El nombre de la bestia (45 page)

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Authors: Daniel Easterman

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Religión

BOOK: El nombre de la bestia
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Desató la cuerda y se lo comunicó a Michael. El la recogió en seguida y se la ató a Fadwa por debajo de los brazos. La niña temblaba de miedo, pero al decirle Michael, en el tono más convincente, que no había otra salida, ella asintió muy seria con la cabeza y se resignó a bajar por la rampa.

Aisha aguardaba para sujetarla y sacarla del agua. Una vez arriba volvieron a soltar la cuerda. Ahora le tocaba a Butrus.

—Deja que te ate —dijo Michael—. Aisha y Fadwa tirarán de ti desde el otro lado.

—¿Y tú qué? ¿Cómo vas a bajar?

—Ya me las arreglaré.

—Pero el chaleco salvavidas lo llevo yo.

—Lo necesitarás. No tenemos tiempo para discutir.

Instantes después, Butrus se deslizaba rampa abajo, hacia el túnel, haciendo perder el equilibrio a Michael, que cayó tras él.

Se estrellaron contra el borde del canal y de inmediato quedaron a merced de un torbellino. Butrus permaneció a flote, pero Michael se hundió hasta el fondo. Al emerger, se percató de que tenía que reaccionar en segundos. Aún asía con una mano al extremo de la cuerda y el palo de amarre con la otra. Sin pensarlo dos veces, colocó el palo horizontalmente, empotrándolo en ambos lados del canal, y se aferró a él con todas sus fuerzas para contrarrestar el impulso del cuerpo de Butrus.

—¡Rápido…! ¡Aisha!

Una cascada de agua ahogó sus palabras. Pero Aisha le había oído y estaba ya preparada para tirar de él.

—¡Primero Butrus! —exclamó Michael—. ¡No puedo… seguir sujetándolo!

Aisha avanzó unos pasos hasta quedar a la altura de Butrus, que giraba como una peonza y trataba de liberarse de la cuerda. Se había dado dolorosísimos golpes en el hombro herido.

Fadwa ayudó a Michael a tensar la cuerda, pero el palo empezaba a ceder. Tenía la garganta y los pulmones llenos de agua y se percató de que su sujeción se aflojaba. La cuerda se destensaba. Fadwa le sujetó con todas sus fuerzas hasta que Aisha logró auparle. Al subir, el palo se le escapó de las manos y desapareció, arrastrado por la corriente. Michael cerró los ojos, temiendo lamentar más adelante haberlo perdido.

Descansaron allí el tiempo justo, conscientes de que el agua crecía por momentos. Butrus se tumbó gimiendo de dolor. Su hombro izquierdo había recibido tremendos golpes durante la caída y al girar en el torbellino. Aisha abrió la bolsa para ponerle otra inyección de morfina, pero la aguja de la jeringuilla se había roto y el polvo del frasco ya no era más que un sucio líquido. Pese a ello, Aisha se la hizo ingerir. Luego dejó que descansasen diez minutos. Ni Michael ni Butrus estaban en condiciones de moverse, pero no había más remedio. Si seguía lloviendo, si arreciaba la lluvia, tendrían que ir contrarreloj. Aisha ayudó a Michael a levantarse y entre los dos auparon a Butrus.

Michael sacó la brújula del bolsillo y la colocó en el suelo. El túnel discurría, más o menos, en dirección este-oeste.

—El agua fluye hacia el oeste —dijo—, hacia el río. No podemos seguir por aquí. Tenemos que ir justo en dirección contraria.

—¿Cómo vamos a cruzar la rampa?

Al entrar en el túnel, se habían visto inevitablemente arrastrados hacia la izquierda por la corriente. Para llegar al tramo que a modo de acera bordeaba el curso del agua hacia el este, tendrían que cruzar por la intersección de los túneles.

—¿Puedes levantar a Fadwa? —preguntó Michael.

—Lo intentaré.

