El nombre del Único (6 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El nombre del Único
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—Trae mi caballo, Galdar —ordenó Mina—. Es hora de que partamos de este lugar de tristeza.

Galdar obedeció aquella orden de buena gana.

Mina montó en el caballo y ocupó su puesto a la cabeza de la triste caravana. Los caballeros se situaron a los lados de la carreta formando una guardia de honor. El conductor hizo restallar el látigo y los grandes caballos de tiro se pusieron en marcha; la carreta y su extraña carga avanzó con un tirón.

Las almas de los muertos se apartaron al paso de Mina, al igual que los árboles. Se abrió una senda a través del espeso y enmarañado bosque que rodeaba la Torre de la Alta Hechicería. Era un camino liso, sin baches, ya que la joven no habría admitido que el féretro se sacudiera con zarándeos. Volvía la cabeza a menudo para mirar la carreta, el sarcófago de ámbar.

Galdar ocupó su lugar habitual, al lado de Mina.

Los cuerpos de los dos hechiceros iban sentados en la parte posterior de la carreta, las piernas colgando, los brazos fláccidos, las manos descansando en el regazo. Sus ojos miraban fijamente al frente. Galdar se giró una vez para observarlos. Advirtió dos entidades tenues arrastrándose tras los cuerpos cual pañuelos de seda enganchados en las ruedas de la carreta.

Sus almas.

El minotauro giró rápidamente la cabeza y no volvió a mirar atrás.

4

La muerte de Skie

El Dragón Plateado no tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde que entró por primera vez en las cavernas de Skie, el poderoso Dragón Azul. El Plateado ciego, Espejo, no tenía forma de calcularlo, ya que no podía ver el sol. No lo había visto desde el día de aquella extraña y terrible tormenta, el día que oyó la voz en la tormenta y la reconoció, el día que la voz le ordenó que se inclinara y le rindiera pleitesía, el día que se le castigó por negarse a hacerlo, alcanzado por el rayo que lo dejó ciego y desfigurado. Hacía meses desde ese día. Había vagado por el mundo desde entonces, avanzando a trompicones bajo la forma de un humano, porque un humano podía caminar mientras que un dragón ciego que no puede volar es un ser casi indefenso.

Escondido en esa cueva, Espejo sólo conocía la noche, sólo sentía las frías sombras de la oscuridad.

Espejo no tenía idea de cuánto tiempo llevaba en la madriguera con el agonizante Dragón Azul. Podría haber pasado un día o un año desde que Skie había buscado plantear reivindicaciones al Único, y Espejo había sido testigo involuntario de su encuentro.

Habiendo oído y reconocido la voz en la tormenta, Espejo había ido allí en busca de respuestas a aquel extraño enigma. Si la voz era la de Takhisis, ¿qué hacía la diosa en este mundo cuando todas las otras deidades se habían ido? Al reflexionar sobre ello, Espejo había decidido que Skie podría ser el indicado para darle información.

Espejo había tenido interrogantes sobre Skie siempre. Se suponía que era un dragón de Krynn, como él, pero el Azul se había vuelto más grande, más fuerte y más poderoso que cualquier otro Azul en la historia del mundo. Se había revuelto, supuestamente, contra los de su propia especie, matándolos y devorándolos igual que hacían los señores supremos, los otros grandes dragones. Espejo se había preguntado a menudo si Skie había atacado a sus congéneres o si en realidad se había unido a los de su verdadera especie.

El Plateado había conseguido, tras muchas dificultades, encontrar la guarida de Skie y había entrado en ella. Llegó justo a tiempo de presenciar el castigo del Azul, a manos de Mina, por su presunción y su manifiesta deslealtad. Había intentado matar a Mina, pero el rayo destinado a acabar con la joven se había reflejado en su armadura y se descargó sobre él. El inmenso Azul quedó mortalmente herido.

Desesperado por saber la verdad, Espejo había hecho cuanto estaba en su poder para sanar al otro dragón, y lo consiguió en parte. Mantenía al Azul con vida, pero los dardos de los dioses eran armas poderosas, y Espejo, aunque dragón, era un mortal.

El Plateado había dejado solo al herido para ir a buscar agua para ambos.

Skie pasaba alternativamente de la conciencia a la inconsciencia. En los ratos en que se encontraba lúcido y despierto, Espejo había aprovechado para preguntarle sobre el Único, una deidad a la que era incapaz de dar un nombre. Esas conversaciones tenían lugar muy de vez en cuando, ya que Skie rara vez se mantenía consciente durante mucho tiempo.

—Ella robó el mundo —dijo Skie en cierto momento, poco después de recobrar el conocimiento la primera vez—. Se apoderó de él y lo trasladó a esta parte del universo. Lo tenía planeado hace mucho. Todo estaba dispuesto, y sólo esperó a que llegara el momento oportuno.

—Un momento que tuvo lugar en la Guerra de Caos —intervino Espejo. Tras una pausa preguntó en voz queda—: ¿Cómo te sientes?

—Me estoy muriendo —contestó Skie sin rodeos—. Así es como me siento.

