Tomó un café y lentamente comenzó a ascender las escaleras. A su lado la gente continuaba charlando acerca de los más diversos asuntos. Dos o tres veces le pareció oír las frases «estado de emergencia», «¿has visto a los guardias?», pero continuó su camino murmurando para sí: ¡qué me importa todo esto!
De este modo trataba de convencerse a sí mismo de que no sentía ningún deseo de enterarse de nada, ni siquiera por simple curiosidad; sin embargo, una vez sentado ante su mesa, se dio cuenta de que esperaba con impaciencia el regreso de su vecino.
Éste apareció por fin en la puerta. Sus propios andares denotaban que traía novedades.
—Parece que ha sido un sueño la causa de todo —susurró apenas se acercó.
—¿La causa de qué?
—¿Cómo de qué? Del infortunio de los Qyprilli.
—¡Ah! ¿De modo que es verdad?
—Si. Está confirmado. Han recibido un duro golpe. Oh, Dios, como si lo hubiera presentido. Ayer tarde ya se notaba en el ambiente…
—¿Y qué sueño era ése?
—Un sueño extraño, enviado por un vendedor de verduras. Hum, a primera vista parecen siempre las cosas así, inofensivas, cuestión de verduras, de campos de hierba, pero después resulta que detrás se oculta el desastre. Éste era un sueño de ésos, un sueño con un puente y una flauta, o un violín, o no sé qué instrumento musical.
—¿Un puente, un instrumento musical…? —murmuró Mark-Alem—. ¿Y después? ¿Qué más había?
—También un animal rondando, pero lo principal era el puente con el violín ¿me comprendes?
Sintió como si le aplastara el pecho una pata de elefante. Era precisamente aquél maldito sueño que había pasado dos veces por sus manos.
—Pero ¿qué te pasa? —le preguntó su vecino—. Tienes aspecto de no encontrarte bien.
—No es nada. Ayer estuve indispuesto. He estado vomitando toda la noche.
—Se te nota enseguida. De modo que, ¿por dónde iba?
—El sueño ése.
—¡Ah sí! pues ésa fue la señal. Se descifró el significado y la conclusión fue evidente. Se vinculó el puente con el nombre de los Qyprilli, me entiendes, Qypri o Koprü significa puente, de donde se estableció la relación, después el ovillo se desenredó por sí solo.
¡De modo que así había sido! Sintió que se le secaba la boca. Recordó que entonces se había esforzado en vano por establecer una relación entre el puente y el toro enfurecido, que representaba sin lugar a dudas una fuerza destructiva, y así había clasificado el sueño en el cartapacio de los sueños sin descifrar.
Ahora que otro lo había desentrañado, con tanto éxito además, quizá le pidieran cuentas por no haberlo logrado él mismo. Sospecharían que lo había hecho intencionadamente, para borrar el rastro: era lo más natural ¿no era él un Qyprilli? Podía esgrimir en su defensa el hecho de que mientras estuvo en Selección, bien podía haber hecho desaparecer el sueño y, sin embargo, lo había transmitido a Interpretación. Mas ello no le impedía temer seriamente que sus explicaciones fueran a parar a oídos sordos.
—Además, estaba ese violín, o no sé qué instrumento musical —continuó su vecino—, que parece guardar relación con una epopeya que se canta en los Balcanes sobre los Qyprilli. Pero oye, ¿a ti qué te pasa? ¿Otra vez te encuentras mal?
