En vez de promover juicios, el
PAN
ha protegido a los corruptos. En vez de democratizar a los medios ha optado por doblegarse ante ellos. Y por ello Acción Nacional es corresponsable del regreso de lo peor del
PRI
porque no lo detuvo a tiempo. No lo paró a tiempo. No lo denunció a tiempo. Como ha escrito Jorge Castañeda: “¿Si el
PAN
va a gobernar como lo hizo el
PRI
—perpetuando privilegios y empoderando élites y construyendo clientelas— para qué seguir apoyándolo? Ya muchos mexicanos comienzan a pensar, ‘pa’ priístas en el gobierno, pues mejor el
PRI
”.
El
PRI
tiene más gubernaturas, más recursos, más unidad, más disciplina y más hambre que en la última elección presidencial. El
PRI
está mejor posicionado para ganar y el
PAN
ha ayudado a que eso ocurra. En el poder, Acción Nacional pasó más tiempo definiendo cómo repartir posiciones que pensando cómo ganarlas. En lugar de ampliar su base electoral disminuyendo las barreras de entrada al partido, decidió elevarlas. En lugar de hacer política con y para la ciudadanía, se refugió en las burocracias partidistas. El
PAN
no ha aprendido a hacer política de cara a los ciudadanos. Sigue apostando a la política de pasillos de poder, a las cuotas entre camarillas, a los acuerdos cupulares, a la popularidad presidencial, a los métodos priístas. A formas de actuar y de pactar que evidencian a un
PAN
—hasta ahora— incapaz de crear e instrumentar nuevas formas de involucrar a los ciudadanos y fomentar su participación.
Desde hace más de una década, el reto para el
PAN
—según sus dirigentes— ha sido ganar el poder sin perder el partido. Participar en la política sin perder los principios. Optar por el pragmatismo necesario o refugiarse en el purismo seguro. Cada vez que el
PAN
gana la presidencia, padece una crisis de identidad; se enfrenta a un dilema hamletiano. ¿Ser partido en el poder o ser partido que lo critica? ¿Ser gobierno que se ensucia las manos o fuerza política que se rehúsa a hacerlo? ¿Ser una organización de masas o una coalición de élites? ¿Ser un partido
catch-all
que gobierna en el centro del espectro político o ser un partido que se desliza hacia la derecha? La crisis de identidad se convierte en la huella dactilar de un partido que sabe cómo ganar la presidencia, pero aún debate cómo comportarse y gobernar al país.
Y lo hace mal. En gran medida la resurreción del
PRI
surge de la urgencia negociadora del gobierno de Felipe Calderón y su imperiosa necesidad de llegar a acuerdos para presumir que los obtuvo. Pero es precisamente esa urgencia panista la que ha alentado el jugueteo priísta y el chantaje constante de sus líderes. La que ha propiciado el golpeteo políticamente redituable de Manlio Fabio Beltrones a Vicente Fox y a Felipe Calderón, ante el cual los panistas —durante mucho tiempo— no hicieron más que callarse por miedo a sabotear las negociaciones en curso.
Ya en la presidencia los panistas le apostaron demasiado a los acuerdos con el
PRI
en el Congreso, y al empujarlos como lo hicieron perdieron margen de acción. Todavía hace apenas unos meses, asesores gubernamentales de alto nivel se vanagloriaban de las reformas aprobadas durante el ultimo sexenio. “Somos el gobierno más exitoso que ha tenido México en diez años porque logramos sacar reformas por consenso, aun en un gobierno dividido”, aseguraban. Pero lo que jamás entendieron los artifices de la estrategia calderonista, es que el electorado no iba a premiar al
PAN
tan sólo por llegar a acuerdos si no tenían un impacto importante sobre el crecimiento económico y el empleo.
Las reformas de Felipe Calderón no lograron cumplir con esos objetivos por la forma en la cual fueron negociadas y todo lo que se cedió en el camino para lograr su aprobación. Como ha escrito el economista y premio Nobel, Paul Krugman: “Uno podría pensar que la mitad de un pedazo de pan puede ser visto como mejor que la ausencia de pan; pero no es así si medidas a medias acaban desacreditando o diluyendo todo el plan reformista. No vale la pena tener una reforma si se obtiene haciendo tantas concesiones que acaba por condenarla al fracaso.” Y eso es lo que ha ocurrido con la reforma fiscal y la reforma energética del calderonismo. Poco o casi nada a cambio de lavarle la cara al
PRI
y ahora presenciar su fortalecimiento.
