El mundo y sus demonios (41 page)

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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

BOOK: El mundo y sus demonios
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Me parece imposible que un ser humano normal colabore sin reparos en un invento así, aun dejando de lado el invierno nuclear. Las tensiones, conscientes o inconscientes, entre los que sé atribuyen el mérito de la invención deben de ser considerables. Sea cual fuere su contribución real, se ha descrito a Edward Teller como el «padre» de la bomba de hidrógeno. La revista
Life
publicaba en 1954 un artículo escrito con admiración que describía su «determinación casi fanática» de construir la bomba de hidrógeno. Creo que gran parte de su carrera posterior puede entenderse como un intento de justificar lo que engendró. Teller ha afirmado, y no es inverosímil, que las bombas de hidrógeno sirven para mantener la paz, o al menos impiden la guerra termonuclear, porque hace demasiado peligrosas las consecuencias de la guerra entre potencias nucleares. Todavía no se ha producido una guerra nuclear, ¿no es así? Pero en todos esos argumentos se asume que las naciones con armas nucleares son y serán siempre, sin excepción, actores racionales, y que sus líderes (u oficiales militares o de la policía secreta) nunca se verán afectados por ataques de rabia, venganza y locura. En el siglo de Hitler y Stalin, esta idea parece cuando menos ingenua.

Teller ha tenido una influencia decisiva para impedir la firma de un tratado que prohibiera las pruebas de armas nucleares. Dificultó en gran manera la consecución de un tratado de limitación de pruebas (en superficie). Su argumento de que era esencial hacer pruebas en superficie para mantener y «mejorar» los arsenales nucleares, que ratificar el tratado «acabaría con la seguridad futura de nuestro país» ha demostrado ser engañoso. También ha sido un defensor vigoroso de la seguridad y efectividad de coste de las plantas de energía de fisión, y declara ser el único herido del accidente nuclear de la Isla Three Mile en Pennsylvania en 1979: según dijo, tuvo un infarto cuando discutía el tema.

Teller defendía la explosión de armas nucleares desde Alaska hasta Sudáfrica, para dragar puertos y canales, para eliminar montañas molestas y efectuar grandes traslados de tierra. Se dice que, cuando propuso un plan así a la reina Federica de Grecia, ésta le respondió: «Gracias, doctor Teller, pero Grecia ya tiene bastantes ruinas singulares.» ¿Queremos probar la relatividad general de Einstein? Pues hagamos explotar una arma nuclear en la parte más alejada del Sol, proponía Teller. ¿Queremos entender la composición química de la Luna? Pues enviemos una bomba de hidrógeno a la Luna, hagámosla explotar y examinemos el espectro del destello y la bola de fuego.

También en la década de los ochenta, Teller vendió al presidente Ronald Reagan la idea de la guerra de las galaxias, llamada por ellos «Iniciativa de Defensa Estratégica». Parece ser que Reagan se creyó la historia francamente imaginativa que le contó Teller de que era posible construir un láser de rayos X del tamaño de una mesa y ponerlo en órbita alimentado por una bomba de hidrógeno que destruiría diez mil ojivas soviéticas en vuelo y proporcionaría una protección genuina a los ciudadanos de Estados Unidos en caso de guerra termonuclear global.

Los apologistas de la administración Reagan afirman que, a pesar de las exageraciones sobre su capacidad, algunas intencionadas, la Iniciativa de Defensa Estratégica fue la causa del colapso de la Unión Soviética. No hay ninguna prueba seria que fundamente esta opinión. Andréi Sajárov, Evgueni Velijov, Roaid Sagdeev y otros científicos que asesoraban al presidente Mijaíl Gorbachov dejaron claro que si Estados Unidos seguía adelante con un programa de guerra de las galaxias, la respuesta más fácil y segura de la Unión Soviética sería aumentar el arsenal existente de armas nucleares y sistemas de lanzamiento. En consecuencia, la guerra de las galaxias habría aumentado y no reducido el peligro de guerra termonuclear. En todo caso, los gastos soviéticos en defensa con base en el espacio contra los misiles nucleares norteamericanos eran relativamente insignificantes, de una magnitud nimia para provocar el colapso de la economía soviética. La caída de la Unión Soviética está mucho más relacionada con el fracaso de la economía planificada, la conciencia creciente del nivel de vida de Occidente, la extensión del desafecto por una ideología comunista moribunda y —aunque él no pretendiera un resultado así— la promoción por parte de Gorbachov de la
glasnost o
apertura.

Diez mil científicos e ingenieros norteamericanos declararon públicamente que no trabajarían en la guerra de las galaxias ni aceptarían dinero de la organización de la Iniciativa de Defensa Estratégica. Eso da un ejemplo de la extensión y valentía de la negativa de cooperación de los científicos (a un coste personal concebible) con un gobierno democrático que, al menos temporalmente, se había desviado de su camino.

Teller también ha defendido el desarrollo de ojivas nucleares penetrantes —para poder alcanzar y eliminar centros de comandos y refugios bajo tierra de los líderes (y sus familias) de una nación adversaria— y de ojivas nucleares de 0,1 kilotones que saturarían a un país enemigo y destruirían su infraestructura «sin un solo herido»: se alertaría a los civiles por adelantado. La guerra nuclear sería humana.

En el momento de escribir estas líneas, Edward Teller —todavía vigoroso y con unos poderes intelectuales considerables a sus ochenta años— ha montado una campaña, con sus contrafiguras en el
establishment
de armas nucleares de la antigua Unión Soviética, para desarrollar y hacer explotar nuevas generaciones de armas nucleares de largo alcance en el espacio a fin de destruir o desviar asteroides que podrían encontrarse en trayectorias de colisión con la Tierra. Me preocupa que la experimentación prematura con las órbitas de asteroides cercanos pueda implicar peligros extremos para nuestra especie.

El doctor Teller y yo nos hemos reunido en privado. Hemos debatido en reuniones científicas, en los medios de comunicación nacionales y en una sesión a puerta cerrada en el Congreso. Hemos tenido importantes desacuerdos, especialmente en lo relativo a la guerra de las galaxias, el invierno nuclear y la defensa de los asteroides. Quizá todo ello sea la causa irremediable de mi opinión sobre él. Aunque ha sido siempre un ferviente anticomunista y tecnófilo, cuando repaso su vida me parece ver algo más en su intento desesperado de justificar la bomba de hidrógeno diciendo que sus efectos no eran tan malos como se podría pensar. Se puede usar para defender al mundo de otras bombas de hidrógeno, para la ciencia, para la ingeniería civil, para proteger a la población de Estados Unidos contra las armas termonucleares de un enemigo, para librar guerras humanas, para salvar al planeta de riesgos aleatorios del espacio. De algún modo, quiere creer que la especie humana reconocerá las armas termonucleares, y a él, como una salvación y no como su destrucción.

Cuando la investigación científica proporciona unos poderes formidables, ciertamente temibles, a naciones y líderes políticos falibles, aparecen muchos peligros: uno es que algunos científicos implicados pueden perder la objetividad. Como siempre, el poder tiende a corromper. En estas circunstancias, la institución del secreto es especialmente perniciosa y los controles y equilibrios de una democracia adquieren un valor especial. (Teller, que ha prosperado en la cultura del secreto, también la ha atacado repetidamente.) El inspector general de la CIA comentaba en 1995 que «el secreto absoluto corrompe absolutamente». La única protección contra un mal uso peligroso de la tecnología suele ser el debate más abierto y vigoroso. Puede ser que la pieza crítica de la argumentación sea obvia... y muchos científicos o incluso profanos la podrían aportar siempre que no hubiera represalias por ello. O podría ser algo más sutil, algo constatado por un licenciado oscuro en algún lugar remoto de Washington, D. C. que, si las discusiones fueran cerradas y altamente secretas, nunca habría tenido la oportunidad de abordar el tema.

¿Q
UE REINO DE LA CONDUCTA HUMANA
es más ambiguo moralmente? Hasta las instituciones populares que se proponen aconsejarnos sobre comportamiento y ética parecen plagadas de contradicciones. Consideremos los aforismos: No por mucho madrugar amanece más temprano. Sí, pero a quien madruga Dios le ayuda. Mejor prevenir que curar; pero quien no arrisca, no aprisca. Donde fuego se hace, humo sale; pero el hábito no hace al monje. Quien espera desespera; pero mientras hay vida hay esperanza. El que duda está perdido; pero el que nada sabe, de nada duda. Dos cabezas son mejor que una; pero demasiada gallina malogra el caldo. Hubo una época en que la gente planificaba o justificaba sus acciones basándose en esos tópicos contradictorios. ¿Qué responsabilidad moral tienen los autores de proverbios? ¿O el astrólogo que se basa en los signos del sol, el lector de cartas del tarot, el profeta del periódico sensacionalista?

Consideremos si no las religiones principales. Miqueas nos exhorta a obrar con justicia y amar la piedad; en el Éxodo se nos prohíbe cometer homicidios; en el Levítico se nos ordena amar a  nuestros vecinos como a nosotros mismos; y en los Evangelios se nos urge a amar a nuestros enemigos. Pensemos sin embargo en los ríos de sangre vertida por fervientes seguidores de los libros en los que se hallan esas exhortaciones bien intencionadas.

En Josué y en la segunda parte del libro de Números se celebra el asesinato masivo de hombres, mujeres y niños, hasta de animales domésticos, en una ciudad tras otra por toda la tierra de Canaán. Jericó es eliminado en una
kherem,
«guerra santa». La única justificación que se ofrece para este asesinato masivo es la declaración de los asesinos de que, a cambio de circuncidar a sus hijos y adoptar una serie de rituales particulares, se prometió a sus antepasados mucho tiempo atrás que aquella tierra sería suya. No se puede encontrar ni un asomo de autorreproche ni un murmullo de inquietud patriarcal o divina ante esas campañas de exterminio en las Sagradas Escrituras. En cambio, Josué «consagró a todos los seres vivientes al anatema, como Yahvé, el Dios de Israel, le había ordenado» (Josué, 10, 40). Y esos acontecimientos no son incidentales sino centrales en la narración principal del Antiguo Testamento. Hay historias similares de asesinato masivo (y en el caso de los amalequitas, genocidio) en los libros de Saúl, Esther y otras partes de la Biblia, con apenas un atisbo de duda moral. Todo ello, desde luego, era perturbador para los teólogos liberales de una época más tardía.

Se dice con razón que el diablo puede «citar las Escrituras para su propósito». La Biblia está tan llena de historias de propósito moral contradictorio que cada generación puede encontrar justificación para casi cada acción que propone: desde el incesto, la esclavitud y el asesinato masivo hasta el amor más refinado, la valentía y el autosacrificio. Y este trastorno moral múltiple de personalidad no está limitado al judaísmo y al cristianismo. Se puede encontrar dentro del Islam, en la tradición hindú, ciertamente en casi todas las religiones del mundo. Así pues, no son los científicos los que son moralmente ambiguos sino la gente en general.

Creo que es tarea particular de los científicos alertar al público de los peligros posibles, especialmente los que derivan de la ciencia o se pueden prevenir mediante la aplicación de la ciencia. Podría decirse que una misión así es profética. Desde luego, las advertencias deben ser juiciosas y no más alarmantes de lo que exige el peligro; pero si tenemos que cometer errores, teniendo en cuenta lo que está en juego, que sea por el lado de la seguridad.

Entre los cazadores y recolectores Kung San del desierto del Kalahari, cuando dos hombres, quizá inflamados por la testosterona, empiezan a discutir, las mujeres les quitan las flechas envenenadas y las ponen fuera de su alcance. Hoy en día, nuestras flechas envenenadas pueden destruir la civilización global y posiblemente aniquilar a nuestra especie. Ahora, el precio de la ambigüedad moral es demasiado alto. Por esta razón —y no por su aproximación al conocimiento— la responsabilidad ética de los científicos también debe ser muy alta, sin precedentes. Desearía que los programas universitarios de ciencia plantearan explícita y sistemáticamente estas cuestiones con científicos e ingenieros experimentados. Y a veces me pregunto si, en nuestra sociedad, también las mujeres —y los niños— acabarán poniendo las flechas envenenadas fuera de nuestro alcance.

Capítulo
17
U
N MATRIMONIO ENTRE EL ESCEPTICISMO Y EL ASOMBRO

Nada es demasiado maravilloso para ser verdad.

Afirmación atribuida a M
ICHAEL
F
ARADAY
(1791-1867)

La percepción, sin comprobación ni fundamento, no es garantía suficiente de la verdad.

B
ERTRAND
R
USSELL
,
Misticismo y lógica
(1929)

C
uando al atestiguar en un juicio se nos pide que juremos decir «la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad», se nos pide lo imposible. Simplemente, es superior a nuestros poderes. Nuestros recuerdos son falibles; incluso la verdad científica es una mera aproximación, y lo ignoramos casi todo del universo. A pesar de todo, de nuestro testimonio puede depender una vida. Sería razonable que nos hicieran jurar decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad
hasta el límite de nuestras posibilidades.
Pero, sin la frase calificativa, queda fuera de nuestro alcance. Sin embargo, por mucho que concuerde con la realidad humana, esta calificación es inaceptable para cualquier sistema legal. Si todo el mundo dijera la verdad sólo hasta un grado determinado por el juicio individual, se podrían ocultar acusaciones o hechos dudosos, ensombrecer los acontecimientos, ocultar la culpabilidad, evadir la responsabilidad y negar la justicia. Así pues, la ley aspira a un nivel de precisión imposible y nosotros hacemos lo que podemos.

En el proceso de selección de un jurado, el tribunal necesita la garantía de que el veredicto se base en las pruebas. Hace esfuerzos heroicos para eliminar juicios tendenciosos. Es consciente de la imperfección humana. ¿El miembro potencial del jurado conoce personalmente al fiscal, o al abogado de la acusación o de la defensa? ¿Y al juez o a otros miembros del jurado? ¿Se ha formado una opinión del caso, no a partir de los hechos planteados en el tribunal, sino de la publicidad previa al juicio? ¿Adjudicará mayor o menor peso a las pruebas de los oficiales de la policía que a las de los testigos del acusado? ¿Tiene algún prejuicio contra el grupo étnico del acusado? ¿Vive el miembro potencial del jurado en el vecindario donde se cometieron los crímenes; podría influir esto en su juicio? ¿Tiene una preparación científica sobre los asuntos de los que atestiguan los testigos? (Tenerla suele ser un dato en contra.) ¿Tiene algún familiar que trabaje en la policía o en el poder judicial? ¿Ha tenido algún encuentro con la policía que pudiera influir en su criterio? ¿Algún amigo o familiar suyo ha sido arrestado alguna vez por una acusación similar?

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