Mark-Alem asintió con un gesto, incapaz de hablar. Más con el propósito de desviar la atención de su compañero de mesa que de escucharlo, le hizo señas de que continuara. Mencionada la epopeya se había esfumado la última esperanza de que todo fuera producto de su fantasía. La detención de Kurt, los rapsodas asesinados eran la prueba de que la epopeya estaba verdaderamente de por medio y que el sueño había sido la causa del desastre. Le parecía ahora claro como la luz del día: los Qyprilli (el puente), por medio de su epopeya (el instrumento musical) emprendían una acción contra el Estado (el toro enfurecido). ¿Cómo no se le había pasado por la cabeza antes? Tuvo en sus manos la posibilidad de evitar la matanza y no había hecho nada. La cena con el Visir, sus confusas advertencias de que se mantuviera alerta, no habían sido casuales, pero fue incapaz de captar la señal, se durmió sobre sus legajos y la fatalidad se había abatido sobre los suyos.
—¿Te encuentras mejor ahora?
—Sí. Algo mejor.
—Estupendo. No te preocupes, se te pasará. Resulta entonces que esa epopeya era la vieja causa de las fricciones entre los Qyprilli y el Soberano. No en vano los partidarios de la familia llevaban largo tiempo aconsejándoles que renunciaran a esa epopeya. Bien, pues ellos se negaron a escucharlos, aun a sabiendas de que por su causa habían sufrido frecuentes desgracias. Y todavía hay más: como si la canción de gesta eslava no fuera suficiente, habían invitado también a unos rapsodas albaneses, ¿te das cuenta? ¡Madre mía! Se habían cavado ellos mismos la fosa bajo sus propios pies. Fue precisamente eso lo que provocó la ira del Soberano. Está muy apesadumbrado. Ha decidido ponerle fin a esta historia de una vez y para siempre, y arrancar de raíz esa epopeya maldita. Incluso parece que se ha designado a un grupo de funcionarios que van a ser despachados con urgencia a los Balcanes con ese cometido, especialmente para hacer desaparecer la epopeya albanesa, pues por lo visto era el núcleo originario a partir del cual se extendió la semilla dañina.
—¿Ah, sí? —exclamaba Mark-Alem una y otra vez, mientras se decía: ¿cómo habrá podido enterarse de todo eso?
—¿Estás mejor ahora? Te lo dije, se te pasará. ¿Qué estaba diciendo? Ah, sí, además de eso y con motivo del extraño acontecimiento, se espera un deterioro de las relaciones con Austria y, en cambio, un acercamiento con Rusia. Anoche, en la recepción oficial, el embajador ruso apenas lograba ocultar su satisfacción.
Mark-Alem recordó la expresión aterrada del hijo del cónsul austriaco en la cena. ¡Oh, Dios, resulta que todo es verdad!, se dijo y sin embargo le susurró a su vecino:
—¿Y qué pinta Rusia en relación con esas epopeyas funestas?
—¿Qué pinta Rusia? Bueno, también yo me hice esa pregunta, pero las cosas son más complicadas de lo que aparentan, amiguito. No son meros asuntos de versos y de banquetes como pueden parecerte a primera vista. Si así fuera, nuestro Soberano ni siquiera se rebajaría a perder el tiempo con ellos. Así pues, las cosas son complejas, y mucho. Todo guarda relación con el asentamiento y desplazamiento de pueblos en los Balcanes, con la proporción entre los pueblos eslavos y no eslavos, como es el caso de los albaneses; en una palabra, está en juego el mapa de los Balcanes. Porque esa epopeya, según ya te he dicho, se canta en dos lenguas: en albanés y en eslavo, de modo que está directamente vinculada con cuestiones de fronteras étnicas en el interior del Imperio. Eso pensaba también yo al principio: ¿qué tiene que ver Austria, y mucho menos Rusia, en esta historia?, pues ya ves, están implicadas tanto la una como la otra. Austria defiende a los pueblos no eslavos; en cuanto al padrecito Zar, como llaman los eslavos al emperador ruso, interviene de forma constante ante nuestro Sultán sobre la situación y condiciones de los pueblos de su raza. Por todas partes tiene gente que le informa. Y esa epopeya está vinculada precisamente con las relaciones entre los pueblos de los Balcanes. Dicen que los rapsodas albaneses fueron asesinados allá en la casa de los Qyprilli, y sus instrumentos musicales despedazados junto con sus dueños. ¿Te sigues encontrando mal?