Aisha se inclinó un poco y le dijo a la niña que se agarrase de su cuello. Ya erguida, aupó a la niña por encima del nivel del agua y quedó al fin de espaldas al bordillo. Michael sujetó a Fadwa por el brazo para que no perdiese el equilibrio. Con suma precaución, Aisha fue caminando de lado hacia el otro saliente.

—Está demasiado lejos para saltar. Si el firme fuese más ancho no habría problema.

—Infla el bote —dijo Michael.

Aisha sacó la balsa de goma de la bolsa y la dejó sobre el bordillo. Para inflarla no había más que tirar de una anilla amarilla, junto a la que había otra con un buen trozo de cuerda de nailon. Aisha sujetó firmemente la cuerda, tiró de la anilla y la echó en seguida al agua para evitar que, al inflarse, la golpeara y le hiciese perder el equilibrio. La balsa se infló completamente en pocos instantes.

La asió firmemente por un lado. Ocupaba casi todo el espacio entre los bordillos. Le pasó la cuerda a Michael y subió a la balsa mientras él se inclinaba para sujetarla y evitar que volcase. Era como tratar de mantenerse en pie sobre la grupa de un caballo desbocado. La corriente zarandeaba la embarcación con violencia, haciéndola cabecear y dar bandazos. Aisha fue gateando hasta el extremo del bote y llegó al otro bordillo. Aguardó el momento más oportuno para apoyar un pie y luego se aupó con tal impulso que chocó contra la pared, aunque sin llegar a perder el equilibrio.

Había otra anilla empotrada en la pared junto al recodo. Aisha le indicó a Michael que le lanzase la cuerda. Fadwa ayudó a mantener en equilibrio el bote mientras él enrollaba la cuerda y la lanzaba al otro lado. Al cabo de unos momentos, Aisha ya tenía la balsa sujeta con la cuerda, que ató a la anilla de la pared.

Sujeta ahora por ambos lados, la pequeña embarcación tenía mayor estabilidad. Fadwa cruzó sin dificultad. Luego pasó Butrus, que siguió en el bote mientras Aisha ayudaba a Michael a cruzar. Una vez en el firme se reorganizaron. Michael fue delante, seguido por Butrus; luego, Aisha y Fadwa.

Tras soltar el bote de su amarre, enfilaron hacia el este. Michael le pasó la cuerda y el bote a Fadwa, que tiraba de él como de un perrillo. De nuevo le asignaban una responsabilidad; otro truco de Michael para que no pensase en otras cosas como aquellas siniestras siluetas que, de pronto, se veían escabullirse por los túneles.

El nivel del agua seguía creciendo. Caminaban lo más de prisa posible, aunque no alocadamente. La superficie del firme estaba traicioneramente resbaladiza. Caer al agua significaba, casi con toda seguridad, la muerte. Iban cogidos de la mano, arrimando la espalda a la pared y pisando con pies de plomo. Sólo Michael llevaba linterna. Aisha sujetaba a Fadwa por el antebrazo porque la pequeña seguía empuñando la pistola.

No hablaban. La corriente era ensordecedora en los recodos y pequeños desniveles, y, aunque con menos estrépito, fluía con igual fuerza a lo largo de todo el canal.

Las paredes y el techo del viejo túnel estaban recubiertas de musgo y liquen: un mortecino tapiz de color amarillo verdoso que proyectaba un extraño resplandor a la luz de la linterna de Michael. Hongos venenosos crecían por todas partes, aislados o arracimados, pardos o de un espectral color blancuzco junto a los húmedos ladrillos.

—¡Alto!

La voz de Michael sonó extrañamente hueca, como si de pronto les llegase desde muy lejos. Butrus sintió un fuerte dolor al apretarle Michael la mano.

—Por poco me caigo de espaldas —dijo Michael—. Hay una grieta —añadió soltando la mano de Butrus para volverse.

Detrás de él se abría un hueco en la pared. Esta se había hundido parcialmente, seguramente hacía muchos años, o tal vez siglos. Al otro lado se veía un enorme vacío.

