que el clima no sufra alteraciones!
Y, tras pensar un poco, la bruja canturreó:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
Quien le haga al cielo un agujero,
en la batalla por el poder,
al lento fuego del hervidero
expondrá su infame piel.
Empinaron nuevamente el codo, y en esta ocasión volvió a ser más rápida la bruja:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
Aquel que entre pueblos y razas
siembre la discordia y la guerra,
aquel que trafique con armas
jamás podrá evitar la quiebra.
Y enseguida recitó Sarcasmo con voz estentórea:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
Que el océano conserve la vida
y se diluya la marea negra,
que los mares y las costas sigan
dando alimentos a la Tierra.
Cuanto más bebían y versificaban a todo trapo, más difícil les resultaba contener la risa. Imaginaban mentalmente la catástrofe que sus deseos, aparentemente tan nobles, iban a provocar en el mundo, y les producía un placer increíble engañar por completo a los dos animales allí presentes y, con ellos, a su Consejo Supremo. Además, la poción alcoholorosatánica influía cada vez más en ellos. Aunque los dos eran buenos bebedores y podían trasegar bastante, la rapidez con que tenían que beber y la diabólica fuerza del ponche comenzaban a dejarse sentir.
C
UANTO más tiempo llevaban parloteando, más altisonantes y retóricos se hacían sus deseos. Cuando cada uno se había echado al cuerpo más de diez copas, empezaron a jalear e hipar.
En aquel momento le tocaba nuevamente el turno a Tirania:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
La riqueza, de la que todos alardeamos
y que es motivo de felicidad… ¡Hip!,
no se obtendrá a costa de los despojados,
que sufren abusos sin piedad.
Y luego volvió a dejarse oír la voz de Sarcasmo:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
Las fuentes de energía más peligrosas
serán suprimidas de cuajo… ¡Hup!
El viento y el sol son otra cosa,
nos ayudarán en el trabajo.
Tras la copa siguiente, la bruja gritó:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
Sólo lo bueno y real será objeto de venta,
aquello que el trabajo del hombre fomenta.
Con la vida, la justicia y la conciencia,
nadie deseará tener desavenencias… ¡Hop!
Y el mago roncó:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
Que no aparezcan nuevas enfermedades,
ni de forma natural ni artificiales… ¡Hopla!
Y las viejas tienen que desaparecer
¡a la una, a las dos, y a las tres!
Y cada uno de ellos volvió a echarse al coleto una copa llena, y Tirania chilló:
Ponche de los ponches, cumple mis deseos:
Los niños se sentirán alegres
y tendrán confianza en el futuro… ¡Hup!
El lema será que sean felices
¡aunque haya que derribar muros!… ¡Hip!
Y Sarcasmo recitó una nueva estrofa, y así siguieron y siguieron. Fue una especie de carrera de rimas y libaciones en la que a veces uno y a veces otro llevaba una ligera ventaja, pero ninguno lograba despegarse definitivamente del otro.
Al cuervo y al gato los llenaba de pavor y temblor lo que veían y oían. Porque ellos no podían comprobar lo que acontecía en el mundo exterior tras la formulación de aquellos deseos. ¿Habría surtido efecto aquel único toque, hasta entonces inaudible, del repique de Año Nuevo? ¿O tal vez había sido demasiado débil para neutralizar el diabólico poder de inversión del ponche? ¿Y si el mago y la bruja estaban en lo cierto y ocurría exactamente
lo contrario
de los deseos que formulaban? En ese caso, habría comenzado a desencadenarse la peor catástrofe para el mundo entero, y ya nadie podría detenerla.
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ACOBO Osadías había metido la cabeza debajo de las alas, y Félix se tapaba con las patas alternativamente los oídos y los ojos.
Entretanto, también el mago y la bruja parecían desfallecer poco a poco, en parte porque cada vez les costaba más trabajo versificar y porque ya hacía tiempo que habían cumplido de sobra su tarea contractual de maldades, pero también porque la cosa les resultaba cada vez menos divertida. Tampoco ellos podían ver con sus propios ojos las consecuencias de su deseo-hechizo, y las gentes de su calaña sólo sienten verdadero placer cuando pueden deleitarse directamente con las calamidades que provocan.