Por ello ahora que el
PRI
denuncia el fracaso del
PAN
, en cierta medida tiene razón. Los aprendices incipientes son fustigados por los maestros experimentados. Los panistas han fracasado en el intento de gobernar como lo hacían los priístas. Los panistas han fracasado en su intento por adaptarse a las reglas de instituciones que el
PRI
torció. Los panistas no han logrado pactar eficazmente con los narcotraficantes; no han logrado comprar eficazmente a los líderes sindicales; no han logrado beneficiar eficazmente a los grandes empresarios; no han logrado ocultar eficazmente los negocios que han hecho en su paso por el poder; no han logrado combatir eficazmente la impunidad porque también se volvieron cómplices de ella. Gracias al
PRI
el país padeció tantos años de mal gobierno. Gracias al
PAN
es probable que la historia se repita.
Este escenario también es producto de la disfuncionalidad del
PRD
y de una izquierda que todavía no sabe qué hacer consigo misma o con Andrés Manuel López Obrador. Alguien que en el 2006 fue irremediablemente combativo, confrontacional, anti institucional. Alguien que durante ese proceso electoral fue invariablemente atávico, testarudo, conservador, contumaz. Alguien cuyas posturas poco claras —y con frecuencia contradictorias— han inspirado una desconfianza que será difícil, si no imposible, remontar. Alguien que metió a la izquierda en un callejón del cual le está resultando muy difícil salir.
Para quienes piensan —pensamos— que México debe tener una izquierda funcional, pocas cosas tan tristes como contemplar la tragedia de su auto sabotaje. Las heridas que se ha infligido a sí misma desde la última elección presidencial. El papel suicida que la izquierda dividida se ha empeñado en jugar. El
PRD
y el
PT
y Convergencia atrapados en una lógica de confrontación constante, transformados en propulsores de su peor adversario: el Partido Revolucionario Institucional. López Obrador convertido en promotor involuntario del regreso del
PRI
. López Obrador responsable, sin sopesarlo siquiera, de una regresión a la cual ha contribuido.
Tomando decisiones equívocas —una y otra vez— que minan su posición política y fortalecen las del contrario; haciendo declaraciones que le restan apoyos y se los transfieren a quienes desea debilitar pero termina por apuntalar; negando la legitimidad de las alianzas
PAN-PRD
aunque se han vuelto la única forma de parar al
PRI
.
AMLO
como conductor contraproducente; como actor auto-destructivo; como político paradójico que encabeza una izquierda empecinada en empoderar al priísmo. Una izquierda lopezobradorista que en lugar de actuar como contrapeso eficaz al
PRI
redivivo, explica su avance.
Y si López Obrador no entiende esto, ojalá que otros miembros de la izquierda mexicana sí sean capaces de hacerlo. Ojalá comprendan que el proyecto de nación que
AMLO
sigue proponiendo es demasiado estrecho, demasiado excluyente, demasiado monocromático. El país que quiere gobernar donde sólo hay cabida para los pobres. El candidato que nunca ha dicho lo que hará por las clases medias y cómo fomentará su expansión. El redentor que ofrece aliviar la pobreza pero no explica cómo va a crear riqueza. El líder social que no sabe cómo ser político profesional. Que no entiende la necesidad de deslizarse hacia el centro del espectro político y liderar una izquierda moderna y propositiva desde allí. Incapaz de aprender que precisamente eso llevó al poder a Tony Blair y a Ricardo Lagos y a Felipe González y a Michele Bachelet y a Lula. La transformación del agravio histórico en propuesta práctica. La reinvención del resentimiento en planteamiento. El combate a la desigualdad con medidas para asegurar la movilidad. Pero López Obrador no quiere o no puede pensar de esa manera.
Éste es un diagnóstico desolador para quienes creemos que México necesita una izquierda encabezada por líderes modernos que entienden los imperativos del crecimiento económico y la globalización. Una izquierda capaz de remontar la intransigencia que fortalece al priísmo en vez de frenar su avance. Una izquierda que sea acicate del cambio progresista y no pretexto para la restauración conservadora. Una izquierda con ideas viables y no sólo posiciones morales. Una izquierda que sepa hablarle a las clases medias en lugar de alienarlas. Una fuerza política que sepa ser oposición y también opción viable de gobierno, porque el país necesita ambas.