La luz de la linterna de Michael reveló que se trataba de una cámara excavada en la roca granulosa y estriada, grandes bloques grises ciñendo las tinieblas. En el abovedado techo, las sombras se entretejían con franjas de agrietado alabastro. Grandes estalactitas pendían con sus complejas formas cubiertas de telas de araña y membranas de murciélagos.

Se notaba que las paredes habían estado en otro tiempo recubiertas de blanco estuco, con delicados grabados de hojas, flores y alas de pájaros. Tan sólo unos rodales revelaban su forma original, como fragmentos de una melodía acallada mucho tiempo atrás. Aún quedaban en las paredes baldosas azules y carmesí formando dibujos ahora rotos e incompletos. Aquella había sido la sala central de unos grandes
hamman
o baños públicos.

Donde estuvo el suelo había ahora una gran charca de agua estancada, llena de detritus y derrubios. El agua proyectaba un verde resplandor allí donde la superficie estaba cubierta de algas. En los rincones se formaba espuma. Cada vez que el túnel rebosaba, la charca se llenaba. Michael no acertaba a calcular su profundidad.

Empezaron a avanzar.

—Id con mucho cuidado —dijo Michael—. No tenemos más asidero que el bordillo.

Cruzaron lentamente. Estaban casi al otro lado y, de pronto, se quedaron paralizados por un ronco gruñido al que siguió un grito agudo. Aisha notó que Fadwa se desasía, casi haciéndola caer a la charca. Soltó la mano de Butrus, se volvió y cogió la linterna que llevaba en el bolsillo del mono. Fadwa había caído a la charca.

Seguía gritando. Se oyó un chapoteo y, muy cerca, otro gruñido. A Aisha le temblaba la mano mientras encendía la linterna.

El agua estaba turbia y rizada. El haz de la linterna a duras penas lograba abrirse paso en aquella absoluta oscuridad. Los gritos eran de la niña. Algo muy pesado vadeaba el agua. El haz de la linterna se movía erráticamente en la oscuridad, sin permitir ver nada. De pronto cesaron los gritos y se oyeron borbotones como los de una olla hirviendo.

Al instante apareció la cabeza de Fadwa y sus brazos agitándose. El cuerpo de la niña estaba atrapado entre las fauces de su pesadilla. Aisha gritó, temiendo que el pánico la paralizase. Y entonces lo vio: la larga cabeza de un cocodrilo del Nilo, sujetando con sus mandíbulas los costados del cuerpo de Fadwa y tirando de ella hacia el fondo para devorarla.

Capítulo
LX

A
isha se quedó clavada al suelo, incapaz de moverse ni de pensar. El cocodrilo era enorme: un ejemplar adulto de, por lo menos, siete metros de largo y grandes y afilados dientes. Dios sabe cuántos años había estado oculto allí. Podían vivir cien años o más. La luz de la linterna le dio un instante en sus pequeños y perversos ojos, en las brillantes y dilatadas pupilas. Aisha tuvo la sensación de que la miraba con aire triunfal.

Fadwa seguía forcejeando en silencio, atragantada y debilitándose por momentos. El cocodrilo la tenía firmemente sujeta, sabedor de que no podía huir. Todo lo que necesitaba para acabar con ella era girar bruscamente su enorme cabeza. Bastaba eso para partirla en dos. La niña luchaba denodadamente para mantener la cabeza fuera del agua. Milagrosamente, seguía empuñando en una mano la pistola de Michael y la agitaba como un talismán que pudiera salvarla.

Aisha no lo pensó. Saltó al agua y fue directa hacia la niña. En tres brazadas estuvo junto a ella. Había soltado la linterna y no veía nada. Sólo se orientaba por el ruido del agua. Rozó con una mano la mojada y áspera piel del cocodrilo, sus gruesas y durísimas escamas. ¿Por qué habría soltado la linterna? No podía hacer nada sin luz. El cocodrilo se hizo a un lado, escabullándose de entre las manos.

