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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ciencia ficción

El ojo de la mente (25 page)

BOOK: El ojo de la mente
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—Bueno, maldición —murmuró suavemente, irritada consigo misma.

Dejó el fusil encima de la estalagmita, cogió la pistola y comenzó a bajar para volver a participar en el combate.

Pero ya no había combate en que participar. Cogidos totalmente por sorpresa, los soldados habían sido diezmados. Ahora los que quedaban, impotentes y desalentados, eran metódicamente abatidos por los coway triunfantes. Los que intentaban huir de la refriega eran alcanzados por los rayos bien dirigidos de Kee y Halla.

Leia vio que Luke caminaba con los ojos desmesuradamente abiertos en medio de la carnicería e intentaba convencer a los coway chillones y gritones de que no redujeran a los heridos a pedacitos. Inmerso en la náusea de la batalla, Luke se estremeció y la miró furioso cuando ella lo cogió del brazo.

—Olvídalo, Luke —le aconsejó cariñosamente—. Déjalos,

—Están matando a los heridos —gritó angustiado—. ¡Mírelos… mire lo que hacen!

—Sí, es casi humano —comentó—, aunque los imperiales habrían sido un poco más metódicos.

—¿Está de acuerdo con esto? —preguntó acusadoramente.

Ella no respondió, se limitó a mirarlo hasta que Luke hundió los hombros totalmente agotado y apenado.

—Lo siento, Luke —agregó suavemente—, pero en este universo hay muy pocas cosas que se eleven por encima de lo miserable y mezquino. Quizá las estrellas. Vamos —le propuso con una sonrisa estimulante—, busquemos a Hin, a Kee, a Halla y a los androides, y celebrémoslo.

—Vaya usted —le respondió y apartó el brazo autoritariamente pero sin rencor—. Aquí no hay absolutamente nada que yo desee celebrar.

Leia le siguió con la mirada mientras él se alejaba entre los restos de la batalla e ignoraba a los coway ocupados en la matanza, sumido en sus insondables pensamientos…

Capítulo XII

Cuando la última gota de sangre se convirtió en una corteza negra en el suelo de la caverna, los refugiados se reunieron para decidir qué harían.

Halla conversaba con los jefes coway.

—Dicen que los que escaparon dejaron un vehículo arriba, para vigilar la salida. Probablemente esperan que saltemos en las miras de sus armas.

—¿Existe otra salida? —preguntó Luke con desgana.

—Sí, muy cerca —uno de los jefes, sin prestar atención a su brazo terriblemente quemado, murmuró apremiantemente a Halla—: Quiere saber si pueden hacer algo por nosotros.

—Pueden mostrarnos la otra salida —informó Luke—. Ya han hecho bastante. Tenemos que darnos prisa.

Quizá ya nos hemos retrasado demasiado.

—¿Demasiado para qué? —preguntó la princesa con curiosidad—. Estaremos muy lejos de aquí antes de que Vader pueda regresar con refuerzos —se mostró pensativa—. No creo que hostigue a los coway. Somos nosotros y el cristal lo que quiere.

—De eso hablaba, Leia —replicó Luke preocupado—. No creo que Vader haya regresado a la ciudad —señaló con la mano—. Cuando abandonó mi mente o, mejor dicho, cuando la perturbación que genera en la fuerza desapareció de mi mente, viajaba en esa dirección. No iba hacia la ciudad, sino hacia el templo.

—Es ridículo —protestó Halla enérgicamente—. No tiene idea de dónde se encuentra el templo de Pomojema.

—Halla, a pesar de su lado oscuro, Vader está mucho más en armonía con la fuerza que yo. Probablemente puede percibir la perturbación natural del cristal. Será débil, pero alguien tan poderoso como Vader podría detectarla levemente. Y tiene más datos. Nosotros viajábamos en línea recta siempre que podíamos. Le bastará con rastrear a lo largo de esa línea y buscar el efecto del cristal cada vez que se desvía de su camino. No debe llegar al templo antes que nosotros —comenzó a subir por el túnel.

Leia se reunió rápidamente con él con el mismo paso angustiado.

Agitó el aire seco de la caverna con el puño cerrado.

—¡Lo tenía, Luke! Estaba allí a mi alcance y erré el disparo —siguió caminando y pensó en la ocasión que había tenido—. Estaba demasiado exaltada, demasiado nerviosa. No me tomé el tiempo suficiente e hice un mal disparo.

—Por lo que pude ver —replicó Luke algo celoso—, sus disparos fueron excelentes. Mejores que los que yo podría haber hecho.

Leia permaneció en silencio un instante y luego agregó con deferencia:

—Yo no podría haber sobrevivido a una lucha cuerpo a cuerpo tan intensa. ¿Quién te enseñó a utilizar así el sable de luz? ¿Kenobi?

Luke asintió con la cabeza.

—Todo se lo debo a ese anciano y, esté donde esté, él lo sabe —acarició serenamente la empuñadura del arma de su padre.

—Si alcanzamos a Vader —prosiguió la princesa—, y debemos hacerlo, necesitarás tu habilidad tanto con el sable como con la fuerza. ¡Si me hubiese tomado más tiempo!

