El nombre del Único (4 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El nombre del Único
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Tas se sentía mucho mejor al tener un «Plan» —con mayúsculas—, así que volvió a observar por la ventana suponiendo que ahora podría disfrutar como era debido. Sus esperanzas se vieron cumplidas cuando un enorme minotauro salió de la Torre de la Alta Hechicería. Tas se encontraba a unos cuatro pisos de altura, de manera que atisbaba justo la coronilla del minotauro. Si arrojaba la estatuilla por la ventana le atizaría un buen mamporro en la cabeza. Sin embargo, en ese momento varios caballeros negros salieron en tropel de la Torre. Llevaban algo entre todos: un cuerpo cubierto con una tela negra.

Tas observó atentamente, con la nariz tan pegada al cristal que sintió crujir el cartílago. Mientras el grupo de caballeros que transportaban el cuerpo salía de la Torre, se alzó un soplo de aire entre los cipreses que levantó la negra tela y dejó a la vista el rostro del cadáver.

Tasslehoff reconoció a Dalamar.

Al kender se le quedaron las manos inertes y la estatuilla cayó al suelo con un golpe sonoro. Acertijo levantó bruscamente la cabeza.

—Por todos los carburadores dobles, ¿a santo de qué has hecho eso? —demandó—. ¡Has conseguido que se me caiga una tuerca!

Aparecieron más caballeros negros llevando otro cuerpo. El viento sopló con más fuerza, y la tela negra que habían echado encima descuidadamente cayó al suelo. Los ojos muertos de Palin, abiertos de par en par, se clavaron en el kender. Su túnica estaba empapada de sangre.

—¡Soy responsable de esto! —gritó Tas, asaltado por la culpa—. Si hubiera regresado para morir, como se suponía que debía hacer, Palin y Dalamar no estarían muertos ahora.

—Huelo a humo —dijo Acertijo de repente mientras olisqueaba—. Me recuerda a casa —apuntó antes de volver a su trabajo.

Tas miraba sombríamente por la ventana. Los caballeros negros habían encendido una hoguera al pie de la Torre y echaban ramas y troncos secos del cipresal. El fuego crepitó al prender en la leña y el humo ascendió por el costado de la Torre, enroscándose como una enredadera venenosa. Los caballeros preparaban una pira funeraria.

—Acertijo, ¿cómo vas con ese cacharro? —preguntó en voz queda—. ¿Aún no lo has arreglado?

—¿Cacharro? Ahora no tengo tiempo para cacharros —contestó el gnomo con aire importante—. Estoy a punto de arreglar este artefacto.

—Estupendo.

Otro caballero negro salió de la Torre. Era una mujer pelirroja, con el pelo muy corto, y Tasslehoff la reconoció. La había visto anteriormente, aunque no recordaba dónde.

La mujer llevaba un cuerpo en sus brazos y caminaba con solemne lentitud. A una orden del minotauro, los caballeros hicieron un alto en su trabajo y se pusieron firmes, inclinadas las cabezas.

La mujer se dirigió lentamente hacia la carreta. Tas intentó vislumbrar de quién era el cuerpo que llevaba la chica, pero el minotauro le tapaba la visión. La chica dejó el cuerpo con delicadeza en la carreta, luego se apartó y Tasslehoff pudo ver sin obstáculos.

Había supuesto que era otro caballero negro, alguno que había resultado herido. Se quedó de piedra al ver que quien yacía en la carreta era una mujer muy vieja, y Tas comprendió al punto que estaba muerta. Se sintió apenado y se preguntó quién sería. Algún familiar de la mujer de pelo rojo, porque ésta acomodó los vuelos de la falda blanca de la muerta y luego le pasó los dedos por el cabello largo y blanco.

—Goldmoon acostumbraba a cepillarme el pelo así, Galdar —dijo la mujer.

El quieto aire transmitió claramente el sonido de sus palabras. Con terrible claridad en lo concerniente a Tas.

—Goldmoon. —El kender sintió un nudo en la garganta—. Está muerta. Caramon, Palin... Todos los que quería han muerto. Y la culpa es mía. El que tendría que estar muerto soy yo.