De haber sido un humano, Espejo habría dicho alguna mentira piadosa destinada a aliviar los últimos momentos del Azul agonizante, pero no era humano a pesar de que había adoptado esta forma. Los dragones no eran dados a decir mentiras, ni siquiera piadosas. Además, sabía que tales falsedades sólo proporcionaban consuelo a los seres humanos.

Skie era un dragón guerrero, un Azul que había entrado en batalla incontables veces, que había enviado a muchos enemigos a la muerte. Él y su antiguo jinete, la Señora del Dragón de infausta memoria Kitiara Uth Matar, habían sembrado el terror y la destrucción en la mitad del continente de Ansalon durante la Guerra de la Lanza. Tras la Guerra de Caos, Skie había sido uno de los pocos dragones de Ansalon que resistió contra los dragones forasteros, Malys y Beryl, y que finalmente creció en poder para ocupar un lugar entre los grandes señores. Había matado y engullido a otros dragones, ganando fuerza y poder al devorarlos. Había construido un tótem con los cráneos de sus víctimas.

Espejo no podía ver el tótem, pero lo percibía cercano. Escuchaba las voces de los muertos lanzando acusaciones, furiosos, clamando venganza. El Plateado no sentía el menor aprecio por Skie. De haberse encontrado en una batalla, Espejo habría combatido para derrotar a su enemigo y se habría alegrado con su destrucción.

Y Skie se habría alegrado de tener una muerte así. La muerte de un guerrero, desplomándose del cielo con la sangre del enemigo húmeda en las garras, con el sabor del relámpago en las fauces. Ésa era la clase de muerte que a Skie le habría gustado tener, no perecer de este modo, yaciendo indefenso, atrapado en su guarida, la vida escapándosele en trabajosos jadeos, con las poderosas alas paralizadas, las garras ensangrentadas arañando el suelo de piedra con movimientos convulsivos.

Ningún dragón tendría que morir así, pensó Espejo para sus adentros. Ni siquiera el peor enemigo. Lamentaba haber hecho uso de su magia para traer de vuelta a la vida a Skie, pero necesitaba saber más sobre ese dios Único, necesitaba saber la verdad. Se inmunizó contra la piedad por su enemigo y siguió haciendo preguntas. A Skie no le quedaba mucho tiempo para contestar.

—Dices que Takhisis planeó ese traslado —dijo Espejo, durante otra conversación—. Tú formabas parte del plan.

El Azul gruñó, y Espejo escuchó cómo rebullía el inmenso corpachón para encontrar una postura que aliviase el dolor.

—Era la parte más importante, maldito sea el eón en que conocí a esa zorra maquinadora. Fui yo quien descubrió los Portales. Nuestro mundo, el mundo del que procedemos los míos y yo, no es como éste. No lo compartimos con las criaturas de vida corta, de cuerpos débiles. El nuestro es un mundo de dragones.

Skie tuvo que hacer muchas pausas para recobrar el aliento y soltar gruñidos de dolor a lo largo de su parrafada. Estaba decidido a terminar su historia. Su voz sonaba débil, pero aun así Espejo percibía la ira en ella, como el retumbo de un trueno distante.

—Recorríamos nuestro mundo a capricho y librábamos batallas feroces para sobrevivir. Esas hembras de dragón que ves aquí, la tal Beryl y la tal Malys, te parecen enormes y poderosas, pero en comparación con los que gobiernan nuestro mundo son criaturas pequeñas y penosas. Ésa fue una de las razones de que vinieran a este mundo. Pero yo me adelanté.

»
Me di cuenta, como se la dieron otros de los nuestros, que nuestro mundo se estaba estancando paulatinamente. No teníamos futuro, nuestros vástagos no tenían otro futuro que devorar o ser devorados. No estábamos evolucionando, sino entrando en regresión. No fui el único que buscó un modo de salir de aquel mundo, pero sí el primero en tener éxito. Mediante mi magia descubrí los caminos que conducían a través del éter a otros mundos más allá del nuestro. Adquirí destreza en viajar por esos caminos. A menudo los caminos me salvaron la vida, ya que estaba amenazado por uno de los Mayores, y sólo tenía que saltar al éter para escapar.

»
Me encontraba en el éter cuando topé con su Oscura Majestad. —Skie rechinó los dientes al hablar, como si disfrutara pensando que trituraba a la diosa entre ellos—. Nunca había visto una deidad. Jamás había contemplado algo tan magnífico ni me había hallado ante semejante poder. Me incliné ante ella y me ofrecí como su servidor. Estaba fascinada con los caminos por el éter. No me había prendado de ella hasta el punto de cometer la necedad de revelarle mis secretos, pero le di bastante información para que comprendiera de qué modo podían serle de utilidad los caminos.

»
Takhisis me trajo a su mundo, Krynn, y me dijo que en este mundo sólo era una entre muchos dioses. La más poderosa, afirmó, y que en consecuencia los demás la temían y conspiraban en su contra continuamente; que algún día triunfaría sobre ellos, y en ese día me daría una gran recompensa: yo gobernaría Krynn y a los débiles seres que lo habitaban; que éste mundo sería mío a cambio de mis servicios. Huelga decir que mentía.