Mark-Alem tenía los ojos entornados.
—No te preocupes. Ya se te pasará. Yo también he padecido molestias de esa clase… Pues así son las cosas, amigo, siempre más complejas de lo que parecen. Nosotros aquí nos creemos que sabemos algo, cuando en realidad no conocemos más que unos cuantos sueños, pura niebla…
Continuó hablando durante cierto tiempo, después su parloteo se fue tornando cada vez más quedo, hasta que se redujo a un susurro dirigido a sí mismo. El cerebro de Mark-Alem no cesaba de darle vueltas a cuanto había escuchado. ¡Ah, si hubiera hecho desaparecer el sueño ya entonces, en Selección, como se aplasta la cabeza a una víbora antes de que crezca!… Pero lo había dejado escapar, reptar de cartapacio en cartapacio y de departamento en departamento, creciendo y acumulando veneno, hasta terminar por convertirse en un Sueño Maestro. El remordimiento le roía el pecho sin piedad. Una y otra vez se esforzaba por tranquilizarse a sí mismo: puede que el sueño hubiera encontrado de todos modos el camino para llegar donde debía, ya que clanes tan poderosos, incluso estados extranjeros estaban interesados en que así fuera. Además, aun cuando el sueño hubiera sido en verdad eliminado, ¿no podía… fabricarse otro? ¿No le había dicho el Visir casi abiertamente que se fabricaban toda clase de sueños, incluso los Sueños Maestros? No, había obrado bien evitando mezclarse en aquella historia, bien y cien veces bien. Podía hacerse después una investigación minuciosa, descubrir a quien había hecho desaparecer el testimonio y entonces el castigo (que incluso ahora lo asustaba), habría caído con todo su horror no sólo sobre él sino sobre toda su familia. Ésta era quizá la razón de que el Visir no le hubiera dado instrucciones precisas sobre lo que debía hacer. Por lo visto, también él vacilaba, ni él mismo estaba seguro de cuál era la conducta apropiada. ¡Oh! se quejó Mark-Alem para sus adentros. ¡Qué falta me hacía a mí este trabajo maldito!
—Hoy se espera que lleguen las felicitaciones oficiales —escuchó la voz de su vecino.
—¿Felicitaciones? ¿Por qué?
—¿Cómo que por qué? Por el sueño que fue el origen de todo, desde luego. Qué aturdido estás, Mark-Alem. ¿De qué estábamos hablando hasta ahora?
—Ah, sí, sí… —suspiró Mark-Alem.
—Pero bueno, estás disculpado. Hoy no estás bien de salud. Olvídalo… Los de Selección ya han sido felicitados por la mañana temprano. Seguramente también lo hayan sido los demás departamentos, empezando por Recepción, y puede que hasta haya salido ya la felicitación, junto con la gratificación correspondiente, para ese vendedor de verduras. Una sola cosa me intriga y no alcanzo a comprender: ¿por qué se retrasa tanto la felicitación para el departamento de Interpretación?
—¿Se está retrasando?
—¿No te hablaba de cierto nerviosismo que se apreciaba por la mañana? Ahí lo tienes, quizá ésa sea la razón: la tardanza de las felicitaciones.
—¿Y por qué será?
—Vete a saber —continuó el otro—. Llevo un buen rato observando al jefe. Está inquieto. ¿No te lo parece a ti también?
—Sí —respondió Mark-Alem.
—La verdad es que tiene motivos. Si se trata de felicitaciones, Interpretación las merece antes que nadie. A menos que…
—A menos que se haya dado una interpretación errónea.
—Pero entonces, ¿cómo es posible que se haya rectificado la interpretación del sueño? No existe ningún otro departamento que se ocupe de eso además de Interpretación. Los del Sueño Maestro se limitan a elegir, ¿no es así?