Todo aquello que explica la razón de ser de la izquierda mexicana sigue allí. La pobreza y la desigualdad y la corrupción y la justicia discrecional y la concentración de la riqueza y la postergación de soluciones para distribuirla mejor. El país de privilegios y de quienes no quieren perderlos es real. Existe. Consagrado en los evasores de impuestos que no quieren comprometerse a pagarlos. En los contratos otorgados de manera discrecional bajo el arropo de “la normatividad existente”. En ese neoliberalismo mal instrumentado que preservó en vez de transformar. En las privatizaciones que transfirieron monopolios públicos a manos privadas y no los desmantelaron. En los bonos discrecionales y los sueldos desorbitados y la rapacidad de quienes trabajan para el Estado pero se embolsan partes de él. Por ello, los de abajo siguen siendo los de abajo, los de arriba siguen siendo los de arriba, los de en medio siguen luchando para quedarse allí. Pero la izquierda parece estar demasiado ocupada peléandose consigo misma y denunciando al sistema para pensar en cómo mejorarlo.
Si quiere influir y no sólo vetar, la izquierda debe reflexionar. Debe reconsiderar. Debe entender que si continúa comportándose como lo ha hecho en los últimos años, no hará de México un país más justo sino más priísta. No hará de México un país más equitativo sino más reaccionario. Y no empoderará a los desposeídos sino al partido responsable de un sistema que los excluye. Y si López Obrador sigue empeñado en convertir al
PRD
en promotor de la priízación del país, ojalá que los progresistas de México no se lo permitan. Sería una paradoja trágica que la izquierda continuara pavimentando la ruta que el
PRI
usa para rebasarla.
Porque mientras el panismo se encoge y la izquierda se suicida, el
PRI
lleva los últimos años reorganizándose a nivel estatal y local, ganando posiciones en la periferia con la esperanza de reconquistar la presidencia. Aprovecha el descrédito del
PAN
y el canibalismo del
PRD
para recuperar el terreno que le fue arrebatado en las elecciones presidenciales del 2000 y del 2006. Y a diferencia de las divisiones que lo llevaron a perder, el
PRI
ahora despliega la disciplina que necesita para ganar. Ha dejado de ser el partido que no sabía cómo actuar y no sabía en qué dirección debía marchar. El momento de pasmo después de la derrota del año 2000, marcado por los enfrentamientos constantes y las recriminaciones incesantes, parece haber quedado atrás. De hecho, hemos presenciado en el
PRI
la virtual eliminación de los conflictos internos, por lo menos a nivel de los medios masivos de comunicación. Hoy el
PRI
disfruta los beneficios asociados con la resurreción de la “línea”. A pesar de los pleitos personales y las divergencias ideológicas los priístas se unen bajo una sola consigna y es la de ganar elecciones. Como dice uno de sus dirigentes: “Optamos por ser un partido capaz de competir y ganar.” Hoy la fuerza del
PRI
no está en la dirigencia del partido sino en los coordinadores del partido en el Congreso y en las gubernaturas de los estados.
Para la gran mayoría de los priístas, la candidatura de Enrique Peña Nieto ofrece la salvación. Ofrece reconquistar la República y lo va logrando. Promete el regreso a los viejos modos, a las viejas maneras, a la forma de vida que fue y que a tantos benefició. Augura la restauración y hay millones de priístas cansados de vivir a la intemperie y fuera del presupuesto. A lo largo del país el
PRI
regresa no necesariamente por lo que ofrece sino por los vacíos que llena. Regresa por
default
, regresa con líderes desacreditados, regresa porque puede. Utiliza todos los mecanismos tradicionales a su alcance: el dinero, la intimidación, la movilización clientelista, los niveles bajos de participación. Reproduce el modelo con el cual ganó en el Estado de México con Enrique Peña Nieto por todo el país. Y con ello manda un mensaje: para volver, el
PRI
no necesita modernizarse. Puede seguir siendo como siempre ha sido y aún así ganar.
El
PRI
no cambia porque ni el
PAN
ni el
PRD
se lo han exigido. El
PRI
no evoluciona porque nadie le ha pedido que lo haga. El
PRI
no limpia su propia casa porque dice que la del vecino está igual de sucia. El pragmatismo inescrupuloso de los priístas refleja el que también despliegan sus contrincantes. El
PRI
se nutre de la complacencia con la corrupción cuando es compartida; una tendencia que se refuerza cuando el propio gobierno y la izquierda misma no la combate. El
PRI
pre-moderno sigue allí porque el país que gobernó durante tanto tiempo también sigue allí. El pequeño priísta que muchos mexicanos cargan dentro todavía vive y el
PAN
y el
PRD
se encargan de proveer alimentos para su manutención.
Con su comportamiento contraproducente, el
PAN
y el
PRD
no han hecho más que empoderar al enemigo cuya contención fue el motivo fundacional que los llevó a constituirse como partidos.