La ira despertó en Espejo; ira por la desmesurada ambición que hacía que no le preocuparan ni le importaran lo más mínimo quienes vivían en un mundo que, al parecer, era poco más que una baratija para Takhisis. No obstante, se guardó mucho de mostrar su rabia. Tenía que descubrir todo lo que Skie sabía. Tenía que descubrir lo que había pasado. No podía cambiar el pasado, pero quizá podría influir en el futuro.

—Era joven por aquel entonces —continuó Skie—, y los jóvenes de nuestras especies tienen el tamaño de los Dragones Azules de Krynn. Takhisis me emparejó con Kitiara, una favorita de la Reina Oscura. Kitiara...

Skie guardó silencio, ensimismado en sus recuerdos. Soltó un hondo suspiro, un suspiro de dolorosa nostalgia, antes de proseguir:

—Nuestras batallas juntos fueron gloriosas. Por vez primera descubrí que se puede luchar por algo más que la supervivencia, que se puede combatir por el honor, por el gozo de batallar, por la gloria de la victoria. Al principio despreciaba a los pusilánimes que habitaban este mundo, los humanos y el resto. No entendía que los dioses les permitieran vivir. Enseguida me sentí fascinado por ellos, en especial por Kitiara. Valiente, osada, sin dudar jamás de sí misma, sabiendo exactamente lo que quería y yendo a por ello. Oh, qué gran diosa habría sido.

Skie hizo una pausa. Su respiración era entrecortada.

—Volveré a verla. Sé que la veré. Lucharemos juntos... y volaremos de nuevo hacia la gloria...

—Y todo este tiempo trabajaste para Takhisis —dijo Espejo, dirigiendo otra vez la conversación de Skie al tema principal—. Estableciste el camino que la conduciría aquí, a esta parte del universo.

—Así es. Lo dispuse todo para ella. Sólo tenía que esperar el momento adecuado.

—Pero a buen seguro no podía prever la Guerra de Caos, ¿verdad? —Una terrible idea cobró forma en la mente de Espejo—. ¿O acaso ese conflicto fue obra de sus maquinaciones?

Skie resopló con desdén.

—Takhisis será lista, pero no tanto. Quizá barruntara que Caos estaba atrapado en la Gema Gris. De ser así, sólo tenía que esperar —al fin y a la postre, ¿qué importa el tiempo para ella?— a que algún necio lo liberara. Y si no sucedía tal cosa, habría hallado otro modo. Estaba atenta constantemente a que se le presentara la ocasión. Tal y como sucedieron las cosas, la Guerra de Caos se la puso en bandeja de plata. Todo estaba preparado. Fingió que huía del mundo, retirando su ayuda y su poder, dejando indefensos a quienes dependían de ella. Tenía que hacerlo porque necesitaría todo su poder para la enorme empresa que le aguardaba.

»
El momento llegó. En el instante en que Caos fue derrotado se desató una inmensa energía. Takhisis la aprovechó, combinándola con su propio poder, y soltó al mundo de sus anclajes, trasladándolo por los caminos que yo había creado con mi magia, hasta este punto del universo, donde lo situó. Todo ello ocurrió tan deprisa que nadie en el mundo se apercibió del cambio. Los propios dioses, atrapados en la desesperada batalla por la supervivencia, no tuvieron indicio alguno de su plan, y una vez fueron conscientes de lo que había pasado, sus propias energías se encontraban tan mermadas que no pudieron impedírselo.

»
Takhisis les arrebató el mundo y lo ocultó de su vista. Todo funcionó como tenía planeado. Privados de la bendición de los dioses, despojados de su magia, las gentes se vieron arrastradas al caos y la desesperación. También ella estaba exhausta, tan débil que quedó reducida a casi nada. Necesitaba tiempo para recuperarse, tiempo para descansar. Pero eso no le preocupaba. Cuanto más tiempo estuviera la gente sin dioses, mayor sería su necesidad de ellos. Así, cuando regresara al mundo todos estarían tan agradecidos y aliviados que serían sus abyectos esclavos. Sólo cometió un pequeño error.

—Malys —dedujo Espejo—, Beryl y el resto.

—Sí. Sintieron curiosidad por ese nuevo juguete que tan de repente había aparecido entre ellos. Cansados de la lucha por la supervivencia en su mundo, estuvieron más que satisfechos con apoderarse de éste. Takhisis se encontraba demasiado débil para hacerles frente. Sólo podía contemplar con impotente frustración cómo se hacían con el mando en el mundo. Aun así, me mintió y siguió prometiéndome que algún día, cuando fuera poderosa de nuevo, destruiría a los usurpadores y me entregaría el mundo a mí. La creí durante un tiempo, pero los años pasaban y Malystryx, Beryl y los demás se hacían más y más poderosos. Mataron a los dragones de Krynn, se cebaron con ellos y construyeron sus tótem. Y yo seguía sin tener noticias de Takhisis.

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