Luke hizo callar a la princesa y a los demás. Se acercaban a la salida de la superficie.

La atmósfera pálida y brumosa se filtró hasta ellos. Incluso esa luz húmeda resultaba embriagadora después de tantos días bajo tierra, de desenvolverse en el resplandor de la vegetación anormal. Varios cuerpos yacían en el suelo, soldados imperiales cuyas heridas les impedían arrastrarse hasta la superficie.

Los dos coway que los habían acompañado les llevaron hasta una grieta de la pared. Ambos yuzzem gruñeron y tuvieron que hundir profundamente el pecho para pasar. Salieron tras una mata de espesa vegetación, como mínimo a veinte metros de la entrada principal. Uno de los coway señaló el emplazamiento del vehículo blindado que hacía guardia. Luke distinguió su forma achaparrada y el hocico que apuntaba directamente a la boca del túnel en que habían estado momentos antes. Se estremeció.

Los coway se despidieron con suaves barboteos y gestos extraños y desaparecieron por el agujero. Luke reptó boca abajo y abrió la salida para los que se encontraban detrás.

Cuando los cinco estuvieron en la superficie de Mimban, Luke giró para levantarse.

—¡Un minutito, Luke, muchacho! —murmuró Halla—. ¿Crees que podrás alcanzar a ese Vader a pie?

Luke se detuvo y volvió a mirar el silencioso reptador emplazado en la salida de los coway.

—Está bien, Halla, ¿qué hacemos? Estoy de acuerdo… necesitamos un transporte… Pero ocurre que ese reptador armado está lleno de soldados imperiales.

Halla estudió el vehículo.

—La portilla superior está totalmente abierta… es bastante grande para dos hombres. Veo dos… no, un soldado con la cabeza descubierta. Probablemente transmite información a los de abajo —la cabeza desapareció—. Se ha marchado. Deberíamos subir a las ramas que cuelgan encima del reptador.

—¿Y después qué? —preguntó la princesa—. ¿Saltamos hacia el interior?

—Escucha —protestó la anciana—, no puedo pensar en todo, ¿verdad? No sé… ¡Les lanzamos una carga antipersonal o algo por el estilo!

—Maravilloso —contestó burlonamente la princesa. Miró a Halla y después a Luke—. Bien, si vosotros dos, los magos, utilizáis la fuerza para evocar una lata de explosivos adecuada, me ofrezco como voluntaria para lanzarla —se cruzó de brazos y los miró inquisitivamente—. Personalmente, creo que no corro ningún riesgo al ofrecerme como voluntaria. ¿Luke?

Él no la miraba.

—Es verdad que carecemos de explosivos, pero contamos con algo parecido.

Leia giró, vio lo que Luke miraba y no le quedó más remedio que estar de acuerdo…

El sargento imperial había tenido la suerte de salir con vida de la emboscada subterránea y lo sabía. Si hubiese tenido arte y parte en el asunto, jamás habría enviado a sus hombres debajo de la superficie. En Mimban, siempre se sentía profundamente incómodo cuando tenía que abandonar la relativa familiaridad de las ciudades y aventurarse por el campo cubierto de ciénagas.

Había sido una batalla terrible, terrible. Los habían aplastado y prácticamente liquidado hasta el último soldado. Demasiadas cosas habían salido mal.

El resultado del combate se decidió en los primeros minutos, cuando la sorpresa total perteneció al enemigo. Cuando el destacamento comprendió que lo atacaban, tampoco respondió de la manera por la cual eran famosos los soldados imperiales.

A decir verdad, no podía culpar a los hombres. Estaban tan acostumbrados a ocuparse de los verdegayes pacíficos y serviles que la idea de un mimbanita combativo resultaba increíble para la mayoría. Y habían demostrado que no estaban preparados para hacer frente a la realidad.

Ahora, mientras vigilaba desde la portilla de proa la amenazadora boca de la caverna de la cual se había retirado con el resto de los supervivientes, sólo abrigaba un pensamiento. Conocía al capitán—supervisor y sabía que en cuanto el Oscuro Señor y él regresaran de su viaje, se organizaría una fuerza de represalia.

Retornarían con armas pesadas, meditó torvamente, y asarían la caverna hasta que todos, hombres, mujeres y nativos, quedasen convertidos en ceniza.

Se preguntó ociosamente a dónde se habían marchado con tanta prisa Grammel y el Oscuro Señor y se estremeció. No tenía el menor deseo de acompañar a esa forma espectral, alta y de negra armadura, a ninguna parte. Prefería pensar en la futura matanza que se desencadenaría en las madrigueras de los nativos. La visión mental de esa imagen favorable atenuó su llamada, generalmente brusca, al hombre apostado en la torreta abierta más arriba.

El soldado oyó la orden del sargento y giró para informar que no veía nada. Era una respuesta sincera y la última que el soldado pronunció en su vida. Al mirar hacia la parte inferior del reptador blindado, no divisó la bomba que cayó desde la gran rama de un árbol situado encima del vehículo.

