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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (23 page)

BOOK: El ojo de la mente
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Después de secar sus ropas junto a la hoguera permanente y vestirse, Luke se sentía casi bien. Pero el cuello le seguía doliendo en el punto donde los dedos inflexibles del coway le habían apretado.

Pasaron grandes bandejas con alimentos de aspecto exótico alrededor de una serie de círculos concéntricos trazados en torno a la charca. Los visitantes fueron agasajados con danzas sin fin, tolerables a pesar de la música rítmica y doliente gracias a los saltos y y movimientos realmente sorprendentes de los elásticos artistas coway.

Halla dio su opinión sobre cada plato y explicó qué alimentos toleraba el organismo humano y cuáles rechazaba. Evidentemente, lo que servía para el hombre también era bueno para los yuzzem, aunque descubrieron un par de excepciones que les retorcieron el estómago, ninguna de ellas fatal.

Luke comió con ganas. Consideró que, en algunos casos, las evaluaciones de Halla eran muy equivocadas, pero consumió lo suficiente para satisfacer a sus ansiosos anfitriones.

Aunque gran parte de los alimentos se parecía al material aislante reelaborado del fuselaje de una nave con ala en forma de X, un par de las delicias de los gourmets subterráneos eran realmente exquisitas. Intentó concentrarse en esos manjares. En realidad, comió mucho más de lo que pensaba. Aunque de origen desconocido, los platos que le ofrecían eran frescos. Y constituían un cambio conservador de la dieta permanente de concentrados gracias a la cual Leia y él habían subsistido.

Por su parte la princesa, que estaba sentada a su izquierda, parecía disfrutar enormemente de los entremeses. Evidentemente, sus sentimientos respecto de la superficie de Minaban no se extendían a la crítica de sus habilidades artísticas.

Una pregunta provocó una respuesta sorprendente.

—Ésa es una de las cuestiones que está tan mal dentro del Imperio, Luke —comentó Leia entusiasmada—. Su arte se ha vuelto tan decadente como el gobierno. Ambos sufren la falta de vitalidad creadora. No fue la política sino esa vitalidad creadora lo que me condujo, al principio, a la Alianza. Es probable que políticamente fuera tan ingenua como tú.

—No lo comprendo —aseguró Luke secamente.

—Luke, mientras vivía en el palacio de mi padre me aburría terriblemente. El análisis de las razones por las que nada me divertía me llevó a descubrir que el Imperio había anulado todo pensamiento original. Los gobiernos totalitarios establecidos desde hace mucho tiempo temen todo tipo de expresión libre. Una escultura puede ser un manifiesto, una opinión por escrito puede convertirse en un grito de rebelión. De la estética corrompida a la política corrupta había un paso muy pequeño que la mayoría de las personas que me rodeaban ya habían descubierto.

Luke asintió: realmente le hubiera gustado comprender. Quería hacerlo porque, evidentemente, lo que la princesa acababa de decir era muy importante para ella.

Escogió una fruta pequeña de la bandeja que estaba más cerca de él, fruta parecida a una diminuta calabaza rosada. Dio un mordisco. Un jugo azul manchó su pechera y provocó la risa de Halla y la princesa.

No, reflexionó, probablemente nunca comprendería del todo a la princesa.

—¿Qué espera de un muchacho campesino poco instruido? —murmuró y se rió de sí mismo.

—Creo que en cuanto muchacho campesino poco instruido, eres uno de los hombres más complejos que conozco —respondió delicadamente la princesa sin mirarle.

La música y los cantos primitivos se perdieron en el fondo mientras se volvía sorprendido hacia ella.

Como un lanzamisiles que vigila a su presa, los ojos de Luke se posaron en los de Leia. Se produjo una breve y muda expresión antes de que ella apartara rápidamente la mirada.

Pensó con denuedo en algo en que apenas se había atrevido a pensar durante varios años y volvió a morder la fruta, esta vez con más cuidado.

Súbitamente abrió la mano como si hubiese recibido un disparo. El bulbo rosado cayó al suelo mientras Luke se erguía con los ojos abiertos y fijos. La princesa se levantó e intentó descubrir el significado de su expresión boquiabierta.

—Luke… ¿Qué ocurre?

Luke dio un par de pasos inseguros.

—Muchacho, ¿fue la fruta? —preguntó Halla que también parecía preocupada—. ¡Muchacho!

Luke parpadeó y se movió lentamente hasta mirar a todos.

—¿Qué?

—Amo Luke, estamos preocupados. Usted…—

—Threepio calló cuando Luke giró para mirar hacia el este.

—Él se acerca —murmuró y recalcó cada letra—. Está cerca, muy cerca.

—Luke, muchacho, será mejor que hables con sensatez o haré que Hin te ate y te administre algunas di—píldoras —dijo Halla—. ¿Quién se acerca?

—Percibí una agitación —susurró Luke a modo de respuesta—. Una profunda perturbación de la fuerza. Ya la había notado débilmente. La sentí con más potencia cuando asesinaron a Ben Kenobi.

Leia respiró aterrorizada y abrió desmesuradamente los ojos.

—No, otra vez él, no, aquí no.

—Leia, algo más negro que la noche agita la fuerza —dijo Luke—. El gobernador Essada debió de ponerse en contacto con él y lo envió aquí. Tendrá un interés especial en localizarnos, a usted y a mí.

— ¿Quién? —gritó Halla llena de frustración.

—Lord Darth Vader —musitó Leia, con voz apenas audible—. Un oscuro señor de Sith. Nosotros… ya nos conocimos —le temblaban las manos e intentó dejarlas quietas.

Un nativo que gritaba quebró el breve instante de desolada contemplación. La música cesó. Los bailarines interrumpieron sus saltos y piruetas que desafiaban la gravedad.

Los tres jefes se pusieron de pie y miraron al nativo que corría hacia los reunidos. El recién llegado cayó en brazos de un jefe. Pronunció un breve monólogo. Después el jefe soltó al mensajero coway jadeante, se volvió y gesticuló con desenfreno mientras transmitía a su pueblo la información del mensajero.

La consternación remplazó a la alegría entre los coway reunidos. Poco después el ordenado festín se había convertido en una algarabía, los nativos corrían en todas direcciones, agitaban los brazos peludos y abrían los ojos, presos del pánico. Olvidaron, pisotearon o volcaron la comida, los utensilios y los instrumentos musicales.

Después el jefe se acercó a los invitados y parloteó con Halla.

—¿Qué dijo?

Halla se volvió hacia Luke y los demás.

—Se acercan humanos. Humanos de cascara dura. Bajan por el pasadizo principal que conecta con la superficie. Por el camino que tomamos nosotros —estaba enfadada, furiosa—. Muchos humanos que transportan varillas de muerte. Ya han matado a dos coway que recolectaban alimentos cerca de la salida e intentaron huir.

—Soldados imperiales con armadura —murmuró Luke satisfecho—. Tiene que ser así, dado que percibí la otra presencia.

—¿Cómo pudo Vader descubrirnos aquí abajo? —inquirió la princesa—. ¿Cómo? —Luke escuchaba algo que ninguno de los demás podía oír, por lo que Leia se dirigió a Halla—. ¿Es posible que siguiera los rastros del reptador de los pantanos?

Halla analizó de mala gana esa situación imposible.

—Es posible, pero lo dudo. En muchos sitios flotamos por encima de la ciénaga y no pudimos dejar rastros.

Pero quizás un rastreador máximo pudo trazar un curso aproximado por la superficie y aprovechar las huellas que dejamos. De todos modos, parece increíble. Conozco todos los rastreadores de terreno imperiales y ninguno de ellos es tan competente.

—Aunque uno de ellos lo fuera —agregó la princesa—, ¿cómo pudieron ir desde el reptador inutilizado hasta la salida de la caverna de los coway? ¿Cómo se enteraron de que estábamos aquí abajo?

—Tal vez pensaron que una vez destruido nuestro reptador buscaríamos refugio bajo tierra —dedujo Halla—. Pero no comprendo cómo supieron que estábamos concretamente en esta cueva.

—Supongo que probablemente soy la causa —todos miraron a Luke—. Sin duda alguna, del mismo modo que percibí a Vader, él puede percibirme a mí. Ha tenido mucha más experiencia con la fuerza que yo, por lo que probablemente sus sentidos están más afinados. No hay que olvidar que fue discípulo de Obi—wan Kenobi

—miró hacia el túnel—pozo que conducía a la superficie de Mimban—. Viene a buscarnos.

Aunque no era posible que un androide se desmayara, See Threepio hizo una imitación convincente. Artoo regañó a su compañero.

—Artoo tiene razón, Threepio —agregó Luke—. El hecho de que te desconectes no ayudará a nadie.

—Ya… lo sé, señor —respondió el alto androide—, pero que un oscuro señor venga aquí… Basta con esa idea para que mis sensores se sobrecarguen.

Luke sonrió torvamente.

—Los míos también, Threepio.

Los otros dos jefes se reunieron con el tercer miembro del triunvirato coway y comenzaron a balbucir. Su chachara estuvo acompañada de innumerables gestos y muchos movimientos de manos. Luke tuvo la impresión de que muchos de los gestos y gran parte de la conversación se referían a los tres humanos que se encontraban cerca.

Al final los jefes giraron y miraron expectantes a Luke. Desconcertado, éste apeló a Halla para que le diera una explicación. Las palabras de la anciana no le gustaron demasiado:

—Dicen que, puesto que derrotaste a su campeón, eres el mayor guerrero presente.

—Tuve suerte —afirmó Luke honradamente.

—Ellos no entienden eso de la suerte —replicó Halla—. Sólo se atienen a los resultados.

Luke cambió de una posición a otra. Las miradas impertérritas de los tres jefes le hacían sentir profundamente incómodo.

—Bueno, ¿qué esperan que haga? No pensarán luchar, ¿verdad? ¿Hachas y lanzas contra fusiles energéticos?

—Quizá las diferencias tecnológicas sean enormes —intervino la princesa y le miró con atención—, pero yo no subestimaría a estas personas. Prendieron a dos yuzzem adultos sin artilugios complicados. No creo que un grupo de humanos lo hubiese hecho mejor. ¡Luke, además conocen los pasadizos y los túneles! Saben dónde están los sumideros opuestos al terreno sólido. La fuerza no es un fenómeno geológico… Quizá tengamos una posibilidad.

—Los coway tendrían menos problemas si negociaran —musitó Luke no muy convencido.

—Lo siento, Luke, muchacho —se disculpó Halla después de un breve diálogo con uno de los jefes—. Una invasión de fuerzas es distinta a la aparición de un par de vagabundos. Quieren combatir. Canu juzgará —

sonrió.

—Halla, me gustaría tener su confianza en la justicia aborigen.

—No te opongas a ella, muchacho. El viejo Canu se portó bien contigo, ¿no?

—Luke —suplicó la princesa—, no tenemos dónde huir. Tú mismo lo has dicho. Si Vader sabe que estás aquí, probablemente también está enterado de que estoy contigo y no se detendrá hasta que… —vaciló, carraspeó y continuó—. No se detendrá, Luke, aunque tenga que seguirnos hasta el centro de Mimban. Lo sabes. No nos queda otra opción. Tenemos que combatir.

—Nosotros, quizá —reconoció—, pero los coway no necesitan hacerlo.

—Combatirán al margen de lo que tú hagas, Luke —aseguró Halla—. Ya hemos afirmado que estamos en contra de lo que se propone aquí el consorcio minero. Los jefes quieren que demostremos que hablábamos en serio.

El cerebro de Luke era un hervidero de ideas. De vez en cuando, dos o tres ideas chocaban, creaban mayores confusiones mentales y le llevaban a desear únicamente un lugar bonito y sereno en el cual ocultarse.

Pero…

Estaba harto de huir.

Al reflexionar, comprendió que Leia y él se habían dedicado a huir desde que tocaron el suelo de Mimban.

Reparó en que Halla, Leia y los tres jefes coway esperaban ansiosamente una respuesta. La expresión de la princesa era insondable.

Naturalmente, tomó la única decisión que podía tomar…

En el frenesí posterior de los preparativos, Luke descubrió que los coway no estaban tan desvalidos como temía. Por ello no se sorprendió demasiado al saber que los nativos ya habían sufrido ataques anteriores desde arriba, tanto de los carnívoros depredadores como de otras tribus primitivas.

Luke se dio cuenta de que la mayor parte del tiempo observaba, admirado, los preparativos de los coway para contrarrestar la invasión humana en lugar de hacer sugerencias. Cumplían con su cometido con entusiasmo y un torvo deleite.

Luke se alegró tanto por su competencia como por su actitud. Su principal preocupación se mitigó ligeramente : el temor de que cientos de coway pudieran morir para defenderlos a él y a la princesa. Se sintió reconfortado al saber que compartían su ira por las figuras de trajes brillantes que llegaban desde arriba.

Gracias a la táctica utilizada por los imperiales, Luke comprendió que la princesa estaba demasiado furiosa para asustarse realmente. Intentó avivar su furia. Todo lo que le impidiera pensar en Vader valía la pena.

—Utilizan armas energéticas contra seres sensibles y primitivos —murmuró ultrajada—. Otra tosca violación de la primigenia constitución imperial. Otro motivo para que la Alianza siga combatiendo.

—Jovencita, los coway no tendrán buena opinión de tu exaltada forma de actuar —comentó Halla—ya que consideran que nosotros somos los primitivos. A juzgar por la manera que Grammel y sus acólitos se comportan con las razas locales, tengo que ponerme de parte de nuestros amigos de la subsuperficie.

Mientras los defensores preparaban su estrategia para el ataque inminente, Luke y la princesa se vieron reducidos a explicar las ventajas y limitaciones de las armas con las que probablemente se enfrentarían.

Al menos, musitó Luke, no todo serían hachas y lanzas. Levantó la pistola y gozó de su peso, que suponía una eficacia mortal. Era una de las armas que les habían quitado a Halla y a los yuzzem después de la captura y que ahora les devolvieron.

Hin se volvió rápidamente y entregó su fusil energético a la princesa. Explicó a Luke que se sentía más a gusto con el enorme hacha que los coway le habían ofrecido.

La actitud de Kee fue más civilizada y prefirió quedarse con el fusil. Quizá «civilizada» no fuera la palabra correcta.

Kee ayudaba a instalar una red cuando un potente crujido resonó como un rayo en el sinuoso túnel de la entrada. Según Halla, en ese momento los invasores se encontraban a mitad de camino entre la ciudad de la caverna y la salida a la superficie.

—Un fusil E—11 para la tropa —comentó con pericia la princesa mientras se apagaban los últimos ecos del disparo—, apertura de un cuarto de centímetro y fuego continuo pero de baja energía —intentó acomodar el arma pesada que Hin le había dado en una posición más práctica.

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