El mazo de Kharas (10 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El mazo de Kharas
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—¿Cómo es? —le había preguntado a su hermano.

—Es como mi libro de encantamientos, sólo que en lugar de estar encuadernado en pergamino, lo está en piel azul oscuro y las runas son de color plateado. Cuando lo toques, notarás un frío sobrenatural —le había dicho Raistlin.

—¿Qué dicen las runas? —Caramon desconfiaba del encargo. No le había gustado la forma en la que su hermano había descrito el libro.

—Será mejor que no lo sepas... —Raistlin había esbozado una sonrisa para sí mismo, una sonrisa misteriosa.

—¿A quién pertenecía ese libro?

Aunque Caramon no era mago sabía muchas cosas sobre la forma de actuar de los hechiceros al haber estado siempre cerca de su gemelo. La posesión más valiosa de un mago era su libro de hechizos, recopilados a lo largo de una vida de trabajo. Escrito en el lenguaje de la magia, cada conjuro se apuntaba con todo detalle y con las palabras precisas, junto con anotaciones sobre la correcta pronunciación de cada vocablo, la inflexión y la entonación exactas, qué gestos debían utilizarse y qué ingredientes podrían hacer falta.

—Tú nunca has oído hablar de él, hermano —le había dicho Raistlin a Caramon tras uno de aquellos raros lapsus en los que parecía estar mirando dentro de sí mismo, aparentemente buscando algo perdido—. Y, no obstante, fue uno de los hechiceros más notables que haya existido. Se llamaba Fistandantilus.

Caramon se había sentido reacio a hacer la siguiente pregunta, temeroso de la respuesta que podría recibir. Al rememorarlo ahora, se dio cuenta de que había sabido con exactitud lo que iba a oír. Ojalá no hubiera abierto la boca.

—Ese Fistandantilus... ¿vestía la Túnica Negra?

—¡No me hagas más preguntas! —Raistlin se había enfadado—. ¡Eres tan desconfiado como los demás! ¡Ninguno de vosotros me comprende!

Pero Caramon comprendía. Lo había comprendido entonces. Lo comprendía ahora... o eso creía. El hombretón esperó hasta que la asamblea empezó a disolverse y entonces se acercó a su gemelo.

—Fistandantilus —dijo en voz baja mientras miraba alrededor para estar seguro de que nadie fuera a oírlos por casualidad—. Ése es el nombre del hechicero perverso... Ése a quien pertenecía el libro que encontraste...

—Sólo porque un mago lleve la Túnica Negra no lo convierte en malvado —repuso Raistlin con un gesto impaciente—. ¿Por qué nunca te entra esa idea en tu dura cabezota?

—De cualquier forma —dijo el guerrero, que no quería tener otra discusión porque lo dejaban confuso y embarullado—, me alegro de que Tanis y Flint decidieran no ir a ese sitio, ese Monte de la Calavera.

—¡Son unos imbéciles, todos ellos! —dijo Raistlin, que echaba chispas—. Ya puestos, Tanis podría usar la cabeza del enano para llamar en la ladera de la montaña, para lo que les va a servir. Nunca encontrarán el modo de entrar en Thorbardin. ¡El secreto está en el Monte de la Calavera!

Le sobrevino un ataque de tos y el mago tuvo que dejar de hablar.

—Te estás excitando demasiado —dijo Caramon—. Eso no te conviene.

Raistlin sacó el pañuelo y se lo llevó a los labios. Inhaló entrecortada, trabajosamente, dos veces. El ataque cedió y el mago posó la mano en el brazo de su hermano.

—Ven conmigo, Caramon. Tenemos mucho que hacer y muy poco tiempo para hacerlo.

—Raist... —A veces, Caramon era capaz de leerle la mente a su hermano y eso fue lo que ocurrió en ese momento, que supo exactamente lo que se proponía hacer Raistlin. El hombretón intentó protestar, pero los ojos de su hermano se entrecerraron de manera alarmante y Caramon se tragó las palabras.

—Vuelvo a nuestro habitáculo —dijo fríamente Raistlin—. Tú decides si vienes o no conmigo.

Dicho esto echó a andar a buen paso y Caramon lo siguió, aunque más despacio.

Raistlin llevaba tanta prisa y su gemelo iba tan decaído que ninguno de los dos reparó en que Sturm caminaba detrás.

* * *

Mientras se celebraba la reunión, Tika Waylan permaneció en la cueva que compartía con Laurana intentando peinar la enredada mata de rizos pelirrojos. Tika se había sentado en una pequeña banqueta que Caramon había hecho para ella, a la luz de una vela, y se esforzaba por deshacer un nudo en un mechón donde el peine de madera se había quedado atascado. Podía intentar desenredarlo suavemente, como Laurana le había enseñado, pero ella tenía muy poca paciencia. Antes o después le daría un tirón al peine y arrastraría el nudo y un puñado de cabellos con él.

La manta que la joven había utilizado como puerta improvisada para tapar la entrada se abrió y una ráfaga de aire y un remolino de copos de nieve precedieron a Laurana, que entró con un farol en la mano. Tika alzó la cabeza.

—¿Qué tal ha ido la reunión?

Cuando se habían conocido en Qualiniesti, Tika se había quedado impresionada con Laurana. Las dos no podían ser más distintas. Laurana era hija de un monarca, mientras que Tika era hija de un ilusionista a tiempo parcial y ladrón a jornada completa. Laurana era una elfa, una princesa.

Tika había crecido como una salvaje gran parte de su vida. Habiéndole tomado el gusto a robar ella también, había cometido delitos. Otik Sandhal, propietario de la posada El Ultimo Hogar, en Solace, se había ofrecido a adoptar a la huérfana y le había dado un ganancioso empleo como camarera.

Las dos jóvenes eran totalmente diferentes en aspecto. Laurana era esbelta y grácil, en tanto que Tika tenía un generoso busto y una constitución robusta. La elfa era muy rubia, de tez blanca y sonrosada, mientras que el cabello de la humana era tan rojo como el fuego y su cara estaba llena de pecas.

Tika sabía muy bien que poseía su propio tipo de belleza y la mayor parte del tiempo —cuando no estaba con Laurana— se sentía conforme consigo misma. El pelo rubio de la elfa hacía que el de ella, en contraste, pareciera aún más rojo, del mismo modo que la grácil figura de Laurana hacía que Tika tuviera la impresión de ser toda ella busto y caderas.

—¿Qué tal ha ido? —preguntó Tika, contenta de tener una excusa para dejar de lado el peine. Le dolían el brazo y el hombro y sentía pinchazos en el cuero cabelludo.

—Como era de esperar —repuso Laurana con un suspiro—. Se discutió mucho. Hederick es tonto de remate.

—¡A mí me lo vas a decir! —exclamó Tika, sucinta—. Estaba en la posada cuando metió la mano en el fuego.

—Justo cuando parecía que nadie se pondría de acuerdo, Elistan propuso una solución —continuó Laurana y su voz se suavizó con un tono de admiración—. Su plan es brillante y todos lo han aceptado, incluso Hederick. Elistan sugirió que enviásemos una delegación al reino enano de Thorbardin para ver si podremos encontrar refugio allí. Tanis se ofreció voluntario para ir, junto con Flint.

—¿Y Caramon no? —preguntó Tika con ansiedad.

—No, sólo Tanis y Flint. Raistlin quería que fuesen primero a un lugar llamado el Monte de la Calavera para encontrar el camino secreto que lleva al reino enano o algo por el estilo, pero Flint dijo que el Monte de la Calavera estaba hechizado y Elistan añadió que no había tiempo para hacer ese viaje antes de que entrara el invierno. Raistlin parecía enfadado.

—Apuesto a que sí —dijo Tika con un escalofrío—. Un sitio hechizado con el nombre de Monte de la Calavera encaja con él a la perfección y arrastraría a Caramon con él allí. ¡Gracias a los dioses que no van!

—Hasta Hederick admitió que el plan de Elistan era bueno —comentó Laurana.

—Supongo que la sabiduría va de la mano con las canas —apuntó Tika al tiempo que volvía a coger el peine—. Aunque, por supuesto, eso no ha funcionado en el caso de Hederick.

—Elistan no tiene el cabello canoso —protestó Laurana—. Es plateado. El pelo plateado hace distinguido a un hombre.

—¿Estás enamorada de Elistan? —preguntó Tika, que metió el peine en la rizosa melena y empezó a dar tirones.

—¡Espera, deja que yo haga eso! —exclamó la elfa, que se había encogido al verla tirar del pelo.

Tika le pasó el peine con gratitud.

—Eres demasiado impaciente —la reconvino Laurana—. Acabarás estropeándote el pelo y sería una lástima, con lo bonito que lo tienes. Te envidio.

—¿En serio? —Tika no salía de su asombro—. ¡No se me ocurre por qué! ¡Tienes un pelo tan brillante y tan rubio!

—Y liso como una tabla —añadió con tristeza la elfa. En sus manos, el peine trabajaba suavemente cada nudo hasta desenredarlo—. En cuanto a Elistan, no, no estoy enamorada de él, pero lo admiro y lo respeto. Ha soportado tanto dolor y sufrimiento... Esas experiencias habrían vuelto cínico y rencoroso a cualquier otro, pero a Elistan lo han hecho más compasivo e indulgente.

—Pues sé de alguien que cree que estás enamorada de Elistan —dijo Tika con una sonrisa traviesa.

—¿A quién te refieres? —preguntó Laurana, que se había puesto colorada.

—A Tanis, por supuesto —repuso la otra joven con picardía—. Está celoso.

—¡Eso es imposible! —Laurana dio al peine un tirón más fuerte de lo normal—. Tanis no me ama. Eso lo dejó bien claro. Está enamorado de esa humana.

—¡Esa zorra de Kitiara! —Tika resopló con desprecio—. Perdón porque haya usado ese lenguaje. En cuanto a Tanis, no sabe distinguir su corazón de su... En fin, no voy a decir qué, pero ya sabes a lo que me refiero. Les pasa igual a todos los hombres.

Laurana se había quedado callada, y Tika giró la cabeza para mirar a la elfa y ver si estaba enfadada.

Laurana, enrojecidas las mejillas por un suave rubor, bajó los ojos. La elfa seguía peinándola pero no prestaba atención a lo que hacía.

«A lo mejor no me ha entendido»,
comprendió Tika de repente. Le resultaba muy chocante que una mujer de cien años supiera menos sobre el mundo y los hombres que otra que tenía sólo diecinueve. Aun así, Laurana había vivido esos años mimada y protegida en el palacio de su padre, en mitad de un bosque. No era de extrañar su candidez.

—¿Crees de verdad que Tanis está celoso? —preguntó Laurana aún más ruborizada.

—He observado que se pone verde como un goblin cada vez que os ve juntos a Elistan y a ti.

—No tiene razón alguna para pensar que hay algo entre nosotros —dijo la elfa—. Hablaré con él.

—¡Ni se te ocurra! —Tika se giró con tanta rapidez que el peine se le quedó enganchado en el pelo y se lo arrancó de las manos a Laurana—. Déjalo que se cueza en su propia salsa durante un tiempo. A lo mejor así se le quita de la cabeza esa gata montes de Kitiara.

—Pero eso sería casi como mentir —protestó Laurana mientras recuperaba el peine.

—No, no lo sería —dijo Tika—. Además ¿y qué si lo fuera? Todo vale en el amor y en la guerra y los dioses saben que para nosotras, las mujeres, el amor es la guerra. Ojalá hubiera alguien por aquí con quien pudiera darle celos a Caramon.

—Caramon te quiere mucho, Tika —dijo Laurana con una sonrisa—. Eso lo ve cualquiera por la forma que te mira.

—¡No quiero que se limite a echarme miraditas con cara de perro apaleado! ¡Quiero que haga algo al respecto!

—Está Raistlin... —empezó Laurana.

—¡No me menciones a Raistlin! —espetó Tika—. Más que un hermano, Caramon es un esclavo y un día abrirá los ojos y se dará cuenta. Sólo que para entonces quizá ya sea demasiado tarde. —Irguió la cabeza—. Es posible que algunos de nosotros hayamos seguido adelante con nuestra vida.

No hubo más conversación. Laurana reflexionaba sobre la nueva e inesperada revelación de que Tanis quizás estaba celoso de su relación con Elistan. Desde luego, eso explicaría el comentario que le había hecho en la reunión.

Por su parte, Tika siguió sentada en la banqueta que Caramon había hecho para ella y parpadeó para contener las lágrimas... Lágrimas causadas por los tirones en el pelo, claro.

* * *

Caramon se quedó rezagado a propósito de camino a la pequeña cueva que ocupaban su gemelo y él. El hombretón conocía a su hermano y sabía que Raistlin planeaba algo; por lo general caminaba despacio, con pasos cautelosos, apoyado en el bastón o en su brazo, pero ahora lo hacía de prisa. El cristal que asía la garra de dragón en lo alto del bastón arrojaba una luz mágica para guiarle los pasos y la roja túnica susurraba al rozarle en los tobillos. No se volvió a mirar para ver si Caramon lo seguía; sabía que iría detrás.

Al llegar a la cueva, Raistlin apartó a un lado la mampara de madera y entró. Caramon lo hizo más despacio y se paró para poner la mampara en su sitio y dejar cerrado durante la noche. Raistlin lo detuvo.

—Déjala así —dijo—. Tienes que salir otra vez.

—¿Quieres que te traiga agua caliente para la infusión? —preguntó Caramon.

—¿Acaso me estoy muriendo con un ataque de tos? —demandó el mago.

—No.

—Entonces, no necesito la infusión. —Raistlin rebuscó entre sus pertenencias, sacó un odre para agua y se lo tendió a su hermano—. Ve al arroyo y llena esto.

—Hay agua en el cubo... —empezó el hombretón.

—Si quieres llevar agua en el cubo durante el viaje, hermano, entonces hazlo, ¡cómo no! —repuso fríamente Raistlin—. A la mayoría de la gente le resulta más práctico un odre.

—¿Qué viaje? —preguntó Caramon.

—El que emprenderemos por la mañana —repuso Raistlin, que volvió a tenderle el odre a su gemelo—. ¡Toma, cógelo!

—¿Dónde vamos? —inquirió Caramon, que mantuvo las manos pegadas a los costados.

—¡Oh, venga ya, Caramon! ¡Ni siquiera tú puedes ser tan estúpido! —Raistlin tiró el odre a los pies de su hermano—. Haz lo que te digo. Partiremos muy temprano y quiero estudiar mis hechizos antes de ir a dormir. También necesitaremos vituallas.

Raistlin tomó asiento en la única silla que había en la cueva, tomó su libro de hechizos y lo abrió. Unos segundos después, sin embargo, lo cerró y, rebuscando en el fondo de una de sus bolsas sacó otro, el libro de encantamientos con la encuadernación en cuero azul. No lo abrió, sólo lo sostuvo entre las manos.

—Vamos al Monte de la Calavera, ¿verdad? —dijo Caramon.

Raistlin no respondió y siguió con las manos en el libro cerrado.

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¡Ni siquiera sabes dónde está! —protestó su hermano.

El mago alzó los ojos hacia Caramon; los iris dorados relucían de un modo extraño a la mágica luz del bastón.

—La cosa es, Caramon, que sí sé dónde está —susurró—. Conozco la ubicación y sé cómo llegar allí. No sé por qué... —Dejó la frase en el aire.

—¿Por qué, qué? —demandó Caramon, desconcertado.

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