De poco más de un metro y medio de altura, la bomba estaba cubierta por una piel corta y cerdosa.

Estalló encima del soldado y lo arrancó de la torreta. Eso abrió la abertura para que un segundo proyectil bípedo cayera de la rama envuelta por la bruma en el interior del vehículo. También estalló dentro de la zona dedicada al personal.

Luke, los androides, Halla y la princesa observaban desde cerca, ocultos por la densa vegetación. Oyeron un ronco retumbar cuando el reptador comenzó a moverse. Amortiguados por el metal y la distancia, de su interior surgían numerosos gritos y quejidos.

Halla parecía preocupada.

—Luke, muchacho, tardan más de lo que suponía. ¿Estás …seguro de esto?

Luke le dedicó una mirada confiada antes de volver a concentrarse en el reptador, que ahora trazaba curvas y círculos irregulares.

—Fue lo único que se me ocurrió —afirmó—. En diversos sentidos, si esto funciona es mejor que el empleo de un explosivo. En primer lugar, no dañaremos los instrumentos del reptador. Ningún humano puede soportar a un yuzzem en un lugar cerrado —señaló el vehículo que se movía espasmódicamente y agregó—: Dos yuzzem en un espacio tan reducido tienen que resultar irresistibles.

Varios segundos después, el reptador giró bruscamente a la derecha. Mientras avanzaba lentamente, chocó con un inmenso seudociprés. Una gruesa rama cayó del árbol sacudido. Al chocar con el reptador produjo un sonido metálico y resbaló hasta la tierra.

Luego reinó el silencio. El motor del reptador chirrió, se apagó gradualmente y al final se detuvo. Después de unos angustiosos momentos, Hin apareció en la abertura de la torreta, se esforzó por pasar y los llamó con los brazos.

—Lo lograron —observó Luke con sereno entusiasmo.

Los tres observadores abandonaron su escondite entre los matorrales y corrieron a través del terreno cenagoso. Las manos anchas y peludas se extendieron yara ayudarlos a subir por los costados de metal.

Hin gruñó algo ante Luke, que asintió solemnemente y se apartó.

—¿Qué pasa? —preguntó la princesa impaciente—. ¿Por qué no podemos entrar? —miró nerviosamente la vegetación silenciosa que los rodeaba—. ¿Puede haber rezagados escondidos por allí?

—Creo que no —respondió Luke—. Hin propone que miremos hacia otro lado mientras Kee y él limpian el reptador.

—¿Para qué? —inquirió—. He visto todo tipo de muerte y mucha recientemente.

Mientras hablaba, Hin se agachó y cogió los primeros restos de lo que quedaba de la tripulación del reptador, se irguió y arrojó el doble puñado por el costado. Estaba húmedo y resplandecía en el terreno mojado.

La princesa palideció ligeramente y apartó la mirada para contemplar con Luke los árboles cercanos. Pocos minutos después concluyó la limpieza espectral. Todos subieron al reptador.

Ni siquiera con la presencia de los dos yuzzem estaban apiñados. El reptador estaba diseñado para transportar diez soldados totalmente acorazados. Menos reconfortante fue la primera inspección que hizo Luke del tablero de mandos. Era más complejo que el de un caza con ala en forma de X.

—¿Sabe conducir esto? —preguntó Luke a Halla desconcertado.

La anciana sonrió mientras se deslizaba en el asiento del conductor sin prestar atención a las manchas de la almohadilla.

—Bueno, Luke, muchacho, puedo conducir todo tipo de máquinas de este mundo.

Se inclinó hacia adelante, estudió los instrumentos y tocó algo situado en el borde del volante del conductor.

El motor rugió, las luces parpadearon y el reptador salió disparado a toda velocidad hacia atrás hasta chocar con un par de árboles entrelazados. Se oyó un violento crujido y después dos estampidos atronadores y reverberantes, cuando los troncos cayeron encima del vehículo parado.

Cuando a Luke le dejaron de zumbar los oídos dirigió a Halla una mirada acusadora. Ella sonrió débilmente.

—Desde luego —explicó no muy convencida—, eso no significa que un poco de práctica no haría más placentero nuestro viaje —volvió a examinar los mandos y apretó los labios, concentrada—. Veamos de nuevo… ¡allí está, eso es lo que olvidé! —Volvió a tantear palancas y botones antes de activar el mando del borde del volante.

Con sacudidas y paradas espasmódicas, saltos y embestidas, el reptador se deslizó en medio de las brumas.

Excepto el piloto, los demás ocupantes del vehículo se sujetaron a lo más estable que encontraron. Luke se preguntó si los árboles que se alzaban delante estaban tan nerviosos como él…

—Lo siento, mi lord, lo siento muchísimo —el capitán—supervisor Grammel miró a Darth Vader desde su sitio en uno de los bancos descubiertos del amplio transporte de tropas—. ¿Quién podía imaginar que estarían tan perfectamente armados o que los aborígenes subterráneos librarían semejante batalla?

—Las armas carecían de importancia —gruñó Vader roncamente—. Unas pocas pistolas en manos de delincuentes cuya captura se ha urgido.

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