—Tengo la sensación de que tú y yo vamos a ser buenos amigos —le dijo Mystery a Herbal una mañana.
A la primera fiesta que Playboy celebró en la mansión acudieron quinientas personas. Éramos un ejemplo que había que imitar; puede que no para los vecinos, pero sí para la Comunidad. Las primeras franquicias apenas tardaron un mes en aparecer.
Un grupo de MDLS se mudaron a la vieja casa que tenía Herbal en Texas y la bautizaron Proyecto Austin.
Algunos de nuestros discípulos de San Francisco alquilaron un piso con cinco dormitorios y un enorme salón en Chinatown y celebraron seminarios de sargeo en lo que llamaron Proyecto San Francisco.
Unos universitarios australianos crearon Proyecto Perth, que fue visitado por cien mujeres en los tres primeros días.
Y cuatro MDLS a los que Mystery y yo habíamos entrenado en Sydney alquilaron un apartamento en la playa con un ascensor que bajaba directamente a la discoteca. Era el Proyecto Sydney.
Nadie había llegado a comprender el pleno potencial de la Comunidad, las gestas que podían lograr un grupo de tíos que se reunían para hablar de mujeres. Teníamos nuestras mansiones y nuestras manicuras, y sabíamos
sargear
. Estábamos listos para extendernos por el mundo como una plaga.
Durante el primer mes que pasé en Proyecto Hollywood mi realidad sexual alcanzó un nivel completamente nuevo. Al igual que el taller de Mystery me había abierto los ojos a todo lo que era posible conseguir en una discoteca, este último giro de acontecimientos me mostró posibilidades desconocidas hasta ahora en la cama.
Y todo porque Herbal no me dejó dormir… durante una semana entera.
—¿Has oído hablar alguna vez de las dietas de sueño? —me preguntó una mañana mientras desayunábamos algo en el restaurante Mel’s Diner—. Lo he visto en Internet.
Durante su tiempo libre, Herbal descubría muchas cosas en Internet: una limusina en eBay, baratísima; sábanas de mil fibras para nuestras camas; una manera nueva y mejor de doblar las camisas, y un negocio que vendía pingüinos como mascotas (aunque al encargar un pingüino para Proyecto Hollywood descubrió que era una broma).
—Básicamente es una manera de entrenar tu cuerpo para que sobreviva con tan sólo dos horas de sueño al día —me explicó.
—¿Y eso es posible?
—En vez de dormir ocho horas todas las noches, lo que haces es echarte siestas de veinte minutos cada cuatro horas.
Resultaba tentador. Con esas seis horas de más al día tendría tiempo para escribir más, jugar más, leer más, hacer más ejercicio, salir más y aprender nuevas
técnicas
de sargeo.
—¿Cuál es el truco?
—Bueno —dijo Herbal—. Al parecer, se tardan unos diez días en adaptarse al nuevo ritmo. Y no es fácil. Pero, una vez que lo consigues, se convierte en algo totalmente natural. La gente dice que tiene más energía, aunque, por alguna razón, también entran muchas ganas de beber zumos.
Al igual que ocurrió cuando Marko sugirió que fuésemos a Moldavia, yo dije que sí sin dudarlo. No tenía nada que perder; excepto diez días de sueño.
Nos aprovisionamos con videojuegos y DVD y les pedimos a nuestros compañeros que nos ayudaran a mantener nuestra nueva disciplina, pues bastaba con dormir unos minutos de más o saltarse una siesta para echar por tierra todo el experimento y tener que empezar de nuevo desde el principio. Como incentivo para mantenernos despiertos, todos los días invitábamos a la mansión a alguna chica.
Por aquel entonces yo estaba saliendo con unas diez chicas distintas. Era lo que los MDLS llaman MRE: múltiple relación estable.
Al contrario que los
TTF
, yo nunca les mentía a mis chicas. Todas sabían que salía con otras chicas. Y, para mi sorpresa, ninguna de ellas me había dejado.
Uno de los descubrimientos más importantes que hice en la Comunidad me lo proporcionó un libro de autoayuda que me recomendó Ross Jeffries:
Cómo dominar tu huna interior
. Me enseñó que «el mundo es lo que uno cree que es». En otras palabras, si tú sientes que necesitas tener un harén y, además, piensas que no hay nada raro en tenerlo, las chicas lo aceptarán. Ésa es tu realidad. Sin embargo, esa gente a la que le gustaría tener un harén pero que, en el fondo, piensa que es poco ético nunca conseguirá tenerlo.
La única chica que no se sentía del todo cómoda con el arreglo era Isabel, una pequeña española de personalidad efervescente y curvas pronunciadas que tenía la costumbre de mover la punta de la nariz como una ratita en busca de queso.
—Yo no me acuesto con otras personas cuando estoy saliendo con alguien —me decía una y otra vez—. Y me gustaría que tú tampoco lo hicieras.
Al cuarto día de mi experimento del sueño invité a Hea a la mansión para que me ayudara a permanecer despierto. Hea era una mujer pequeña que llevaba unas grandes gafas negras. Había algo tremendamente sensual en Hea. Era como si sólo le faltara el zapato de cristal para convertirse en una princesa. Y ese potencial de belleza resulta tan atractivo a ojos de la mayoría de los hombres como la belleza en sí misma. Normalmente son las propias mujeres las que más disfrutan cuando tienen el pelo, el maquillaje, las uñas y la ropa perfectamente arreglados.
Aunque no nos importe que lo hagan, los hombres no necesitamos que las mujeres se arreglen e intenten parecer modelos; con nuestra imaginación nos basta y nos sobra, pues los hombres desnudamos a cada mujer que se cruza en nuestro camino para ver si cumple nuestro ideal femenino. De ahí que las mujeres ignorasen a Hea y los hombres la desearan; nosotros veíamos su potencial.
Herbal y yo recibimos a Hea en la puerta sin afeitar y con los ojos enrojecidos. La dieta de sueño empezaba a pasarnos factura, y nuestro aspecto y nuestros modales habían sido lo primero en sucumbir. Así que la llevamos a la habitación de Herbal, nos sentamos los tres en el suelo y estuvimos una hora jugando con la Xbox para no quedarnos dormidos.
Cuando el timbre volvió a sonar, fui a la puerta arrastrando los pies. Al abrirla me encontré con Isabel.
—Vengo de Barfly —me dijo con un movimiento de nariz—. Estaba bailando con una amiga y he pensado en venir a verte.
—Sabes que odio las visitas sorpresa.
Siempre les decía a mis MRE que llamaran antes de venir a verme —precisamente para evitar situaciones como ésa—, pero ya que estaba ahí, la dejé pasar.
—De todas formas, me alegro de verte —le dije.
La acompañé al cuarto de Herbal e hice las presentaciones. Isabel se sentó al lado de Hea. Su intuición le decía que ocurría algo extraño. Miró a Hea de arriba abajo antes de preguntarle:
—¿De qué conoces a Style?
En ese momento empecé a pensar que, más que una visita casual, lo que había preparado Isabel era un ataque en toda regla. Así que dejé a las dos chicas con Herbal y fui a buscar a Mystery; estaba demasiado cansado para soportar una escenita.
—La he cagado, tío —le dije—. Isabel y Hea están a punto de sacarse los ojos.
Necesito deshacerme de una de las dos.
—Tengo una idea mejor —dijo él—. Hazte un trío con ellas.
—Estás de broma, ¿no?
—Claro que no. Uno de mis alumnos me contó una vez una
técnica
para empezar un trío. Deberías intentarlo. Sólo tienes que sugerir un masaje a tres.
—Suena peligroso.
Todavía me acordaba del baño en la habitación de hotel de las gemelas de porcelana.
—No tiene por qué ser peligroso —repuso Mystery—. Corres un riesgo, sí, pero es un riesgo calculado. Ten en cuenta que son ellas quienes han venido a ti; para empezar, ya tienes ese IDI.
Mystery podía ser muy persuasivo. Había conseguido que hablara y me vistiera de maneras que antes nunca hubiera imaginado posibles. Decidí que merecía la pena intentarlo. Lo peor que podía pasar era que las perdiera a las dos, y ése era un riesgo que estaba dispuesto a correr. Volví a la habitación de Herbal.
—Chicas —dije entre bostezos—, quiero enseñaros los vídeos que ha grabado Mystery. Os vais a morir de risa.
Inspirado por nuestro vídeo de Carly y Caroline, Mystery había empezado a grabar nuestros viajes y nuestras salidas, editándolos después en vídeos cómicos de unos diez minutos.
Me siguieron hasta mi habitación. Por supuesto, no había ninguna silla en la que sentarse; tan sólo la cama. Así que los tres nos tumbamos sobre el edredón y yo les enseñé la película de nuestro viaje a Australia.
Al acabar, tomé aire y me lancé:
—La semana pasada tuve una experiencia alucinante —les dije—. Fui a San Diego a ver a mi amigo Steve P., que es gurú y chamán. Steve P. hizo que dos de sus alumnas me dieran lo que él llamo un masaje de inducción dual. Las chicas movían las manos de forma perfectamente sincronizada sobre mi espalda. Resulta que, como no puede procesar tantos movimientos al mismo tiempo, la mente se desconecta por completo y te sientes como si te estuvieran masajeando cientos de manos. Fue alucinante.
Si describes algo con suficiente entusiasmo, la gente siempre querrá probarlo; sobre todo cuando no das la oportunidad de decir que no.
—Túmbate boca abajo —le dije a Isabel.
Ya que Isabel era quien más probabilidades tenía de echarse atrás, lo mejor era empezar por ella. Cuando se tumbó, yo me puse de rodillas a su derecha y le dije a Hea que se sentara a su izquierda y que imitara cada uno de mis movimientos.
Al acabar el turno de Isabel, me quité la camisa y me tumbé boca abajo. Las chicas se arrodillaron a ambos lados de mí y empezaron a masajearme la espalda; al principio, con movimientos vacilantes, pero pronto con más confianza. Mientras las dos se inclinaban sobre mí, trazando círculos con las manos sobre mi espalda, noté cómo la habitación se cargaba de energía. Isabel y Hea empezaban a sentir la naturaleza sexual de la situación.
Después de todo, era posible que aquello funcionara.
Cuando llegó el turno de Hea, se quitó la camisa y se tumbó boca abajo. Esta vez me aseguré de que el masaje fuera algo más erótico, llegando hasta el interior de los muslos y rozándole los pechos.
Al acabar, Hea se quedó tumbada. Había llegado el momento de la verdad.
Tenía que cambiar de fase.
Estaba tan nervioso que las manos empezaron a temblarme, como en aquella desastrosa comida con Elisa, mi antigua compañera de colegio. Atraje a Isabel hacia mí y la besé. Mientras nos besábamos, fui bajando su cuerpo hasta que quedamos prácticamente tumbados sobre Hea. Entonces le di la vuelta a Hea y la besé. Ella respondió a mi beso. Funcionaba.
Lentamente, atraje a Isabel hacia nosotros, incorporándola al beso. Y, cuando los labios de Isabel y Hea por fin se tocaron, la tensión sexual que se había acumulado en la habitación estalló. Isabel y Hea se devoraron a besos, como si llevaran esperando hacerlo toda la vida. Pero ése no era el caso. Hacía tan sólo media hora eran rivales encarnizadas. La verdad es que no podía entender lo que había pasado; aunque, pensándolo bien, qué importaba eso ahora.
Hea le quitó la camisa a Isabel y los dos le chupamos los pezones. Después le quitamos los pantalones y le lamimos los muslos hasta que ella empezó a arquear la espalda. Mientras yo le quitaba las braguitas, Hea se puso detrás de mí e intentó quitarme los pantalones.
Y entonces vi el reloj en la pared. Eran las dos de la madrugada. El corazón me dio un vuelco. Habían pasado cuatro horas desde mi última siesta. No podía irme a dormir en medio del primer trío de mi vida. Pero, si no lo hacía, los cuatro días que llevaba de dieta de sueño no servirían para nada.
—Siento haceros esto —les dije—, pero tengo que echarme veinte minutos. Si queréis, podéis quedaros.
Con Isabel a un lado y Hea al otro, apenas tardé unos segundos en quedarme dormido. Soñé que las calles eran de agua y que yo nadaba por ellas. Cuando sonó el despertador, atraje a las dos chicas hacia mí y continué las cosas donde las había dejado.
Pero, esta vez, Isabel se apartó.
—Me siento rara —dijo.
—Tienes razón —le dije yo—. A mí me pasa lo mismo. Pero es una experiencia nueva. Por eso deberíamos intentarlo.
Ella asintió con una sonrisa. Después me quitó los calzoncillos y las dos empezaron a masturbarme mientras yo las observaba tumbado. Era una visión que merecía la pena recordar.
Hasta que Hea empezó a chupármela. Al notar cómo se tensaba el cuerpo de Isabel, recordé lo que había dicho sobre los tríos Rick H. en el seminario de David DeAngelo: se trataba del placer de las chicas, no del nuestro. Ellas eran como los perros que tiran de un trineo —ésa fue la metáfora que usó—, y nuestra misión era asegurarnos de que siempre estuvieran a gusto y tuvieran lo que necesitaban.
—¿Te sientes incómoda? —le pregunté.
—Un poco —contestó ella.
Aparté a Hea de mi entrepierna y los tres nos tumbamos a hablar hasta que llegó el momento de mi próxima siesta.
Al final, esa noche no me acosté con Hea. Verme penetrar a otra chica hubiera sido demasiado para Isabel; lo que había hecho esa noche ya había sido un gran paso para ella.
La noche siguiente yo estaba todavía más cansado. Me senté a ver
Amistades peligrosas
con Herbal, pero, cada cierto tiempo, caía en un ensueño del que despertaba inmediatamente. Se llaman microsueños: el cuerpo tiene tanta necesidad de descanso que aprovechaba el menor descuido para engañarnos y robarnos un instante de sueño.
—Esto de la dieta de sueño ha sido una idea horrible —le dije a Herbal.
—Tú aguanta —me dijo él—. Ya verás cómo merece la pena.
Aunque había comprado varios frascos de vitaminas para darle una pequeña ayuda extra a mi sistema inmunológico, con la falta de sueño siempre me olvidaba de cuáles había tomado y de cuánto tiempo hacía.
Afortunadamente, esa noche Nadia no tardó en llegar. Nadia era otra de mis MRE, la bibliotecaria sexy a la que había conocido durante mi experimento con los anuncios de contactos. Y vino con Barbara, una amiga cuyo flequillo negro me hizo pensar en Betty Page; venían de ver un espectáculo burlesco de las Suicide Girls en la Knitting Factory.
Les serví una copa y nos sentamos juntos en un sofá. Aunque Barbara tenía novio, aprovechaba la menor posibilidad para juguetear con Nadia, hacia la que no había duda de que se sentía atraída. Así que decidí darle la oportunidad de expresar sus sentimientos.
Pero primero me retiré a disfrutar de una de mis tan necesitadas siestas. Esta vez soñé que estaba perdido, desnudo, en una inmensa pradera cubierta de nieve. Al levantarme, veinte minutos después, les dije que subieran a mi habitación a ver uno de los vídeos de Mystery y, una vez arriba, volví a probar con la
técnica
del masaje de inducción dual. Y, para mi sorpresa, funcionó de nuevo. En cuanto sus labios se rozaron, las chicas se devoraron entre sí, exactamente igual que lo habían hecho Isabel y Hea. Así que lo de la noche anterior no había sido un simple golpe de suerte.