De pronto, un blanco haz de luz irrumpió en la oscuridad. Michael estaba arrodillado en el borde de la charca.

—¡Cógele la pistola, Aisha! ¡Cógesela!

Aisha impulsó su cuerpo hacia delante echándose sobre la cabeza del cocodrilo y tratando de llegar hasta Fadwa. El reptil se irguió y retrocedió, despidiéndola de espaldas al agua. El haz de la linterna seguía fijo en el cocodrilo, aturdiéndolo. Aisha se sumergió, moviendo los pies a ciegas bajo el agua, y volvió a emerger al cabo de unos momentos justo al otro lado del cocodrilo, con Fadwa a su alcance. Asió con una mano el brazo de Fadwa y, con la otra, le arrebató la pistola.

O entonces o nunca. No podía permitirse ni un instante de vacilación. Sujetando firmemente a Fadwa con el brazo izquierdo, Aisha ladeó el cuerpo y apretó el cañón de la pistola contra la boca del cocodrilo. El arma estaba mojada y Aisha pensó que no funcionaría. Apretó el gatillo. Nada. Lo apretó de nuevo y tampoco. Cerró los ojos, convencida de que iba a morir. El cocodrilo dio un bandazo, tratando de quitársela de encima. Aisha volvió a apretar el gatillo.

Se oyó un fuerte estruendo. El cocodrilo se irguió y retrocedió, emitiendo un gruñido de dolor a través de sus enormes fauces. Aisha sujetó ahora a la niña con ambas manos, dejando caer la pistola al fondo de la charca. El agua se agitaba alrededor a causa de las violentas convulsiones del monstruo herido, que golpeaba frenéticamente el agua con la cola.

—¡Nada hacia el borde! ¡Yo la cogeré! —gritó Michael, que estaba ahora junto a Aisha.

Ella no sabía cómo se las había arreglado. Al alzar la vista vio a Butrus con la linterna en una mano, apoyado en la pared para no perder el equilibrio y apretando los dientes a causa del dolor. Aisha nadó hacia el borde.

Butrus se apartó a fin de dejarle espacio para subir. Los gritos habían despejado a Butrus, que sujetó la linterna entre las piernas y alargó el brazo sano para ayudar a Aisha a no perder el equilibrio. Al cabo de unos instantes apareció Michael con Fadwa. Detrás de él, el cocodrilo seguía agitándose en el agua.

—¡De prisa! —gritó Michael—. Podría haber más. Tenemos que alejarnos de aquí en seguida.

La niña estaba semiinconsciente, paralizada por el pánico y el dolor. Sangraba profusamente por la cintura y las nalgas, descarnadas por los afilados dientes. Lograron mantenerla en pie junto al borde de la charca y la obligaron a agachar la cabeza para que expulsase la mayor cantidad de agua posible.

—Alejémonos de aquí —dijo Michael.

Buscó la balsa con la mirada, confiando en poder utilizarla como una especie de ambulancia para transportar a Fadwa y acaso también a Butrus. Pero el bote había sido arrastrado por la corriente en cuanto Fadwa soltó la cuerda. Ya ni se veía. No tendrían más remedio que transportar a la niña herida como pudieran por el estrecho paso paralelo al canal.

De nuevo echaron a caminar con suma precaución, tratando desesperadamente de alejarse del agua. Michael y Aisha sostenían a Fadwa, alejándola de aquella pesadilla. Por suerte, la niña pesaba menos que una pluma. Hasta entonces no habían reparado en lo lastimosamente delgada que estaba. De vez en cuando se veían obligados a detenerse porque Fadwa tenía arcadas, acompañadas de tan violentas convulsiones que corría el peligro de caer de nuevo al agua.

La lluvia no cesaba. Más bien arreciaba. A medida que el agua irrumpía en el túnel principal, el nivel subía casi hasta los bordillos. En cuestión de minutos les cubriría los pies y les resultaría prácticamente imposible seguir.

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