Por eso decidieron entonces hacer con el resto del ponche de los deseos algo para su diversión personal y hechizar en su entorno inmediato.
A Jacobo y Félix no les quedó sangre en las venas cuando oyeron eso. Ahora sólo había dos posibilidades: se comprobaría que la campanada de San Silvestre no había surtido efecto, y entonces ya no habría nada que hacer; o que había neutralizado efectivamente el poder de inversión del ponche, y entonces lo notarían al instante Sarcasmo y Tirania.
Lo que en ese caso les esperaba al gato y al cuervo no era difícil de adivinar. Se miraron angustiados. Pero, entretanto, Sarcasmo y Tirania se habían echado ya más de treinta copas al coleto y estaban más borrachos que una cuba. Apenas podían mantenerse en sus sillas.
—Ahora escucha, querida… ¡Hip!, querida túa Tati —tartamudeó el mago—. Ahora vamos a empezar con nuestros encantadores animalitos. ¿Qu… qu… é te parece?
—¡Buena idea, Belcebucito! —respondió la bruja—. Ven aquí, Jacobo, mi impertinente cuervo de cala… ¡Hip!… dades.
—Pero, pero… —graznó Jacobo, asustado—. Por favor,
madam
, conmigo no, no. Yo no quiero. ¡Auxilio!
Trató de huir y se tambaleó por el laboratorio buscando dónde esconderse. Pero Tirania se había soplado ya una copa llena y recitó, no sin esfuerzo, la siguiente estrofa:
Ponche che los ponches, cumple miz decheos:
Jacobo, se terminaron… ¡Hup!…, tus dolores.
¡Fuera las lesiones, fuera el reumatismo!
Un nuevo traje de be… bellas plumas ponte.
¡Abajo los achaques de tu organismo!… ¡Hip!
El mago y la bruja (y, en alguna medida, también el cuervo, siempre pesimista) habían esperado que el pobre se quedaría ahora totalmente desplumado como un gallo pelado y que, retorciéndose de dolor, se desplomaría más muerto que vivo.
En vez de eso, Jacobo se vio súbitamente embellecido por un plumaje agradablemente tibio y negro azulado. Era el plumaje más hermoso de toda su vida. Lo ahuecó, se irguió, sacó la pechuga, extendió primero el ala izquierda y luego la derecha y las contempló con la cabeza ladeada.
Las dos estaban íntegras.
—¡Gran Cuervo! —graznó—. Félix, ¿ves lo que estoy viendo yo, o me he vuelto loco de remate?
—Lo veo —musitó el gato— y te felicito de corazón. Para ser un cuervo viejo, casi pareces elegante.
Jacobo agitó sus flamantes alas y gritó entusiasmado:
—¡Hurraaa! Ahora no me duele absolutamente nada. Me siento como recién salido del nido.
Sarcasmo y Tirania miraban perplejos al cuervo. Tenían el cerebro demasiado obnubilado para comprender lo que pasaba.
—¿Có… cómo? —murmuró la bruja—. ¿Qué… qué tonterías está haciendo ese, ¡hip!, estúpido pájaro? To… do es una equivocación.
—Túa Tatitata —sonrió el mago—, habrás hecho algo mal, ¡hip! Siempre confundes todo. Eres un poco chapucera, vieja. Ahora te voy a enceñar cómo hace esas cosas, ¡hup!, un verdadero experto. Fíjate.
Se echó al coleto una copa entera y murmuró confusamente:
Ponche che chos ponches, cumple miz checheos:
¡Transfórmate en un gato apuesto,
de cuerpo sano y peripuesto!… ¡Hip!
Deseo que te cambie la voz,
¡conviértete en un gran tenor!
Félix, que un instante antes estaba gravemente enfermo y apenas podía emitir un solo sonido, sintió súbitamente cómo su lamentable figura, pequeña y obesa, se erguía, crecía y adquiría el tamaño de un gato elegante y musculoso. Ahora su piel no era ridículamente estampada, sino blanca como el jazmín y suave como la seda, y sus bigotes no habrían desentonado en un tigre.
Carraspeó y, con una voz que de pronto sonó tan fuerte y armoniosa que él mismo quedó al instante hechizado por ella, dijo: