Authors: Albert Espinosa
Fue algo mágico, increíble. Volvía a aquellos recuerdos, veía lo que me gustaba o lo que deseaba y era como trasplantar eso en el joven de veinticuatro. Pasé ese año maravilloso tendiendo puentes, conversando con las dos personas que convivían en un mismo cuerpo. Fue sin duda el año más increíble de mi vida, en el que me escuché, me entendí y me respeté. Durante ese año, aprendí las lecciones del cáncer y las apliqué a la vida. Uno de los chavales, el de veinticuatro, tenía las armas contra el cáncer y el de catorce, tenía la inocencia de seguir viviendo sin aún haberlo conocido. Qué mejor que utilizar la sinergia de ambas fuerzas, de ambas energías.
Sin duda, el chaval de catorce habría sido de otra manera, y el chaval de veinticuatro, que lo sabía, sólo deseaba que se sintiera aceptado, querido.
Me gustaba cuando se ponían de acuerdo, cuando veía que en realidad no les separaban tantas cosas. En realidad quizá deseaban lo mismo pero lo expresaban de forma distinta.
También me entusiasmaba cuando discutían; en realidad era entonces cuando crecía, cuando me daba cuenta de que ya no tenían los mismos objetivos. Y eso era bonito, porque de alguna manera dos personas compartirían dos intereses, dos búsquedas. El debate es necesario para subsistir.
Al final de aquel año hice un pacto con el chaval de catorce: siempre tendría un voto, siempre escucharía su opinión. Ya que aquel chaval de catorce no podía ser lo que deseaba, le permitiría estar siempre conmigo. Y jamás me ha abandonado; yo voy creciendo y cumpliendo años, pero el chaval de catorce continúa dentro de mí, aconsejándome y dándome su opinión.
Sin saberlo, mucha gente olvida a su chaval de catorce, y creo que lo ideal es volver, sumergirte y crear puentes hasta ese momento. Es como nadar por el fondo de una piscina, atravesar un pequeño túnel y aparecer en otra piscina más pequeña; allí es donde están los catorce años. Habla, intercambia y rescata lo que puedas para la piscina grande.
Los chavales de catorce nos hacen ricos, nos hacen complejos. Al fin y al cabo es una época dura en la que acabamos tomando las decisiones más importantes, las que marcan nuestro carácter. El problema es que a veces lo olvidamos, a veces pensamos que estábamos equivocados y volvemos a reconstruirnos.
Creo que lo bonito es reconstruirte a través de quien ya eras: vuelve a los cimientos, vuelve a los catorce años. Sin duda allí está la base de quien eres. De quien querías ser. Ahora que lo pienso, éste podría ser otro descubrimiento: el vigesimocuarto. Ahí lo dejo.
Tan sólo cree en los 23 descubrimientos. Cree y se crearán. Y ahora demos paso a los amarillos… Ya es la hora…
Los amarillos
¿Le parece a Ud. correcto que un ingeniero haga versos?
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio.
Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas.
Eso, para vivir.
GABRIEL CELAYA
Llegamos a uno de los capítulos más deseados por mí y que más emoción me produce escribir. Me apetece mucho hablar de los amarillos.
Tienes que saber que es la 1.41 de la mañana de una noche de agosto (cuando lo reescribo son las 11.08 de una mañana de octubre). Siempre he creído que situar el momento de la escritura, el día (es la madrugada de un jueves), le da sin duda más realidad a todo (plena mañana de un martes en la reescritura). Es una dimensión que jamás tienes cuando lees un libro. ¿A qué hora escribió aquello? ¿Dónde estaba? ¿Hacía calor?
Tuve la suerte de entrevistar hace unos meses a Bruce Broughton, el compositor creador de bandas sonoras tan famosas como las de las películas El secreto de la pirámide (The Young Sherlock) y Silverado. Hablamos sobre qué variables pueden tener que ver con la creación: ¿la pareja? ¿El lugar? ¿La temperatura? El creía que la creatividad tiene que ver sobre todo con cómo recibes lo que ves y cómo lo transformas. Tu propia velocidad de transformación. Fue realmente un lujo escuchar a alguien que rebosa tanta creatividad, aunque reconoció que su velocidad de creatividad aumentaba con la soledad, el calor y la concentración persona!.
Pero no nos apartemos del tema principal: los amarillos. Aparte de ser un capítulo del libro también da título al libro y le proporciona todo su color. Sin duda, es el gran tesoro que aprendí del cáncer. Siempre se aprende algo que va tres pasos o tres kilómetros por delante del resto; siempre hay un Induráin, un Borg; siempre hay alguien o algo que marca las diferencias. Y sabiendo, como creo que ya sabes, que me encantan las listas tenía que haber una gran lección que marcara la diferencia.
Éste será un capítulo largo, y como no quiero perderme, intentaré no irme por las ramas. Sobre todo porque si hay algo que desearía que extrajeras de la lectura de este libro, es el concepto de los amarillos.
Espero y deseo que dentro de unos meses la gente busque amarillos, utilice este término, lo haga suyo. Hay términos que aparecen y se hacen populares, a veces por cosas malas (tsunami), a veces por cosas buenas (internet), a veces simplemente por moda (metrosexual). Tampoco es que desee acuñar un término nuevo, pero creo que es necesario encontrar una palabra que defina este concepto. Los conceptos necesitan palabras, al igual que las personas necesitan nombres. Había un señor en el hospital que siempre me decía: «Te ponen un nombre y a vivir, ¡quién pudiera no tener nombre!». Yo siempre lo miraba y sonreía; no entendía qué quería decir. Me pasó muchas veces en el hospital; yo tenía quince o dieciséis años y el resto de pacientes rozaban los sesenta o setenta. Me hablaban como si fuese adulto, me daban consejos de adultos, me miraban como a un adulto. Sí, existe la mirada de adulto. Yo me apuntaba todo lo que no comprendía pero que presentía que entendería años más tarde.
Me encanta cuando la cabeza decide aceptar un concepto, un idioma, un sentimiento. Creo que el cerebro tiene combinación retardada para abrirse; hay que pulsar muchas teclas y con códigos diferentes para que se abra y deje entrar lo que al principio rechazaba. Tan sólo hay que encontrar la contraseña. Del mismo modo que espero hallar la que explique los amarillos.
En el hospital encontré muchos «amarillos», aunque en aquella época no sabía que lo eran. Pensaba que eran amigos, almas gemelas, personas que me ayudaban, ángeles de la guarda. No acababa de comprender por qué un desconocido que hasta hacía dos minutos no formaba parte de tu mundo, después se convertía en parte tuya, te entendía más que cualquier persona de este mundo y notabas que te ayudaba de una manera tan profunda que te sentías comprendido e identificado. Sin pretenderlo, lo que he contado podría ser una primera definición de amarillo.
Normalmente me ocurría con los compañeros de habitación. Enseguida se convertían en «amarillos» míos. No sé los ratos que me he pasado hablando con compañeros de habitación a horas intempestivas. Eran como hermanos postizos. Sí, exacto. En aquella época incluso les llamaba así: hermanos de hospital, hermanos con fecha de caducidad. La intensidad era como la que hay entre hermanos y la amistad era muy estrecha.
Pero según fueron pasando los años, me di cuenta de que las palabras «hermano», «amigo», «más que un conocido» quedaban cortas.
Recuerdo un día en el hospital en el que estábamos hablando dos o tres pelones sobre los «compañeros de habitación». Alguno los definía como ángeles; otro los definía como amigos. Y yo y otro chico dijimos: son amarillos. Nos salió a la vez. Y no sé por qué dijimos amarillos, pero tuvimos la sensación de que era la palabra que los definía. Yo creo mucho en el azar y en la suerte; pienso que el azar es mucho más poderoso que la suerte. Y no sé si por suerte o por azar, pero creo que hay una única palabra para definir ese concepto que se denomina «amarillo».
Nunca he comprendido que el concepto de amistad no haya evolucionado. A veces leo libros que hablan de la Edad Media, del Renacimiento, de principios de siglo, y siempre se habla de la amistad; un amigo siempre es un amigo. Los amigos son amigos y su repercusión en la persona amiga es bastante parecida en todas las épocas. En cambio, el mundo de la pareja y la familia sí que ha evolucionado. No se parece en nada la forma de relacionarse de una pareja o un núcleo familiar en la Edad Media a como la vivimos ahora; los roles, las costumbres, todo ha evolucionado.
Creo que éste es uno de los males de esta sociedad. El concepto amigo, el rol del amigo, ya no puede ser el mismo en la época tecnológica en la que vivimos. Yo creo que ahora es imposible mantener el contacto con los amigos de la misma manera que en décadas anteriores. Todo el mundo pierde amigos cada año, y las excusas son muy variadas: «vivimos en países distintos», «cambié de trabajo», «no tengo tiempo para quedar», «tan sólo hablábamos en el messenger de vez en cuando» o «éramos tan sólo amigos del colegio o de la universidad».
Perder a un amigo está siempre relacionado con dejar de verse. Los amigos se definen sobre todo porque son personas que se ven, que se ven muchas veces en la vida. ¿Puedes ser amigo de alguien si no lo ves jamás, si no quedas nunca con él? Teóricamente no se puede. Siempre teóricamente.
Por ejemplo, yo con mis amigos pelones nos veíamos siempre en el hospital; era una regla de oro. Nos ayudábamos, nos cuidábamos, pero una vez salíamos del hospital teníamos el pacto de no volver a vernos. No es que nos olvidáramos del otro, al revés, lo llevábamos dentro, pero no teníamos la necesidad de seguir viéndonos. Nos unía otra cosa.
Tardé bastante tiempo en comprenderlo, pero ellos fueron la base de los amarillos. Un buen día lo vi claro. Hay amigos que te dan amistad, hay amores que te dan pasión, sexo o amor, y finalmente hay amarillos.
Curiosamente amor, amistad comienza con «am» y amarillos también. No, no es casualidad, estoy seguro de que la raíz «am» significa algo; algo que da cosas. Siempre he creído que las casualidades son subrayados, subrayados para que sepamos que debemos fijarnos en algo.
Quizá te preguntes si lo que quiero decir es que los amarillos son los sustitutos de los amigos. La respuesta es no. Los amigos, los amigos tradicionales siguen existiendo, todos los tenemos. Pero hay un nuevo escalafón, un nuevo concepto: los amarillos.
Todo el mundo los tiene, pero el problema es que aún no existía una palabra para definirlos. Estoy seguro de que los amarillos han existido siempre, pero se les ponía en el cajón de sastre de los amigos. O a veces un amarillo se convertía en un amor. El amarillo está entre el amor y la amistad, por eso muchas veces se confunde.
Antes de continuar, daré una definición de amarillo. Una definición de lo explicado hasta ahora.
Amarillo. Definición: Dícese de aquella persona que es especial en tu vida. Los amarillos se encuentran entre los amigos y los amores. No es necesario verlos a menudo o mantener contacto con ellos.
Según esta definición: ¿cómo diferenciar los amarillos de los amigos? ¿Hay manera de saber quién es un amigo y quién es un amarillo? Pues la verdad es que sí. Sin duda, se necesita un poco de práctica y conocerse a uno mismo. Los amarillos son reflejos de uno, en ellos están parte de nuestras carencias y el conocerlos hace que demos un salto cualitativo en nuestra vida.
Voy a contarte un poco más sobre los amarillos. Imagina que estás en un aeropuerto, en un aeropuerto de una ciudad que no es la tuya. Hay retraso, de dos o tres horas. Estás solo en esa ciudad y de repente empiezas a hablar con alguien (chico o chica). Al principio puede parecer una conversación trivial o de contacto, pero poco a poco notas que hay algo entre vosotros; no hablo de amor o sexo, hablo de sentir que has encontrado a alguien (un desconocido) al que puedes contarle cosas muy íntimas y que notas que te comprende y que te aconseja de una manera diferente y especial.
El avión debe despegar, así que os separáis (en el mejor de los casos os intercambiáis el número de móvil o la dirección de e-mails) y dejáis de veros. Quizá os escribís, quizá os mandáis un mensaje, o quizá nunca más volvéis a veros.
Tradicionalmente, no se podría considerar un amigo a esta persona. Un amigo necesita tiempo, años, pero quizá esa persona os ha dado más que un amigo de seis o siete años (habéis compartido intensidad y confidencias). Además, una de las características de los amigos es que es un tipo de relación en que lo importante es verse frecuentemente o con asiduidad. Y sin embargo, te encuentras con que un desconocido te ha marcado y te ha hecho sentir mejor, aunque seguramente no volverás a verlo jamás.
Normalmente esta situación crea tristeza, una sensación de perder, no de ganar; de haber encontrado a alguien y saber que lo has perdido. Pero en realidad has conseguido «un amarillo». Uno de los 23 amarillos que tendrás en tu vida.
Seguramente te preguntarás:;un amarillo es un desconocido que me comprende? No exactamente. Un amarillo puede ser un conocido, un amarillo puede ser un amigo que un buen día sube a ese escalafón de amarillo. No debe ni tiene por qué ser un desconocido. Tan sólo tiene que ser alguien especial que haga que te sientas especial.
Lo más importante es que un amarillo no necesita llamadas telefónicas, no necesita años de cocción, no necesita que lo veas a menudo (una única vez es suficiente para ser un amarillo). Así que quizá mucha de esa gente que no ves a menudo, que ya no consideras amigo por falta de tiempo, quizá son amarillos.
Amarillo es la palabra que define a esa gente que cambia tu vida (mucho o poco) y que quizá vuelvas o no vuelvas a ver. Es como dar una nueva distinción a lo que antes se llamaba «mejores amigos».
Y sobre todo los amarillos no son fruto de la casualidad. Con esto quiero decir que en ese mismo aeropuerto podrías reconocer a algún amarillo (hay fórmulas para reconocerlos) y entablar una conversación para ver si lo es o no lo es, para saber si te has equivocado o si realmente tu radar funciona. Los amarillos se sienten, notas que puede serlo. No se inicia por casualidad una relación con un amarillo.
¿No has notado nunca mientras vas por la calle que alguien te llama la atención? No es en sí una cuestión sexual ni de belleza, es porque algo en esa persona hace que tengas que hablarle, que necesites decirle algo. Es un sentimiento, algo que no es amor ni sexo, aunque se supone que no puede ser amistad, ya que la amistad necesita tiempo o una actividad, un trabajo o un hobby común. Pues eso que sientes es fruto de ver a un amarillo, de tener la suerte de tropezarte con un amarillo de tu mundo.