Los caballos enganchados a la carreta denotaban nerviosismo, como si estuvieran deseando partir. Tas se volvió a mirar a Acertijo. Sólo quedaban dos minúsculas gemas que engarzar en su sitio.

—¿Por qué hemos venido aquí, Mina? —La retumbante voz del minotauro se oía sin dificultad—. Te has apoderado de Solanthus, dándoles una buena zurra a los solámnicos y mandándolos a casa con mamá. Toda la nación solámnica está ahora en tu poder. Has logrado lo que nadie fue capaz de hacer en toda la historia del mundo...

—No completamente, Galdar —le corrigió Mina—. Todavía tenemos que tomar Sanction, y debemos hacerlo para el Festival del Ojo.

—¿El... festival? —La frente del minotauro se frunció—. El Festival del Ojo. Por mis cuernos, casi había olvidado esa antigua celebración. —Sonrió—. Eres tan joven que me sorprende que la conozcas, Mina. No se ha celebrado desde que las tres lunas desaparecieron.

—Goldmoon me habló del festival —explicó la muchacha mientras acariciaba tiernamente la mejilla arrugada de la muerta—. Me contó que tenía lugar cuando las tres lunas, la roja, la blanca y la negra, convergían y formaban la imagen de un gran ojo en el cielo. Me habría gustado verlo.

—Según tengo entendido, entre los humanos era una noche de desmadre y jolgorio. Mi pueblo honraba y reverenciaba esa noche —dijo Galdar—, porque creíamos que el Ojo era la pupila de Sargas, nuestro dios. Nuestro antiguo dios —añadió con premura mientras echaba una mirada de reojo a Mina—. Sin embargo, ¿qué relación tiene una antigua festividad con la conquista de Sanction? Las tres lunas ya no están, como tampoco el ojo de los dioses.

—Habrá un festival, Galdar —respondió Mina—. El Festival del Nuevo Ojo, el Ojo Único. Lo celebraremos en el Templo de Huerzyd.

—Pero ese templo está en Sanction —protestó el minotauro—. Nos encontramos al otro lado del continente, por no mencionar el hecho de que los Caballeros de Solamnia controlan firmemente la ciudad. ¿Cuándo tendrá lugar el festival?

—En el momento señalado —contestó Mina—. Cuando el tótem esté completo. Cuando el Dragón Rojo caiga del cielo.

—Aaag —gruñó Galdar—. Entonces deberíamos estar marchando hacia Sanction con un ejército. Sin embargo, perdemos el tiempo en este lugar maligno. —Lanzó una mirada enconada a la Torre—. Y nos retrasará aún más llevar el cuerpo de esta anciana en la carreta.

La pira chisporroteó y crepitó. Las llamas se deslizaron por el muro de piedra de la Torre, ennegreciéndolo. El humo se arremolinó alrededor de Galdar, que lo apartó a manotazos, irritado, y se coló por la ventana. Tas tosió y se cubrió la boca con la mano.

—Se me ha ordenado llevar el cuerpo de Goldmoon, princesa de los que-shus y portadora de la Vara de Cristal Azul, a Sanction, al Templo de Huerzyd, en la noche del Festival del Nuevo Ojo. Allí tendrá lugar un gran milagro, Galdar. No nos retrasaremos. Todo se hará según lo ordenado. El Único se ocupará de eso.

Mina levantó las manos sobre el cuerpo de Goldmoon y alzó una plegaria. De sus manos irradió una luz amarilla anaranjada. Tas intentó escudriñar dentro de la luz para ver qué ocurría, pero el resplandor actuaba como minúsculos cristales en sus ojos, causándole un dolor abrasador tan intenso que tuvo que cerrarlos. Aun entonces pudo ver el fulgor a través de los párpados.

La plegaria de Mina terminó y la intensa luz se apagó. Tasslehoff abrió los ojos.

El cuerpo de Goldmoon yacía conservado en un sarcófago de ámbar, y volvía a ser joven y hermosa. Llevaba la blanca túnica que vestía en vida. El cabello, cual hilos de oro y plata, estaba adornado con plumas; pero estaba atrapada en ámbar.

Tas sintió el estómago revuelto en una náusea que le subía a la garganta. Sufrió un ahogo, y se aferró al borde de la ventana para sujetarse.

—Es magnífico el féretro que has creado, Mina —dijo Galdar, cuya voz sonaba exasperada—; pero ¿qué planeas hacer con ella? ¿Transportarla en carreta como un monumento al Único? ¿Exhibirla ante el populacho? No somos clérigos, sino soldados. Tenemos que librar una guerra.

La muchacha miró a Galdar en silencio, un silencio tan inmenso y terrible que absorbió todo el sonido, toda la luz y consumió el aire que respiraban. El temible silencio de su furia cayó sobre el minotauro, que se encogió visiblemente ante él.

—Lo siento, Mina —masculló—. No era mi intención...

—Da gracias que te conozco, Galdar —le interrumpió la chica—. Sé que hablas de corazón, sin pensar, pero algún día llegarás demasiado lejos, y ese día ya no podré protegerte. Esta mujer fue más que una madre para mí. Todo cuanto he hecho en nombre del Único, lo he hecho por ella.

Mina se volvió hacia el sarcófago, puso las manos sobre el ámbar y se inclinó para mirar el rostro inmóvil y sosegado de Goldmoon.

—Me hablaste de los dioses que habían existido pero que ya no estaban. Fui a buscarlos... ¡Por ti! —La voz de Mina tembló—. Te traje al Único, madre. El Único te devolvió la juventud y la belleza. Pensé que eso te complacería. ¿Qué hice mal? No lo entiendo. —Sus manos acariciaron el féretro como si alisaran una manta. Parecía perpleja—. Cambiarás de parecer, querida madre. Acabarás comprendiéndolo...

—Mina... —empezó Galdar, inquieto—. Lo siento. No lo sabía. Perdóname.

La joven asintió en silencio, sin volver la cabeza. Galdar carraspeó.

—¿Cuáles son tus órdenes respecto al kender? —preguntó.

—¿El kender? —repitió Mina, sin prestar apenas atención.

—El kender y el artefacto mágico. Dijiste que estaban en la Torre.

Mina levantó la cabeza. Las lágrimas brillaban en sus mejillas; estaba pálida y tenía los ojos color ámbar muy abiertos. Sus labios formaron las palabras «el kender», pero no las pronunciaron en voz alta. Frunció el entrecejo.

—Sí, por supuesto, id por él. ¡Rápido! ¡Date prisa!

—¿Sabes dónde está, Mina? —preguntó, vacilante, el minotauro—. La Torre es inmensa, y hay muchas habitaciones.

La joven alzó la cabeza, miró directamente a la ventana donde se encontraba Tas, y señaló.

—Acertijo —dijo Tasslehoff en una voz que no le sonó como la suya, sino como la de una persona totalmente desconocida, la de alguien verdaderamente asustado—. Tenemos que salir de aquí. ¡Ahora!

—Bien, ya está acabado —anunció el gnomo mientras le mostraba el artilugio, orgulloso.

—¿Seguro que funcionará? —quiso saber Tas, ansioso. Le llegaba el sonido de pisadas en la escalera, o al menos le pareció oírlas.

—Por supuesto —manifestó Acertijo, ceñudo—. Como si fuera nuevo. Por cierto, ¿qué hacía cuando estaba nuevo?

El corazón de Tas, que había brincado esperanzado con la primera parte de la frase del gnomo, se encogió al oír eso último.

—¿Cómo sabes que funciona si no sabes para lo que sirve? —demandó. Ahora no cabía duda de que sonaban pisadas—. No importa. Venga, dámelo. ¡Deprisa!

Palin había cerrado la puerta con un conjuro, pero Palin había... Palin ya no estaba allí, así que Tas suponía que el hechizo de cierre tampoco estaba ya. Oía pisadas y jadeos de respiración trabajosa. Imaginó al enorme y pesado minotauro subiendo los escalones.

—Al principio pensé que era un pelador de patatas —decía Acertijo, que sacudió el ingenio de forma que la cadenea tintineó—. Pero es demasiado pequeño, y no tiene un elevador hidráulico. Entonces pensé que...

—Es un ingenio con el que puedes viajar en el tiempo. Y eso es lo que voy a hacer con él, Acertijo —manifestó Tas—. Viajar hacia atrás en el tiempo. Te llevaría conmigo, pero no creo que te gustara el sitio a donde voy, que es a la Guerra de Caos, para que me aplaste el pie del gigante. Verás, por mi culpa todos a los que quería han muerto, y si regreso, no estarán muertos. Yo sí, pero eso no importa, porque ya lo estoy...

—Una gratinadora de queso —siguió el gnomo, que observaba el ingenio con gesto pensativo—. Oh, con unas cuantas modificaciones podría serlo. O también una picadora de carne, o un...

—Da igual. Dame el cacharro —instó Tasslehoff, que respiró hondo para infundirse valor—. Gracias por arreglarlo. Odio tener que dejarte aquí, en la Torre de la Alta Hechicería, con un furioso minotauro y los caballeros negros, pero es posible que una vez que me haya ido, ellos se marchen también. ¿Quieres pasarme el ingenio, por favor?

Las pisadas no se oían, pero sí los jadeos. La escalera era empinada y traicionera; el minotauro había tenido que hacer un alto para recobrar el aliento.

—¿Una combinación de caña de pescar y horma de zapato? —conjeturó el gnomo.

Las pisadas del minotauro sonaron de nuevo.

Tas se dio por vencido. Uno podía ser amable, pero sólo hasta cierto punto. Sobre todo con un gnomo. Lanzó la mano hacia el ingenio.

—¡Trae eso aquí! —gritó.

—¿No irás a romperlo otra vez? —inquirió Acertijo, que mantenía el artilugio fuera del alcance de Tas.

—¡No voy a romperlo otra vez! —contestó el kender con firmeza. Se lanzó a por él de nuevo, y consiguió asirlo y quitárselo al gnomo de un tirón—. Si miras con atención, verás cómo funciona. Espero —terminó, entre dientes.

Sostuvo el ingenio y rezó una corta plegaria para sus adentros.

«Sé que no puedes oírme, Fizban... O quizá sí puedes, pero estás tan decepcionado conmigo que no quieres oírme. Lo lamento de verdad. Lo siento mucho, mucho. —Las lágrimas humedecieron sus ojos—. No era mi intención causar todo este lío. Sólo quería hablar en el funeral de Caramon, decirle a todo el mundo lo buen amigo que había sido para mí. No era mi intención que ocurriera esto. ¡Nunca! Así que, si me ayudas a volver para morir, me quedaré muerto. Lo prometo.»

—No hace nada —rezongó Acertijo—. ¿Estás seguro de haberlo enchufado?

Tas oyó las pisadas cada vez más fuertes, y sostuvo el ingenio por encima de la cabeza.

—Las palabras del conjuro. Tengo que pronunciar las palabras del conjuro. Sé qué palabras son —dijo el kender, tragando saliva con esfuerzo—. Empieza... Empieza... Tu tiempo es el tuyo propio... Pero a través de él te desplazas... No, no es así. Viajas. A través de él viajas... y algo más, algo que se expande...

Las pisadas sonaban tan cerca que sentía temblar el suelo. El sudor le perló la frente. Volvió a tragar saliva y miró el ingenio como si éste pudiera ayudarlo. Al no ocurrir así, lo sacudió.

—Ahora entiendo cómo se rompió —dijo Acertijo con tono severo—. ¿Vas a tardar mucho? Creo que viene alguien.

—Ase firmemente el final y acabarás al final. No, no es así —gimió Tas, desalentado—. Está todo mal. ¡No recuerdo las palabras! ¿Qué demonios me pasa? Me las sabía de carrerilla, podía recitarlas haciendo el pino. Lo sé porque Fizban me hizo ponerme así para decirlas...

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