—Tienes razón —dijo su vecino un poco sorprendido de que Mark-Alem experimentara aquel repentino interés—. La verdad es que resulta difícil imaginar nada semejante. Pero bueno, tampoco el retraso de las felicitaciones tiene explicación alguna.
Durante un rato ambos se sumergieron en sus legajos. Ni uno ni otro llegaba a entender nada de lo que leía. ¡Si supiera que soy un Qyprilli!, pensaba Mark-Alem. Sin embargo, tarde o temprano llegaría a enterarse, lo mismo que su jefe, quien sin duda ya estaba informado aunque no diera muestra alguna de ello, incluso ahora que la desgracia de los Qyprilli constituía el tema del día. Mas puede que él tuviera hoy sus propias preocupaciones. Más adelante seguro que lo mirarían de otro modo, si es que no lo apartaban pura y simplemente de aquel trabajo.
—Llaman otra vez al jefe —murmuró su vecino—. Está lívido, ¿lo ves?
—Lo veo —dijo Mark-Alem.
—Ya te lo decía yo. No podía ser una buena señal eso de que no llegaran las felicitaciones. Ahora está claro que no las va a haber, ahora todo consiste en que no haya…
—¿Qué? —preguntó Mark-Alem con un hilo de voz.
—Todo consiste en si habrá o no sanciones.
—¿Tú crees? Pero, ¿por qué… por qué?
Una llama de esperanza comenzó a agitarse en el interior de Mark-Alem. Pero era tan tenue que temía que fuera a apagarse de un momento a otro.
—Vete a saber por qué. No hay quien entienda nada.
Se estaba poniendo visiblemente nervioso. La idea de que algo estaba sucediendo sin que él lograra enterarse, le resultaba, a juzgar por las apariencias, inaceptable. Su cabeza se volvía con movimientos impacientes hacia la puerta interior por la cual había salido el jefe y hacia la que daba al corredor.
—Algo está sucediendo. Eso no hay quien lo dude. Es terrible, terrible —murmuraba.
Era tan visible su excitación que no sabía si era terrible lo que sucedía o el hecho de que él no pudiera enterarse.
Nunca había deseado tanto Mark-Alem que las palabras del vecino fueran ciertas. Él, que había evitado a toda costa cualquier conversación que comenzara con las palabras «has oído, algo pasa», rogaba ahora desde lo más profundo de su corazón que sucediera algo en verdad. Si la felicitación por el maldito sueño no llegaba, si, por el contrario, se confirmaba la existencia de sanciones, significaba que la situación podía haber experimentado un giro en las últimas horas… Interrumpió el hilo de sus optimistas conjeturas con un miedo supersticioso a que, por el hecho de pensarlas, pudieran frustrarse. Por otra parte ¡parecía tan improbable un milagro así!
—Salta a la vista, hay que estar ciego para no verlo —murmuró su vecino con voz silbante, casi colérico, como si Mark-Alem se opusiera a que sus suposiciones se confirmaran.
Entre las mesas, los empleados cuchicheaban unos con otros, mientras los que trabajaban junto a las ventanas estiraban el cuello para mirar hacia el exterior. Por lo visto, parte de lo que estaba sucediendo había logrado penetrar hasta allí.
Mark-Alem evocó los carruajes marcados con la
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, que vagaban como dementes a través de la noche y, por primera vez, creyó en serio que en efecto algo había sucedido después de los acontecimientos presenciados por él. El Visir no había permanecido de brazos cruzados. Aquella salida furiosa del salón cuando todo hubo terminado, su ascenso por las escaleras como un sonámbulo, eran presagios de su respuesta. Después la carroza que había partido hacia algún lugar atravesando la noche, los carruajes que su madre y él habían encontrado entre las tinieblas, sin saber a dónde iban o de dónde volvían. ¡Dios mío, si fuera verdad!